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El y dios
Egosum


Yo fui educado en la mejor Kultur, la científica, pero sin olvidar nunca el viejo mundo del mito y de la magia. Recibí pronto la primera lección magistral de mi vida, la idea fundamental que me llevaría desde ahí a contemplar la posibilidad de unir felizmente la ciencia y la fe (solo recuerda que lo luciferino es el árbol de la ciencia y de la vida, amén del desprecio hacia la humanidad, aunque yo, por decirlo así, soy satánico, pero con matices): Esa lección tenía un principio fundamental que decía que Dios no existía, pero sí había un Logos; para ilustrar esta tesis, te comentaré una bella historia, sonsacada de un viejo libro de saber prohibido. Se partía de la necesidad de distinguir entre la expresión simbólica de las ideas abstractas y de la definición real de los objetos concretos. Consta, pues, que en las Escuelas del Misterio, el candidato iba ascendiendo de grado en grado y cada vez se le mostraban signos de la divinidad más oscuros y, al final, cuando se descorría la última cortina, hallaba ante sí un altar vacío, a la par que una voz le susurraba al oído: “Dios no existe”. El descorrimiento del Velo del Templo llevaba la primera certidumbre, a una verdad primigenia. No existía el dios que preconizaban las distintas religiones, pero sí existía un Logos, cuya naturaleza exclusivamente podía ser entendida por quienes fueran capaces de meditar ante un altar vacío, lo que equivalía a poder pensar sin la necesidad de un símbolo. La instrucción empleada en el ascenso por grados sucesivos tenía como objetivo el que la inteligencia del iniciado pudiese elevarse hacia el pensamiento abstracto y trascendente, por cuanto en el momento en que el pensamiento cesaba, nacía el miedo... Al final, sí, estábamos Nos, Morgano, no hay más dios que el hombre: veritas contra mundum.

MILAN

¿Cómo y quién será este personaje? Un día apareció, anoche me ofreció unas palabras, las mismas que Silvia Lázaro me demandaba en un comentario anterior. Hay que revelarle, analizar su posición. ¿Hacia dónde se dirige?
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Una y otra vez, como si se tratase de un resorte, Milan avanza los peones y pulsa el reloj, hasta que acorrala al rey y el otro se rinde. La matemática que emplea tras cada jugada dista mucho de la que utiliza para aniquilar a “sus judíos”. Podría decirse que la “matemática secreta” que emplea en el primer juego tiene una base lógica y también intuitiva, la que utiliza en el segundo no. En cualquier caso, un italiano a las órdenes de un alemán debe ser expeditivo, no puede calcular variantes.Escribirle a Milan: “Prisionera en la torre de Thornfield Hall, Jean Rhys plantea el ancho mar de los sargazos como el poeta construye su texto: enajenada”. Naturalmente, Milan no ha leído a Rhys. Por eso, mejor no escribirle. Construir el diario. Pero no a la manera de un arquitecto. Bernhard aborrecía a los arquitectos, adivinó que para la construcción del Cono, de la obra, no sólo debían examinarse las aristas y los muros de carga, sino la personalidad de cada hombre o mujer que fuera a habitarlo. Habitar a Milan a la manera de Bernhard.En las fotografías aparece en segundo plano, borrado por el grumo del papel en blanco y negro. Sin biografía. Milan no tiene biografía porque todo el mundo desconoce a Milan, sólo un análisis concienzudo de las fotografías de la época puede suponerle. Rodeado de similares (aunque bien ajenos) y procurando que la mirada a la cámara no sea italiana. Un mirar berlinés se adivina a la primera, mucho más si una ha estado observando y escribiendo la historia. Pero claro, una cosa es escribir la historia y otra bien distinta es encontrarse con Milan, hay que suponerle.
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Por IHB
http://ivanhumanes.blogspot.com



