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Incomprensiblemente, sin extrañeza ni temor, me levanté. Flotaba en la atmósfera un no sé qué hostil, opresivo, que capté en el mismo momento en que me incorporaba, y en mí eclosionó, un vago sentimiento de angustia, en extraño maridaje con un ilícito deseo. Recuerdo que el atardecer era frío y umbrío. Mis pasos me llevaron más lejos y descendí por la ladera de la montaña. Nada temía en realidad, mi instinto me guiaba sin la menor vacilación. Pero, ¿adónde?. Una vez más me di cuenta de que me encontraba frente a la rectoría de Bölke. Penetré en el recinto del cementerio y ese algo extraño me condujo al pie de una tumba. No era una sepultura vulgar ciertamente, sino un suntuoso panteón familiar, en el cual empero, el tiempo y el abandono, habían hecho mella. En esos momentos, un frenesí de locura me dominaba, poseso de un sueño ardiente. La voz me llamaba cada vez más fuerte, cada vez con más grande anhelo. Aparté con la mano la nieve que cubría la inscripción de la portezuela de hierro que daba entrada a la cripta y ello me permitió ver una antigua inscripción:
ULLRICHE VON STRÖHEIM
1.700-1.723
Distinguí un destello ante mis ojos y tuve la fugaz visión de unas facciones: unos ojos abiertos, en una cara blanca de óvalo perfecto y unos labios rojos como la sangre. En ese momento de comprensible turbación, una mano se posó suavemente en mi hombro y, al volverme, encontré la mirada preocupada del padre Freund. Acababa de despertar de una indescifrable ensoñación, helado casi hasta la muerte, cubierto de nieve y empapado. El cura dijo algo que no entendí. Turbado, como quien despierta en medio de una pesadilla, creo que balbuceé algunas palabras sin sentido y salí de allí tambaleándome, seguido por la mirada asombrada del religioso. Desde el camino, transido por el frío y la confusión, me dirigí a casa.
Incomprensiblemente, sin extrañeza ni temor, me levanté. Flotaba en la atmósfera un no sé qué hostil, opresivo, que capté en el mismo momento en que me incorporaba, y en mí eclosionó, un vago sentimiento de angustia, en extraño maridaje con un ilícito deseo. Recuerdo que el atardecer era frío y umbrío. Mis pasos me llevaron más lejos y descendí por la ladera de la montaña. Nada temía en realidad, mi instinto me guiaba sin la menor vacilación. Pero, ¿adónde?. Una vez más me di cuenta de que me encontraba frente a la rectoría de Bölke. Penetré en el recinto del cementerio y ese algo extraño me condujo al pie de una tumba. No era una sepultura vulgar ciertamente, sino un suntuoso panteón familiar, en el cual empero, el tiempo y el abandono, habían hecho mella. En esos momentos, un frenesí de locura me dominaba, poseso de un sueño ardiente. La voz me llamaba cada vez más fuerte, cada vez con más grande anhelo. Aparté con la mano la nieve que cubría la inscripción de la portezuela de hierro que daba entrada a la cripta y ello me permitió ver una antigua inscripción:
ULLRICHE VON STRÖHEIM
1.700-1.723
Distinguí un destello ante mis ojos y tuve la fugaz visión de unas facciones: unos ojos abiertos, en una cara blanca de óvalo perfecto y unos labios rojos como la sangre. En ese momento de comprensible turbación, una mano se posó suavemente en mi hombro y, al volverme, encontré la mirada preocupada del padre Freund. Acababa de despertar de una indescifrable ensoñación, helado casi hasta la muerte, cubierto de nieve y empapado. El cura dijo algo que no entendí. Turbado, como quien despierta en medio de una pesadilla, creo que balbuceé algunas palabras sin sentido y salí de allí tambaleándome, seguido por la mirada asombrada del religioso. Desde el camino, transido por el frío y la confusión, me dirigí a casa.
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