Découvrez la Radio Jazz vocal


Salvador Alario Bataller
El Dr. Amor y las mujeres
Capítulos
 

-A partir de las doce de la noche, como cada viernes, una algarabía de música y risotadas retumbó de nuevo en toda la casa. La nocturnidad de un Eros torcido, difuso como poco, acababa de comenzar. Pero aquel fin de semana, la parroquia era muy superior a la habitual, puesto que en la ciudad había empezado la Feria de Muestras y una barahúnda de empresarios y gentes del ramo acudieron a la Casa Rosada como abejas a la miel.
    >>El salón, con su larga barra donde seis camareros servían copas, era inmenso y constantemente se ofrecían sesiones de estriptease, que ayudaban mucho a caldear un ambiente ya de por sí caliente. Las chicas, más de setenta aquella noche dada la concurrencia masiva de clientes por la razón mencionada, trataban de acaramelarlos y de vez en cuando alguna subía a las habitaciones del hotel. Oí a muchas de ellas decir a los hombres que practicaban el griego, lo cual facilitaba el sí, porque éste y la felación son generalmente las dos prácticas sexuales más deseadas por el género masculino. Aquella noche la caja sería escandalosa.
    >>Después de las dos de la madrugada, el salón parecía un hervidero de hormigas; la gente se hacinaba como sardinas, apretujando hasta la inmovilidad aquellos que se alineaban en la barra frente a las hileras de botellas. Funcionaban las cinco tarimas de estriptease, las chicas subían incesantemente a los reservados, el alcohol corría a ríos. Junto a mí, a Román se le dilataba la sonrisa como un viejo diablo. Cada vez me gustaba más la vida de la casa.
    >>La gobernanta era, sin duda, uno de los reclamos más fuertes del local, pese a su edad madura -una mujer muy guapa y exuberante- y a sus pésimos modales y lengua de carretero. Se la conocía y se la toleraba, porque era graciosa, muy procaz y demasiado bella. Por su parte, Román, elegante y un tanto engolado,  iba y venía entre la gente, hablando con unos y con otros. Siempre hablaba con una voz bien timbrada, reflejo claro de su seguridad y de su fuerte personalidad.
    >>Román y yo habíamos acabado trabando cierta amistad. Era honesto e inteligente, de carácter agradable, motivos más que suficientes para que le ofreciese mi mano. Aquella tarde, me había hecho una confidencia muy personal, que agradecí porque demostraba la confianza que me tenía y aumentaba el mutuo conocimiento.  Habíamos terminado de cenar en el restaurante de la casa, donde ciertamente se comía de maravilla, y estábamos en la sobremesa, saboreando un buen café y un coñac excelente. Nunca le había hecho aquella pregunta, pese a ser lógica, debido a que hasta entonces no teníamos la confianza suficiente; así que le pregunté:
    -¿Te habrás puesto las botas con tanta chica? Aparte de la cantidad y la disponibilidad de tanta bella mujer, he observado que te llevas estupendamente con toda ellas, lo cual es lógico, dado tu buen carácter.
    El me dirigió una mirada alacre y me contestó que todo lo contrario, ni una sola vez, simple y llanamente porque me gustan los hombres. ¿Qué te parece?, me inquirió después. Le dije que bien, simplemente. Se me quedó mirando fijamente, como quien espera más.