¿Qué te llevó a realizar este estudio sobre el vampirismo?
Es un tema que me apasiona literalmente desde que tengo uso de razón. Devoraba todo lo que caía en mis manos: literatura, ensayos sobre vampiros, cine,… Realizar un estudio sobre un tema que ha llamado mi atención durante tantos años era casi una asignatura pendiente. En realidad he tratado de escribir el libro de upirología que hace años me hubiera gustado tener, ameno pero riguroso, con una visión de conjunto organizada y sistemática sobre el tema en la historia, la antropología, el mito, la medicina y el arte; esbozar un intento de clasificación de estas escurridizas criaturas, y analizar como el mito del vampiro se ha adaptado a nuestro tiempo adoptando nuevas formas en el arte, y como se ha convertido en un modo de vida en nuestras grandes ciudades para individuos y sociedades vampíricas que tratan de entrar en contacto directo con este oscuro arquetipo.
Los vampiros, a diferencia de otros "monstruos populares" que son temidos, tienen un aura de seducción que atrae a millones de personas en el mundo... ¿A qué crees que es debido?
Pues por un lado a su ambigüedad en varios ámbitos. Es una criatura que se mueve entre la vida y la muerte, sin estar realmente ni participar en ninguna de ellas. Eso le convierte en un ser capaz de interactuar en nuestro mundo con capacidades nuevas, al margen de las convenciones sociales, de los tabúes, o de las leyes humanas. Es evidente que esto atrae a muchos que se identifican con este aspecto de automarginado que “percibe” el mundo de un modo frío y distante; un mundo que a menudo para los vivos resulta ser una realidad encarnada en una sociedad oprimente y que a menudo deja pocas posibilidades de autorrealización.El vampiro despliega dos de nuestras pulsiones más profundas: el eros y el tanathos. Tradicionalmente se alimenta de sangre, y la sangre es la vida, pero es también el asiento de nuestras pasiones más viscerales, del deseo más intenso, primordial y primitivo. El vampiro, a menudo llevado por la lujuria que da el hambre de vida, exuda así aquello que toma, fascina a sus víctimas hasta el paroxismo del erotismo, con una intensidad tal que el resultado es la muerte. Después del éxtasis amoroso viene la laxitud, pero en el caso del vampiro esa laxitud es la definitiva, la de la misma tumba, porque ese éxtasis que experimenta la víctima es la propia vida que se va, una vieja receta que los creadores de las viejas y legendarias películas de la Hammer supieron explotar.Así, moralmente ambiguo, incluso sexualmente ambiguo, el vampiro se ha convertido en un mito romántico, seductor, elitista, oscuro y crepuscular que fascina a unos y atemoriza a otros; o, muy probablemente, fascina a la vez que atemoriza.
Pese a que España carece de tradición vampírica, hay casos como el de un ataud que cruzó media península Ibérica dejando tras de si una estela de muerte o, como el de Enriquete Martí (la vampira de Barcelona), que extraía la sangre (entre otras cosas) a los niños para luego venderlo entre la gente de la alta sociedad. ¿Hay algún otro caso documentado que no conozcamos en nuestro país?
Pues ciertamente el caso del “ataud maldito” que expuso en su obra Miguel Gómez Aracil es uno de los que más han dado que hablar entre los investigadores españoles. El de Enriqueta Martí es un caso espeluznante de una delincuente que se lucra con la venta de sangre y unguentos de los niños a los que dio muerte en la Barcelona de principios del siglo XX. Buena parte de esa sangre probablemente iría a parar a la ingesta y uso ritual por parte de personajes pudientes que como muchos otros por entonces, y aún hoy, creían en los poderes mágicos de la sangre. En realidad podría decirse que existe una tradición vampírica española, aunque difiere de la del vampiro eslavo y entronca más con las creencias latinas y clásicas, que por otra parte también han contribuido a enriquecer el vampirismo típicamente eslavo a través de Iliria, Rumanía y Grecia. Además de lamias que recuerdan a las lamias y empusas del mundo clásico tenemos una rica tradición de brujas vampiro semejantes a las strigae griegas, nombre que aún designa al vampiro en Rumanía, donde se cree que las strigoi, como se denominan en rumano, se convierten en vampiros al morir. Este vocablo deriva de uno que designa a la lechuza, animal típico en el que se convierten las brujas vampiros para abrir con su pico el pecho de los durmientes y extraerles sangre. Este es el origen de la legendaria “xuxona” (chupona) gallega y de las guaxas y guajonas astur-cántabras.La creencia en que las brujas practicaban el vampirismo ha estado muy arraigada en la península hasta el punto de que las actas de la inquisición están plagadas de personas acusadas entre otros delitos de beber sangre, especialmente de niños, provocando su muerte o dejándolos enfermos. Tal ocurrió por ejemplo con algunos de los procesados en Zugarramurdi, particularmente con Miguel de Goiburu y María de Iriarte. A esta última se le achacaba la muerte de 13 personas. Un caso bien conocido es el de “la Vampira de Xove”, Teresa Prieto, vecina de Gijón que fue acusada de brujería y chupar la sangre de criaturas de las aldeas vecinas. Sorprendentemente resistió la tortura a la que fue sometida; tras lo cual escapó y fue condenada a morir tras lo cual su cuerpo debía ser quemado para evitar que el diablo volviera a él (lo cual me parece un eufemismo para decir que querían evitar sus acciones como vampiro tras la muerte). Años más tarde se entregó y fue absuelta de la pena de muerte y sus bienes le fueron devueltos. Todo esto ocurría en el siglo XV. Otros nombres propios posteriores de brujas acusadas de vampirismo fueron Constanza do Pazo; la xuxona de Santa María de Lamela, en Orense; o los vascos Diego de Guinea y María de Guesala, los “brujos de Ceberio”, acusados de beber la sangre de las heridas ocasionadas a una niña.En tiempos más recientes, en Galicia no hace mucho que se registraban avistamientos de supuestos vampiros en algunos cementerios, ni podemos dejar de mencionar al polémico gallego Rafael Ángel Pintos, más conocido como Wladimir Dragossan, quien años atrás sorprendía al público español en los platós de televisión, ataviado a lo Drácula, afirmando que dormía en un ataúd, que bebía sangre, y que se había convertido en vampiro gracias a la magia póstuma.Dejando Galicia para dirigirnos a Córdoba hay que mencionar un caso relacionado con el vampirismo desde el punto de vista psicopatológico; el de Álvaro Rafael Bustos, quien en 1987 mató a su padre, el catedrático Manuel Bustos estacándolo en el corazón con martillo y una barra de acero a la que previamente había sacado punta y restregado con sal y ajo en la creencia de que su padre era un ser infernal.Y ya en el ámbito de lo legendario no hay que olvidar al mítico Struch, el “vampiro del Empordá”, un noble medieval extranjero al que la maldición de las brujas de la comarca, y siempre según la leyenda que habría sido recogida por diferentes investigadores españoles, habría impedido el descanso en la tumba llevando el terror a aquella región catalana.
Bram Stoker dio a conocer mundialmente Transilvania sin haber estado nunca. Los habitantes de esta zona han visto como un personaje de ficción se ha convertido en el principal reclamo turístico de la región y de todo Rumanía. ¿Ven los rumanos a Stoker como un heroe nacional? ¿Y a Vlad Tepes, el personaje en el que se inspiró para crear a Drácula?
Efectivamente, nunca estuvo allí, aunque desde luego se documentó lo suficientemente bien como para transmitir admirablemente la atmósfera de aquella remota región. Pero desde luego sí que se tomó sus licencias con el personaje histórico en el que basó su Drácula. Hay una relación de amor-odio en Rumanía hacia la figura del escritor irlandés. Por una parte el noble válaco, que no transilvano, Vlad Tepes, es considerado hoy como un reformador y héroe nacional que mantuvo la identidad de su patria en un difícil equilibrio entre dos potencias que se disputaban la influencia de la región: Hungría, y la Dorada Puerta, el Imperio Otomano. Otra cosa es lo que piensen los descendientes transilvanos de las familias sajonas a los que Vlad empaló de forma masiva en sus campañas contra esta etnia en la región, a los que el personaje no les hará tanta gracia. La figura de Vlad Tepes debe buena parte de su popularidad entre el pueblo rumano a la propaganda del dictador Nicolae Ceaucescu, quien a menudo se equiparaba con el voivoda que entre otras cosas fundó la actual Bucarest.En cuanto a Stoker, el propio Ceaucescu se encargó de menospreciar al escritor irlandés que se había atrevido a convertir a uno de los principales héroes rumanos en un vampiro de novela. Baste decir que la novela estuvo prohibida en Rumanía hasta la muerte del dictador. No obstante si bien para muchos rumanos Bram Stoker es un escritor extranjero que denigró la memoria de un príncipe rumano, otros muchos son conscientes de que gracias a él el turismo en Rumanía se ha incrementado notablemente. Las rutas “Drácula” que la mayoría de los turistas no dejan de recorrer a su paso por el país dejan suculentos dividendos en la maltrecha economía que dejaron las oligarquías que en un pasado lo gobernaron. De ahí esa relación de amor-odio.
En tu libro apreciamos que el vampirismo avanza con las nuevas tecnologías llegando a campos como Internet o los videojuegos... ¿No crees que Internet con la facilidad que tiene para transmitir "bulos" y "leyendas urbanas" puede perjudicar a la gente que se toma en serio el estudio del vampirismo?
Lo creo profundamente. Las bondades de la red de redes a veces se vuelven contra ella. Nunca fue más fácil acceder a tanta información sobre algunos temas; el problema es que no hay garantía de que la información que en ella se obtiene sea fiable. En el caso que nos ocupa frente a algunos buenos estudios, obras y artículos de investigadores serios pululan cientos de páginas que se copian entre sí ofreciendo información fragmentaria, intoxicada o claramente falsa. En la red de redes cualquiera puede decir absolutamente lo que se le pase por la cabeza, o reinterpretar y mutilar los textos de otros. El problema es que hay mucha gente que lee sin cotejar la información dándola por buena sin preguntarse más; y una vez que han leído y asumido algo erróneo es muy difícil convencerles de lo contrario. Es un curioso fenómeno. En el libro hago hincapié en este tema y aprovecho la oportunidad que me brindáis para recalcarlo de nuevo. Todo contenido procedente de Internet debe ser mirado con precaución y cotejado con otras fuentes.
¿Crees que son tan distintas las obras literarias de vampiros clásicas como "Carmilla", "Drácula", o "The Vampyre" de las actuales?
Evidentemente tienen muchas cosas en común. El vampiro posee ciertas características que no cambian, tan sólo se adecuan a los tiempos y se adaptan a nuevas formas de ver y entender el mundo; pero en el fondo en unas y otras subyacen las mismas ideas. Es un arquetipo primitivo y muy poderoso cuya base sólida está en nuestro inconsciente. Es como un iceberg, cuya parte más profunda no vemos. La parte que emerge, la parte que vemos es el ropaje que el mito cobra en cada tiempo y lugar. De ahí su capacidad camaleónica para cambiar con nosotros mismos. Entre el tosco y rudo Gorka de la Familia del Vourdalak que imaginara Tolstoi y el refinado y ambiguo Lestat, carcomido por su incertidumbre existencial media toda una infinidad de “mutaciones vampíricas”; aunque en el fondo lo que hace seductores a ambos es la misma idea, su existencia irracional, imposible, entre la vida y la muerte, la eterna seducción de existir sin vivir.
Entre la información de la que te has documentado para escribir "Vampiros"... ¿Qué ha sido lo que más te ha impactado?
La documentación la he ido recopilando prácticamente desde que era un niño. Recuerdo muy vivamente la primera vez que leí el documento Visum et Repertum, Visto y Descubierto, escrito por un oficial médico austriaco encargado de investigar el caso de Arnold Paole en la población servia de Medvedja en el siglo XVIII. Es uno de los casos mejor documentados sobre las epidemias de vampirismo que sacudían la Europa del Este y un documento estremecedor acerca de los procedimientos médicos y legales que las cortes europeas empleaban en la investigación sobre los supuestos casos de vampirismo que se convertían en una macabra plaga en pleno siglo de las luces.En años más recientes me ha sorprendido comprobar como la creencia en vampiros permanece prácticamente inalterable en muchos lugares del planeta. Ha sido sorprendente recoger testimonios de gente en Europa o en Asia absolutamente convencidos de la existencia real de vampiros o incluso de haber tenido algún percance con ellos. Recuerdo el testimonio de un filipino que afirmaba que su familia se vio acosada una noche en su granja por lo que ellos interpretaban como “aswang”, vampiros, que se movían entre la maleza. Pertrechados en casa la emprendían a tiros desde las ventanas mientras escuchaban aterrados como aquellos seres a veces saltaban sobre el tejado y hacían ruido buscando algún orificio por el que penetrar en el interior de la casa.Desde otro punto de vista también ha resultado impactante la búsqueda de evidencias arqueológicas acerca de la creencia en vampiros. Los hallazgos de auténticas necrópolis del siglo X dedicadas a vampiros en las cercanías de Praga con restos de cadáveres “ajusticiados” como vampiros y que aún pueden verse en algún museo checo son de una importancia capital para entender la tremenda importancia y universalidad que el mito del vampiro ha tenido desde tiempos muy remotos. Cadáveres de supuestos vampiros a los que se les habría aplicado los típicos procedimientos vampiros (rotura de piernas, decapitación, estacamientos,…) aparecen igualmente en la India, en China, o incluso en la Norteamérica colonial.
Hace unas semanas adelantamos en Aullidos.COM que la secuela oficial del Drácula original titulada "The Un-Dead" ya está en marcha y su historia comenzará veinticinco años después de los sucesos escritos por Stoker. Entre varios nombres, el de Javier Bardem suena con fuerza para interpretar a Drácula... ¿Crees que sería una elección correcta?
Así es. Y por cierto, que me enteré precisamente gracias a vosotros y a vuestro site. Pues desde luego sería una elección interesante y desde luego un punto clave en la carrera de Bardem. Comentando el tema con algunos conocidos la opinión de la mayoría es que el físico de Bardem quizá no sea el más apropiado para el arquetipo de Drácula “aristocrático” al que estamos acostumbrados, pero sería interesante ver a un Drácula más visceral y sólido que bien podría aportar el actor español. Javier Bardem ya nos ha sorprendido con alguno de los papeles que ha interpretado y creo que podría volver a sorprendernos también en este. Yo desde luego iré a ver el film, pero si además Bardem interpreta al príncipe de las tinieblas sumamos un motivo más para ir a verla. Tendremos que esperar a ver que ocurre.
Una última pregunta... Si los vampiros existiesen... ¿Te dejarías morder por uno?
Buena pregunta. La respuesta es no. El vampiro está presente, pero no vive. Examina la realidad sin estar sujeto a ella, pero por eso mismo no la experimenta en toda su crudeza. Si existe otra realidad más allá de la tumba lo bueno será percibirla a modo completo, y no quedarse en el límite entre los dos mundos. Hay quien afirma que los vampiros son más sabios porque viven más y les gustaría serlo por esta causa. Tampoco me parece cierto. Hay gente que vive 100 años y no son más sabios que cuando tenían 15. No hay que confundir sabiduría con conocimientos, ni éstos con experiencia. ¿Inmortalidad? Para que si esa inmortalidad te mantiene atrapado entre dos mundos y no te deja ir más allá. Particularmente prefiero ser un ser con capacidad de dar y recibir a partes iguales, y para ir cada vez más allá. De todos modos que necesidad hay de que un vampiro nos muerda si el vampiro se oculta en la más inhóspita de las tumbas…¡el interior de nosotros mismos!

