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de Luis Royo

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Había un sendero que conducía al parque y, desde allí, a la antigua capilla de Ashemberg Scholoss. Varios árboles muy añosos la rodeaban. Allí encontré a Leipz, el jardinero. Había recobrado en parte el ánimo y la compostura, por lo cual apenas se asombró al verme.
-¿Qué me dice mein herr de los perros que han estado aullando toda la noche? -dijo el anciano, acercándoseme.
Realmente yo no había oído nada y así se lo dije.
-Había un perro enorme delante de la casa, mein herr. A los nuestros no se les veía por ninguna parte. Como era de noche, no podría precisar su raza, pero era muy grande. Por un momento me incliné a pensar que se trataba de un gran gris, pero esos lobos hace mucho tiempo que no se ven por la comarca. Estuvo husmeando la verja y hubiérase dicho que buscaba algo en el interior, pues se movía nerviosamente y aullaba como loco.
El viejo profirió de pronto una exclamación y señaló con el bastón un animal medio agazapado entre el seto de detrás de la cancela.
-¡Es aquél! -exclamó.
Pero, efectivamente, no se trataba de un perro. La loba parecía contemplarme inteligentemente, sus ojos fulgentes mirándome de una forma extraña. El ópalo de sus ojos evocó en mí cierta semejanza. ¿Dónde la había visto antes?. Entonces me estremecí y una loca cadena de asociaciones ensombreció mi cerebro. Casi llegué a perder el sentido, hasta el punto que el jardinero tuvo que sujetarme por el brazo. Cuando me recobré, tenía la mente en blanco. ¿Qué razón había para que sintiera ante un simple animal tal estado de perturbación?.
-¡Que extraño, lobos por aquí, tan cerca del hombre!. Hacía muchos años que no había visto uno de esa especie -murmuró Leipz.
Busqué nuevamente a la loba entre la maleza, pero había desaparecido. Fui hacia allí, pese a las advertencias del anciano. Al abrir la cancela, tampoco la vi por ninguna parte y me encaminé al bosquecillo cercano. ¿Por qué le seguía el rastro a un animal que podía ser verdaderamente peligroso?. Pese a ello, no podía vencer el impulso de adentrarme en la espesura. A mi espalda sonaban los gritos del jardinero diciéndome que me detuviera. De súbito, ya no oí más su voz y toda mi atención se centró en ella, pues la vi de nuevo. La mujer paseaba lánguidamente en el claro del bosque, apenas bañada por los tibios rayos del sol moribundo que se filtraba a través de la tupida bóveda que formaban las copas de los árboles y cuando se detuvo y me miró, tuve ante mí, de una manera completamente vívida, el hermosísimo rostro que contemplara en el interior de la cripta, unos momentos antes, cuando la tarde comenzaba a declinar. El jardinero había llegado a mi altura y, según todas las apariencias, no parecía ver a la dama, puesto que me hablaba indiferente a su presencia.
-Creo que deberíamos matar a ese animal. No me gusta ver lobos por las cercanías del castillo -dijo, tras una maldición- .Yo me encargaré del asunto, mein herr.
Pero la loba ya no estaba allí, ni la dama. Se había ido. Seguramente estaría en el bosque, escondida, acechando. La joven también había desaparecido y, en ese momento, reparé en el peligro que podía correr estando ese animal salvaje por las cercanías. Cuando le hice partícipe de ello a mi acompañante, el jardinero me miró con preocupación para responder después:
-La única mujer que hay por estos páramos es su esposa, profesor. Creo que debería regresar al castillo e intentar descansar. En ocasiones, los viajes y las tierras agrestes pueden producir extrañas sensaciones.
Ese mismo día, mi salud comenzó a resentirse. La transición de la salubridad a la enfermedad apareció súbitamente, de la noche a la mañana, sin ninguna causa aparente y me golpeó como un viento helado. Dijo mi esposa que, al atardecer, me encontró caído en el vestíbulo. Solamente guardo un recuerdo difuso de aquellos momentos, como retazos de ensoñaciones inexplicables. Guardo conciencia que, de vuelta a casa aquella tarde en que vi al gran gris, me abatió un profundo sopor repentino y creí hallarme en un lugar lejano, donde nunca antes había estado. Pero a la vez me encontraba en mi alcoba y notaba la presencia de Hellen cerca de mí. Veía sombras en torno a mi lecho. Oía la voz del médico, más no entendía el significado de sus palabras. Volví en mí al cabo de no se cuanto tiempo y me enteré por mi esposa que había padecido una violenta fiebre. Después me dormí plácidamente. Cuando desperté, el doctor Brodek me contemplaba con gravedad.
-Afortunadamente le hemos devuelto a la vida -dijo-. Debemos extremar nuestros cuidados para con usted, a fin de que esto se acabe cuanto antes. El peligro mayor, no obstante, ha pasado ya.

de William Blake

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Incomprensiblemente, sin extrañeza ni temor, me levanté. Flotaba en la atmósfera un no sé qué hostil, opresivo, que capté en el mismo momento en que me incorporaba, y en mí eclosionó, un vago sentimiento de angustia, en extraño maridaje con un ilícito deseo. Recuerdo que el atardecer era frío y umbrío. Mis pasos me llevaron más lejos y descendí por la ladera de la montaña. Nada temía en realidad, mi instinto me guiaba sin la menor vacilación. Pero, ¿adónde?. Una vez más me di cuenta de que me encontraba frente a la rectoría de Bölke. Penetré en el recinto del cementerio y ese algo extraño me condujo al pie de una tumba. No era una sepultura vulgar ciertamente, sino un suntuoso panteón familiar, en el cual empero, el tiempo y el abandono, habían hecho mella. En esos momentos, un frenesí de locura me dominaba, poseso de un sueño ardiente. La voz me llamaba cada vez más fuerte, cada vez con más grande anhelo. Aparté con la mano la nieve que cubría la inscripción de la portezuela de hierro que daba entrada a la cripta y ello me permitió ver una antigua inscripción:

ULLRICHE VON STRÖHEIM
1.700-1.723

Distinguí un destello ante mis ojos y tuve la fugaz visión de unas facciones: unos ojos abiertos, en una cara blanca de óvalo perfecto y unos labios rojos como la sangre. En ese momento de comprensible turbación, una mano se posó suavemente en mi hombro y, al volverme, encontré la mirada preocupada del padre Freund. Acababa de despertar de una indescifrable ensoñación, helado casi hasta la muerte, cubierto de nieve y empapado. El cura dijo algo que no entendí. Turbado, como quien despierta en medio de una pesadilla, creo que balbuceé algunas palabras sin sentido y salí de allí tambaleándome, seguido por la mirada asombrada del religioso. Desde el camino, transido por el frío y la confusión, me dirigí a casa.

