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Las grandes verdades están escritas con tinta invisible.

EGO
¡FELIZ NAVIDAD Y UN ESTUPENDO 2007 PARA TODOS!

MURAKAMI

Haruki Murakami:
Tokio blues
revista de libros número 110 febrero 06 33

El título original de Tokio blues es Norwegian
Wood, título a su vez de una melodía de
The Beatles. Este cambio es importante
porque no tiene explicación posible y eso
es, precisamente, lo que lo hace significativo, como veremos
más adelante. De momento adentrémonos en
este libro de adolescentes y adolescencia protagonizado
por un muchacho llamado Toru Watanabe, que es quien
cuenta la historia que ocupa la novela, como narrador,
diecisiete años más tarde. Retrocedemos con él al Tokio
de los años sesenta, donde conoce a una pareja –ella,
Naoko; él, Kizuki– de la que se hace inseparable hasta el
suicidio de él. Un año más tarde, retoma su relación de
amistad (quizá debiéramos decir de hermandad) con
Naoko, una muchacha psicológicamente débil y terriblemente
afectada por la muerte de su compañero.
Cuando ella es internada en un centro de reposo,Toru
conoce a Midori, por la que se siente muy atraído también.
Midori es, al contrario que Naoko, una muchacha
de carácter decidido, vivaracha y muy poco convencional
en su manera de ser.Toru se encuentra dividido entre
las dos mujeres aunque apenas se relaciona sexualmente
con ellas, pero sí lo hace con otras muchachas de
paso sin mayor interés para él que el desahogo de un
encuentro casual. Estamos ante un clásico relato de adolescente
en pos de su personalidad adulta.
De los dieciocho a los veinte años de Toru es el período
en que se desarrolla este encuentro bifronte y todos
los males, sentimientos atormentados, dudas, indecisiones
y deseos de la adolescencia conforman el caldo
en que bullen su cuerpo y su espíritu. De tratarse de un
retrato de adolescencia, nada nuevo aportaría a ejercicios
anteriores a él, como El adolescente de Dostoyevski
o El guardián entre el centeno de Salinger, por citar dos
ejemplos de alto valor literario. Pero el libro de Murakami
tiene un escenario que podríamos aceptar como
novedoso; un escenario sentimental, no geográfico, pues
la ciudad de Tokio pertenece a la clase de grandes urbes
del planeta donde se desarrollan hoy buena parte de
los dramas contemporáneos. Ese escenario es el de una
clase de soledad que está extendiéndose en el mundo
urbano de hoy y que podríamos definir en una primera
aproximación como la soledad desenraizada.
Me explicaré. En principio, parece que toda soledad
requiere una ausencia, pero ésta no tiene por qué
ser necesariamente una ausencia de raíces; la soledad es
a menudo relativa u ocasional; siempre causa daño, mas
no suele ser estable salvo en casos extremos. Lo que define
a esta nueva forma de soledad es que los individuos
afectados por ella parecen no provenir de ninguna parte
y no ir a ninguna parte, y esa sensación sí es estable.
Se caracteriza por una carencia afectiva que parece haber
sido el caldo de cultivo de su existencia desde que
adquirieron el uso de razón; y también por una última
displicencia hacia la razón de vivir y por la falta de objetivos
estimulantes de futuro. Hay en esta clase reciente
de soledad, que es sólo urbana, un dejarse llevar por
las circunstancias en la medida en que parecen ser o
inevitables o un peso demasiado lastrado como para
tratar de desprenderse de él. La vida, entonces, se convierte
en un desconcierto, pero, sobre todo, se convierte
en un espacio donde no hay apoyo para los afectos
ni para descargar la sentimentalidad, de modo que la
característica inestabilidad de la vida moderna se convierte
no en un suelo movedizo sobre el que luchar
por buscar alguna forma de asiento o mecanismo contra
la incertidumbre, sino en un suelo que nos mueve
de acá para allá y en el que chocamos de diversas maneras
y en ocasiones siempre únicas e irrepetibles con
otros seres tan desconcertados como nosotros.
La vida se convierte en un desconcierto... y en un
cansancio. Es la sensación de cansancio la que parece
apoderarse de las actitudes y los gestos de los personajes
atrapados en ella. No hay lucha por salir de ahí o entenderse
de otra manera sino que se vive como algo irremediable,
como un modo de ser que a uno le ha tocado
vivir. Hay algo de destino o de sino en esta actitud que
se fundamenta en el desafecto, en la falta de raíces, en la
sensación de no pertenecer a nada que no sea el propio
cuerpo con el que se deambula de un lado para otro.Y
todo ello genera, en el trato con los demás, una mezcla
de reconcentración, timidez, falta de riesgo, miedo a dejarse
ver y necesidad de hacerlo a la vez, que se resume
en una actitud de contención no diré que autista, pero
sí que reservada y autoconsciente en grado sumo. Son
dos palabras las que resumen esta actitud ambivalente:
deseo y temor; un clásico del paso por la vida; sólo que
aquí, en esta historia y, más allá de ella, en este mundo
nuestro que ha iniciado ya el siglo XXI, apunta a la falta
de raíces como detonante principal.
Curiosamente,Tokio, la ciudad más poblada del planeta,
parece que ni pintada para albergar estas historias de
anonimato y deriva. Pienso en un filme que ha causado
sensación en medio mundo y en el que se muestra con
eficiencia otra cara de esta forma de soledad: me refiero a
la película Lost in Translation, de Sofia Coppola. Es la historia
de dos seres que flotan en medio de esta sociedad
urbanita sin entender por qué están allí ni qué hacen allí.
El cansancio les domina, como el aburrimiento o, por
mejor decir, el lento paso de las horas. Bien es verdad
que ellos están en tránsito en la ciudad y los protagonistas
de nuestra novela, no; pero la soledad y el desconcierto
son los mismos y, además, la novela comienza cuando
el protagonista,Toru Watanabe, diecisiete años más tarde,
aterriza en un aeropuerto europeo, un espacio tan lejano
como Tokio lo es para la pareja de la película. En la
película, el personaje masculino advierte la sequedad de
las raíces que lo unen a su familia al otro lado del mundo
y comienza a asumir que la profundidad de su soledad es
superior a todo cuanto hubiera podido aceptar o disimular
hasta entonces; y la muchacha descubre que la soledad
comienza en su propio marido al que acompaña y
nada sabemos del resto de su entorno, si es que afectivamente
existe tal entorno. En todos ellos hay una resignada
acepción de las cosas: son así, y sólo algunos fogonazos
afectivos en medio de la contención de los deseos son
capaces de iluminarlos de cuando en cuando, como luciérnagas
en la noche. En realidad, bien podemos decir
que a Toru Watanabe las cosas le suceden a él, que no es
él quien le sucede a las cosas; y esto se aplica igualmente
a los protagonistas de la película.Todos se mueven, pero
ninguno lucha. Es una forma de soledad con la que se