    -Yo siempre he sido partidario de la libertad de costumbres, vive y deja vivir. La opción sexual que uno tenga es cosa propia. Nada más.
-En efecto.
-Como en cualquier tipo de relación sexual, yo siempre he entendido que es preferible que el sexo sea el lado físico de una relación sentimental, de cariño o de amor. A mí es que el sexo por el sexo nunca me ha agradado, me parece algo subhumano. Ciertamente, he de confesarte que tuve muchas mujeres en mi vida, pero todas fueron relaciones largas. En muy pocas ocasiones me deje llevar por el mero apetito sexual.
    Dijo que me comprendía perfectamente, y que pensaba igual que yo.
    Entonces me contó esa parte de la historia de su vida. Solo tuvo un amor, Ramiro, uno de los camareros del restaurante. La cosa sucedió hacía ya veinte años. El tenía cuarenta y el chico veinte cumplidos. Ramiro era un chicarrón de un metro noventa y ciento veinte quilos de peso, más fornido que un toro, un titán por su fuerza y de carácter fuerte, inteligente y trabajador como el que más, aunque un tanto atolondrado por su juventud. Tuvieron una relación de cinco años, aunque el muchacho no reparaba a la hora de beneficiarse de alguna muchachita del local. Román lo sabía, pero no le importaba porque era consciente que con esas licencias era la única manera de mantenerle a su lado. Sin embargo, Ramiro se aburría en el trabajo y en la localidad, por lo que decidió marchar a Barcelona a buscar aventura y la posibilidad de una vida mejor. Dijo que se enmohecía entre las paredes de la Casa Rosada.
    -La verdad es que no me quería –dijo Román triste-. En cambio, para mí fue mi primer y único amor, el gran amor de mi vida. Hay ocasiones donde se produce una química especial y lo que sentí por él no lo he vuelto a experimentar ni por aproximación. Sufrí mucho cuando se fue, estuve tres años casi como muerto y solamente el trabajo, la compañía de los libros, de su hermano y la calidez de las chicas impidieron que me hundiera en una depresión profunda. Así que poco a poco fui levantando cabeza y volví a ser el hombre de siempre. Yo no soy una persona promiscua y tampoco la vida me brindó un segundo amor. De hecho nunca tuve otro contacto carnal, ni con hombre ni con mujer, y para sujetar al duende erótico apliqué la regla de Joyce, mi mano fue mi novia.
    El único recuerdo que quedaba de su Ramirín, como solía llamarle el encargado, en la casa consistía en un magnífico daguerrotipo donde se veían ambos, al modo tradicional: Román sentado en una silla, la expresión suave; Ramiro estaba de pie, alto, fornido, bien mozo, la mirada severa, la mano derecha sobre el hombro de su compañero. En un primer análisis, tal vez simplista, quedaban claros los roles.
    Después de cenar y de tomarnos un buen coñac y fumar unos cigarros habanos, nos fuimos al club, que es donde estábamos ahora. Me sentía cansado y aún tenía algunos asuntos pendientes en mi despacho. Así que decidí marcharme.
    -Bueno, caballero, por hoy ya tengo bastante –dije-. Es tarde y aún tengo cosas que hacer. Si quieres antes tomaremos una copa en el pub (había un local de estas características aledaño al restaurante) y nos vemos mañana.
    -Está bien.
    Mediado el trago, miré el reloj. Se había hecho muy tarde y tuve que arrear para Valencia a las volandas.