ARTHUR MACHEN


Arthur Machen
Un fragmento de vida

La obra narrativa de Machen (1.863-1.947) se asienta sobre un principio inalienable, que bajo las apariencias de las cosas, del ir y venir de este mundo ordinario, subyace un inmenso y poderoso mundo invisible. Su magisterio nos lleva a un mundo acechado por fuerzas insólitas y maléficas, fuerzas primigenias ancladas en el paganismo y en ritos antiguos, donde el mal toma la forma, entre otras cosas, de una teofanía.
Esta doble presencia del mundo de lo empírico y el invisible cobra especial fuerza en Un fragmento de vida, que se publicó en 1906, y que después sufrió un largo olvido, del cual ha sido rescatada por sucesivas ediciones en tiempos recientes (pese a que algún crítico la saludó como una de las obras más importantes del fantástico)… La vida anodina del protagonista, Edgard Darnell, es sacudida por fuerzas misteriosas, relacionadas con nuestros ancestros y sus secretos, indicando la necesidad de soslayar lo individual para reintegrarse al mundo de los antiguos dioses. Esta novela corta resulta representativa de las íntimas aspiraciones del escritor solitario y anónimo que era Machen por entonces, en su lucha diaria en el seno monstruoso de la gran ciudad, lejos de los bosques natales.

de Boris Vallejo

2

Al atardecer siguiente, sucedió otro evento singular. Dejé a mi mujer en el salón, donde habíamos tomado el té y salí a pasear. Cuando regresé al jardín, me sentía rejuvenecido, maravillosamente renovado. Empero, no encontraba ninguna explicación razonable pare este estado de euforia. Fue como si hubiera cambiado un escenario en el entreacto de una obra teatral.
Me sorprendía porque los pájaros del jardín habían dejado de cantar y reinaba un silencio de muerte. Encontré a los mastines tendidos en el césped y cuando me acerqué, comprobé que estaban dormidos, sumidos en una especie de pesado letargo. Tampoco se oía a la servidumbre, que a esa hora solían andar preparando la cena. Muy excitado me dirigí a la casa por el sendero arbolado, al final del cual se levantaba el pabellón de música. Sentada al piano, acariciando suaves notas, había una dama de hermosa cabellera dorada. Por una ventana se difundía una música que nunca antes había escuchado. Era una música extraña, pero sumamente bella y trágica a la vez, como arrancada de pasados tiempos turbulentos. Era la Dama Blanca de la rectoría de Bölke. Había poca luz en el interior, pero me permitía distinguir nítidamente el rostro perfecto y la expresión ausente de sus ojos.
No recuerdo lo que sucedió a continuación. Me desperté en el sofá, con una terrible sensación de debilidad y cansancio. Era de noche tras los cristales y no había la menor huella de la hermosa visitante. Pero su perfume flotaba tan vívidamente en la estancia que se hubiera dicho que ella continuaba todavía allí. En vano mis ojos anhelantes la buscaron y la realidad de su ausencia dejó en mi pecho una angustia amarga que tardé muchas horas en alejar de mí. ¿Quién era?. ¿Dónde estaba?.
A la mañana siguiente me escapé al bosque y me dirigí a las montañas, con el secreto deseo de encontrarla nuevamente. Sabía que la encontraría allí, en algunos de aquellos lugares altivos, pues sentía que ella pertenecía a aquellos páramos como el río que fluía por el valle. Ella estaba en el aire, en el agua, en la espesura, en todas partes. Oscuras nubes se arremolinaban sobre mi cabeza y soplaba un viento helado procedente de las cumbres. De pronto, el sonido de unos cascos lejanos me arrancó de mi loco frenesí y borró de mi mente todo pensamiento. Cabalgando entre los abetos, los szeklers se dirigían a algún lugar indeterminado, tal vez escapando del acoso de la caballería del ejército austrohúngaro. Una súbita pasión se había apoderado de mí, hombre poco dado a la aventura sin embargo. Experimenté un nuevo vigor ante la visión de aquella gente ruda y sin ley, que vivían para el riesgo y el bandidaje. Eran, ante todo, libres. Por mi mente desfilaron imágenes insospechadas. Era el gran espíritu de las montañas, de los viejos tiempos, la antigua alma legendaria de un pueblo jamás sojuzgado, de una raza hermanada con brujas y demonios que, al decir de la tradición, en la Noche de Walpurgis, adoraban en la profundidad del bosque al Malo, quien les recompensaba con extraordinarios poderes y los goces de pasiones tumultuosas que no conocían barreras.
Entonces, alguien pronunció mi nombre. Había en la llamada un tono suplicante. Después, ella volvió a llamarme, débil, pero desesperadamente.
-Tienes que venir a mí, yo te mostraré el camino -había murmurado el aire.

de Desconocido

30 de Julio de 1.8...