Yo no sé nada, dijo uno; claro, sobre lo que tú no sabes podrían escribirse miles de libros, dijo otro. No sé qué decir, afirmó el primero, desconcertado. Da lo mismo, dijo el segundo, nunca has sido rápido captando mensajes.

SAB

Lo que trajo la noche
Salvador Alario Bataller


Para nosotros, la mujer se llamará simplemente María. Tal vez no tenga el menor interés que fuere hermosa o inteligente, que no son, en modo alguno, dones magros; pero lo que sí incumbe para la presente historia son sus miedos, sus desvelos y sus noches.
Algo más se ha de decir, no obstante, aparte de lo anterior. No eran pocos los que se preguntaban porqué una mujer de sus características andaba siempre sola y se apartaba contumazmente de aquello que los jóvenes de su edad apetecían. La razón inconfesa de su solitud y ostracismo voluntarios estribaba en que María descreía de toda aquella gris silva de vidas humanas de inefable factura. Del hombre y sus obras solamente le interesaba la palabra.
No tuvo biblioteca paterna donde huir del mundo, solo cuatro libros que ella compró con esfuerzo y más de una privación, y amigos pocos. Una vez conoció a un hombre, quien le acabó atropellando hasta el diálogo, después de lo cual, amén de ser insegura y timorata ab ovo, decidió que la acompañase solo su sombra. Por todo lo dicho, acabó refugiándose entre las paredes de su pequeño apartamento, en compañía de aquellos cuatro libros y una plétora de recuerdos familiares, esos amigos veros y a veces dolientes que, según dijo Stocker, nunca traicionan.
Había, sin embargo, ciertas partes terribles de su vida que únicamente ella sabía y que, a duras penas, arrostraba. Cuando atardecía y la noche se insinuaba vagamente en su biblioteca (o lo que ella llamaba con este nombre), una actitud alerta y expectante se apoderaba de ella porque comenzaba a anticipar que su sueño estaría plagado de pesadillas, cuyo contenido no llegaba todavía a precisar. Ciertamente soñaba y los sueños eran tormentosos, pero despertaba siempre sin saber el contenido de lo soñado, aunque el miedo la abatía.
El proceso, los hechos concatenados en un orden quizás significativo que ella no comprendía, era siempre idéntico: apenas se dormía, una vaga sombra la atenazaba y se despertaba sobresaltada; entonces permanecía en la cama yerta, sin atreverse a mover un párpado, con anticipación y terror casi físicos, hasta que el nuevo día clareaba tras los cristales. Ese ciclo se venía repitiendo día tras día, semana tras semana, mes tras mes, a lo largo de casi cinco años ya, por lo cual ella temía que aquella angustia no fuera a terminar nunca.
Tales sentimientos y temores indefinibles nunca la abandonaban y, como se dijo, en ese estado de mórbida aprensión venía viviendo desde hacía prácticamente cinco inviernos. El miedo, según creía, probablemente comenzó por allá los setenta, cuando perdió de manera dramática a su mejor amiga. Fue en tiempos de la dictadura; desapareció en una manifestación y ya no se supo de ella. Posiblemente los ominosos muros de una comisaría cualquiera supieran a ciencia cierta cual fue su aciago destino, aunque nada se reflejó a los ojos del mundo; desapareció simple y llanamente, nada más, como otros muchos casos que quedaron en el olvido y sin resolver. Muchas veces pensaba que tal vez ahí estuviera el origen de su conturbación, aunque casi siempre, paralelamente, se negaba a aceptar una explicación tan directa de todo aquello, confusa y desorientada, embargada como vivía, día y noche, por aquel pavor que la consumía.
Cuando aquella tarde María bajo a comprar el periódico, miró como siempre la calle y la gente con indiferencia, sabiendo que una y otras, como las cosas todas, seguían su curso invariablemente, independientemente de que ella existiese, que no era otra cosa que un meñique producto del azar en un tal vez más vasto y conspicuo decurso de acontecimientos. En el fondo esto tampoco le importaba, porque todo ello, según creía, estaba más allá de su pequeño y zozobrante universo.
Compró el periódico de todos los miércoles y fumó un cigarrillo tranquilamente mientras comentaba maquinalmente cuatro cosas, cuatro palabras banales e insulsas, con el hombre del quiosco ; no reparó en aquella revista sensacionalista, cuya portada anunciaba los desmanes de una fiera humana, que ocupaban las páginas de sucesos de todos los periódicos del país y constituía el hecho de mayor preocupación social en los últimos meses, como tampoco le interesaron las noticias de sociedad, las fluctuaciones de la bolsa o los deportes. Casi por inercia, con la desgana que la caracterizaba, comió un poco de pasta en el restaurante italiano de la esquina.
-Hoy no viene ni Dios -dijo un habitual al entrar, viendo el local casi vacío.
“Claro, es que Dios nunca está”, pensó María y como aquello le sonó a greguería, rió para sí.
Fue la única nota de color, un tenue matiz de apagado color posiblemente, en aquel día monocorde y tedioso, como casi todos sus días. Después, arrastrando su figura feble y alicaída, subió a su apartamento.
Miró el reloj, una vez cerró la puerta. Eran las cuatro de aquel día especialmente fatigoso, abúlico y gris.
Cuando entró en su pequeño despacho, el espejo duplicó su imagen y se asustó. Azorada vio su rostro en el cristal y comprobó que estaba triste y ajada, esa metamorfosis gradual e irreparable del flujo de su tiempo, que a ella, a decir verdad, bien poco hubiera preocupado si no hubiesen existido las noches. De niña la asustaba algo turbio dentro del espejo o la más densa tiniebla en el interior de un armario que alguien se había olvidado de cerrar, una forma inconclusa e innombrable pero aviesa en su esencia, algo que, según el dogma judeocristiano en que la habían educado, prefiguraba al infierno y a la bestia. Ahora ya no creía en todo eso, pero el miedo persistía.
Trató de arrumbar esos pensamientos perturbadores de su cabeza, intentando escribir una página de aquella que sería su hipotética primera novela y, al final, lo consiguió. Al principio se angustiaba bastante pensando que todo aquel desvelo acabaría pudriéndose en el cajón de su escritorio y que ella nunca dejaría de ser un ser anónimo y sin importancia. Pero eso ya no le preocupaba, al menos la escritura hacía que se relajase, aunque fuera en poco grado.
Cada día se acostaba y, sin que lo pudiese remediar, se dormía a plomo; después la alcanzaba la pesadilla y se despertaba. Pasaba unos minutos con la luz encendida, tratando de tranquilizarse, pero el sueño la rendía otra vez y nuevamente se repetía aquel calvario. Hasta ahora había logrado huir de la amenaza que le traía el sueño ; pero sabía que alguna noche no lo conseguiría y al imaginar ese desenlace incierto y potencialmente terrorífico, sentía una angustia medular, profunda, irrevocable, tanto que deseaba morir en esos momentos.
Al amanecer, cuando despertaba definitivamente, trataba de convencerse a sí misma de que las pesadillas no tomaban forma en la realidad, que aquella zozobra nacía de su soledad y de su inestabilidad emocional, de su psiquismo desmadejado y débil. Reforzaba su claudicante convicción aduciendo además, ingenuamente, que una mujer como ella, que nunca había causado daño o desdoro a nadie, no podía merecer una suerte semejante. Pese a todo ello nada podía apaciguar la rabia que surgía de sufrir aquel tormento gratuitamente cada noche, año tras año, sin poder verle el término.
Por fin y para mal, la noche upira trajo la forma y ésta la alcanzó. Se despertó más sobresaltada que nunca, casi de un salto, porque había fijado nítidamente sus rasgos; era una cara humana y lupina, que escondía los rasgos del horror y de la muerte, unas facciones heteróclitas e insanas, adunando lo animal y lo humano en extraño y ancestral maridaje. Tenían, en suma, la veste del horror antiguo, el marchamo del mal absoluto, el del ogro de las pesadillas. El, el destructor, vástago de un Hipnos sangriento, el tenebroso, tenía los ojos de un rojo iridiscente, a veces casi dorado, el color de aquello que nunca podría alcanzar a ver, el sol.
Después de aquella noche el temor fue más concreto, sintió su mano turbadora más vívidamente que en ninguna ocasión anterior, su frío aguijón en la carne y un vehemente deseo de huir o desaparecer que llegaba al paroxismo. Empero, de forma paradójica y casi burlona, el duende del infortunio hacía que el sueño la abatiese más raudamente que antes, ahora en cualquier lugar, en el sofá, en la mesa del comedor, pero, sobre todo, apenas atravesaba el vano del dormitorio. De modo que durmió fuera, en la biblioteca, pero fue durante unos días, pues se convenció que toda lucha era imposible, que nada podía hacer para oponerse a la mano mórfica que la empujaba al centro mismo del sueño, donde habitaba la pesadilla.
Hubiese pagado cualquier cosa -incluso su alma, aunque fuera un alma enferma- por un dormir inhabitado, por ese olvidado y casi unánime descanso que la noche propiciaba, pero ya ni eso tenía en el perro mundo. Dios, quien nunca estaba, hacía tiempo que se había olvidado de subvenir a sus ruegos y plegarias.
En sus ansiosas vigilias recordaba constantemente, obsesivamente, cómo comenzó y cómo fue cambiando: al principio las ensoñaciones eran caóticas y poco después se fueron definiendo paulatinamente; ella, aguardando la mordaza inevitable del dormir, escuchaba con ansiedad, miraba con ansiedad, aguardaba transida por el espanto con todos sus sentidos a flor de piel, hipertrofiados por la crónica y densa espera, a que él viniese e impusiese el amargo tributo que su llegada exigía. Aunque se lo negaba porfiadamente, aunque trataba de razonar cachazudamente, de imponer la lógica con obstinación, nada lograba disuadirla de que su destino en el sueño se interpolaría en el mundo real. Vino diluido en las sombras de la noche furtiva, desde su universo pagano e insólito, como si formase parte de ella o fuese uno de sus más antiguos moradores. A ella, con el horror de las noches, se le fatigó la calma y también la esperanza.
La intolerable nitidez de la certeza la sobrecogía, abatiéndola al comprender, con vértigo, que el sueño modelaría con su materia ilusoria su devenir en el mundo empírico; y cada noche crecía la evidencia. Lo soñó sin rostro al principio, pero las noches lo fueron modelando con angustiosa perfección. Desde entonces tuvo plena certidumbre de que el fin se acercaba y que tendría lugar de manera ineluctable. Hiciese lo que hiciese, era algo que estaba escrito y que tendría que ser. Fue entonces cuando reparó en su libro y vio que estaba escrito con la materia de sus sueños, que había plasmado allí sus noches horrorosas y, con ello, lejos de pensar que estaba perdiendo el juicio, aquello le demostró que el sueño se acercaba a los hechos e iba dejando su primera impronta en algo consistente y comprobable, como el papel. Sí, algo indudable en sus adentros le afirmó que era el tiempo propicio para el holocausto y que el daño iba a ser irreparable.
Mientras ella sufría temiendo el final, él se demoró. Al menos esta fue la interpretación que ella fue sacando de aquel abismo de dudas y angustias postreras: en su soñar colapsado sabía lo que era obvio, lo que se le mostraba, que él era malo y violento, que disponía de ella a placer en su dominio onírico e inmisericorde, preparando una orgía de sufrimiento inenarrable y gratuito, esos infaustos placeres que atormentan a los hombres y complacen a los demonios y a su rey. Por esta razón, como siempre, cada noche, a la misma hora, ella soñaba y cada vez las imágenes soñadas eran más nítidas y atroces. Después, cuando despertaba, la remembranza de los horrores impregnados en el sueño recurrente, era tan pervasiva y real que hasta la vigilia fue cincelándose de los tintes de la pesadilla. En ese momento fue cuando se le quebró el aguante y pensó en el frasco de tranquilizantes, que uniría de golpe el presente con el futuro, haciéndolo la misma cosa, alejando para siempre la presencia de su fantasma, otorgándole la nada piadosa. Con ello, sin temor ninguno, bendijo a la ingrata, que la absolvería de mayores tormentos.
Jadeante y con mano vacilante, abrió el cajón de la mesita de noche y palpó nerviosamente en su interior, buscando el frasco salvador. Una tenue claridad comenzaba a dispersar las sombras que la noche había prodigado en la alcoba. Cuando sus manos tocaron el frío cristal supo, si bien por otro motivo, que el tiempo se había terminado y de él solo vio la figura, cuando el espejo se la devolvió.