Durante un tiempo, pese a mis sentimiento verdaderos,  el coqueteo con aquel puto mundo –nunca mejor dicho- me ayudó a sobrellevar la angustia, tanto por lo particular de la situación como por las historias que la experiencia me brindó para escribir, tolerando a duras penas el estropicio en que se estaba convirtiendo mi vida.
    Sandra, aquella real hembra vocinglera y estrogénica al mil por mil se convirtió algunas veladas en mi acompañante y confidente, cicerone hermoso de lo que escondía la bruma azulada de la trastienda de la casa Rosada.
    No siempre encaraba de primeras los lanceolados ojos de aquella fiera indómita, por la mera imposición de sus carnes estupendas y por su carácter desapacible, porque era, como se definía, “una tía de coño duro” y ese tipo de hembra siempre me soliviantó. Estaba acostumbrada a tratar mal a los hombres porque en un pasado ellos la trataron mal y, aún con aquellos con que tenía respeto, no podía disimilar un rasgo despectivo y acibarado. Incluso el mismo Román se asombraba de mi relación con ella, la que, según él, tenía comiendo en la palma de mi mano. Sin embargo, yo no estaba acostumbrado a ese tipo de mujer. Por tal razón, no intimé con ella, aunque hubo ocasión de hacer más que buenas migas y me limité a tener una relación meramente profesional, de jefe y empleada.
    Aquel día estaba también abrasándome en un limbo de indecisión del quiero y no debo, cuando Sandra, con sus esplendorosas pechugas adelantándosele en el espacio y el tiempo, me indicó con tono confidencial.
    Hoy tendrá ocasión de ver una cosa buena, esperé un rato y ya verá.
    Dicho esto se fue a provocar a unos clientes que se acodaban en la atestaba barra, junto a un nutrido grupo que babeaban ante las carnes de una joven checa que hacía un streaptease al compás de una música de moda. Miré en derredor, el local estaba abarrotado y las chicas iban y venían asediando a los incautos.
    Sandra hablaba casi siempre con los habituales, a los cuales provocaba groseramente y trataba como a perros. La conocían y le seguían el rollo, riéndose sonoramente. No obstante, Román me comentó que Sandra era puro fuego, que hacer el amor con ella –según la opinión general de los clientes, claro- resultaba una experiencia pletórica e inolvidable. De hecho, cuando se lo proponía, pocos eran los que podían resistirse a las artes inverosímiles de aquella dama babilónica. A sus destrezas meretrices tanto le daban el cañón del artillero que el pistolín del fullero, porque a todos les sacaba partido con justeza. El tremebundo espectáculo de su semidesnudez quitaba el aliento al general y eran pocos los que no suspiraban por aquellas carnes excelentes, por la poderosa fascinación que provocaba en todos los hombres, especialmente en los más apocados e irresolutos, a los que más gustaba despabilar. Siempre pensé que más que el gusto por este comedido, lo que en realidad le agradaba estribaba en disfrutar de la incompetencia y zozobra de un hombre vacilante.
    Sobre todo a partir de los viernes, irrumpía en la casa una multitud intempestiva que buscaba en aquellas artes milenarias el efímero desahogo para sus vidas secas y apagadas, aquello que sus mujeres descontentas les negaban habitualmente cuando no de modo radical. Aquella plebe, más zafia y colgada que desquiciada y perversa, representaba el sustento del negocio, por lo cual los camareros y las chicas los trataban lo mejor que podían, exceptuando Sandra, que era, como sabemos ya, caso aparte.
    En el tiempo que estuve en la casa, nunca contemplé ninguna pelea, ningún follón, porque si algo bueno tenía aquella gente era la determinación de ir a lo suyo, consistente en tener sexo y nada más, fuera de pendencias y altercados.   
    Aquella oportunidad que Román y Sandra me ofrecieron un día, constituía una enorme tentación para un escritor, por lo menos para uno tan atípico como yo; si se gustaba de lo erótico, sin la menor duda, constituía en asunto excitante y de gran interés.
    No sé si lo dije anteriormente, pero en todo caso lo hago aquí: los sábados por la noche, pasadas las tres, cuando el local teóricamente cerraba y se iba la clientela normal, acudían ciertos personajes especiales para saciar sus apetitos insólitos. En todas las habitaciones había mirillas o espejos ciegos, que dejaban ver cuanto pasaba en el interior y, os lo puedo asegurar, que no era poco ni malo. Así que, después de que Román me abriese las puertas de los secretos de la casa Rosada y fuese el mejor baquiano, eso sí lo dije con anterioridad, resolví en historias cortas las experiencias bizarras que tuve ocasión de observar y que paso a ofrecer cada cual con su título correspondiente. La siguiente la llamaremos...