1

Sí, estuve gravemente enfermo, preso de una dolencia tan extraña en su inicio como en su final. Pero, a pesar de todo ello, la estancia en Ashemberg Scholoss fue muy instructiva en algunos aspectos.
Extraño país aquel, de duendes y sortilegios, donde las leyendas pasaban de generación en generación como verdades absolutas. Para citar solamente un ejemplo, me enteré por el mayordomo que el castillo de las montañas poseía una leyenda tenebrosa. Decían de ese lugar que estaba encantado y que ahora pertenecía a los demonios. Como todo edificio antiguo y apartado en el país, Ströheim Scholoss tenía su historia negra. Al decir de la voz popular, quienes lo habitaron encontraron una muerte fatal. Todos los propietarios murieron jóvenes y pertenecían a lo mejor de la aristocracia centroeuropea. El primero de ellos, Mujiar von Kruger salió un atardecer a caballo y nunca más volvió. Su cuerpo no pudo ser encontrado en ninguna parte. El joven Löwenstein, enloquecido de la noche a la mañana, se precipitó por un barranco. Boris Amorack fue hallado muerto en su alcoba, degollado. Gërd Mentekel falleció en plazo de pocas semanas, a causa de unas fiebres desconocidas. El último morador fue la bella Ulriche von Ströheim, que murió en la flor de la juventud a causa de una enfermedad consuntiva que ningún médico pudo remediar. Tras su funeral ocurrieron en la región misteriosas desapariciones, por lo que la fortaleza fue exorcizada y la tumba de la condesa cambiada de lugar tomando las debidas "precauciones". Olaf, el sirviente, eludió, taciturno, darme mayores detalles sobre las referidas medidas precautorias. Solamente dijo, entre dientes, que el espíritu del viejo señor del castillo, el conde Kurt Zemanyadeck, todavía dominaba el lugar, envenenando el aire con la protervia de su alma.
Me encontraba auténticamente divertido cuando me levanté del sillón y salí de la biblioteca, pensando en todas esas historias de viejas. Una vez fuera del castillo, decidí ir al bosque, donde podría pasear, examinar un poco la fauna y disfrutar, en suma, de la paz de la naturaleza. Hellen, cansada del viaje, dormía aún.
Sin advertirlo, me di cuenta que había tomado un camino desconocido. Me había extraviado, no sabía donde me encontraba. Desconcertado, miré en derredor y sentí alivio cuando distinguí, no muy lejos, sobre las copas de los pinos, las cúpulas de la rectoría de Bölke. Había sido construida en 1.710 por el reverendo Friedrich Hinche y estaba situada cerca del ruinoso cementerio de una aldea ahora deshabitada. El sol comenzaba a ponerse y un frío atardecer hizo que me estremeciera. ¿O había algo más en mi inquietud?. Fue entonces la primera vez que la vi. En un claro del bosque, lánguidamente apoyada en el tronco de un abeto, había una mujer, tan bella y exquisita en su porte, tan impar en el aura que la rodeaba, que sentí encontrarme ante la divina Titania, la reina de las hadas. Debía de ser una dama de calidad, por su peinado y su elegante vestido blanco, que flotaba vaporoso al aire, hermoseando los contornos de su cuerpo. Me llamó la atención la figura por encontrarse allí a una hora semejante, en un lugar tan solitario. Por un momento sospeché que no me hallaba ante un ser real, de carne y hueso, pues había algo extrañamente maravilloso en ella, que no sabría explicar. Parecía ausente a cuanto la rodeaba, embargada por una languidez perezosa, casi infantil. Tenía los ojos cerrados, como si estuviese adormilada o sumida en íntimos pensamientos. Desde donde me encontraba, la saludé, dándole los buenos días pero, ante mi total perplejidad, la dama no me respondió y desapareció lentamente de mi vista. La vi desmaterializarse gradualmente ante mis ojos, por increíble que parezca, y nadie me convencerá nunca que no vi a aquella mujer del bosque tan nítidamente como veo cada día la luz del sol.

26 de Julio de 1.8...

El coronel Crossovo, Comandante del Séptimo Regimiento de Usares del Imperio, no se resignaba al pase a la reserva, pues vivía su actual situación como un encierro. Después de largos años de servicio, le había correspondido un honorable retiro. Desde Austria, había regresado a la casa de sus antepasados, pero la inactividad le desazonaba y sentía añoranza de su vida castrense. Los días se le hacían interminables, aunque nunca se le veía protestar abiertamente. Era un caballero entrado en años, muy regio, que nos brindó su casa cortésmente por el tiempo que quisiéramos.
Para dicha de nuestro amable anfitrión, el mismo día de nuestra llegada se presentó en el castillo un capitán de úsares. Pidió audiencia con el coronel y, al cabo de aproximadamente una hora, von Crossovo nos anunció que debía partir de inmediato. Meses atrás había alzado un suplicatorio al gobierno para que se considerase su reingreso en el ejército durante un tiempo más. Según nos comunicó el coronel, la carencia de oficiales de alto rango y su impecable historial militar, habían declinado favorablemente la decisión de las altas jerarquías gubernamentales. Ni decir tiene que el noble se encontraba exultante. Partiría de inmediato, antes de que anocheciera. Su castillo quedaba a nuestra disposición, ad líbitum, según sus propias palabras. Cuando, inmediatamente después de cenar, el coronel montó su alazán, diríase que hubiera rejuvenecido veinte años. Marchaba hacia el campamento de Pjulk, a doce millas al Este.
Como nuestro amigo nos hizo saber durante la cena, se le había encomendado acabar con el tráfico de armas que se venía realizando desde hacía bastante tiempo en la frontera. Había recibido órdenes expresas del Emperador. Donde relucía el dinero, allí acudían los szekelys. La reciente confrontación entre rusos y polacos, no divulgada en los medios oficiales de comunicación, brindaba una excelente ocasión para el contrabando de armas. Los montañeses habían evitado fácilmente a los dragones y a los úsares. Robaban las armas a los húngaros y a los rumanos, para vendérselas a los polacos. Hugo Brodskaya, un ruso renegado, se encargaba de hacer llegar las armas a los enemigos de su país. Enviaba un emisario desde Polonia y los szekleros lo preparaban todo para el día convenido. Esta situación había creado un estado de cosas lamentable entre el Imperio y la Santa Rusia, que amenazaba inclusive con romper las relaciones diplomáticas. Por esta razón, el Emperador se impuso la obligación de acabar de una vez con aquel tráfico tan comprometedor y peligroso. Alguien había delatado el plan de los szekelys y el ejército aguardaba el momento de caer sobre ellos. Todo estaba ya a punto. Solo quedaba esperar. El coronel Crossovo tendría un papel principal en aquella misión.
Aquella noche gris, triste y desconfortante, el coronel montó radiante su caballo y, con su escolta, marchó a cumplir la misión que se le había encomendado.
Así que quedamos dueños del castillo, decidiendo partir a la mañana siguiente. El cochero del coronel había recibido órdenes expresas de llevarnos a nuestro destino, pero esto no pudo hacerse realidad por un tiempo. Fue cuando enfermé.

La Alta Magia:

Una forma de conceptualizar el vampirismo
Los antiguos dieron diferentes nombres a
éstos: larvas, lémures. Amaban el vapor de
la sangre derramada y huían del filo de la
espada.