por Iván Humanes Bespín

La escritura me ha servido para desaparecer. Al principio creía que la letra lo era todo, y el nombre, y la publicación. Pero cada vez estoy más convencido de que el verdadero objeto de la literatura es tender a lo invisible, el punto de la rueda, aquello que no se ve pero que la hace el elemento geométrico más perfecto. Sin ese sostén invisible nada sería lo que es.
I.
El vacío de la página en blanco es un abismo místico. De la misma forma que María Magdalena, al acudir al sepulcro del maestro, se encontró con ese vacío, el escritor acude a la página en blanco y en ella intenta encontrar a su Dios, su Absoluto. El artista debe llegar a ser en primer lugar su propio predicado (ya lo refirió Nishina, filósofo de Kyoto): el hombre debe predicarse a sí mismo, expresarse a sí mismo, debe autoconocerse. La escritura es un acto de conocimiento.
II.
La ausencia de nuestro Absoluto en la página en blanco, y la necesidad de hallar "lo no manifestado" provoca la creación. No hay límites marcados. El que comienza a escribir necesita ganar un número cuantioso de páginas, los detalles innecesarios se multiplican, la trama es insustancial: gatea como un bebé. El escritor debe actualizar su creación del mundo, pues la representación que practica en sus inicios supone una copia imposible de la realidad (muchos no han renunciado a esa tarea aburrida), más aún cuando no hay una única y limitada Realidad.
III.
Borges, y El jardín de los senderos que se bifurcan revela, más allá de la ficción, que el mundo es precisamente un jardín donde los senderos se bifurcan. El espía de su obra, Ts'ui Pen, opta por todas las alternativas, no elige sólo una de las que se le presentan, sino que las elige todas: así los porvenires y los tiempos proliferan y se bifurcan. Actualmente, la mecánica cuántica apoya esa ficción que ya apuntó Borges: precisamente, la interpretación de los universos múltiples del físico Hugh Everett, intenta dar solución con esta teoría al problema de la medida.
IV.
Todo es posible. El Gato de Schrödinger, con su paradoja eterna, está vivo y muerto.
V.
¿Podrá existir una literatura que se "abstraiga" de la realidad? ¿Imagen del mundo interior? Cortazar nos dijo: "Cuántas palabras, cuántas nomenclaturas para un mismo desconcierto. A veces me convenzo de que la estupidez se llama triángulo, de que ocho por ocho es la locura o un perro".
VI.
"Preferiría no hacerlo", como reiteraba el escribiente Bartleby, es todo un acto de sabiduría. Bartleby comenzó trabajando de día y de noche, copiando, a la luz del día y a la luz de las velas, escribiendo extraordinariamente. Hasta que prefirió no hacerlo. Hasta que llegó a "su momento". ¿Además, por qué ansiamos publicar? El visionario Rimbaud dijo todo lo que tenía que decir por escrito a los veinte y abandonó la literatura, luego se hartó de practicar su "propio arte" en Europa, las Indias Orientales, África. "¡Vanidad de vanidades, todo vanidad! ¿Qué saca el hombre de toda la fatiga con que se afana bajo el sol?"(cit. Eclesiastés 1, 2-3). La literatura como medio para lograr el conocimiento (¡de uno mismo!). La publicación como remedio a la vanidad y muestra del camino recorrido hasta ese instante: los senderos se bifurcan en múltiples formas de escribir. Al fin y al cabo, la dualidad: los buenos y los malos escritores, caminos equivocados.
VII.
En la mitología china, el Ying y el Yang actúan para crear el universo. En el principio fue el Caos. A este hipotético orden le precedió el desorden, así: este orden es hijo del desorden. En la literatura la buena (¿Ying?) escritura y la mala (¿Yang?) literatura componen el panorama editorial. El consumo desmedido y el apetito por la basura, hace que las grandes y mediáticas editoriales vendan excremento en tapa dura y edición de lujo. El caos se viste de libro. Bartleby mira por la ventana y sonríe.