carga. Punto. La vida moderna.
Este planteamiento es novedoso, en efecto, está empezando
a recogerse y mostrarse artísticamente de
modo reciente. La esencia de la soledad no cambia, lo
que cambia es el modo, ahí está su contemporaneidad.
En las expresiones de soledad precedentes a ésta, un
personaje puede desconocer hasta su origen, pero sabe
a dónde pertenece de un modo u otro; aunque sea un
excluido, las raíces son reconocibles. Esta nueva soledad,
en cambio, se caracteriza por disponer no sólo de lo
que podríamos denominar una falta activa de afecto
sino también de cualquier clase de anclaje ancestral.
Murakami y Coppola no lo diagnostican, se limitan a
mostrarlo: vea usted lo que nos está sucediendo. En
cierto modo podríamos hablar de retratismo en la medida
que es un retrato de nuestro tiempo, pero no es un
diagnóstico porque deja las causas en manos del lector.
Es un arte sintomático, podríamos decir: manifiesta el
síntoma, pero, insisto, no emite un diagnóstico. No trato
con esta aseveración de exigírselo a los autores, eso
sería una estupidez.Trato, simplemente, de definir su
posición. Es, por tanto, una propuesta activa además de
un retrato, porque lleva implícita la reflexión del lector
o espectador sobre el asunto.
Sin embargo, creo que Murakami juega con las
cartas marcadas, juega a su favor para cubrirse y ese es
el problema para la novela, un problema eminentemente
literario.Veámoslo.
¿Qué sucede cuando abres tu corazón?: que te curas.
Ése es el anhelo utópico de una sociedad desenraizada
y en él creen todos los infelices personajes de este
libro. Esta misma creencia resume la superficialidad del
relato. Porque el problema principal es que este retrato
no se adentra en los personajes sino que se limita a describirlos.
No se adentra en el sentido de los sucesos sino
que se contenta con constatar que los sucesos no tienen
sentido. «¿Cuántas decenas, no, centenares de do-
mingos como éste me quedan por vivir?», se pregunta
uno de ellos. Y a la pregunta de ¿cuáles son tus problemas?,
otro contesta: «Mi familia, mi novio, las irregularidades
de la regla...». Esta suma de manifestaciones cotidianas
es la que trata de establecer el sentido de la
novela en la medida que lo característico de los personajes
es que suceden cosas, unas anodinas (una pelea,
unas notas mediocres...) y otras de verdadera importancia
(el suicidio de Kizuki, por ejemplo), pero, en su relato,
el personaje Watanabe trata igual a unas que a otras
siendo tan disímiles en cuanto a su potencial dramático.
Eso es manifestación de un modo de ver la vida que
padece de anomia, pero no es más que eso. El porqué
no queda explícito porque no es intención del autor
hacerlo, pero tampoco queda implícito. De este modo, su
actitud es más propia de un fedatario que de un literato:
da fe de un hecho, pero no construye el hecho.
Los personajes acaban mostrando su lado frágil, su
miedo a romperse; esto es lo que les contiene, lo que
dificulta sus relaciones; alcanzan una forma de cercanía
que es, a la vez, una forma de rechazo.Todo lo cual
concluye en una forma de egoísmo a fin de cuentas.
Eso es lo que está bien visto. Sin embargo, no acabamos
de saber lo que cada uno significa para el otro: ahí entra
en acción una vaguedad que encierra a cada uno en su
mundo y las reacciones ante el problema son escapar y
dejar pasar los días. De hecho, éste es un relato de tiempos
muertos, como en Lost in Translation. Pero también
relato de tiempos muertos era una hermosísima película
de Howard Hawks, Hatari! La diferencia estaba en
que, en el caso de Hawks, los tiempos muertos eran los
que daban sentido a los tiempos vivos. Los unos eran
impensables sin los otros y el machihembrado de ambos
ofrecía un acabado impecable.
Las tres mujeres que afectan a Watanabe son, curiosamente,
complementarias. Midori es, exactamente, el
complemento de Naoko; es de carne y hueso, activa,
mientras que Naoko es pasiva, más parece una fijación
adolescente elaborada por el protagonista.Y la tercera,
Reiko, la compañera de cuarto de Naoko en la casa de
reposo, una mujer adulta, pero tan escondida como
Naoko, acaba proporcionando a Watanabe un desahogo
con la mujer madura que es, en realidad, una excusa
estructural del autor, por lo que su contacto final con
el chico suena a falso, blando, infantiloide, un encuentro
aplazado y pactado para redondear la influencia de las
mujeres en la vida de Watanabe. Aquí es donde la novela
deja ver su lado más débil.
La joven Midori, un tanto alocada y extravagante,
parecería la encargada de manifestar una mayor vitalidad
mientras que a Reiko le correspondería la sabiduría
de la madurez y a Naoko el papel de muchacha ensoñada
y ensoñante. Midori es también, frente a las otras
dos, la más contemporánea, incluso en su modo de hablar:
«Gastaba mis ahorros en comida. Así eduqué mi
paladar.Tengo mucha intuición. Mi punto débil es el
pensamiento lógico». Cuando trata de explicarse, cae en
el terreno flotante de los demás, sin embargo: «Siempre
estuve hambrienta. Aunque sólo hubiera sido una vez,
hubiera querido recibir amor a raudales. Hasta hartarme.
Hasta poder decir: Ya basta, estoy llena, no puedo
más». No los sacaremos de ahí. La novela se extiende,
reitera incluso, pero no ahonda; es pura superficie al
alcance de todos los públicos que se deleitan con una
apariencia de intensidad que trata de pasar por alta literatura
dramática.
Hay algo más. El narrador cuenta desde los treinta
y siete años. Han pasado diecisiete desde que ocurrió
todo el asunto. Es, por lo tanto, otro hombre; pero eso
carece de importancia para el autor. Que desembarque
en Hamburgo y escuche Norwegian Wood es tan solo
una excusa para ofrecer el relato. El problema es que lo
está contando el mismo protagonista diecisiete años después
y esto no está en la novela. No está y debería estar
porque un autor consciente ha de saber que, una vez
establecidas las coordenadas de la novela, debe atenerse
a ellas. No puede contarse en primera persona una historia
sobre la que han pasado diecisiete años sin que
este lapso de tiempo afecte de algún modo a la narración.
Este agujero es lamentable.Acorde con ello, Norwegian
Wood es sólo una referencia, no una presencia;
quiero decir que lo mismo hubiera dado cualquier
otra melodía, lo cual no deja de ser un descuido, una
falta de autoexigencia. El gran libro es aquel en el que
todos su elementos, incluidos los menores, demuestran
ser imprescindibles.Todo lo cual, lastimosamente, deja
un proyecto de plato contundente en un entrante bien
cocinado, pero sin verdadera sustancia. Lo que sí hay
que hacer notar es la habilidad del editor al cambiar el
título: es un toque de glamour que actúa como guinda
de un éxito previsible.
Tokio blues, de Haruki Marakami, ha sido publicada por Tusquets.