EL POLÍTICO DE PRO

Da igual que fuera de derechas o de izquierdas, lo que sí interesa es que el individuo era uno de los políticos de más raigambre del país y que había ostentado puestos de gran poder e influencia. Estaba todavía activo pese a ser largamente sexagenario y, además, se presentaba aquel año a unas elecciones cuya referencia no diré.
Se llamaba don Amaranto Rodríguez Palacios, como yo me llamo Amador Amor Amado. Se supondrá que ambos nombres son falsos, aunque lo que importa es la historia. Bien, esa misma tarde le había visto en un mitin en la capital. Me encontraba en una terraza tomando un café en la Avenida del Marqués del Turia, cuando observé que, como salido de la nada, el aire se llenó de un rumor sordo que provenía de una turba de gente, facsímiles humanoides de difícil clasifición, que iba ocupando la arboleda, donde habían levantado un palco y se veían muchas banderas con determinadas siglas políticas. Un tipo astroso avanzaba envuelto por la algazara del populacho. Subió a la tribuna y soltó tal sartal de soflamas, que no pude terminar el café y salí de allí como alma que lleva al diablo. Cual no sería mi sorpresa cuando vi al personaje embebido en su particular menester en la Habitación Lila. Pero antes de entrar en esos delicados pormenores, recordé que aquella cara de simio no era la primera vez que la veía, que antes ya le conocía, no en la casa Rosada, sino bastantes meses antes de que a que se destapasen públicamente sus manejos políticos. Sé que hay pocos hombres que, en este mundo materialista y mediocre, y ante ofertas tentadoras, no lleguen a plantearse la dejación de sus ideales (no pocos se deshacen de ellos como quien arroja un pitillo). Lo que sucedía en el tipo referido,  radicaba en que simplemente no los tenía. Como la mayoría, se había dedicado a la política para lucrarse. Es decir, como siempre, actuaron a humo de pajas (sin seriedad), sin cumplir con lo prometido, dedicándose solamente a beneficiarse de su sinecura. Pruebas de cu corrupción había una plétora y se habían denunciado desde antes del dos mil, pero ahí seguía el fulano, libre y jodiendo, cuando, de existir justicia y tener los huevos que se debe tener, lo habrían quitado del mapa a base de varazos entre cuello y espalda. Se echaba faltar una barbaridad la alta figura del cazador del políticos.
Cuando le conocí, representaba el borrachuzo vernáculo, acaudalado y fanfarrón, fantasma y pendenciero de espaldas cubiertas, que se le aguantaba en el local porque aún no había sobrepasado el límite permitido por el exceso y debido a la gran cantidad de plata que dilapidaba en sus juergas. Iba seguido por un séquito de aduladores y dipsómanos, y de su inseparable guardaespaldas; fuera del grupo tóxico nadie le toleraba, ya que resultaba insoportable su continuo blasonar de que era el mejor en todo.  Cuando estaba sobrio, iba dándose golpes en el pecho, despotricando entre los íntimos acerca de los desastres del mundo, de puertas afuera intentando ser el más liberal entre los liberales. Quienes le conocían bien sabían que era un ser que se sentía inferior, despreciable y acomplejado, que a duras penas cargaba con el estrago de su vida -que solamente el alcohol ayudaba a sobrellevar-, que cualquier cosa que tuviese para él el mínimo alejamiento de las costumbres, la calificaba de pudenda, aunque con el duende etílico su mente se desbaratase y su comportamiento desconociese barreras. En suma, cuadraba al cien por cien con el morfotipo nacional de la maricomplejines que magistralmente ha definido un valiente periodista español. Suelen abundar en la derecha, aunque nuestra caca era, o decía ser, de los rogelios.
Siempre sucedía lo mismo: aquella autoridad enana llegaba ya atarantado por la cazalla cuando se presentaba en la Casa Rosada. Los muchos rones que tomaba después, siempre con cola, disparaban irremediablemente el espectáculo. Después de hacer el ridículo y soltar un retal de barbaridades, se quedaba acalambrado, minutos antes de ser barrido por el síncope. En ese tiempo se habría tomado más de quince copas. Como solían venir en taxi, debido a que un control de alcoholemia les hubiera significado la presumible retirada del carné, cuando el individuo volvía en sí, el Mercedes negro del negocio, chofer con gorra de plato incluido, le llevaba a casa, con sus cuatro perros falderos.
El tipo se maliciaba siempre que se sentía observado, metiendo malos pensamientos y asechanzas en las cabezas de los demás.  A veces, trataba de liarse a golpes, pero sus acompañantes lo impedían, sobre todo Alameda, quien se ocupaba de aquellos que querían romperle la cara, cosa que en más de una ocasión se mereció. El problema solía solucionarse invitando unas copas a los ofendidos y allí no había pasado nada. De no estar protegido por el matón y el dinero, el fulano hubiera podido acabar tirado en cualquier esquina.
