Découvrez la Radio Jazz vocal
30 de Julio de 1.8...
1
Sí, estuve gravemente enfermo, preso de una dolencia tan extraña en su inicio como en su final. Pero, a pesar de todo ello, la estancia en Ashemberg Scholoss fue muy instructiva en algunos aspectos.
Extraño país aquel, de duendes y sortilegios, donde las leyendas pasaban de generación en generación como verdades absolutas. Para citar solamente un ejemplo, me enteré por el mayordomo que el castillo de las montañas poseía una leyenda tenebrosa. Decían de ese lugar que estaba encantado y que ahora pertenecía a los demonios. Como todo edificio antiguo y apartado en el país, Ströheim Scholoss tenía su historia negra. Al decir de la voz popular, quienes lo habitaron encontraron una muerte fatal. Todos los propietarios murieron jóvenes y pertenecían a lo mejor de la aristocracia centroeuropea. El primero de ellos, Mujiar von Kruger salió un atardecer a caballo y nunca más volvió. Su cuerpo no pudo ser encontrado en ninguna parte. El joven Löwenstein, enloquecido de la noche a la mañana, se precipitó por un barranco. Boris Amorack fue hallado muerto en su alcoba, degollado. Gërd Mentekel falleció en plazo de pocas semanas, a causa de unas fiebres desconocidas. El último morador fue la bella Ulriche von Ströheim, que murió en la flor de la juventud a causa de una enfermedad consuntiva que ningún médico pudo remediar. Tras su funeral ocurrieron en la región misteriosas desapariciones, por lo que la fortaleza fue exorcizada y la tumba de la condesa cambiada de lugar tomando las debidas "precauciones". Olaf, el sirviente, eludió, taciturno, darme mayores detalles sobre las referidas medidas precautorias. Solamente dijo, entre dientes, que el espíritu del viejo señor del castillo, el conde Kurt Zemanyadeck, todavía dominaba el lugar, envenenando el aire con la protervia de su alma.
Me encontraba auténticamente divertido cuando me levanté del sillón y salí de la biblioteca, pensando en todas esas historias de viejas. Una vez fuera del castillo, decidí ir al bosque, donde podría pasear, examinar un poco la fauna y disfrutar, en suma, de la paz de la naturaleza. Hellen, cansada del viaje, dormía aún.
Sin advertirlo, me di cuenta que había tomado un camino desconocido. Me había extraviado, no sabía donde me encontraba. Desconcertado, miré en derredor y sentí alivio cuando distinguí, no muy lejos, sobre las copas de los pinos, las cúpulas de la rectoría de Bölke. Había sido construida en 1.710 por el reverendo Friedrich Hinche y estaba situada cerca del ruinoso cementerio de una aldea ahora deshabitada. El sol comenzaba a ponerse y un frío atardecer hizo que me estremeciera. ¿O había algo más en mi inquietud?. Fue entonces la primera vez que la vi. En un claro del bosque, lánguidamente apoyada en el tronco de un abeto, había una mujer, tan bella y exquisita en su porte, tan impar en el aura que la rodeaba, que sentí encontrarme ante la divina Titania, la reina de las hadas. Debía de ser una dama de calidad, por su peinado y su elegante vestido blanco, que flotaba vaporoso al aire, hermoseando los contornos de su cuerpo. Me llamó la atención la figura por encontrarse allí a una hora semejante, en un lugar tan solitario. Por un momento sospeché que no me hallaba ante un ser real, de carne y hueso, pues había algo extrañamente maravilloso en ella, que no sabría explicar. Parecía ausente a cuanto la rodeaba, embargada por una languidez perezosa, casi infantil. Tenía los ojos cerrados, como si estuviese adormilada o sumida en íntimos pensamientos. Desde donde me encontraba, la saludé, dándole los buenos días pero, ante mi total perplejidad, la dama no me respondió y desapareció lentamente de mi vista. La vi desmaterializarse gradualmente ante mis ojos, por increíble que parezca, y nadie me convencerá nunca que no vi a aquella mujer del bosque tan nítidamente como veo cada día la luz del sol.
1
Sí, estuve gravemente enfermo, preso de una dolencia tan extraña en su inicio como en su final. Pero, a pesar de todo ello, la estancia en Ashemberg Scholoss fue muy instructiva en algunos aspectos.
