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DON JUAN DE LOS PASOS TRISTES
Salvador Alario
Bataller, 2.012
A Gustavo Adolfo
Becquer, in memoriam.
Juan, Don Juan,
arrastraba su figura cenceña por la calle triste.
Al final, después
de deambular sin rumbo fijo durante un buen rato, se acercó a una terraza
concurrida y en la mesa más alejada del bullicio se sentó. Apenas le mostraba
la luz de una farola y temió que el camarero no le viera. Pero al poco había un
vino blanco muy frio entre sus manos.
Ay..., suspiraba.
Antes nada era así.
Alcohol, drogas,
proxenetas, viejas suripantas, vagos, delincuentes y mucha juventud echada a
perder. Dolor, vacío, cosas rotas.
Y el amor, ¿dónde
está el amor?, se preguntaba.
Este siglo
veintiuno huero y desabrido.
La gente iba y
venía, se agitaba, cerca de él, en su tóxica alegría, como una nube de moscas.
Con lo que he sido,
se lamentaba, y arrastraba después un gemido quedo, doliente y profundo, en su
rincón triste.
De vez en cuando
alguien reparaba en su presencia, lo sabía, pero no se molestaba en levantar la
vista, tan ensimismado y abatido se sentía.
Ay, ¿quién me
querrá?, suspiraba, llevándose la copa a los labios, en aquella terraza
solitaria y triste, un lugar cualquiera, en un barrio sin importancia, en un
mundo incomprensible y deslavazado.
No había ni
julietas, ni beatrices, ni Eva, ni la misma Venus, en su pecho quebrado, en su
alma triste.
¿Quién más que tú?,
pareció susurrar en torno la noche, pero Juan, Don Juan de los pasos tristes, no
lo oyó... Algo pareció rielar apenas en su mirada aguanosa, pero no, nunca caían
las lágrimas de los ojos de don Juan. Tan triste estaba que ya no podía llorar.
Sin embargo, su corazón era una rosa ensangrentada.
Nadie como tú, otra
vez.
Un músico pobre,
una moneda meñique, una vieja melodía, sus arpegios evocadores, quizás.
Ay, suspiraba.
Una pareja de
enamorados, palabras suaves, cogidos de la mano y el aleteo de un te amo, que
no de un te quiero..., quizás.
Pero todo le
parecía amenazante: la extraña gente, los tenues celajes del cielo, la noche
que se espesaba.
¿Quién me amará?,
se lamentaba Don Juan, el de los pasos tristes, él, que había encontrado el
amor en un rayo de luna.
Y entonces, Don
Luís, su Ángel de la Guarda,
el más cachondo y zascandil entre los de su especie, le espetó al oído: “Ya
vale, Juan, con tanto suspiro y tanta leche que, teniendo en cuenta los tiempos
que corren, ya estás bien como estás.”
Etiquetas: Breve, Cuento, Salvador Alario Bataller
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