Uno que le conocía  bien, su hermano, que le acompañaba frecuentemente y a quien los tragos soltaban las lengua, me contó que, a la mañana siguiente de las fiestas, todo adolorido por el flagelo etílico, se levantaba dando tumbos, blasfemando como un demonio, con el aliento apestando a muerto, recriminándose los excesos, reiterando propósitos de enmienda que nunca cumpliría. Dijo de él su sangre que era un pendejo, un botarate y un trasto. Siempre con un tono de voz bajo, evidentemente para que nadie le oyese (lo que no resultaba probable dado lo ruidoso del local), me confidenció que en otros lares, con otras drogas y distintas gentes, más de una vez le agrandaron el cero, por mucho que se empeñase en tener amnesia.
En más de una ocasión, Alameda le sacó de un grave apuro y no conoció el filo del cuchillo porque éste se retuvo ante el cañón de la pistola. Hubo una vez en que tuvo suerte, simplemente porque estaba en la Casa Rosada y porque el que le hubiera apretado las cuentas no era hombre de matar a nadie, aunque sí valiente y con redaños. Esa fue además la vez que vi al guardaespaldas cagarse de puro miedo.
La cosa sucedió hace un par de semanas, cuando se propasó con Ramirín, el cual, al final explotó. Creo que se metió hasta con su madre y el joven saltó la barra como un atleta, pese a su gran corpulencia, y fue a ajustarle las cuentas al politicastro, que comenzó a recular muerto de miedo. En eso, Alameda trató de protegerle, pero cuando vio lo que tenía ante sí, lo que aquellos puños podían hacer con su carátula de engendro, algo se le aflojó raudo dentro.  Una torcedura de miedo puro le quebró los labios cuando oyó aquel bufido de toro y la mole colosal que se le venía encima, y salvó la situación dando voces, y arrastrando a su jefe al exterior, con la apariencia de quien salva la vez de manera rauda y brusca, cuando lo que salvaguardaba era el propio pellejo; pero la realidad fue que se achantó de golpe ante Ramirín, ante  el odio enorme que destilaba su mirada, amilanándose como una nenaza. Aquella humillación la llevaba dentro desde entonces, era la primera vez que le acojonaban y, además,  había un tipo al cual no le buscaría las pulgas.
Volviendo a lo que inició esta historia, al igual que en muchas cosas de la vida, también en el sexo los temas son múltiples y el interés diverso. Así era el caso para nuestro político ejemplar: su pasión consistía en ser flagelado e insultado por una dama fuerte y altiva, hasta que el dolor y la excitación le llevaban a derrumbarse sobre la alfombra con un sentimiento de relajo absoluto. En mejores mentes, al decir de los entendidos y expertos, tal hábito puede brindar una experiencia excelsa, un arrebato hedonístico fuera de los límites de los consuetudinario, una pasión que solamente los elegidos por ese especial Eros pueden llegar a entender en toda su complitud.
Sea como fuere y soslayando reservas personales, agregar que era Petra, una chica de la tierra, fuerte como un arriero, quien se encargaba de satisfacerle y lo hacía por un motivo concreto. Yo sabía de buena tinta que odiaba a los hombres, porque las responsabilizaba de la muerte unos años hacía ya de la única hermana que tuvo, y el hacerlo sobre una personalidad poderosa y destacada, le redoblaba el placer. El espectáculo era tremendo, no ya tanto las bestiales palabras, los insultos oceánicos, sino la violencia con que aquella teutona descargaba la verga de toro hasta ensangrentar las nalgas de la piltrafa que se lo agradecía y bendecía.
La flagelación representaba una actividad que arrancaba de la edad media y que fue ampliamente aplicada en colegios y cuarteles, y llevada a cabo en la intimidad de la vida sexual recibió el nombre de Gusto Bizarro. Una vez acabada la soberana palizada, el tipo, nuestro político de pro, de rodillas, con lágrimas en los ojos, manifestaba su amor por la castigadora, abrumado por la excitación, mientras recibía de ella escupitajos en la cara. Le rogaba una próxima sesión y ella se la negaba, dejándole así más angustiado y sumiso hasta que, pasadas dos semanas, el individuo volviese a la casa para recibir una mejor ración y pagar por ello un más alto precio.
Soslayando interpretaciones, el capítulo del sadismo y del masoquismo representan la mayor parte quizás de la casuística de clínicas y narrativa y, entre los ilustres, han sido mencionados antes figuras de la talla de Swinbourne, Proust o Lawrence de Arabia.
La verdad sea dicha: no es que esas desviaciones sexuales representasen casos extremos de las patologías de su especie, sino que el mayor valor de las mismas y lo que más me conmovió es poder presenciarlas sin que antes ni lo llegase a imaginar, en una situación de campo (observación directa sobre la realidad, con los registros correspondientes, definiéndolo de una manera muy genérica) y en personajes de carne y hueso, lo cual resulta siempre mucho más impactante que cualquier relato clínico o novelesco que uno pueda leer.
    De todos modos, me pareció muy interesante, exponer estos retazos de vida a modo de microrelatos, alejados del modo prosístico convencional, lo que a veces, según creía, podía resultar farragoso. De todos modos, le dije, a Gabriel que ahí los tenía a su entera disposición y que si resolvía incorporarlos a su libro, tenía plena libertad para hacerlo.

