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Al atardecer siguiente, sucedió otro evento singular. Dejé a mi mujer en el salón, donde habíamos tomado el té y salí a pasear. Cuando regresé al jardín, me sentía rejuvenecido, maravillosamente renovado. Empero, no encontraba ninguna explicación razonable pare este estado de euforia. Fue como si hubiera cambiado un escenario en el entreacto de una obra teatral.
Me sorprendía porque los pájaros del jardín habían dejado de cantar y reinaba un silencio de muerte. Encontré a los mastines tendidos en el césped y cuando me acerqué, comprobé que estaban dormidos, sumidos en una especie de pesado letargo. Tampoco se oía a la servidumbre, que a esa hora solían andar preparando la cena. Muy excitado me dirigí a la casa por el sendero arbolado, al final del cual se levantaba el pabellón de música. Sentada al piano, acariciando suaves notas, había una dama de hermosa cabellera dorada. Por una ventana se difundía una música que nunca antes había escuchado. Era una música extraña, pero sumamente bella y trágica a la vez, como arrancada de pasados tiempos turbulentos. Era la Dama Blanca de la rectoría de Bölke. Había poca luz en el interior, pero me permitía distinguir nítidamente el rostro perfecto y la expresión ausente de sus ojos.
No recuerdo lo que sucedió a continuación. Me desperté en el sofá, con una terrible sensación de debilidad y cansancio. Era de noche tras los cristales y no había la menor huella de la hermosa visitante. Pero su perfume flotaba tan vívidamente en la estancia que se hubiera dicho que ella continuaba todavía allí. En vano mis ojos anhelantes la buscaron y la realidad de su ausencia dejó en mi pecho una angustia amarga que tardé muchas horas en alejar de mí. ¿Quién era?. ¿Dónde estaba?.
A la mañana siguiente me escapé al bosque y me dirigí a las montañas, con el secreto deseo de encontrarla nuevamente. Sabía que la encontraría allí, en algunos de aquellos lugares altivos, pues sentía que ella pertenecía a aquellos páramos como el río que fluía por el valle. Ella estaba en el aire, en el agua, en la espesura, en todas partes. Oscuras nubes se arremolinaban sobre mi cabeza y soplaba un viento helado procedente de las cumbres. De pronto, el sonido de unos cascos lejanos me arrancó de mi loco frenesí y borró de mi mente todo pensamiento. Cabalgando entre los abetos, los szeklers se dirigían a algún lugar indeterminado, tal vez escapando del acoso de la caballería del ejército austrohúngaro. Una súbita pasión se había apoderado de mí, hombre poco dado a la aventura sin embargo. Experimenté un nuevo vigor ante la visión de aquella gente ruda y sin ley, que vivían para el riesgo y el bandidaje. Eran, ante todo, libres. Por mi mente desfilaron imágenes insospechadas. Era el gran espíritu de las montañas, de los viejos tiempos, la antigua alma legendaria de un pueblo jamás sojuzgado, de una raza hermanada con brujas y demonios que, al decir de la tradición, en la Noche de Walpurgis, adoraban en la profundidad del bosque al Malo, quien les recompensaba con extraordinarios poderes y los goces de pasiones tumultuosas que no conocían barreras.
Entonces, alguien pronunció mi nombre. Había en la llamada un tono suplicante. Después, ella volvió a llamarme, débil, pero desesperadamente.
-Tienes que venir a mí, yo te mostraré el camino -había murmurado el aire.
Al atardecer siguiente, sucedió otro evento singular. Dejé a mi mujer en el salón, donde habíamos tomado el té y salí a pasear. Cuando regresé al jardín, me sentía rejuvenecido, maravillosamente renovado. Empero, no encontraba ninguna explicación razonable pare este estado de euforia. Fue como si hubiera cambiado un escenario en el entreacto de una obra teatral.