Extraño país aquel, de duendes y sortilegios, donde las leyendas pasaban de generación en generación como verdades absolutas. Para citar solamente un ejemplo, me enteré por el mayordomo que el castillo de las montañas poseía una leyenda tenebrosa. Decían de ese lugar que estaba encantado y que ahora pertenecía a los demonios. Como todo edificio antiguo y apartado en el país, Ströheim Scholoss tenía su historia negra. Al decir de la voz popular, quienes lo habitaron encontraron una muerte fatal. Todos los propietarios murieron jóvenes y pertenecían a lo mejor de la aristocracia centroeuropea. El primero de ellos, Mujiar von Kruger salió un atardecer a caballo y nunca más volvió. Su cuerpo no pudo ser encontrado en ninguna parte. El joven Löwenstein, enloquecido de la noche a la mañana, se precipitó por un barranco. Boris Amorack fue hallado muerto en su alcoba, degollado. Gërd Mentekel falleció en plazo de pocas semanas, a causa de unas fiebres desconocidas. El último morador fue la bella Ulriche von Ströheim, que murió en la flor de la juventud a causa de una enfermedad consuntiva que ningún médico pudo remediar. Tras su funeral ocurrieron en la región misteriosas desapariciones, por lo que la fortaleza fue exorcizada y la tumba de la condesa cambiada de lugar tomando las debidas "precauciones". Olaf, el sirviente, eludió, taciturno, darme mayores detalles sobre las referidas medidas precautorias. Solamente dijo, entre dientes, que el espíritu del viejo señor del castillo, el conde Kurt Zemanyadeck, todavía dominaba el lugar, envenenando el aire con la protervia de su alma.
Me encontraba auténticamente divertido cuando me levanté del sillón y salí de la biblioteca, pensando en todas esas historias de viejas. Una vez fuera del castillo, decidí ir al bosque, donde podría pasear, examinar un poco la fauna y disfrutar, en suma, de la paz de la naturaleza. Hellen, cansada del viaje, dormía aún.
Sin advertirlo, me di cuenta que había tomado un camino desconocido. Me había extraviado, no sabía donde me encontraba. Desconcertado, miré en derredor y sentí alivio cuando distinguí, no muy lejos, sobre las copas de los pinos, las cúpulas de la rectoría de Bölke. Había sido construida en 1.710 por el reverendo Friedrich Hinche y estaba situada cerca del ruinoso cementerio de una aldea ahora deshabitada. El sol comenzaba a ponerse y un frío atardecer hizo que me estremeciera. ¿O había algo más en mi inquietud?. Fue entonces la primera vez que la vi. En un claro del bosque, lánguidamente apoyada en el tronco de un abeto, había una mujer, tan bella y exquisita en su porte, tan impar en el aura que la rodeaba, que sentí encontrarme ante la divina Titania, la reina de las hadas. Debía de ser una dama de calidad, por su peinado y su elegante vestido blanco, que flotaba vaporoso al aire, hermoseando los contornos de su cuerpo. Me llamó la atención la figura por encontrarse allí a una hora semejante, en un lugar tan solitario. Por un momento sospeché que no me hallaba ante un ser real, de carne y hueso, pues había algo extrañamente maravilloso en ella, que no sabría explicar. Parecía ausente a cuanto la rodeaba, embargada por una languidez perezosa, casi infantil. Tenía los ojos cerrados, como si estuviese adormilada o sumida en íntimos pensamientos. Desde donde me encontraba, la saludé, dándole los buenos días pero, ante mi total perplejidad, la dama no me respondió y desapareció lentamente de mi vista. La vi desmaterializarse gradualmente ante mis ojos, por increíble que parezca, y nadie me convencerá nunca que no vi a aquella mujer del bosque tan nítidamente como veo cada día la luz del sol.
1 Comment:
-
- Dra. Kleine said...
1:43 p. m.Dioses, si así pudiera desaparecer alguien que yo conozco... uf, sería genial!
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Salvador Alario Bataller
Lugar:
Avda, Blasco Ibáñez, nº.126, 6º, 28ª
Valencia
46022
Spain
Teléfono:
963724197
E-mail:
alario7@msn.com
Enviar un mensaje a este usuario.