Nació como una iniciativa poética pero pasó de boca en boca convirtiéndose en una ACCIÓN ARTÍSTICA.¿El objetivo? Demostrar que EL ARTE VIVE, en todas partes, a todas horas, con apoyos económicos y sin ellos, que en este siglo LA SENSIBILIDAD TIENE VOZ y pretende ser también ARMA.Desde hace un tiempo internet está moviendo a grandes poetas, fotógrafos, músicos y demás, muchos de ellos reconocidos y premiados, muchos otros anónimos.

El Arte, en cualquiera de sus manifestaciones, es lo que hace que el humano sea Humano.Se ha establecido que el día 30 de Noviembre vamos a concentrarnos en distintas ciudades de España, para poner al alcance de todo el mundo, de una manera gratuita toda manifestación artística (no sólo canónica).Cada ciudad establecerá el lugar y la hora exacta a través de los comentarios que iréis dejando en www.arteenlascalles.blogspot.com y cuando esté todo claro lo difundiremos de una manera oficial a través de radio, tv y periódicos. Pero hay algo muy importante. ESTO NO PUEDE FUNCIONAR SIN TU AYUDA. Como artista, o como público, tienes que manifestar tu apoyo, mover tu ficha.


Por favor, entra, y comenta: http://www.arteenlascalles.blogspot.com/

Publicado por Eddie (J.Bermúdez) para El lobo y la luna

PREMIO NOBEL

La autora británica ha recibido el galardón por retratar
"la épica de la experiencia femenina.
"No sé a lo que se refieren con eso",
ha contado a EL PAÍS en Londres.

BIBLIOTECA


En sus paredes descansan grafías que sólo pueden ser adivinadas y comprendidas tras largos períodos de estudio. Y saber leerlas es poder aspirar a la perfección, al conocimiento del nombre sagrado y con ello a la inmortalidad. El viajero sabe que la parada Universitat es el inicio del problema matemático, en su vestíbulo se oculta Aleph, primera palabra hebrea y como dijo Borges el origen, la creación, el secreto. Tras ella, la parada Penintents es lugar de disertación sobre la doctrina. Monumental guarda un posible mapa en sus paredes, Gavarra lo completa, Encants lo interpreta. Es la parada de Poble Sec la que, en arabescos, da las guías precisas para la búsqueda, Entença y Selva de Mar, intentan dar sentido a dichas guías. En Gràcia el estudioso tiene más trabajo y son múltiples los significados que pueden guardar sus símbolos, sesgados y extraños. Horta contiene juegos numéricos, Joanic “claras” imágenes, Passeig de Gràcia nombres impronunciables. También podemos encontrar impresa allí Thaw, la última palabra. Y así…Durante largos periodos de tiempo los que heredaron la doctrina dejaron su conocimiento en las paredes, debajo de los asientos, en ciertos techos, quién sabe dónde más. El viajero que se desplaza entre nosotros ha descubierto miles de rostros durante años, y ha sabido de sus necesidades, de sus preocupaciones. Por ellos conoce qué noticias se dan en el exterior. A veces, como juego (heredado de algún cuento de Cortázar) nos sigue. Sin duda que forma parte de su necesidad de caminar para poder pensar y saber cómo organizar esa tremenda trama de la que sólo él, y unos cuántos estudiosos, pueden dar cuenta. Sabe que el juego le ha llevado muchas veces a paradas en las que no creía que nada se hubiera escrito, y sin embargo allí ha encontrado las más extrañas señales.Pero él no saldrá afuera. Su trabajo está definido. Su objetivo es claro: descubrir. Y mientras tú te vas y sales a la calle, él dará media vuelta. Abrirá un libro de camino al andén y se sentará a esperar. Repasará el Ars combinatoria del filósofo. Y cuando el metro llegue, se subirá. Sumará números, posibilidades, y tras varios minutos (los que necesitará para olvidar los rostros que ha visto) seguirá incansable su búsqueda.
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Por IHB

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http://ivanhumanes.blogspot.com

EyP (51)


Albert Camus Alineación al centro
Joan Margarit
Jed Rubenfeld
Francesc Miralles
Disparador creativo
Entre padre e hijo
La literatura al servicio del anuncio publicitario
La memoria al servicio de la ficción
La literatura y la vida
Narradores, poetas y concursos, etc.



Jrn Calo: CUENTO


El Hombre Díptero

¿No recuerdo muy bien como ocurrió?, ¡pero ahí estaba, delante de mí, con esos ojos negros y profundos, no paraba de mirarme, quieto e impasible sin mover un ala!Recuerdo que mis ojos se adentraron en los suyos, Si, quede cautivado por sus ojos, por los ojos de un maldito Nematócero-. Recuerdo que lanzó su largo aguijón en mi cuello y que el dolor fue intenso y largo en el tiempo.Supuse que deseaba llevarse una muestra de mi ADN, ya que emprendió el vuelo hacia un pequeño artefacto luminoso, volador no identificado, de repente perdí la noción del tiempo, recuerdo que me iba quedando dormido mientras mi cuerpo flotaba en el aire dentro de un espacio circular de un color gris metálico-El Nematócero apareció a la altura de mis ojos y volvió a lanzar su aguijón contra mi cuello, el dolor de nuevo fue insoportable, mis alaridos se expandieron por la maldita nave, pues sin duda era una nave extraterrestre, gobernada por un Ser orgánico vivo, desconocido, hasta que se presento delante de mi ,era una planta de tallo trepador, una maldita enredadera, la cual enredó todo mi cuerpo envolviéndolo a la manera que hacen las arañas con sus victimas-.No podía moverme, mi cuerpo estaba completamente inmovilizado. Me fui quedando dormido, cuando desperté estaba de pie, apoyado en mis seis patas, mirando hacia un hombre que era yo, pero al día de hoy estoy en dos cuerpos, en el de un hombre y en el de un Nematócero, ¡Cuando estoy despierto llevo dos existencias distintas, recuerdo mis actos como insecto díptero, succionador de sangre, por tanto hembra! Y veo mi vida como humano, llevo las dos existencias paralelas, en dos cuerpos diferentes.

La angustia última

Hace muchos años me dediqué a estudiar en profundidad las denominadas genéricamente literaturas germánicas medievales y en particular la literatura de la Inglaterra sajona. Fue cuando descubrí un viejo poema, escrito en aquel dialecto rústico que llegó a ser el sajón, un documento estremecedor que versaba sobre la tumba y sus soledades. Nunca antes un acontecimiento me había aterrorizado tanto, jamás pensé que un breve texto resucitase de aquel modo terrible un miedo antiguo, la mayor de mis angustias. Durante un tiempo, no pude apartar mis ojos de él, lo leía cada día y cada día aumentaba el pavor en mi corazón devastado por el horror. Así que, acabé leyéndolo una y otra vez, de manera obsesiva ciertamente, hasta que, cuando creía que me volvería loco, la piedad de la Suprema Potestad apartó de mí aquellas imágenes terríficas y pude dedicarme, una vez más, a los quehaceres de la vida. Sin embargo, apenas fue un año de paz y de vida común, ya que la amenaza me aguardaba ceñuda a la vuelta de la esquina. Para desdicha de algunos hombres, lo que más les atemoriza acaba convirtiéndose en una fuente de atracción inevitable y, por ello y quizás también por la mediación funesta del duende del infortunio, no hace mucho lo releí e inevitablemente se alzaprimó en mí aquel viejo terror.
La Sepultura, pese a mi desgracia, es un poema memorable, que nos habla del cuerpo descomponiéndose en el seno de la tierra y de la tiniebla, en el subsuelo habitado por los restos de los muertos, el reino de las almas huidas. Imaginé con pavor una y otra vez aquella situación y mis angustias abismales me hicieron imaginar la permanencia del hálito vital en aquel cuerpo sepulto y putrescente. No obstante, en su versión original -al menos la que llegó a mis manos-, nada se habla del alma sino del cuerpo en estado de progresiva desintegración y dice así:

“Para ti una casa fue construida, antes que nacieras; para ti el polvo fue destinado, antes que salieras de tu madre. No está concluida aún, ni su hondura ha sido medida, ni se sabe aún qué largo tendrá. Ahora te llevo adonde estarás; ahora te mido a ti primero y a la tierra después. Tu casa no es alta, es baja y yacerás ahí... El techo está construido muy cerca de tu pecho. Así habitarás helado en el polvo... Sin puertas es la casa y oscura está dentro; ahí estás fuertemente encarcelado y la muerte tiene la llave. Atroz es esa casa de tierra y terrible habitar allí; habitarás allí y te dividirán los gusanos. Así estás acostado y dejas a tus amigos: ningún amigo irá a visitarte. Nadie irá a ver si te gusta esa casa, nadie abrirá la puerta... Nadie bajará hasta ti porque pronto serás aborrecible para la vista. Porque pronto tu cabeza será despojada de su cabello, y la belleza del cabello se apagará”.