Me sorprendía porque los pájaros del jardín habían dejado de cantar y reinaba un silencio de muerte. Encontré a los mastines tendidos en el césped y cuando me acerqué, comprobé que estaban dormidos, sumidos en una especie de pesado letargo. Tampoco se oía a la servidumbre, que a esa hora solían andar preparando la cena. Muy excitado me dirigí a la casa por el sendero arbolado, al final del cual se levantaba el pabellón de música. Sentada al piano, acariciando suaves notas, había una dama de hermosa cabellera dorada. Por una ventana se difundía una música que nunca antes había escuchado. Era una música extraña, pero sumamente bella y trágica a la vez, como arrancada de pasados tiempos turbulentos. Era la Dama Blanca de la rectoría de Bölke. Había poca luz en el interior, pero me permitía distinguir nítidamente el rostro perfecto y la expresión ausente de sus ojos.
No recuerdo lo que sucedió a continuación. Me desperté en el sofá, con una terrible sensación de debilidad y cansancio. Era de noche tras los cristales y no había la menor huella de la hermosa visitante. Pero su perfume flotaba tan vívidamente en la estancia que se hubiera dicho que ella continuaba todavía allí. En vano mis ojos anhelantes la buscaron y la realidad de su ausencia dejó en mi pecho una angustia amarga que tardé muchas horas en alejar de mí. ¿Quién era?. ¿Dónde estaba?.
A la mañana siguiente me escapé al bosque y me dirigí a las montañas, con el secreto deseo de encontrarla nuevamente. Sabía que la encontraría allí, en algunos de aquellos lugares altivos, pues sentía que ella pertenecía a aquellos páramos como el río que fluía por el valle. Ella estaba en el aire, en el agua, en la espesura, en todas partes. Oscuras nubes se arremolinaban sobre mi cabeza y soplaba un viento helado procedente de las cumbres. De pronto, el sonido de unos cascos lejanos me arrancó de mi loco frenesí y borró de mi mente todo pensamiento. Cabalgando entre los abetos, los szeklers se dirigían a algún lugar indeterminado, tal vez escapando del acoso de la caballería del ejército austrohúngaro. Una súbita pasión se había apoderado de mí, hombre poco dado a la aventura sin embargo. Experimenté un nuevo vigor ante la visión de aquella gente ruda y sin ley, que vivían para el riesgo y el bandidaje. Eran, ante todo, libres. Por mi mente desfilaron imágenes insospechadas. Era el gran espíritu de las montañas, de los viejos tiempos, la antigua alma legendaria de un pueblo jamás sojuzgado, de una raza hermanada con brujas y demonios que, al decir de la tradición, en la Noche de Walpurgis, adoraban en la profundidad del bosque al Malo, quien les recompensaba con extraordinarios poderes y los goces de pasiones tumultuosas que no conocían barreras.
Entonces, alguien pronunció mi nombre. Había en la llamada un tono suplicante. Después, ella volvió a llamarme, débil, pero desesperadamente.
-Tienes que venir a mí, yo te mostraré el camino -había murmurado el aire.
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Salvador Alario Bataller
Lugar:
Avda, Blasco Ibáñez, nº.126, 6º, 28ª
Valencia
46022
Spain
Teléfono:
963724197
E-mail:
alario7@msn.com
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Un saludo muy grande, este fin de semana creo que has salido no?
Aparte de compilaciones de cuentos clásicas y más actuales (en Siruela y Valdemar, por ejemplo), tenemos el Drácula de Stocker, Carmilla de Sheridan le Fanu, Soy Leyenda de Matheson (está abajo), Las Crónicas Necrománticas de Lumley, en principio, aunque hay algunas más muy buenas; pero eso es lo básico. Hay también tesis doctorales (de Medicina e Historia) sobre el vampirismo, que pondré pronto... El texto ue comentas es parte de un capítulo de una novela mía que escribí a los 20 años y que pongo aquí poco a poco. Saludos y hasta siempre. S.
Me llegó el fín de semana.
Muchisimas gracias por el envío.
Yo preguntaría... qué hay en esos recovecos de tu gran imaginación?
Tieness grandezas ahi dentro!