ELIPHAS LEVI, LA CLAVE DE LOS MISTERIOS
“(...)En los tiempos modernos, la principal fuente de información en lo que se refiere al fenómeno de la Luz Astral debe encontrarse en los escritos del famoso ocultista francés Alphonse Louis Constant (1.810-1875), más conocido por el seudónimo de Elifás Levi Zahed.
Levi se refiere a la luz astral de varias maneras: “El OD de los hebreos, el éter electromagnético, el cristal universal de visiones, que sigue la ley de las corrientes magnéticas y está sujeto a la fijación por una proyección suprema del poder de la voluntad, es la primera envoltura del alma y el espejo de la imaginación”. Levi revela además que la Luz Astral es el hábitat natural de “aquellas larvas fluídicas conocidas en la antigua teúrgia con el nombre de Espíritus Elementales”. La Ciencia Oculta sostiene que si entes no reprimidos formados por el pensamiento son atraídos por la fuerza de la vida de su creador como una aguja por un imán, tiene lugar, con infernal deleite, una absorción de sus energías espirituales hasta producir el completo agotamiento del fluido de su vida.
(...)Cito las palabras de Elifás levi : “Dichas larvas absorben el calor vital de las personas de buena salud y agotan rápidamente a los débiles. De ahí viene la leyenda de los vampiros, entes de terrible realidad que, como es bien sabido, se han manifestado de vez en cuando”.

Robert Turner, EL NECRONOMICON : UN COMENTARIO,
en EL NECRONOMICON: El libro de los nombres muertos
del árabe demente ABDUL AL-HAZRED

25 de Julio de 1.8...

Durante los dos días siguientes recorrimos un largo camino por territorios agrestes sin encontrarnos con ningún ser humano. Caía el crepúsculo cuando divisamos las nevadas cimas de los Cárpatos. Noté, además, que los szequelys comenzaban a intranquilizarse. Intenté averiguar el motivo de tal inquietud, pero rehusaron contestarme, incluso con hostilidad. Cabalgamos por una garganta y, según el mapa, comprobé que nos habíamos adentrado en la Transilvania. Pese a la oscuridad que comenzaba a circundarnos, nunca vi paisaje tan soberbio, región tan salvaje. Las tempestuosas cumbres se confundían en el firmamento, cubiertas de nieves perpetuas. Los inmensos bosques de abetos se perdían en lontananza. No había, de ello estaba seguro, en ninguna parte del mundo, naturaleza tan altiva, ni montañas tan infractuosas, ni foresta tan espesa, surcada por innúmeros arroyos cristalinos. De vez en cuando dejábamos atrás una pequeña aldea o nos cruzábamos con alguna caravana solitaria. Al peligro de los lobos y los osos, había que añadir las hordas de bandidos moldavos y slovacos.
Nuestros acompañantes estaban cada vez más inquietos. Parecía que algo malo fuera a suceder, aunque yo no veía ningún motivo para su desasosiego. Ante mi asombro, el cabecilla repartió para todos dientes de ajo y rosas silvestres que sacó de sus alforjas y ordenó, de manera contundente, que nos las pusiésemos sobre las ropas; habíamos también de masticar el ajo. Hecho esto, operación que Sandor vigiló con el mayor cuidado, espoleó su caballo, que partió como una flecha. Nunca antes el bosque que atravesaba me pareció tan sombrío y gélido. Sin que lo pudiese evitar, un escalofrío de terror me corrió por la piel y espoleé mi montura. Tenía una sensación extraña en el abdomen, como mariposas. Era puro miedo. A cada paso, la carrera cobraba redoblada furia. Al fin, ese torbellino cesó y, desde un saliente rocoso, pude ver que a mi derecha, en el borde mismo de un precipicio, se lavantaba una impresionante mole negra. Los szekelys se santiguaron. Sin duda, temían aquel sitio, pero teníamos que pasar por allí para seguir nuestro camino.
-Ströheim Scholoss-murmuró Sandor, santiguándose.
-¡Pokol!... ¡Pokol!- vociferaron a coro sus hombres.
Y comenzó de nuevo aquella cabalgata alocada. El paso de nuestras cabalgaduras resonó estrepitosamente sobre el suelo empedrado. Los inmensos torreones, aguzándose en un cielo dantesco, pereciéronme horribles fantasmas del averno.
En el castillo de Ströheim reinaba un gran silencio. Ninguna luz brillaba tras las ventanas. Sin duda, hacía mucho que nadie vivía en él. Sus sombras eran densas y ominosas, y el viajante tenía la impresión de que, en cualquier momento, iba a surgir de la oscuridad un ser de pesadilla. Con el corazón palpitándome, he de confesarlo abiertamente, dejamos atrás el castillo y a medida que nos alejábamos de su recinto, poco a poco la aprensión que sentía fue disminuyendo y comprobé que los montañases recobraban el ánimo y disminuían la marcha de sus monturas. Hellen seguía sobre su caballo. No había reparado en ella durante estos momentos excepcionales.
Por fin, al despuntar el alba, llegamos a las tierras del coronel Crossovo. La luz del amanecer iluminaba la cordillera y las almenas de su castillo. Pensé, una vez más, que ante mí se levantaba un futuro incierto, pero ponderaba que, en cualquier caso, era preferible a la vida rutinaria que llevábamos en Londres. Me alegré, pues, de estar allí y un suspiro se escapó de mi pecho. Adelante, entonces.


2
23 de Julio de 1.8...