Longfellow tradujo el poema literalmente y él es, en parte y aunque sé que no soy justo, culpable de mi destino. Como muchos mortales aborrecí la muerte por el apego a los dones que me ofreció la vida, pero ante todo me horrorizaba aquella negra posibilidad. Siempre que leía sus líneas agoreras, temía que ese fatal destino se cumpliera en mí.Por un amargo designio, algo que resultaba una coincidencia terrible y malsana, la casa familiar se levantaba al lado del cementerio. Desde mi ventana podía ver la silueta ominosa de los renegridos cipreses, los altivos chapiteles y toda esa patética geografía de tumbas, cruces y estatuas que constituye el malquerido escenario donde la ingrata nos aguarda en el día último. Durante muchos años mantuve las cortinas tiradas, pasé mucho tiempo sin pisar la calle, pero no puede evitar de vez en cuando escuchar los tristes arpegios de las campanas anunciadoras de óbito: un toque un hombre, dos una mujer… Aunque no lo quisiese, alguna vez me cruzaba en la calle con gente enlutada, con procesiones fúnebres o llegaban a mí los rezos de una misa de difuntos en la vieja iglesia del barrio, acontecimientos agoreros, presagios funestos que, abatiéndome, impedían zafarme del mundo de lo definitivo y de mi miedo más profundo.Hubo otro libro, éste médico, que me hundió más si cabe en mi zozobra en él que se presentaban casos documentados de enterrados vivos, pacientes con catalepsia que se habían despertado en el seno de la tierra, en esa oscuridad abisal que tanto temo: un médico prestigioso, un estudio riguroso, la desidia homicida que posiblemente me esperase después del último día; todo ello venía a mi encuentro, para llenar mi vida miserable de mayor angustia, de cenital desesperación. ¡Cuantas pesadillas, cuanta ansiedad, cuanto desespero vino a añadir en las lagrimas negras de mis días!El maldito libro, publicado recientemente, era del Dr. Huber y su título espantoso Despertar en la tumba. Narraciones históricas, ay, cabe imaginar el efecto demoledor que tuvo en una persona como yo, de por sí feble y en estado permanente de terror. No debí leer ni una página del referido infolio, pero es sabido que en los miedos profundos hay una atracción morbosa por aquello que, por otra parte, uno se obstina en evitar. Y así fue, sin poderlo eludir, abrí y leí. Solamente referiré unas notas introductorias, pero serán suficientes para mostrar el pánico que me invadió. Id est:
¡DESPERTAR EN LA TUMBA!
ESTUDIO HISTÓRICO-CIENTÍFICO SOBRE LA MUERTE REAL O SUPUESTA,
por el Prof.Dr. Huber,
Barcelona, MCMXV.

RAZÓN DE ESTE LIBRO
_______¡Despertar en la tumba! Sólo este pensamiento hace temblar al hombre más intrépido, helando la sangre en las venas.
El mes de junio del pasado año, el telégrafo nos transmitía de Venezuela la siguiente noticia:“En Maracaibo ha ocurrido un caso terrible, llenando de consternación a la sociedad venezolana.Se trata de una persona ilustradísima, de lo más granado de la
sociedad de Maracaibo.Ha sido víctima el doctor D. Ricardo Parmiño, Rector de la Universidad Vicente León.Una terrible fiebre tifoidea –según opinión facultativa de médicos sapientísimos- postró en cama al doctor Parmiño. Este sufrió varios ataques, y en uno de ellos quedó muerto. ¡Muerto! –exclamaron a coro los médicos- y la familia doliente procedió a los preparativos para el sepelio, que debía verificarse el mismo día, como en efecto, se verificó.Al ser colocado el cuerpo del doctor Parmiño en el ataúd, abrió dos veces las piernas y otras tantas le fueron cerradas por las personas que le amortajaron.Esas personas sospecharon que el fenómeno obedecía a una contracción “postmortem”, y no dieron importancia al asunto. Horas más tarde, el doctor Parmiño perecía para siempre en la tumba de su familia preso de la más terrible desesperación. Así pudieron comprobar los médicos el cadáver”.
La lectura de este caso, seguido de otros muchos que a mis oídos habían llegado por conductos autorizadísimos, puso definitivamente la pluma en mi mano, después de haber madurado el pensamiento muchos meses y aún años. Es atroz lo que sucede, decía entre mí, e inexplicable la ignorancia y desesperación de las gentes sobre puntos capitalísimos que a todos afectan, absolutamente a todos. La frecuencia del estado de muerta aparente, el número incontable de casos confirmados de entierros prematuros, la horrible sorpresa de un posible despertar en la tumba, no fantástico ni mucho menos, son cuestiones que interesan de un modo excepcional a médicos y a sacerdotes, a las familias y a los particulares, a todos los que un día hemos de morir y podemos ver morir a otros; y, sin embargo, son ¡casi universalmente desconocidas! Confieso que en estos últimos tiempos, algunos hombres eminentes han dado la voz de alerta; -sus luces y datos me han servido; yo se lo agradezco –pero la inmensa mayoría de las gentes lo ignoran y pueden fácilmente saberlo. Esto me ha obligado a vulgarizar –tal ha sido mi ideal primero- lo más práctico, lo más positivo y eficaz que la ciencia conoce, tanto para librarnos del peligro de ser enterrados vivos, como para devolver la vida a un supuesto cadáver, en casos especialmente de accidentes repentinos.
Etc.”
Recibí estas palabras como una puñalada, a la vez que significaron una inapelable confirmación para mi angustia, porque de todo ello resaltaban dos consideraciones: primera, que el entierro prematuro era bastante frecuente y segundo, que normalmente se ignoraba su existencia incluso en el mismo estamento médico. Estaba, pues, como muchos, en grave peligro de pasar por ése desenlace espeluznante. A partir de esa fecha, mi vida, un infierno de por sí, se hizo mucho más sombría de lo que lo había sido anteriormente.Quizás no esté de más decir que me mantuve soltero, porque no podía arrostrar la viva matrimonial, simplemente porque una persona tan aterrorizada como yo nunca podría ser un buen marido ni un buen padre. La clave de mi tiempo la constituyó la literatura y dediqué mi vida a leer y a escribir; publiqué alguna obra, pero nunca me convertí en un autor consagrado. La escritura, empero, me brindó los pocos momentos felices de mi existencia. Además, el patrimonio familiar me permitía vivir sin angosturas y, con todo ello, iba consumiéndome en mi casa, que es, como dijo el romántico español, a la postre el sepulcro de cada uno; dejé pasar los años y, con ello, fue acreciendo en mis horas negras la pérdida y, por tanto, la melancolía, paroxística y máxime, como nunca antes la había sentido. A medida que pasaba el tiempo, fui trazando con mayor angustia y nitidez su forma horrenda, el color y el olor de la fosa, el pavor de los últimos segundos en ése lugar que tanto temí.
Ahora, el gusano de la cárcava roe cerca de mi cabeza, la tierra palpita, sorda e inmensa, como un corazón que se apaga, y la tiniebla, esa sombra bañada de olores profundos, se ensancha y se contrae, al compás del pálpito cetónico; es la antesala definitiva… ¡Nunca me he sentido tan solo! La vida que cesa se recuerda como el apagado aroma de una flor seca, como el primer gran terror que sentí al cerciorarme de la situación, al comprobar que alguien, quizá desconocido por mí, un funcionario más, debió agotar una última posibilidad. Intenté gritar, hacer algo, pero una extraña paz me llevó a considerar que debía mantener la calma para que todo se desvaneciera de la forma más rápida posible... Ahora estoy aquí y nada puedo hacer. Tal vez sí, algo... Debo aprovechar esta calma para ser eficiente. Nada hay en derredor. Nada se ve. Nada se oye. Nada. Pero lo siento, lo siento a él. Está a punto de regresar otra vez y abatirme. Debo darme prisa, ahora que tengo la sensación de encontrarme livianamente solazado, en esta angustia y locura postreras, como cuando estuve en el útero materno. No quiero contemplar otra vez su horrísona faz, oír su eco desesperante; ahora lo siento lejos, pero sé que no tardará en volver. Me acecha desde el centro mismo de la tiniebla y de mí mismo. Estamos solos él y yo, yo y él, el horror y yo. Aunque fui abandonado a la suerte irreparable, mantendré la calma para propiciar el fin. Se acaba el aire muy lentamente y esta angustiante situación parece dilatarse opresivamente; no lo puedo soportar, nadie sería capaz de arrostrar esta angustia. Solo me resta autolesionarme para acabar pronto. Sajaré un dedo con mis dientes y comeré la pulpa, hasta que deje desnuda la falange y con ella me atravesaré la garganta... Oh, un alivio mayor en mi tormento, un camino mejor: el viejo objeto amado que me brindó tan buenos momentos viene ahora a socorrerme, la vieja pluma que guardé en este traje... ¡Ah, está ahí! Espero que pueda aferrarla bien entre mis dedos helados y colocarla en el punto preciso, que no se rompa el plumín, que cumpla rauda su función.