LA MIRADA DEL NARRADOR
Clive Coote
LA MIRADA DEL NARRADOR





DE http://ivanhumanes.blogspot.com


-Lo más complicado de tener libros es mantenerlos a raya y orden en la estantería. Sin ir más lejos, esta mañana me llegó una carta. Siete libros malditos se habían escapado hacía ya tiempo y ya no creía ni en ellos ni en su suerte. Pero en el texto me contaban que durante hoy y el fin de semana estarían "libres" para el primero que los quiera y encuentre en estos lugares de Barcelona y alrededores:

Viernes 11 a.m., en Plaza Catalunya, salida de metro Ramblas.
Viernes 13 a.m., en Arco del Triunfo (propio arco).
Sábado 11 a.m., en la Iglesia Santa Maria del Mar, entrada.
Sábado 15 p.m., Sagrada Familia, alrededores.
Sábado 17 p.m., en el Museo de Cera.
Domingo 19 p.m., en el andén de la estación de metro Cornellà.
Domingo 19 p.m., andén de la estación de metro Pubilla Cases.
.

ALPHONSE ALLAIS


Un rajá que se aburre
¡El rajá se aburre!
¡Ah, sí, se aburre el rajá!
¡Se aburre como quizá nunca se aburrió en su vida!
(¡Y Buda sabe si el pobre rajá se aburrió!)
En el patio norte del palacio, la escolta aguarda. Y también aguardan los elefantes del rajá. Porque hoy el rajá debía cazar al jaguar.
Ante yo no sé qué suave gesto del rajá, el intendente comprende: ¡que entre la escolta!; ¡que entren los elefantes!
Muy perezosamente, entra la escolta, llena de contento.
Los elefantes murmuran roncamente, que es la manera, entre los elefantes, de expresar el descontento.
Porque, al contrario del elefante de África, que gusta solamente de la caza de mariposas, el elefante de Asia sólo se apasiona con la caza del jaguar.
Entonces, ¡que vengan las bailarinas!
¡Aquí están las bailarinas! Las bailarinas no impiden que el rajá se aburra.
¡Afuera, afuera las bailarinas! Y las bailarinas se van.
¡Un momento, un momento! Hay entre las bailarinas una nueva pequeña que el rajá no conoce.
-Quédate aquí, pequeña bailarina. ¡Y baila! ¡He aquí que baila, la pequeña bailarina!
¡Oh, su danza!
¡El encanto de su paso, de su actitud, de sus ademanes graves!
¡Oh, los arabescos que sus diminutos pies escriben sobre el ónix de las baldosas! ¡Oh, la gracia casi religiosa de sus manos menudas y lentas! ¡Oh, todo!
Y he aquí que al ritmo de la música ella comienza a desvestirse.
Una a una, cada pieza de su vestido, ágilmente desprendida, vuela a su alrededor.
¡El rajá se enciende!
Y cada vez que una pieza del vestido cae, el rajá, impaciente, ronco, dice:
-¡Más!
Ahora, hela aquí toda desnuda.
Su pequeño cuerpo, joven y fresco, es un encantamiento.
No se sabría decir si es de bronce infinitamente claro o de marfil un poco rosado. ¿Ambas cosas, quizá?
El rajá está parado, y ruge, como loco:
-¡Más!
La pobre pequeña bailarina vacila. ¿Ha olvidada sobre ella una insignificante brizna de tejido? Pero no, está bien desnuda.
El rajá arroja a sus servidores una malvada mirada oscura y ruge nuevamente:
-¡Más!
Ellos lo entendieron.
Los largos cuchillos salen de las vainas. Los servidores levantan, no sin destreza, la piel de la linda pequeña bailarina.
La niña soporta con coraje superior a su edad esta ridícula operación, y pronto aparece ante el rajá como una pieza anatómica escarlata, jadeante y humeante.
Todo el mundo se retira por discreción. ¡Y el rajá no se aburre más!

LEGIONARI


« Nous, les dramaturges qui avons conçu ce théâtre de la modernité nous étions ou sommes des exilés: l'Irlandais Beckett, le Roumain Ionesco, le Russe Adamov ou le Polonais Topor. Au nom de tous j'ai reçu mercredi 29 novembre l'honneur légionnaire (la Légion d'Honneur) qu'ils méritaient infiniment plus que moi, et précisément des mains de Jack Lang. { « Découverte scientifique : l'effet magique de la Légion d'Honneur voyage à la vitesse du son et non de la lumière » me dit, tout heureux (mais oui !) Houellebecq, depuis l'appel de Mirto.}
-
« Nous 'desterrados' (et fondateurs de la modernité) vivons éparpillés en exil, avec humilité, campanules et couronnes. Ou nous nous réunissons en groupuscules de roc blindé. Nous sommes, comme les petites filles extra-terrestres, Thérèse d'Avila et Yifan Hou de Pékin, tous les mêmes, ceux d'hier, d'aujourd'hui et de demain, les sages et les fous, les héros et les insensés. Nous ne sommes pas venus pour vivre mieux ou moins mal, car nous nous efforçons d'appartenir à le légion des quichottes, des chevaliers errants, avec des paroles de beauté et de science et d'humour. VIVA LA SUERTE »
.
Extractos (2)
de la Allocution de
Fernando Arrabal al ser nombrado
Caballero de la Legión de Honor.
-

CABALLERO

francia-premio 29-11-2006

Fernando Arrabal recibe insignias Caballero de la Legión de Honor

El escritor español Fernando Arrabal recibió hoy las insignias de Caballero de la Legión de Honor de Francia por su contribución a la cultura.El ex ministro francés de Cultura Jack Lang impuso hoy esa distinción a Arrabal en nombre del presidente de la República Francesa durante un acto en el que subrayó que el galardonado 'nunca ha dejado de atravesar las fronteras físicas y del arte'.Lang calificó a Arrabal de 'desobediente congénito', y repasó su actividad creadora desde que llegó por primera vez a París en los años 50 del pasado siglo.Dramaturgo, novelista, pintor, poeta y guionista, Arrabal agradeció el premio con un breve discurso en el que mezcló a Santa Teresa de Jesús con los pintores españoles que se instalaron en Francia a lo largo del siglo XX, todo ello para destacar la importancia de este país que hoy le ha premiado.'Somos poetas y locos', dijo Arrabal de ellos y de él mismo, antes de declarar su amor por el teatro de vanguardia y de resumir en español su pensamiento al recibir la distinción: '¡qué suerte!'.Arrabal, de 74 años, une este reconocimiento a otros que ha obtenido a lo largo de su trayectoria, como el Premio Nacional de Teatro de España, el Nadal de Novela, el de Teatro de la Academia Francesa o el Oby Prize de Nueva York.El escritor francés Michel Houellebecq, que es amigo de Arrabal, estaba presente entre el público, en el que había también personajes del cine y el periodismo, puesto que los otros galardonados hoy con la Legión de Honor han sido el realizador georgiano Otar Iosseliani y la periodista y escritora francesa Laure Adler.