Hacia las diez de la mañana, llegamos a la orilla del río Bistritza. El conductor detuvo el carruaje y depositó en el suelo el equipaje. Segundos después se oyó una detonación, a la que siguieron otras tantas. Se trataba de disparos. Supe que estábamos ante gente salvaje, con la que habría que andar con cuidado. Entonces, saliendo del bosque, se acercó un joven a la cabeza de cinco hombres a caballo. El jefe era un hombre de apenas treinta años y manejaba, como los otros, un largo fusil húngaro. En la cintura portaba dos pistolas y un sable turco. Su tez era pálida y su aire sereno, y sus largos cabellos oscuros ensortijados le caían sobre los hombros. Lucía un rico caftán bordado en oro, ancho cinturón claveteado y altas polainas. A una orden suya, dos hombres cargaron nuestro equipaje en los caballos que habían preparado para nosotros y con ademanes nos indicaron que montásemos. El joven dirigió unas palabras al cochero y después espoleó su montura. Todos le seguimos inmediatamente.
Contra todas las apariencias, los szequelys resultaron ser gente bastante comunicativa y algunos de ellos hablaban alemán con relativa corrección. Por ello, me fue fácil entablar conversación y enterarme de algunos detalles de su vida libre y errabunda. Eran expertos en el arte de la guerra y de la caballería. Manejaban diestramente el corvo sable y disparaban rauda y certeramente las armas de fuego. Esta última habilidad proporcionó a nuestra mesa abundante carne de las muchas variedades cinegéticas de aquellas montañas. Me disgustó saber que, por lo común, se dedicaban al bandidaje, pero me reservé de expresar mi opinión. Fue el único momento en que temí por nuestras vidas, pero el trato amable y deferente que nos dispensaron hizo que recobrase la confianza rápidamente.
No era habitual en este pueblo valeroso el que se dedicaran al latrocinio, sino que desde tiempos históricos habían formado parte de la servidumbre y de las tropas de los poderosos señores de estas tierras. Por esta razón, el grupo con el cual nos encontrábamos podría considerarse justamente como un sector renegado del pueblo szeklero. Un día asaltaban la caravana de un rico mercader y al día siguiente tendían una emboscada a una patrulla de dragones del Imperio. Tal vez, al próximo día, se enfrentaban con los sajones o con los slovacos en su propio terreno. El peligro y la muerte eran para ellos algo tan cotidiano como el brillo de sus aceros, el galope de sus caballos o el estampido de sus carabinas.
Sin embargo, me llamó la atención el que estos aguerridos montañeses evitasen cierto lugar más allá de Borgo-Punk. Decían que era una región turbulenta y misteriosa. Hablaban de un enorme castillo perdido en las alturas, donde vivía un gran señor, que ninguno de ellos había visto nunca y que de ello, ay, les librase el Cielo. Muchos decían haber visto, de vez en cuando, pasar por la noche un carruaje conducido también por szeganys. Murmuraban por lo bajo unas palabras extrañas, en un dialecto totalmente desconocido y, entonces, sus rostros palidecían, sus cuerpos parecían temblar y hacían la señal de la cruz.
-Que el buen Cristo nos libre de su mirada -murmuraba Sandor, el cabecilla-. Ay, apártanos del piélago de la muerte, pues hasta el lobo se aleja de su impura sombra.
Gente extraña, gente primitiva.

de Desconocido

CONTINUACION DEL DIARIO DEL PROFESOR BROADHURST
1

1 de Julio de 1.8...

Por fin llegó el día de la partida. La víspera, sir Archibald me entregó las cartas de recomendación para el Dr. Besnien, para el gobernador de la provincia de Vërklien y para el coronel Crossovo, conde de Ashemberg. Me dijo que el material de laboratorio hacía una semana que había sido expedido a Hungría en un carguero ruso. El y el profesor holandés nos despidieron en el puerto y, tras rogarme que les tuviera constantemente informados, se marcharon.
Dos marineros subieron nuestro equipaje a bordo del Queen Victory. El capitán nos condujo a unos camarotes bastante confortables, donde nos acomodamos lo mejor que pudimos.

2 de Julio de 1.8...

Salimos de London's Harbour en un día espléndido, alegre y soleado. Había mucha animación en el puerto y esto me excitó el ánimo. No me preocupaba ya el porvenir ni la aventura. Al contrario, pensando en ello, me embargada un ánimo decidido y renovado.
Al menos para mí, la travesía no ofreció nada memorable, por lo que seré breve al respecto. Soporté bastante bien las inclemencias de la mar y Hellen tampoco tuvo problemas.
Días después entramos en el Mar negro y no tardamos en arribar a puerto. En Kostack, un pueblecito de la costa sin ningún interés, encontramos un cochero que se avino a conducirnos hasta Usly, nuestro destino inmediato. Esa misma tarde, tras pagar por adelantado, partíamos hacia Hungría. Supe por el conductor de una nueva dificultad : desde Usly hasta las tierras del coronel Crossovo, el camino era prácticamente impracticable, pues el único medio para llegar a la hacienda consistía en viajar a través de las montañas. La solución consistía en contratar a unos guías szekelys y hacer este tramo del viaje a caballo. El hombre se avino a intermediar por nosotros ante los szekleros, si bien sus honorarios tuvieron que ser aumentados substancialmente. Solucionado el problema, me sentí mucho más tranquilo y dispuesto para la marcha.
Enfrascado en mis notas, apuntes y un tratado inseparable -el mío propio sobre Zoología- me enteré, por mi esposa, que habíamos dejado atrás el Tisza y la frontera que marcaba el principio del fin de nuestro viaje. Al asomarme por la ventanilla, vi que atravesábamos un paisaje curioso y muy variado. Cruzábamos un valle fértil, surcado por numerosos riachuelos. En los campos labrantíos se afanaba la gente, ataviada con vistosos trajes. Distinguíase, de vez en vez, una vieja abadía y sobre el bosque, coronando algún promontorio rocoso, una fortaleza feudal hendía el aire con sus torreones centenarios. Veíanse también algunos pueblecitos, allí donde el territorio era llano y el suelo cultivable.
En plena noche llegamos a Usly y pedimos habitaciones en una posada. Tal como habíamos acordado, el postillón arregló aquella misma noche el asunto del transporte con los szekelys. Habría de llevarnos a la mañana siguiente al norte de la aldea, cerca del bosque, donde nos reuniríamos con los guías. Dormí apaciblemente, esperando que se hiciera de día.

de Chichoni

IMPRESCINDIBLE

Richard Matheson

Soy leyenda

El autor, uno de la “escuela dura” norteamericana plantea en esta novela, fundamental en el género, un difícil enigma, proporcionando a una imagen legendaria los rasgos de una verosimilitud actual, en lo que se ha considerado un viaje en el tiempo, en el cual el lector contempla el nacimiento inverso de una leyenda: un hombre corriente ante una sociedad anormal, en la que los vampiros acechan a los pocos hombres vivos; tal vez él, el personaje central, sea el único humano (hay una película sobre la novela que se titula precisamente El último hombre vivo). El planteamiento de la obra, que implica un evidente vuelco de nuestro acostumbrado punto de vista, conduce a la sensación de zozobra y horror, que, entre otros elementos, la convierte en una de las incuestionables piezas literarias del fantástico.

de Desconocido

DIARIO DE HELLEN BROADHURST
30 de Junio de 1.8...