Como quedó claro en páginas anteriores, Ramirín había vuelto. Harto de estrógenos, de vivir sin norte, y de la libertad que nunca tuvo ni pudo alcanzar, el antiguo amante de Baco, el oficiante en múltiples altares de Eros, el amigo de Román, había regresado de su periplo por el mundo, sin avisar, tan inesperadamente como se había marchado veinte años atrás. Fue el mismo secretario quien le abrió la puerta, un viernes de Mayo a las siete de la tarde. Era como si el tiempo no hubiese pasado, allí estaba, tan grande y fuerte como un oso, cuarentón sí, porque el tiempo no se detiene, la camisa tejana arremangada y desabrochada, mostrando el amplio pecho de lobo, con sus casi dos metros de músculo puro, salvo que ahora se había rapado la cabeza –lucía en el centro una cresta de pelo hirsuto, decolorado además, como un pawnee- y llevaba anillos en las orejas, pero su aspecto resultaba    tan grave como de costumbre. Los ojos del anciano amante brillaban por unas lágrimas que se esforzaba en reprimir, cuando le dijo:
    -Arriba, sobre la mesita de noche te dejaste el tabaco y el mechero.
    -Está bien –fue cuanto respondió el hombretón y se introdujo en la casa con una maletilla donde llevaba los cuatro restos de su vida.
    Eso fue todo, de momento. En ese día y durante el siguiente,  apenas hablaron, se limitaron a comer, a beber, a fumar mucho, a observarse mutuamente de soslayo mientras se ocupaban en sus distintas tareas, tal vez por vergüenza en un caso,  y en el otro por la mudez nacida del retorno de una esperanza. Siguieron juntos, como amigos, más no lo sé, cada cual con lo suyo, pero yo siempre los vi contentos y cercanos en el tiempo que compartimos en la casa.
Hablamos en alguna ocasión sobre los años que Ramiro había pasado fuera de la Casa Rosada. Había llevado una vida errátil, saltando de flor en flor, haciendo mil trabajos distintos, gastando cuanto ganaba en las disoluciones que gustan a los hombres hasta que, próximo a los cuarenta, sin un duro y completamente desencantado, decidió volver al hogar. Incluso pasó cerca de dos años en el sur de Francia, donde cohabitó con una mujer. Al principio todo fue bien, hasta que ella, posesiva y de fondo violento, comenzó a agarrarlo fuerte, a sujetarlo, a domeñarlo y él se sintió como un mastín encadenado. Además le tenía aterrorizado porque cuantas veces intentaba escapar, ella le amenazaba con suicidarse, hasta que un día lo intentó. Entonces él decidió recurrir a la misma estrategia, la simulación, haciéndola creer que se había vuelto loco. En primer lugar, comenzó a tener crisis nerviosas en los momentos y lugares más dispares, primero en casa, pero después en la iglesia, en una cena, en el cine, en cualquier lugar donde la gente le pudiese ver y ella, tal vez, no sospechar de la pantomima. Después comenzó a hablar solo tanto de modo privado como en público, después dijo que oía voces y el médico le diagnostico de reacción psicótica al estrés, hasta que comenzó a manifestar ocasionales brotes agresivos, en los que rompía cosas, muebles, puertas, teléfonos, pero siempre sin agredirla, porque sabía que si se pasaba le internarían en un manicomio, saliéndole entonces el tiro por la culata. El médico le diagnostico ahora esquizofrenia tipo paranoide y le dio una medicación que él simulaba tomar. Disminuyó el énfasis de sus manifestaciones de vesania, pero ahora la relación con la mujer ya se había enfriado y ella, agobiada de tener que compartir su vida con un demente, era la que deseaba escapar de la situación. De vez en cuando Ramiro soltaba una sarta de disparates, a cada cual más tremebundo, hasta que un día la mujer, aterrorizada, abandonó casa y hombre para siempre. El respiró aliviado.
    -Que un burro joda a ese pellejo humano lleno de mierda –fue todo lo que dijo.
    Esa tarde hizo la maleta y compró un billete para el tren que le llevaría, a la mañana siguiente, a suelo patrio.
    Lo pasé mal entonces, aunque ahora me río –concluía siempre entre risas.
    El día que lo contó a Román, a éste se le transmutó el rostro. El suyo era una máscara de cera, tensada por la rabia reprimida. Le indignaba que su Ramirín hubiese compartido la vida con aquella mujer y que hubiese coqueteado con la posibilidad de tener un hijo. Dolido en lo más profundo, herido casi de muerte, no le habló en casi tres semanas y como el otro sabía que la mejor manera de volver a la normalidad consistía en ignorarle a su vez y eso hizo, hasta que las aguas en poco tiempo volvieron a su cauce. Me satisfizo verles de nuevo amigos y contentos.
    La próxima historia, versa sobre los quehaceres sexuales de uno de los sujetos pertenecientes a una estirpe nada infrecuente en tierras levantinas, el...