Una vez más en defensa de las ballenas
A pesar de la condena internacional y el escaso apoyo interno partieron el 15 de noviembre desde Shimonoseki (Japón) seis barcos con el plan de cazar casi mil ballenas de las especies minke y aleta. Algunas de las especies que serán capturadas como la ballena minke (Balaenoptera bonaerensis) suelen avistarse en costas y el mar territorial de la Argentina y Brasil. En lo que se ha descrito oficialmente como un "estudio de viabilidad" para la expansión de la cacería "científica" de ballenas, la flota japonesa planea arponear 935 ballenas minke y 10 ballenas de aleta, ambas enlistadas en el Apéndice I (el de mayor riesgo de extinción) de la CITES (Convencion Internacional sobre Trafico de Especies Amenazadas) de las Naciones Unidas. "Decir que el programa de caza de ballenas es una investigación es un insulto a la ciencia y al propio pueblo japonés", manifestó Junichi Sato, director de la Campaña de Océanos de Greenpeace Japón. "Este programa es una débil excusa para promover una reanudación de una caza comercial a gran escala, a pesar de no existir mercado interno en Japón", concluyó Sato. En Latinoamérica se realiza un aprovechamiento sostenible, no letal de los cetáceos mediante su contemplación o turismo de avistamiento, lo que genera beneficios sociales, educativos y económicos para la región, la expansión de la caza de ballenas es una amenaza para las economías costeras del Continente que de ellas dependen. En 88 países, su mayoría en desarrollo, se practica el turismo de avistamiento, sólo Japón, Islandia y Noruega continúan con la cacería a pesar de la falta de demanda interna en los tres. Recientemente, en respuesta a una propuesta para exportar carne de ballena cazada en Islandia, el embajador del Japón admitió que existe una gran cantidad de carne de ballena almacenada en frigoríficos que no se han podido aún volcar al mercado, a raíz de la escasa demanda que tiene el producto en el mercado. Un encuesta en Japón que se llevó a cabo en junio de 2006 mostró que un 95% de ciudadanos nunca o raramente consumen carne de ballena, y más de un 70% no apoya la caza de ballenas en el Océano Austral.
GREENPEACE NECESITA TU AYUDA!!!!!
Podés sugerir ideas y votar las de otros para que se conviertan en acciones reales en la campaña!
Videos :

MARIANA

R.F. BURTON


La obra y el poeta
El poeta hindú Tulsi Das, compuso la gesta de Hanuman y de su ejército de monos. Años después, un rey lo encarceló en una torre de piedra. En la celda se puso a meditar y de la meditación surgió Hanuman con su ejército de monos y conquistaron la ciudad e irrumpieron en la torre y lo libertaron.

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PRESENTE


Lourdes Aso Torralba, escritora, presentadora "maldita" y amiga, me remite la impresión del acto al que asistimos el sábado pasado, una presentación amabilísima. Para los amigos:
.
El pasado sábado día 25 de noviembre celebramos en Huesca la presentación del libro "Malditos, la biblioteca olvidada". Cuando concretamos con Iván Humanes la fecha para la presentación no tenía ni idea del libro que había escrito con Salvador Alario. Me gustan los riesgos y me lancé a la aventura sin plantearme nada más. Conforme me adentré en sus páginas descubrí el enorme trabajo que lleva detrás, la cantidad de horas robadas al sueño para cumplir el objetivo de terminarlo algún día… Pero sobre todo, lo que más me preocupaba era que fuésemos capaces de acercar ese ensayo al público. Podría haber estado escrito de una forma mucho más complicada y puedo asegurar que cuando uno coge uno de sus libros, cualquiera de ellos, siente la tentación de ir a las páginas de bibliografía consultada para saber de dónde han sacado la documentación y poder saber más de su contenido.
Así que nos citamos en una tarde lluviosa en Huesca, y en el Centro Cultura Raíces, donde tiene la sede Aveletra, la asociación de escritores, artistas, poetas de Huesca. La presentación resultó informal, desenfadada, amena y muy cercana al público asistente. Prueba de ello fue el interés que creó, las preguntas que hicieron y sorprendió que entre los asistentes hubiera conocimiento de los libros de los que hablamos. Prolongamos la presentación en un café de la ciudad, al que nos trasladamos muchos de los asistentes al acto para seguir hablando de literatura. Un amplio resumen de lo que quería transmitir con el libro se recoge en la entrevista publicada en la contraportada del Diario del Alto Aragon del domingo 26 de noviembre, en el que deja claro por ejemplo que el tarot puede ayudar a conocernos mejor o que hay que acercarse a todas estas doctrinas con el interes del conocimiento.
Desde Huesca, le agradecemos que haya sido aquí donde ha presentado un libro ameno, curioso y del que se puede aprender bastante. Esperemos que nunca vengan los hombres de negro a llevárselo o a quemarlo en las hogueras. Mi impresión sobre el desarrollo es más que satisfactoria quizá porque mi idea es que los libros han de estar cerca de la gente. Y si son sus autores quienes pueden hacerlos más cercanos, eso ya no tiene precio posible.

Lourdes Aso Torralba
.


Presentación del libro
Por Iván Humanes Bespín
y
Salvador Alario Bataller
Grafein ediciones

Un recorrido por diecinueve libros malditos. En esta obra se dan cita el Corpus Hermeticum, el esoterismo, H. P. Lovecraft, El libro egipcio de los muertos, El Martillo de las Brujas, el satanismo, la teosofía, Angela Carter y la Cámara Sangrienta, lo imposible. Recorrer sus páginas es recordar la biblioteca olvidada.
Presentación en el Centro cultural RAÍCES.Sábado 25 de noviembre a las 19 horas.Calle Campana, 1 (Huesca)
Asistirán al acto:
LOURDES ASO TORRALBA, escritora.
IVÁN HUMANES BESPÍN, coautor de Malditos.