Hay experiencias en nuestras vidas que dejan un impacto tumultuoso sobre nuestra personalidad sin que podamos comprender las razones de su efecto. Ni tan siquiera estamos seguros de su veracidad. Los antiguos terrores, quizás los que arrastramos desde el nacimiento, vuelan sobre nosotros como palomas negras y, alguna vez, se nos posan en el hombro, a modo de un signo inequívoco de fatalidad. ¿Soy acaso la misma?. Algo que no puedo adivinar, de una manera sutil y terrible, llega a perturbar mi identidad y lleva la intranquilidad a mi conciencia... Vuelven, una vez más, las angustias de la infancia, aunque con distinta apariencia. Pero las pesadillas están ahí y el miedo. En ocasiones he invocado un nombre, que no recuerdo. Sé que desde niña alguien estaba siempre donde yo me hallaba y temía sus inclinaciones. Ya entonces el pánico cayó sobre mí como un signo fatal, una aprensión que no me ha abandonado, que he llevado siempre en mis adentros. Ahora he vuelto a sentir ese pavor. Soy consiente de que no es lógico que la mera expectativa de ese viaje despierte en mí tanta confusión, excitando en mi pecho la idea de alguna calamidad, de presentimiento de alguna catástrofe. Tengo la certidumbre de que en algún momento indefinido de mi existencia, mucho ha, alguien mi visitó. Le recuerdo como en sueños, una forma vaga e insinuante. Dormida, no obstante, sentía sus manos frías sobre mis hombros. Abundaba en su contacto lo extraño, lo licencioso, lo prohibido, lo hermoso, pero también lo maligno y lo repelente. Por un tiempo todo quedó inmóvil. Yo sabía que se había marchado. ¿Quién?. ¿Adónde?. Recuerdo también que en su lugar quedó una vaga aprehensión y, he de confesarlo, un gran vacío. ¿Qué era aquello que temía?. ¿Qué parte substancial de mí misma había perdido con su partida?. Me faltan, aún ahora, las respuestas. Después,... veinte años de tranquilidad, de silencio, de una paz ganada con no poco sufrimiento... Y anoche oí de nuevo su voz, ese tañido que se levanta sobre nubes oscuras y ominosas.
También soñé. ¡Qué pesadilla tan desazonante!. Me hallaba en un bosque desconocido. La oscuridad me envolvía. Recuerdo que me encontraba transida por el cansancio, tenía el cuerpo empapado de sudor y necesitaba, sobre todo y apremiantemente, un poco de descanso. Pero una fuerza superior a mi voluntad me empujaba a seguir adelante a cada momento. Oí, entonces, un ruido sobre mi cabeza. Escuche atentamente, pero ya no lo percibía . De nuevo, a los breves instantes, volví a oír aquel extraño rumor, como el aleteo de un pájaro. En aquel momento, surgiendo de las tinieblas, a pasos lentos, como un fantasma, una efigie arrancada de un remoto pasado, un hombre casi, un demonio tal vez, se me acercó. En ese momento me di cuenta que la niebla me envolvía y que el extraño parecía deslizarse sobre ella, lentamente, como un barco sobre las olas de un mar tranquilo. Se quedó inmóvil, mirándome y sus ojos produjeron en mí una deliciosa sensación de plenitud y gozo, como si todos mis deseos hubiesen sido colmados en el acto. Ya no tuve miedo a partir de entonces, ni el menor deseo de escapar, ni un adarme de zozobra; únicamente experimentaba el anhelo vehemente de permanecer allí para siempre, porque entendía que aquél sitio era al que me llevaría el destino en el camino de mi vida. Recorrieron mi mente extrañas imágenes. La noche me envolvía ahora más densa que nunca, más susurrante, más placentera, a despecho de que la oscuridad devino mucho más cerrada que el fondo del abismo. Oí, asimismo, una música salvaje, extraordinaria, como nacida de antiguas épocas olvidadas. Vi al hombre muy cerca de mí, su cara de halcón y, pese a tener en sus facciones un sesgo de depravación indescriptible, me resultó deseable. Vi también una procesión de seres horrendos que me llamaban pronunciando mi nombre como en un susurro. Me resultaron familiares y algunos de ellos me llamaron "hermana". Y vi también el castillo, el hogar, una fortaleza tan grande y siniestra como ningún otro humano viera en vida.
Oh,... ¡como era traída y llevada por turbios senderos a lo largo de horas de alas sombrías!; ninguna luz iluminaba el melancólico lugar, funesto y maloliente, con viejas paredes llenas de moho y de humedad. Había muchos ataúdes, todos en sus nichos correspondientes. A pesar de la lobreguez que me circundaba, era aquel el mejor de los sitios. La luna, a través de una abertura del techo abovedado, enviaba su luz tenue sobre el fúnebre escenario. Sus rayos se reflejaban en las placas de los féretros, muchos adornados con los escudos de esas familias que llevan honores hasta las puertas de la muerte. Nombres extranjeros, que no puedo evocar. A mi lado, bañada por el rayo de luna, vi una joven bellísima. Yacía en su féretro abierto, en su muerte aparente, aguardando el momento. Algo dentro de mí me decía que la vida no se había consumido en ella completamente y que un misterioso hilo la unía todavía al destino de los hombres. Nunca deseó volver, pero era más consciente que nunca que no estaba en las manos de los vivos el poder de decidir. De súbito, oí que alguien se acercaba. Los pasos que resonaban en la cámara vecina tenían un propósito definido y conocían muy bien el suelo que pisaban. Un momento después, una alta figura quedó enmarcada en el arco gótico. Era él, por fin, un ser de rostro enérgico de grandes bigotes y ojos coléricos, que fulguraban con la expresión de quien está acostumbrado a ser obedecido. De la oscuridad del pasado emergen los seres que se quieren olvidar, aquellos innombrables que envenenan el aire con la ponzoña de sus almas. El no era igual a ellos, no pertenecía a sus filas, porque ostentaba el don de la primacía. Era su rey.
Me dirigió unas palabras y recuerdo haber pronunciado, junto a mi asentimiento más absoluto, la palabra Maestro. Afuera un gran carruaje negro me aguardaba. Estaba en el patio del castillo, esa formidable fortaleza que había visto por primera vez momentos antes, aunque tenía la impresión de haber estado allí en ocasiones anteriores. Me era tan familiar y grata como la casa en que nací. Quizás fuera esta la realidad, tal vez no había otro hogar más que éste para mí.
Subí al coche y volví sobre un camino, que se me antojó ser la senda del pasado, a cuyo fin me aguardaba algo familiar. Mortales emociones me hendían el corazón como el bisturí del cirujano. Odiaba, odiaba profundamente y ese odio cerval estaba destinado a los seres amados. Antaño había luchado, me decía, había sufrido, había soportado hasta el final mi degradación. Ahora el recuerdo no podía hacerme sufrir. Un rencor salvaje y primitivo me impelía. El viento torrencial, casi huracanado, aullaba al pasar entre la densa arboleda del jardín, tan ominosamente que excitó mi ánimo todavía más. Las luces, en el pequeño laboratorio, estaban encendidas. Sabía que le encontraría allí, tiempo de sobra tuve en el pasado para aprender sus costumbres. Supe, también, que me hallaba en Inglaterra y en la proximidad de un hombre al que amé. Por eso, en mi pecho sin corazón hubo un vago sentimiento de ternura. Nada podría detenerme, sin embargo.
Shepherd se había quedado dormido sobre el escritorio, rendido de sueño y de cansancio. Tenía que vengar mi vida. La respiración del hombre llegó hasta mí como un reto, regular y fuerte. Bastaba con apretar un poco su cuello y quebrantarlo. Entonces supe que había despertado, que había retornado al reino de la conciencia, antes de que sus ojos se abrieran. Miró confuso alrededor, porque se había apercibido de mi presencia, aunque yo permanecía oculta en la oscuridad. Preguntó quién estaba allí y ya no me oculté ante él. Encendió la luz y me vio. El nunca había previsto encontrarme de nuevo. Su rostro perdió el color; santiguóse y se quedó inmóvil, como una figura de cera. Algo, en su pecho, se había roto.
Salí al exterior y subí a la carroza. Inundaba mi pecho un exhultante sentimiento de liberación y de dicha. Había terminado una parte de mi historia y ahora comenzaba otra cuyo final desconocía.
Cuando desperté estaba confundida, con el cuerpo bañado en sudor, el corazón en un pálpito y víctima de una angustiosa sensación de irrealidad. ¿Qué me había sucedido?. ¿Qué especie de locura se había arrastrado en mi sueño?. La mía es una historia singular, de cuyas confidencias nadie jamás ha participado; nadie sabe de mis penalidades ni de mis dudas. Aunque mi juicio se vuelve cada vez más débil y confuso, me siento reacia a remover las cenizas de semejantes recuerdos. A Shepherd no quisiera rehusarle nada, pues le amo. Y, sin embargo, esta noche acabo de desear su muerte; Dios me perdone. Debo arrancar de mi mente esa ilusión diabólica.