DON SIN DIN


Hay gente que tiene dinero, que está realmente podrida de dinero, desde siempre, desde la cuna e incluso algunos, como Newton para encontrar un ejemplo antiguo o Bioy Casares para hacer mención de uno más reciente, unen inteligencia y fortuna. Siguiendo con el tema del dinero que es lo que aquí interesa, bastante más que la inteligencia,  también los hay nuevos ricos, aquellos que, por procedimientos variopintos, han conseguido amasar una fortuna considerable, llenando de oro unas vidas que antes no lucían normalmente con los fulgores del intelecto. Finalmente, encontraremos a los aparentes, a los que quieren ser más de lo que en realidad son, los Antoñitos-los-fantásticos, aquellos que viajan con Mercedes pero en casa comen altramuces. Reciben diversos denominaciones, más allá de apelativo común de fantasma (más frecuente con pies terrenales que con auras preternaturales), como ric-rac y, más recientemente, como me enteré por un conocido, filósofo levantino y levantisco, pese a su común trabajo de carnicero, supe que a esa clase de personajes se les denominaba en cierto barrio popular de la capital Don-sin-din-y-mis-cojones-en-latín; toma, y después para que luego digan que en estos páramos falta la imaginación, el sentido, la inteligencia, el buen neuronaje. Pues bien, en aquellas veladas también pude hacer observaciones de campo sobre la conducta de un don-sin-din, Florecio Verde, antiguo portuario, que ahora se ufanaba forrado en dólares.
En suma que él y su amigo Carlos Roger, digamos que se llamaban así, tenían más palabras que pesetas. Para mí representaban el ejemplo común de hombres lánguidos y de costumbres rancias, que de vez en cuando, animados por dos copas, perdían el oremus y se dejaban vivir por lupanares y dornajos de mala vida, nunca sin acabar la faenas, hablando  mucho y mal,  y comúnmente, avanzada la noche, volvían a sus casas conservadoras sin haber hecho absolutamente nada de aquello que se habían propuesto y  alardeado ante  el público moliente de un burdel.  Aquella noche, en la Casa Rosada, ambos personajes ya entraron bastante pintados y, como de costumbre, Carlos hablaba a espuertas y Florencio no decía ni mú. El local estaba bastante lleno y ellos se descolgaron en un extremo de la barra y pidieron dos copas. No se les acercaba ninguna chica, como siempre, porque sabían que no iban a sacar nada de ellos. Yo estaba a dos metros, tomando algo, y pese al ruido ambiental, podía oír bastante bien lo que decían.
¡Esta noche nos pasamos por la piedra a medio establecimiento! –exclamó Carlos y después pareció morirse de la risa.
Germán, un camarero manchego, cuarentón, de pocas palabras y muchas pulgas, que no sé porque motivo tenía ojeriza a Carlos –más allá de la lógica aversión propiciada por ser los típicos pesados-, le miró de medio lado, harto de escuchar bravatas y tonterías.
¡Tú eres un mierda! –dijo con una voz de cuchillo.
El otro, rojo por la rabia, pusilánime ad ovo, no dijo nada, pero la displicencia del camarero sirvió para propiciar la oportunidad de ver, por primera vez, sus particulares inclinaciones. Espejismos de la abundancia, en ellos el honor herido y el alcohol hicieron el efecto de que aquella noche gastasen más que en todo el tiempo que llevaban visitando la casa.
Carlos, seguido por el cuerpo encorvado y el espíritu declinante de Florencio, se acercó presuroso donde estaba Román. Sacó la billetera, dio un fajo que el anciano cogió presuroso, no fuera que se arrepintiesen y a instancia del galán llamó a una chica, una eslava de muy buen ver y los tres se fueron escaleras arriba.
Román, inmediatamente se me acercó y con una risa nerviosa, me dijo:
Vámonos, van a la habitación naranja. Posiblemente hoy veamos algo interesante.
Yo me divertía mucho en aquellos lances y no tenía ningún problema moral a estas alturas sobre el particular del acto, así que nos precipitamos a la habitación del lado para poder ver a través del espejo cuanto se iba a desarrollar entre aquellas cuatro paredes.
En realidad, no fue nada del otro mundo, pero nos reímos bastante. Carlos, que no nadaba en la abundancia de la virilidad, penetraba a tergo a la chica, mientras la obligaba a decir frases para exaltar su ansia y su pretendido vigor.
    -¡Vaya pollón! ¡Uf, qué macho! –gritaba aquella, casi sin poder contener la risa-¡Me vas a matar! ¡Estoy llena! ¡Refrena, me vas a romper en dos!
El otro arreciaba en su ímpetu, envuelto por aquella cacofonía fácil de suspiros, gritos y palabrotas. Pero, ¿dónde estaba su timorato amigo?, ¿En qué se ocupaba en aquellos momentos febriles?
El don apariencias sin dinero se escondía detrás de una gran planta que se levantaba, casi a la altura de un hombre, junto a un notable  jarrón chino. Allí, sentado en un taburete, la espalda apoyada en la pared, la mirada atravesando el espacio por la rendija que quedaba entre dos hojas, observando con excitación calenturienta la escena que le enervaba, estaba dale que te pego, envuelto en el deleite de su vicio solitario.