Proyecto
LetramantE

Convocatoria

El Proyecto Letramante convoca a todos los escritores en lenguas romances (vgr. español, portugués, italiano, francés y rumano), así como fotógrafos, dibujantes e ilustradores, a participar en su serie de ediciones artesanales monotemáticas, para ello las colaboraciones deberán cumplir con los siguientes criterios:
Ser inéditas en papel. Incluir el nombre del autor y su correo electrónico.
Emplear alguna de las formas de creación literaria (poesía, cuento, etc.) para explorar el tema seleccionado para cada edición. En esta primera ocasión, el tema será la ciudad y puerto de Ensenada, Baja California, México.
Extensión máxima 2 cuartillas (hoja tamaño carta con márgenes de 1 pulgada, escrita a doble espacio en letra Times Roman de 12 puntos).
Las colaboraciones gráficas deberán enviarse digitalizadas a una tinta y ser aptas para el formato editorial (media carta vertical).

Las colaboraciones pueden ser enviadas a las siguientes direcciones electrónicas:
akurion@hotmail.com
elizabeth.sobarzo@hotmail.com

Atentamente
Consejo Editorial del Proyecto LetramantE

Ensenada, Baja California, México, a 19 de noviembre de 2006.

www.letramante.blogspot.com
Elizabeth Sobarzo Gaona

El Poeta es el concubino de la poesía,
yo solo soy su amante vouyerista.
www.elizabeth-sobarzo.blogspot.com

El Martes día 21 de noviembre a las 19 horas,
dentro del ciclo AULA DE POESÍA del ÁMBITO CULTURAL DE EL CORTE INGLÉS de Valencia (Calle Colón, 27 ) contará con la visita del poeta EDDIE (J.BERMÚDEZ) que realizará una lectura poética en torno a "LA POEMA".

El acto está coordinado y presentado por la escritora Mª TERESA ESPASA.


BIO BIBLIOGRAFÍA
Eddie (J.Bermúdez)(Barcelona, 1975)
Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Valencia en 1999.
Ha sido miembro de la Tertulia la Buhardilla, en sus primeros años. Miembro fundador del grupo teatral LA BACANAL DEL VERSO, y más tarde director y actor de LA ORGÍA DEL PALABRAZO, grupo de performance poética en la ciudad de Valencia. Cooperador del programa literario de radio Funny, "NEVERMORE" en 1997. Organizador y cooperador de la Jam Literaria del pub "El Asesino" (Valencia). Miembro de la Asociación Poética RESANIMA (NADALMA). Colaborador habitual del periódico virtual valenciano UNION-WEB, y otras publicaciones literarias. En el año 2003 ha sido ganador del primer premio de poesía antitaurina "TORO DE HIERRO", y también del SARGANTAS de Poesía de los Premios de Otoño Villa de Chiva cuyo poemario, ESTRATO DE SÍLABA, está editado en Rialla Edic.
Actualmente trabaja en el proyecto pictórico DES-NUDANDO EL VERSO, junto a su compañera JULIA MARQUÉS, en un intento de unir POESÍA y PINTURA, intercalando su trabajo como poeta experimental, convocatorias de MAIL ART, y performance poéticas por todo el estado.
Es autor de las siguientes Publicaciones:
-EXTRACTO DE POEMAS OBJETO (1996). (Autoeditado)
-EL GRITO DE AL LADO (1997). (Autoeditado)
-CANTAR DE MUERTE (1996). (Autoeditado)
-EL BAR DE DIOS (1997). (Autoeditado)
-DENTRE VERTIDOS DE EXTROVERSIÓN (1999). (Autoeditado)
-CIUDADEMBARGUEBRIO (1998). (Autoeditado)
-POEMACCIÓN 1, 2, y 3 (1999-2001). (Autoeditado)
-ESTRATO DE SÍLABA, ediciones RIALLA, Valencia, 2004 (Ilustraciones Julia Marqués)
-POEMACCIÓN NAVIDEÑO (Serie limitada de 30 ejemplares numerada y firmada por Julia Marqués y Eddie) (2004)
- HUESOS DE LUCIÉRNAGA, Ellago Ediciones S.L., 2005
- ANTOLOGÍA INCOMPLETA DE POESÍA VISUAL, Calambur Ediciones, Madrid.(en prensa)

-- Eddie (J.Bermúdez)http://eddiepoema.blogspot.com


HISTORIA DE VAMPIROS
Mario Benedetti y JMSerrat


Los violines y el bandoneon suenan a tango, pero con
ritmo de bolero...

Sus padres y hasta sus abuelos
fueron vampiros de prosapia
y tras su leve mordedura
sangre libaban a sus anchas.

Pero este en cambio era un vampiro
que apenas si sorbia agua
al mediodia y en la cena
de noche y en las madrugadas.

Abstemio de sangre
era la verguenza
de los otros vampiros
y de las vampiresas.

Este vampiro tan distinto
oso' crear una variante
proselitista de vampiros
anonimos y militantes.

Bajo la luna hizo campa#a
con sus consignas implacables
"Vampiros solo beban agua
la sangre siempre trae sangre..."

Abstemio de sangre
era la verguenza
de los otros vampiros
y de las vampiresas.

Pero temieron sus colegas
que esa doctrina peligrosa
tentase a los vampiros flojos
que beben sangre con gaseosa

y asi una noche de tormenta
cinco quiropteros de lidia
le propinaron al indocil
sus dentelladas de justicia.

Abstemio de sangre
era la verguenza
de los otros vampiros
y de las vampiresas.

El desafio del rebelde
quedo alla abajo en cuerpo y alma
con cinco heridas que gemian
formando un gran charco de agua...

Lo extra#o fue que los verdugos
colgados de una vieja rama
a su pesar reconocieron
el buen sabor del agua mansa.

Abstemio de sangre
era la verguenza
de los otros vampiros
y de las vampiresas.

Desde esa noche ni vampiros
ni vampiresas chupan sangre.
Los hematies son historia
y el agua corre dios mediante.

Y como siempre ocurre en estos
y en otros casos similares
el singular vampiro abstemio
es venerado como un martir.

Abstemio de sangre
***y de ahi las ofrendas***
de los otros vampiros
y de las vampiresas.

PERRAS, PEJAS

SALVADOR ALARIO BATALLER
PEJA, A LA CALLE CON LOS PEJOS
2006

Mi amigo José, además de tener una gran fortuna y estar cojito de nacimiento, hablaba con la j, es decir, que en vez de decir Ramón, decía Jamón, en vez de Ropa, jopa, pejejil en vez de perejil. Tenía bastante mal genio, pero éste empeoró cuando se casó. El motivo radicaba en que eran muy diferentes: el estaba muy a gusto en casa y ella siempre quería estar en la calle. La verdad residía en que la muchacha era bastante resbalosa y cada vez paraba menos en casa, hasta que a mi amigo se le inflaron los huevos.
-¡Te gusta más la calle que a los pejos! -le espetó él un día, enfadadísimo- ¡Peja, jepeja, que eres una peja, pues vete a la calle peja con los pejos!
Ahora mi amigo se pega la gran vida y ella sobrevive haciendo la calle
.