***



Historias de hombres lobo en occidente
LICANTROPÍA

Edición de Jorge Fondebrider
AH, Adriana Hidalgo editora
Buenos Aires, Argentina, 2.004

Los licántropos u hombres lobo nacen de la noche, del miedo, de la imaginación y, dicen algunos, de la ignorancia. Su figura tenebrosa se encuentra en todo el mundo occidental, mucho antes de la antigüedad clásica.
Los licántropes sobrevivieron en Europa a la caza sistemática de lobos y a la Inquisición, apareciendo inclusive en lugares donde el lobo nunca había existido. Su génesis intelectual arranca de un cúmulo de ideas que en Occidente fueron perviviendo a lo largo del tiempo, Durante más de dos mil quinientos años se fueron acumulando historias fantásticas, que integran el contenido del libro que hoy presentamos. Desde la Arcadia cantada por Teócrito y Virgilio, hasta el norte gélido de las sagas islandesas, desde la Irlanda de los santos, hasta los lóbregos bosques bálticos, pasando por la Ucrania del príncipe Vseslav de Polock, la intolerante Suiza de Calvino, la violenta Alemania de Lucero, la Francia de las luchas religiosas, las más cercanas Galicia y Portugal, fueron asiento de historias maravillosas concernientes a esta expresión singular del lado oscuro. La obra que tenemos a la mano, se cierra con dos capítulo referentes a la literatura de ficción contemporánea y al cine, los nazis y la canalización del mito.
Licantropía, en suma, reúne mitos y leyendas; textos filosóficos, religiosos, literarios, científicos, antropológicos, legales y periodísticos, ofreciendo no solo la visión cronológica del hombre lobo de Occidente, sino el acicate de la sorpresa de los textos presentados, muchos de los cuales se ofrecen por vez primera en castellano.

Lean y gocen, y cuidado con la luna, a la cual canta el lobo.