Los pequeños

En el s. XVII, sir Edward Cook dijo que la casa de un hombre era su castillo. La suya, la del hombre de quien trata esta historia, lo fue sin duda. Pero tampoco es menos cierto que cuando el castellano abandona su castillo, lo acaban ocupando las sombras, aunque no sé si alguien escribió anteriormente algo similar. Sin embargo, en su caso, nadie ni yo mismo, que conozco el asunto en mayor detalle que cualquier otro, puede asegurar si fue el hombre quien atrajo a las sombras o éstas se lo llevaron para siempre nadie sabe donde. Fue en diciembre de hace cinco años cuando Álvaro Rosas, mi amigo, desapareció.
Pocos se acuerdan ahora de los singulares acontecimientos, como tampoco creo que le recuerden a él, un tipo raro para la mayoría de la gente del pueblo. Yo puedo referir su historia con bastante exactitud, hasta donde los hechos lo permiten, porque tengo su diario. Me lo entregó el mes anterior a su desaparición y al ver la extrañeza en mi cara, me dijo que me tranquilizase, que no pensaba saltarse la tapa de los sesos. Ni de lejos sospechaba que fuera a esfumarse, aunque estoy seguro que no abandonó este berenjenal por su propia mano. Tampoco creo que ande todavía por el mundo de los vivos y esta afirmación, por extraña que pueda parecer, quedará en bastante medida aclarada a lo largo de estas páginas.
Lo conocí e intimé con él, en el grado en que su carácter reservado lo permitió, pero ciertamente me hizo partícipe de confidencias que ningún otro sabe. Puede decirse que crecimos juntos; fuimos a la misma escuela, jugamos de niños y, después, aún en sus tiempos de mayor enclaustramiento, le vi alguna vez y hablamos largamente. Apenas pisó la calle en los últimos años de su vida, pero nadie sospechó nada, porque todavía era un hombre bastante joven y aparentemente gozaba de buena salud, antes de que sucediese aquel extraño, llamémosle, desenlace.
El y la casa eran uno, ya lo supo cuando era muy niño. A edad tan temprana tuvo el convencimiento de que algo insólito les unía, que existía un vínculo extraordinario de dependencia entre él y las cosas de su pequeño universo, que había vida en todo, que discurría al unísono con la suya, dentro de un orden necesario. Muchos sabios han intentado explicar este fenómeno universal y se encuentran a nuestra disposición estudios eruditos sobre dicho conocimiento, pero algunas personas especiales llegan a tener un conocimiento sin experiencia, es decir intuitivo, relativo a ciertas regularidades esenciales de la vida y de las cosas del mundo; por ello, nada le sucedía a Álvaro que no tuviera su eco en los viejos muros o en las cerradas sombras del jardín y, por lo demás, fue reafirmándose paulatinamente en el credo de que la casa y la pequeña vida que la habitaba poseía una especie de hálito propio y significativo, que sin embargo le concernía: desde el soso roer de la carcoma de la vieja madera hasta la telúrica musaraña que acechaba en su hura en el seno húmedo y frío de la tierra. Había algo más, no obstante, que por mucho tiempo fue incapaz de definir y que gradualmente fue tomando forma en las fantasías de su mente inocente y a través de las leyendas que, junto al hogar, su abuela le contaba, historia antiguas que ella había conocido por la madre de su madre y ésta por la suya propia. Comenzó a aceptar el rancio dogma de que algo antiguo podía tener algo de verdad, pero si era muy antiguo bien pudiera ser completamente cierto.
En realidad, más que saber todo esto, él lo vivía, porque aún su intelecto no estaba estructurado al modo de los adultos y mucho me temo que mis palabras vengan a empañar bastante el espíritu esencial de los hechos; sea como fuere, entre el gris común del día a día, de las aburridas tareas escolares, de los juegos casi siempre solitarios, cuando su vida transcurría hacia la adolescencia y la etapa adulta, de vez en cuando fue percibiendo fenómenos que le afirmaron en sus anticipaciones, todavía invadidas por el miedo primordial, insinuándole poderosamente que había algo más, que se enhebraba con su existencia, y que tenía una forma concreta y poseía una finalidad entonces apenas prefigurada.
Donde más sentía el niño esa presencia era en el Jardín, en las horas vespertinas, cuando el sol declinaba, anticipando el crepúsculo, pero especialmente con la llegada de la noche. Entonces, la casa se llenaba de una vida misteriosa, que bullía en el fondo de la chimenea, en el interior de los pesados armarios y alacenas, detrás de los libros de la gran biblioteca de su abuelo materno y aunque el miedo le podía, movido por un deseo irrefrenable y mientras sus padres dormían, bajaba a la primera planta de la vieja casa, para intentar descubrir algo en la tiniebla densa. Durante muchos años nada sucedió, hasta que un día creyó ver algo. Sin embargo, ese asunto lo reservo para más tarde.
Antes tengo que contar que habitualmente tenía la impresión de ser observado mientras jugaba en el jardín atardecido. Se sintió horrorizado, porque su mente infantil no distinguía todavía entre la conseja y la realidad cruda. Un gran portón que se cerraba detrás de la cocina separaba el jardín de la vieja casa, circuido por altos muros que llevaban a las antiguas cuadras, donde los arreos de su padre descansaban después del trabajo; estaba muy cuidado, pero todo en él, desde los geranios a las campanillas anaranjadas del emparrado, era tupido, cargado, palpitante. Entre las macetas podía oír el deslizarse de la lombriz en el interior de la tierra o de la babosa en su superficie, los correteos y susurros de los seres diminutos que iban y venían, que nacían y morían en un ciclo natural inevitable. No era grande el jardín, pero en él era todo tan denso que parecía concentrar entre sus plantas toda la pequeña vida del universo, y cuando los haces de luz trémula se colaban entre la bóveda verde naranja, parecían traer la totalidad de la luz del mundo. De adulto leería, sobre todo en primavera y en verano, bajo ese techo natural, mientras en la casa su madre iba y venía con sus faenas domésticas.
Fue a los diez años de edad, durante una tarde gris y melancólica cuando tuvo un atisbo, de una forma hosca y pequeña, que se escondía entre los frondosos helechos. El miedo no le impidió ir a ver, pero no pudo encontrar nada. Ese paso fue el empuje que la faltaba para intentar verlos, porque desde ese momento tuvo la certeza de que había alguien más o muchos más en la casa, y con el tiempo y los estudios creyó que la habitaban desde mucho antes de que él naciera, que quizás vinieron desde lo más profundo de la tierra o de las montañas o tal vez del bosque, y que seguirían allí cuando él muriera.
Desde entonces redobló sus rondas nocturnas por la casa y el jardín, por si los llegaba a ver. También apremió incesantemente a su abuela para acallar sus dudas y su miedo. La anciana representaba una figura matriarcal por excelencia. Ya desde niña había impuesto su dicterio y estaba acostumbrada a ser obedecida. El niño la veneraba, adoraba aquella figura cenceña, digna y mayestática, que encendía velas en los días de tormenta, que rezaba el rosario por las tardes y que le contaba cuentos e historias asombrosas, cuando se sentaban solos en la mesa camilla, junto al ventanal, al calor de brasero. Pero sobre todo, la abuela creía en ellos, aseguraba que habían duendes en el valle, que se escondían en el interior de la tierra o entre la vegetación, a los que llamaba lluendos. Traviesos y juguetones por naturaleza, al amparo de la noche, entraban en las casas introduciéndose por las cerraduras de las puertas y se regodeaban vertiendo la sal, cambiando los objetos de sitio, aunque a veces preparaban la comida o proporcionaban alimentos a la gente necesitada, manifestando una doble relación con el ser humano, jocunda la una, altruista y benefactora la otra. Nunca se comunicó, de su parte, una acción perversa.
Cuando durante las noches oía ruidos en la casa, sobre todo en la parte baja, ecos propios de las construcciones antiguas, de la madera, de los muros viejos, no podía evitar bajar las escaleras excitado, con la luz de un pequeño cirio, caminando muy despacio, los ojos abiertos como platos, a la espera de descubrir alguno de aquellos seres maravillosos. En una segunda ocasión creyó oír un liviano cascabeleo y adivinar, al pie de la mesa del comedor, una figura diminuta, con unas orejillas puntiagudas y unos astutos ojitos ambarinos debajo de un gorrito pintoresco. Fue un segundo, por lo cual nunca estuvo seguro de lo sus ojos contemplaron. En realidad, nunca lograba verlos, pero confiaba en que llegaría el día en que se propiciaría el encuentro.
Pocos viajes hizo a lo largo de su vida, por lo que no pocos se sorprendieron al descubrir alguna vez su fotografía en los periódicos provinciales primero y nacionales después, en los suplementos culturales, que constataban su categoría como escritor. El éxito literario apenas rozó su vida aislada, en aquella casa inmensa en la que vivió solo cuando murió su madre, cuando él tenía treinta y nueve años. La casa que cada vez se parecía más una biblioteca, era el lugar apropiado para un alma sensible y profunda como la suya, que pronto concitó a su alrededor ese negro rencor contra la excelencia que emponzoña al país. Casi todos dejaron de saludarlo en las escasísimas ocasiones que salía a la calle.
En ese tiempo, yo trabajaba en la capital y, salvo en Navidades o en Verano, eran escasas las veces que iba al pueblo. En cada ocasión, algún vecino común me comentada que cada vez resultaba más raro verle, que no sabían nada de él, aunque de noche se veían luces encendidas en la casa o alguien decía haberle visto en el exterior fumando un pitillo a altas horas de la noche. Según parecía, una familiar se encargada de llevar comida a la casa una vez por semana.
Finalmente, por el año cincuenta y ocho, pasaron muchas semanas sin que se supiese nada mi amigo y cuando este vecino se percató del hecho, temiéndose lo peor, fue al ayuntamiento a exponer sus sospechas ante el alcalde. Cuando éste y el médico, acompañados por el guardia municipal, entraron, hallaron la casa deshabitada, ocupada por el polvo y el silencio. Les llamó la atención aquella gran cantidad de libros abiertos en el viejo escritorio, con anotaciones múltiples en las páginas y los extraños signos en un cuaderno de notas, obras todas ellas que versaban sobre el folklore, los mitos y temas poco accesibles a la gente normal. Por mucho que se investigó, nunca se volvió a saber de él. He hecho mis cábalas al respecto, pero me las guardaré para mi coleto y cada cuál puede hacer las suyas; como dije al principio, un viaje errático o la misma muerte no me parecen probables, máxime cuando abro su diario por la última página y leo:

24 de diciembre de 19…: Ahora sé que no fue un sueño. Una voz desconocida me llamó desde el jardín y fui allí sin pensármelo dos veces. Entonces, lo ví; fue, en todo caso, una visión fugaz: unos ojos lucientes y extraños. Sin embargo, le oí antes de verle, una aspiración demasiado fuerte para ser humana e inmediatamente después, con la rapidez de un relámpago, la mirada amarilla, un áspero muslo y unos rasgos de insensatez y misterio, todo él una forma entretejida con los recuerdos más recónditos. Entonces, me vinieron a la mente los versos de Crowley: “Estremécete con el muelle deseo de la luz…” Después, creo que me dormí. Caí en un profundísimo sueño, del que no pudo arrancarme el insistente despertador. Abrí los ojos a las siete de la tarde del día siguiente. Esa noche soñé que era un ciervo corriendo en la espesura.
El ser del jardín me habló en una extraña lengua, que yo entendí a la perfección, y no solo eso, sino que me resultaba tan familiar como la mía propia, como si la hubiera escuchado toda mi vida. El final se acerca, debo esperar.

Ars Magna

Los enterradores de nuestra ciudad construyen panteones gigantescos. Es habitual que las enciclopedias lo citen y remarquen nuestra costumbre como un acontecimiento de primer orden. Y no se tiene cuenta la escala social, ni la reputación que haya conseguido el fallecido en vida: las leyes que rigen para atribuir la propiedad del panteón son las que el propio azar maneja.El sorteo suele celebrarse con tiempo suficiente. Así, cuando el elegido nace, los enterradores ya han acabado la obra. Es antes, en el momento en que se está gestando el número 1.403 (si suponemos que ha sido el ganador), cuando los encargados dan las listas de materiales que esclavizan a los obreros durante días. Los estudiosos no adivinan el motivo que generó esa costumbre. Están más preocupados por servir a la monarquía y tenernos bien divididos, cada uno realizando el trabajo para el que nacimos, que en adivinar nuestros orígenes…Esperamos el día del fallecimiento. Intentamos, eso sí, que no tenga conocimiento. Nunca se le dice "para ti este panteón". Sospechan. Pero disimulamos el conocer su destino. En nuestras normas está penado revelarle el futuro (matar también) y se le evita ese trance. Cuando muere, lo llevamos al monumento. En cortejo fúnebre y lamentado, caminamos en fila india. Rezamos por él. Se le llora. Y esperamos. Siempre nos ha fascinado la destrucción. En realidad somos un pueblo violento y despiadado, lleno de odio. Y hasta que el pie del hombre no vapulea con una patada el panteón que hemos construido, pasamos las horas impacientes y pensando en el próximo sorteo.
...
Por IHB
...

Salvador Alario Bataller

Lugar:
Avda, Blasco Ibáñez, nº.126, 6º, 28ª Valencia 46022 Spain

Teléfono:
963724197

E-mail:
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OBRA PUBLICADA A)CIENTÍFICA: 8 libros de Psicoterapia y Sexología (editorial Promolibro, valencia). 36 artículos especializados en diversas revistas (redactor de Cuadernos de Medicina Psicosomática y Psiquiatría de Enlace, www.editorialmedica.com, y los artículos y otros textos se relacionan en la web). B)NARRATIVA: “La conciencia de la bestia”, edición privada, finalista (de los 15 finalistas) del Premio Planeta de Novela de 1997. “La ciudad desvanecida”, relato seleccionado por concurso de la revista Escribir y Publicar en su editorial Grafein Ediciones, Colección Escritura Creativa, integrante del volumen de cuentos ASI ESCRIBO MI CIUDAD (2001). “Descensus ad Inferos”, lo mismo que antes, pero este cuento pertenece al libro de cuentos “32 MANERAS DE ESCRIBIR UN VIAJE” , Grafein Ediciones (2002). “Maltidos. La Biblioteca olvidada”, Iván Humanes Bespín y Salvador Alario Bataller, Grafein Ediciones, Barcelona, (2.006). "101 coños, Ilustraciones y breves" (2008), Carlos Maza Serneguet, Salvador Alario Bataller e Iván Humanes Bespín. Ilustraciones de Vanesa Domingo Montón, Grafein Ediciones, Barcelona. "Antología Iberoamericana de MIcrorelatos" (2008),coautor, Ediciones Lord Byron, Madrid (en prensa) La acre lácrima (2006), novela, en http://www.lulu.com/alario7 Un estudio crítico del Necronomicón Apócrifo (2006), ensayo, en http://www.lulu.com/alario7 Las aventuras carpatianas del profesor Exhorbitus (2006), novela, autoedición, en http://www.lulu.com/alario7 Astrum Argentum . La vara del mago (biografía novelada de Aleister Crowley) (2006), novela, en www.lulu.com, en http://www.lulu.com/alario7 El murciélago monstruoso (2006), novela, en http://www.lulu.com/alario7 Nunca volví de cuba (2007), novela, en www.lulu.com, http://www.lulu.com/alario7 Cuentos en www.narrativas.com: Espejos (2007), Los pequeños (2007). La angustia última (2008). Lo que trajo la noche (2008). OBRA INÉDITA: Las nocturnidades de don Arturo del Grial, (2002), novela. Los ojos del moro (2003), novela. El doctor amor y las mujeres (2006), novela. La trama sináptica (2007), novela. Historias de amor, muerte y trascendencia (2007), novelas (dos novelas breves relacionadas). Los estados intestinales (2007), novela. Cuando cazaba pelos (2008), novela breve Cuentos completos (1999-2008) Blogs: http://clinica-psicomedica.iespana.es http://alario1.blogspot.com http://undostrescuentos.blogspot.com http://undostrescuentos2.blogspot.com http://elloboylaluna.blogspot.com http://lasnocturnidades.blogspot.com http://nohaymentesincerebro.blogspot.com
 

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