ANDREA BOCCONI


Tranvía

Por fin. La desconocida subía siempre en aquella parada. "Amplia sonrisa, caderas anchas... una madre excelente para mis hijos", pensó. La saludó; ella respondió y retomó su lectura: culta, moderna.
Él se puso de mal humor: era muy conservador. ¿Por qué respondía a su saludo? Ni siquiera lo conocía.
Dudó. Ella bajó.
Se sintió divorciado: "¿Y los niños, con quién van a quedarse?"


En el calendario habitual el Día de los Muertos es el 1 de Noviembre, el Día de Todos los Santos según la tradición judeo-cristiana, el Shamhaim celta. Es una de las festividades más marcadamente célticas porque, tras los fuegos del Shamhaim se iniciaba el año celta.
Siendo otrora una de las grandes celebraciones del fuego, se celebraba encendiendo grandes hogueras, lo cual se ha conservado inclusive dentro del cristianismo (substituido muchas veces por las velas, símbolo del elemento ígneo), resaltando, en su fundamento, el elemento pagano del culto a los muertos.
En la brujería wicca se la conoce, como dijimos, con el nombre de Shamhaim y entraña un carácter mucho más fantástico que otras festividades mágicas : es el final del verano, cuando crecen los poderes subterráneos (del inferomundo) y se liberan todos los poderes, tanto positivos como negativos, porque las puertas, en esa fecha, en ese día mágico, permanecen abiertas. En la tradición pagana se trataba de mantener la comunicación entre el mundo de los vivos y el de los muertos, entre el mundo de arriba y el submundo, la tierra de abajo, el supramundo y el inframundo. El rito culminaba con una explosión de alegría, reafirmando la vida sobre la muerte, la afirmación de todo lo vivo sobre todo lo muerto. La vara del sacerdote constituía un símbolo fálico, indicando la fuerza creadora de la naturaleza, inmanente a los ritos de fertilidad.
Entre algunos de los himnos que se han conservado y que se cantaban o declamaban en dicha celebración, en uno se reza al “augusto señor de las sombras, dador de la vida y dador de la muerte”, en el seno de un rito encaminado, pues, a conseguir que los fenecidos se unan a la fiesta, que se les sienta presentes (v., Seral Coca, 1.996). El momento esencial es el instante cósmico en el que se abren las puertas entre el mundo de los vivos y el desconocido del más allá, el de los muertos. Este momento especial se denominó “All Hallow Een”, que, en los Estados Unidos de Norteamérica, se transformo en el conocido “Halloween”.
Antiguamente la fiesta tenía un aspecto lúdico (y también sexual : la unión física del sacerdote y de la sacerdotisa, simbolizada después por la introducción de la daga en la copa), pero en Europa, con la influencia del cristianismo, la fiesta se ha transformado en un día triste, el de Todos los Santos, muy apartado en su significado del día original. Lamentablemente también el concepto de la muerte, de carácter positivo, como tránsito a algo mejor, ha devenido en algo oscuro, terrible y evocador de gran temor. En la tradición pagana, muy al contrario, la muerte era un proceso natural y existía siempre, de signo positivo, una intercomunicación entre la vida y la muerta, siendo una en realidad. Las misas, por ejemplo, tratan de romper este lazo, intentando alejar a los muertos de los vivos, guiándoles en su viaje al otro mundo. Las velas en estos ritos han substituido a las hogueras de otros tiempos, para dar luz y guía a los difuntos en su trayecto, en una clara representación modificada del elemento ígneo, con todo lo que ello supone de vida y regeneración.



Novedad editorial
Malditos. La biblioteca olvidada.
por Iván Humanes Bespín y Salvador Alario Bataller
Prólogo de Raúl Herrero
220 págs.
14,95 euros
ISBN-13: 978-84-935181-9-6I
SBN-10: 84-935181-9-0
Distribuciones Enlace S.A.

Un recorrido por los libros malditos de nuestra historia. En esta obra se dan cita el esoterismo y el satanismo, la magia, las doctrinas herméticas, la fantasía de H. P. Lovecraft, lo imposible. Todos estos libros han perturbado durante siglos a lectores y editores, han sido perseguidos y olvidados. En este volumen encontrará un estudio sobre El libro egipcio de los muertos y Thot, el Corpus Hermeticum, El testamento de Abdeselar, El Enchiridion, El Martillo de las Brujas, El Planetarium Influxu y el Mesmerismus, Ensayo sobre las visiones de fantasmas, El diccionario infernal de Collin de Plancy, Dogma y Ritual de la Alta Magia, El Libro de la Ley de Aleister Crowley, La Doctrina Secreta de H. P. Blavatsky, El Tarot de los Bohemios, Dom Agustín Calmet et Les Revenants, Lovecraft y El Necronomicón, Los libros de los mitos de Cthulhu, El manuscrito Voynich, La Magia Negra y los Pactos, Angela Carter y La Cámara sangrienta, el Rock y los textos herméticos. Aventurarse en su lectura es descubrir otro mundo: la biblioteca olvidada.

De venta ya en las librerías y os iré indicando a medida que vayan saliendo las direcciones on-line donde se puede conseguir el libro.


MAX AUB


Hablaba y hablaba...

Hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba. Y venga hablar. Yo soy una mujer de mi casa. Pero aquella criada gorda no hacía más que hablar, y hablar, y hablar. Estuviera yo donde estuviera, venía y empezaba a hablar. Hablaba de todo y de cualquier cosa, lo mismo le daba. ¿Despedirla por eso? Hubiera tenido que pagarle sus tres meses. Además hubiese sido muy capaz de echarme mal de ojo. Hasta en el baño: que si esto, que si aquello, que si lo de más allá. Le metí la toalla en la boca para que se callara. No murió de eso, sino de no hablar: se le reventaron las palabras por dentro.