de Desconocido

3

Van Vooren me habló después de la gente vernácula, de sus tradiciones, de sus supersticiones y del Thurul, una especie de diablillo nacional. Y no pude, sino muy divertido, escuchar algunas partes de su relato. Era verdaderamente curioso y extraño que no hubiese ningún mapa detallado de aquella zona. De todos modos supe que Iskra, nuestro destino, era un lugar famoso, una ciudad antigua y bastante grande, donde me encontraría con mi amigo de juventud el doctor Viktor von Ashaer, pues vivían allí muchos alemanes a los que los oriundos, por un error histórico, llamaban sajones.
País de todos y de nadie, sufrió en la antigüedad innúmeras invasiones y sus pobladores padecieron grandes calamidades. Aunque hoy es territorio húngaro, se encuentra tan cerca de Rumanía que étnicamente es un conglomerado de razas distintas: Szekleros o szekelys, valacos, sajones, magiares, dacios, moldavos, checos y slovacos, además de los szeganys, la población gitana, que es allí muy numerosa. Tendría que aprender a vivir con esa gente primitiva, fuertemente arraigada en el pasado que, entre otras cosas, cree que cuando suenan las doce campanadas, todos los maleficios que existen reinan sobre la Tierra y que, en la oscuridad de la noche, los muertos abandonan sus sepulturas y a ellas vuelven al despuntar el día tras haber cometido multitud de fechorías. Este hecho insólito, esta creencia en muertos resucitados que se alimentan de sangre para prolongar su existencia, explicaba que, para la población nativa, la muerte era el momento supremo de la existencia, del cual procedía la auténtica vida. Incluso almas creyentes caían, de modo impío, en el secreto regocijo de esta posibilidad.
También se creía en el Thurul, al cual ya nos hemos referido anteriormente (seguramente el quebrantahuesos) que, mandado por el diablo, baja a la tierra para causar todo tipo de males y sembrar la desdicha entre los hombres. Hay que señalar que la leyenda del Thurul variaba según las provincias y que, precisamente en la zona oriental húngara, se le identificaba con un murciélago que causaba grandes bajas en el ganado y al que se le atribuían algunas muertes humanas. La ignorancia de la gente imputaba, pues, poderes maléficos a un pobre animal que, para disfrute de los científicos, había sobrevivido desde tiempos inmemoriales. No hará falta decir que las interpretaciones que voy refiriendo son las del profesor van Vooren, pues yo no he tomado, por el momento, cartas en el asunto, ni mucho menos cuando de lo que se trata es de asuntos del folklore regional.
Volviendo a cosas más interesantes, al final resultó que yo era el único componente de la expedición científica, si bien me era permitido que mi esposa me acompañase. El verdadero motivo de mi viaje a Hungría, según confidenció aquel galés ladino, se desconocía en los altos estamentos universitarios. Quienes, en suma, iban a financiar la experiencia, ignoraban la auténtica naturaleza de la misma.
-A fines oficiales -dijo sir Archibald no sin cierta sorna-, usted, querido amigo, estará ocupado en una investigación taxonómica de la fauna quiróptera centroeuropea. Bien sabe que los sistemas al uso, como el de Kanfer y Edmons y el de Roland y Pluvier dejan mucho que desear. Ha sido bastante fácil convencer a nuestros apreciados profesores, dando por descontado la gran afición de todo inglés por las clasificaciones biológicas, así como la posibilidad de que se vendieran, por lo menos, trece mil ejemplares del nuevo sistema taxonómico, con el prestigio añadido a nuestra Muy Ilustre Universidad.
Aquello era todo, por el momento, y ahora no tenía que hacer otra cosa más que aguardar el momento de la partida. Sir Archibald reiteró que el asunto era completamente confidencial y que, por ello, bajo ningún pretexto, debían conocerse nuestros propósitos. Unicamente cuando estuviésemos en posesión de pruebas irrefutables, podríamos revelar nuestro secreto.
-Estoy seguro de que ante la magnitud del descubrimiento -añadió el profesor divertido-, esos buenos señores sabrán dispensar nuestra, llamémosla, pequeña travesura bienintencionada.
Me informó que me haría entrega, en el momento oportuno, de unas cartas de recomendación para ciertas personalidades locales que me serían de gran ayuda.
Así termino aquella memorable velada. Tenía que volver a casa y esperar el momento definitivo. Salí de la mansión del profesor Woodger como aturdido y me pareció que no había bastante aire en las calles de Londres para reponerme. Ciertamente habían sido muchas emociones en tan poco tiempo, de suerte que me costaba irlas asimilando. Me dirigí a la orilla del Támesis y decidí ir caminando hasta casa. Pero, ¿cómo acogería Hellen la noticia?. Hasta el presente había demostrado ser una persona paciente y tolerante, aceptando mis excentricidades y acatando siempre mi voluntad. ¿Cómo reaccionaría ante una partida inmediata, un viaje a un país lejano y desconocido, una ruptura total con nuestro actual modo de vida?... ¡Oh, ese murciélago!. ¿Hasta dónde llegaba la verdad y dónde comenzaba la falacia?. Momentos antes aquellos dos vejestorios me habían convencido, pero ahora mi entusiasmo comenzaba a decaer. Hubiera deseado partir en aquel mismo momento y no tener tiempo para reflexionar.
Entretanto, me había separado del río y, después de pasar por Emory Place, llegué a Bacon Street.
Me encontré a mi querida Hellen en la biblioteca. Al mirarme, se dio cuenta enseguida de mi inquietud.
-¿Qué tienes? -me preguntó, cogiéndome la mano.
En pocos minutos la puse al corriente sobre la situación. Durante algunos instantes guardó silencio.
-Shepherd -dijo al fin.
-Si.
-Será un viaje maravilloso.
Sus palabras me reconfortaron infinitamente.

Salvador Alario Bataller

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OBRA PUBLICADA A)CIENTÍFICA: 8 libros de Psicoterapia y Sexología (editorial Promolibro, valencia). 36 artículos especializados en diversas revistas (redactor de Cuadernos de Medicina Psicosomática y Psiquiatría de Enlace, www.editorialmedica.com, y los artículos y otros textos se relacionan en la web). B)NARRATIVA: “La conciencia de la bestia”, edición privada, finalista (de los 15 finalistas) del Premio Planeta de Novela de 1997. “La ciudad desvanecida”, relato seleccionado por concurso de la revista Escribir y Publicar en su editorial Grafein Ediciones, Colección Escritura Creativa, integrante del volumen de cuentos ASI ESCRIBO MI CIUDAD (2001). “Descensus ad Inferos”, lo mismo que antes, pero este cuento pertenece al libro de cuentos “32 MANERAS DE ESCRIBIR UN VIAJE” , Grafein Ediciones (2002). “Maltidos. La Biblioteca olvidada”, Iván Humanes Bespín y Salvador Alario Bataller, Grafein Ediciones, Barcelona, (2.006). "101 coños, Ilustraciones y breves" (2008), Carlos Maza Serneguet, Salvador Alario Bataller e Iván Humanes Bespín. Ilustraciones de Vanesa Domingo Montón, Grafein Ediciones, Barcelona. "Antología Iberoamericana de MIcrorelatos" (2008),coautor, Ediciones Lord Byron, Madrid (en prensa) La acre lácrima (2006), novela, en http://www.lulu.com/alario7 Un estudio crítico del Necronomicón Apócrifo (2006), ensayo, en http://www.lulu.com/alario7 Las aventuras carpatianas del profesor Exhorbitus (2006), novela, autoedición, en http://www.lulu.com/alario7 Astrum Argentum . La vara del mago (biografía novelada de Aleister Crowley) (2006), novela, en www.lulu.com, en http://www.lulu.com/alario7 El murciélago monstruoso (2006), novela, en http://www.lulu.com/alario7 Nunca volví de cuba (2007), novela, en www.lulu.com, http://www.lulu.com/alario7 Cuentos en www.narrativas.com: Espejos (2007), Los pequeños (2007). La angustia última (2008). Lo que trajo la noche (2008). OBRA INÉDITA: Las nocturnidades de don Arturo del Grial, (2002), novela. Los ojos del moro (2003), novela. El doctor amor y las mujeres (2006), novela. La trama sináptica (2007), novela. Historias de amor, muerte y trascendencia (2007), novelas (dos novelas breves relacionadas). Los estados intestinales (2007), novela. Cuando cazaba pelos (2008), novela breve Cuentos completos (1999-2008) Blogs: http://clinica-psicomedica.iespana.es http://alario1.blogspot.com http://undostrescuentos.blogspot.com http://undostrescuentos2.blogspot.com http://elloboylaluna.blogspot.com http://lasnocturnidades.blogspot.com http://nohaymentesincerebro.blogspot.com
 

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