 

Su imagen me pareció deplorable, pese a que los libros clásicos que tratan sobre el voyeurismo suelen presentar al mirón como alguien sofisticado, quien no quiere contaminarse con el sexo real. Consciente de su trasgresión menor –aunque suele calificarse en los catálogos de las parafilias-, el voyeur, busca la ocultación como rasgo esencial con el que satisfacer su impulso. El ver sin ser visto, este es el hecho de esta especie de Diablo Cojuelo, el que levanta los tejados de las casas para observar la vida íntima de sus moradores, especialmente los asuntos sexuales, en el caso de nuestro Tomasito el Atisbador. El, el don-sin-din, jugaba con un elemento contaminante, el que los demás fingían no verle, pero para él era suficiente, aunque dejara en segundo término el importante asunto de la excitación de ser descubierto, muy relevante para este tipo de personas, en las cuales la ansiedad y deficiencias en las relaciones interpersonales conducen a eso modo peculiar de vivir, malvivir, la sexualidad, porque no tienen otra menos angustiosa o perversamente excitante. Todos podemos sentir la cercanía de este gusto, otra cosa es que sea exclusivo e incontrolable. Pienso en Villiers de L´Isle-Adam, pero no tiene importancia.    

 LA PERSONA INTERESADA puede comprar el libro, en papel o en versión digital aquí.





Salvador Alario Bataller

Lugar:
Avda, Blasco Ibáñez, nº.126, 6º, 28ª Valencia 46022 Spain

Teléfono:
963724197

E-mail:
alario7@msn.com

Enviar un mensaje a este usuario.
OBRA PUBLICADA A)CIENTÍFICA: 8 libros de Psicoterapia y Sexología (editorial Promolibro, valencia). 36 artículos especializados en diversas revistas (redactor de Cuadernos de Medicina Psicosomática y Psiquiatría de Enlace, www.editorialmedica.com, y los artículos y otros textos se relacionan en la web). B)NARRATIVA: “La conciencia de la bestia”, edición privada, finalista (de los 15 finalistas) del Premio Planeta de Novela de 1997. “La ciudad desvanecida”, relato seleccionado por concurso de la revista Escribir y Publicar en su editorial Grafein Ediciones, Colección Escritura Creativa, integrante del volumen de cuentos ASI ESCRIBO MI CIUDAD (2001). “Descensus ad Inferos”, lo mismo que antes, pero este cuento pertenece al libro de cuentos “32 MANERAS DE ESCRIBIR UN VIAJE” , Grafein Ediciones (2002). “Maltidos. La Biblioteca olvidada”, Iván Humanes Bespín y Salvador Alario Bataller, Grafein Ediciones, Barcelona, (2.006). "101 coños, Ilustraciones y breves" (2008), Carlos Maza Serneguet, Salvador Alario Bataller e Iván Humanes Bespín. Ilustraciones de Vanesa Domingo Montón, Grafein Ediciones, Barcelona. "Antología Iberoamericana de MIcrorelatos" (2008),coautor, Ediciones Lord Byron, Madrid (en prensa) La acre lácrima (2006), novela, en http://www.lulu.com/alario7 Un estudio crítico del Necronomicón Apócrifo (2006), ensayo, en http://www.lulu.com/alario7 Las aventuras carpatianas del profesor Exhorbitus (2006), novela, autoedición, en http://www.lulu.com/alario7 Astrum Argentum . La vara del mago (biografía novelada de Aleister Crowley) (2006), novela, en www.lulu.com, en http://www.lulu.com/alario7 El murciélago monstruoso (2006), novela, en http://www.lulu.com/alario7 Nunca volví de cuba (2007), novela, en www.lulu.com, http://www.lulu.com/alario7 Cuentos en www.narrativas.com: Espejos (2007), Los pequeños (2007). La angustia última (2008). Lo que trajo la noche (2008). OBRA INÉDITA: Las nocturnidades de don Arturo del Grial, (2002), novela. Los ojos del moro (2003), novela. El doctor amor y las mujeres (2006), novela. La trama sináptica (2007), novela. Historias de amor, muerte y trascendencia (2007), novelas (dos novelas breves relacionadas). Los estados intestinales (2007), novela. Cuando cazaba pelos (2008), novela breve Cuentos completos (1999-2008) Blogs: http://clinica-psicomedica.iespana.es http://alario1.blogspot.com http://undostrescuentos.blogspot.com http://undostrescuentos2.blogspot.com http://elloboylaluna.blogspot.com http://lasnocturnidades.blogspot.com http://nohaymentesincerebro.blogspot.com
 

©2009 El lobo y la luna | Template Blue by TNB