LEÓN ARSENAL




Todas las noches

Lo peor de los vampiros —y lo que, por cierto, acaba por perderles— es la arrogancia… Se jactan de su mortífera naturaleza, de su vigor sobrehumano, de ese magnetismo de serpiente… Presumen ser miembros de una especie distinta, más noble y superior, que se alimenta de un rebaño llamado humanidad. Ésa es una de las razones por las que me dedico a cazarlos.
Porque, en el fondo, esos espantajos cadavéricos no son más que un deshecho del género humano; otro grupo de marginales terminales, orgullosos de su condición. Digan lo que digan, son carroñeros nocturnos, condenados a sufrir una existencia miserable, sin amigos ni amor. El mismo remedo de vida que arrastro yo desde que me topé con los besos, tan afilados, de Pilar.
Han pasado ya cinco años y, desde aquel instante, nuestros caminos no han vuelto a cruzarse. Pero eso no me importa, tenemos toda una eternidad de noches para hacerlo. Una eternidad de noches… ésas eran las palabras que susurraba ella en mi oído, cuando yo le hablaba de amor. Tan sólo más tarde, convertido en un monstruo casi inmortal, pude entender cuán sardónicas eran esas palabras en sus labios.
Pero, antes o después, ella volverá. Cualquier noche nos encontraremos en algún local de moda, abarrotado de gente. Cruzaré la penumbra laminada por el humo y allí, en mitad de la multitud, veré a Pilar, con su tez blanca, sus ojos brillantes y esa boca hermosa de sonrisa cruel.
Entonces probará la colección que he estado reuniendo para ella. Cuchillos, tenazas, sopletes… tengo casi de todo; excepto estacas de madera, claro; eso mata. Los vampiros sanan a casi cualquier herida, por terrible que ésta sea, y ellos se sienten muy orgullosos de tal capacidad. Pero, como casi todo en esta u en la otra vida, tiene dos filos. Y eso es algo que podrá comprobar en carne propia Pilar, noche tras noche. Porque tenemos una cuenta terrible que ajustar.
Y toda la eternidad para hacerlo.

BLANCANIEVES SE DESPIDE DE LOS SIETE ENANOS

Prometo escribiros, pañuelos que se pierden en el horizonte, risas que palidecen, rostros que caen sin peso sobre la hierba húmeda, donde las arañas tejen ahora sus azules telas. En la casa del bosque crujen, de noche, las viejas maderas, el viento agita raídos cortinajes, entra sólo la luna a través de las grietas. Los espejos silenciosos, ahora, qué grotescos, envenenados peines, manzanas, maleficios, qué olor a cerrado, ahora, qué grotescos. Os echaré de menos, nunca os olvidaré. Pañuelos que se pierden en el horizonte. A lo lejos se oyen golpes secos, uno tras otro los árboles se derrumban. Está en venta el jardín de los cerezos.

"Así se fundó Carnaby Street" 1970

de Claudia

ROLAND TOPOR


Cuento de Navidad

Mientras esperaba, escondido detrás de un sillón, al pequeño Henry le latía el corazón muy aprisa. Eran las doce de la noche menos tres minutos. Muy pronto podría sorprender a Papá Noel y arrancarle, a fuerza de súplicas, el vagón correo que faltaba a su tren eléctrico.
Cuando se desgranaron las doce campanadas de la medianoche, trocitos de hollín empezaron a caer en los zapatos que el pequeño Henry había puesto debajo de la chimenea.
Después fue Papá Noel en persona quien hizo su aparición, con su bonito traje rojo manchado de hollín.
- ¡Buf! -hizo, y con voz de falsete y ceceando-: ¡Me he enzuziado todo!
Cuando se dio cuenta de la presencia de Henry, batió palmas.
- ¡Oh! ¡El maravilloso nenito! ¡Hola muchacho!
- Hola, Papá Noel...
El pequeño Henry estaba asombrado. No era así como imaginaba a Papá Noel. Este era joven, y más bien amanerado.
- Ven a zentarte en miz rodillitaz... Te daré caramelos.
Papá Noel se había sentado en el reborde de la chimenea. Henry se apresuró a obedecer. Los caramelos estaban muy buenos, y las caricias que los acompañaron dulces, muy dulces...
- ¿Dónde eztán tuz papáz? -preguntó Papá Noel con voz insidiosa.
- Mamá está en la montaña y papá duerme en su habitación -dijo seriamente el pequeño Henry.
- ¡Muy bien! Entoncez voy a zaludar a tu papá. Acueztate y zé bueno.
A paso de lobo, el hombre de rojo se deslizo en la habitación del papá de Henry. Sin hacer ruido, se sacó sus grandes botas y se metió en la cama.
El padre, dormido, balbuceó:
- ¿Quién está ahí?
- Zoy Papá Noel -dijo Papá Noel.
Y lo sodomizó.

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Una bella película

¿Sobre qué conciencia no pesa un crimen? -preguntó el barón d'Ormesan-. Por mi parte, ya no me tomo la molestia de contarlos. He cometido algunos que me produjeron dinero, y si hoy no soy millonario, debo culpar más bien a mis apetitos que a mis escrúpulos.
En 1901, en unión de unos amigos, fundé la Compañía Internacional Cinematographic, a la que para abreviar llamamos C.I.C. Nuestro propósito era producir una película de gran interés y pasarla luego en los cinematógrafos de las principales ciudades de Europa y América. Nuestro programa estaba bien trazado. Gracias a la indiscreción de uno de los domésticos, pudimos obtener una escena interesantísima que representaba al presidente de la República, en momentos en que se levantaba de la cama. Siguiendo idéntico procedimiento, también logramos la filmación del nacimiento del príncipe de Albania. En otra oportunidad, después de comprar a precio de oro la complicidad de algunos funcionarios del Sultán, pudimos fijar para siempre la impresionante tragedia del gran visir MalekPacha, quien, después de los desgarradores adioses a sus esposas e hijos, bebió, por orden de su amo y señor, el funesto café en la terraza de su residencia de Pera.
Sólo nos faltaba la representación de un crimen. Pero, desdichadamente, no es fácil conocer con anticipación la hora de un atraco y es muy raro que los criminales actúen abiertamente.
Desesperando de lograr por medios lícitos el espectáculo de un atentado, decidimos organizarlo por nuestra cuenta en una casa que alquilamos en Auteuil a esos efectos. Primeramente habíamos pensado contratar actores para un simulacro de ese crimen que nos faltaba, pero, aparte de que con ello hubiésemos engañado a nuestros futuros espectadores al ofrecerles escenas falsas, habituados como estábamos a no cinematografiar más que la realidad, no podíamos satisfacernos con un simple juego teatral por perfecto que fuera. Llegamos así a la conclusión de echar suerte, para establecer quién de entre nosotros debía juramentarse y cometer el crimen que nuestra cámara registraría. Mas ésta fue una perspectiva ingrata para todos. Después de todo, éramos una sociedad constituida por personas de bien y nadie tomaba a broma eso de perder el honor ni aun por fines comerciales.
Una noche decidimos emboscarnos en la esquina de una calle desierta, muy cerca de la villa que alquiláramos. Éramos seis y todos íbamos armados con revólveres. Pasó una pareja: un hombre y una mujer jóvenes, cuya elegancia muy rebuscada nos pareció a propósito para acondicionar los elementos más interesantes de un crimen pasional. Silenciosos, nos abalanzamos sobre la pareja y amordazándolos los condujimos a la casa. Allí los dejamos bajo el cuidado de uno de nuestro grupo, volviendo a nuestra posición. Un señor de patillas blancas vestido con traje de noche apareció en la calle; salimos a su encuentro y lo arrastramos a la casa a pesar de su resistencia. El brillo de nuestros revólveres dio razón de su coraje y de sus gritos.
Nuestro fotógrafo preparó su cámara, iluminó la sala convenientemente y se aprestó a registrar el crimen. Cuatro de los nuestros se colocaron al lado del fotógrafo apuntando con las armas a los cautivos.
La joven pareja estaba todavía desvanecida. Los desvestí con atenciones conmovedoras: despojé a la muchacha de la falda y el corsé, dejando al joven en mangas de camisa. Dirigiéndome al señor de esmoquin, le dije:
-Señor: ni mis amigos ni yo deseamos a usted ningún mal. Pero le exigimos, bajo pena de muerte, que asesine, con este puñal que arrojo a sus pies, a este hombre y a esta mujer. Ante todo, usted tratará de que vuelvan de su desmayo; tenga cuidado que no lo estrangulen. Como están desarmados, no cabe la menor duda de que usted logrará su propósito.
-Señor -repuso cortésmente el futuro asesino- no tengo más remedio que ceder ante la violencia. Usted ha tomado todas las resoluciones y no deseo en lo más mínimo modificar una decisión cuyo motivo no se me aparece claramente; voy a pedirle una gracia, sólo una: permítame cubrirme el rostro.
Nos consultamos y resolvimos que era mejor así, tanto para él como para nosotros. Coloqué sobre la cara del hombre un pañuelo en el que previamente habíamos abierto dos orificios en el lugar de los ojos, y el individuo comenzó su tarea.
Golpeó al joven en las manos. Nuestro aparato fotográfico empezó a funcionar, registrando esta lúgubre escena. Con el puñal dio unos puntazos en el brazo de su víctima. Ésta se puso rápidamente de pie, saltando, con una fuerza duplicada por el espanto, sobre la espalda de su agresor. La muchacha volvió en sí de su desvanecimiento y acudió en socorro de su amigo. Fue la primera en caer, herida en el corazón. Luego la escena se concentró en el joven, que se abatió de una herida en la garganta. El asesino hizo las cosas bien. El pañuelo que cubría su rostro no se había movido durante la lucha, y lo conservó puesto todo el tiempo que la cámara funcionó.
-¿Están ustedes conformes? -nos preguntó-. ¿Puedo ahora arreglarme un poco?
Lo felicitamos por su labor. Se lavó las manos, se peinó, cepillándose luego el traje. Inmediatamente, la cámara se detuvo.

Un creyente

Al caer la tarde, dos desconocidos se encuentran en los oscuros corredores de una galería de cuadros. Con un ligero escalofrío, uno de ellos dijo:
-Este lugar es siniestro. ¿Usted cree en fantasmas?
-Yo no -respondió el otro-. ¿Y usted?
-Yo sí -dijo el primero, y desapareció.

Paternidad responsable
Era tu padre. Estaba igual, más joven incluso que antes de su muerte, y te miraba sonriente, parado al otro lado de la calle, con ese gesto que solía poner cuando eras niño y te iba a recoger a la salida del colegio cada tarde. Lógicamente, te quedaste perplejo, incapaz de entender qué sucedía, y no reparaste ni en que el disco se ponía rojo de repente ni en que derrapaba en la curva un autobús y se iba contra ti incontrolado. Fue tremendo. Ya en el suelo, inmóvil y medio atragantado de sangre, volviste de nuevo tus ojos hacia él y comprendiste. Era, siempre lo había sido, un buen padre, y te alegró ver que había venido una vez más a recogerte.

de Giger

PÍO BAROJA


Médium
Pío Baroja

Soy un hombre intranquilo, nervioso, muy nervioso; pero no estoy loco, como dicen los médicos que me han reconocido. He analizado todo, he profundizado todo, y vivo intranquilo. ¿Por qué? No lo he sabido todavía.
Desde hace tiempo duermo mucho, con un sueño sin ensueño; al menos, cuando me despierto, no recuerdo si he soñado; pero debo soñar; no comprendo por qué se me figura que debo soñar. A no ser que esté soñando ahora cuando hablo; pero duermo mucho; una prueba clara de que no estoy loco.
La médula mía está vibrando siempre, y los ojos de mi espíritu no hacen más que contemplar una cosa desconocida, una cosa gris que se agita con ritmo al compás de las pulsaciones de las arterias en mi cerebro.
Pero mi cerebro no piensa, y, sin embargo, está en tensión; podría pensar, pero no piensa... ¡Ah! ¿Os sonreís, dudáis de mi palabra? Pues bien, sí. Lo habéis adivinado. Hay un espíritu que vibra dentro de mi alma. Os lo contaré:
Es hermosa la infancia, ¿verdad? Para mí, el tiempo más horroroso de la vida. Yo tenía, cuando era niño, un amigo; se llamaba Román Hudson; su padre era inglés, y su madre, española.
Le conocí en el Instituto. Era un buen chico; sí, seguramente era un buen chico; muy amable, muy bueno; yo era huraño y brusco.
A pesar de estas diferencias, llegamos a hacer amistades, y andábamos siempre juntos. Él era un buen estudiante, y yo, díscolo y desaplicado; pero como Román siempre fue un buen muchacho, no tuvo inconveniente en llevarme a su casa y enseñarme sus colecciones de sellos.
La casa de Román era muy grande y estaba junto a la plaza de las Barcas, en una callejuela estrecha, cerca de una casa en donde se cometió un crimen, del cual se habló mucho en Valencia. No he dicho que pasé mi niñez en Valencia. La casa era triste, muy triste, todo lo triste que puede ser una casa, y tenía en la parte de atrás un huerto muy grande, con las paredes llenas de enredaderas de campanillas blancas y moradas.
Mi amigo y yo jugábamos en el jardín, en el jardín de las enredaderas, y en un terrado ancho, con losas, que tenía sobre la cerca enormes tiestos de pitas.
Un día se nos ocurrió a los dos hacer una expedición por los tejados y acercarnos a la casa del crimen, que nos atraía por su misterio. Cuando volvimos a la azotea, una muchacha nos dijo que la madre de Román nos llamaba.
Bajamos del terrado y nos hicieron entrar en una sala grande y triste. Junto a un balcón estaban sentadas la madre y la hermana de mi amigo. La madre leía; la hija bordaba. No sé por qué, me dieron miedo.
La madre con su voz severa, nos sermoneó por la correría nuestra, y luego comenzó a hacerme un sinnúmero de preguntas acerca de mi familia y de mis estudios. Mientras hablaba la madre, la hija sonreía; pero de una manera tan rara, tan rara...
-Hay que estudiar -dijo, a modo de conclusión, la madre.
Salimos del cuarto, me marché a casa y toda la tarde y toda la noche no hice más que pensar en las dos mujeres.
Desde aquel día esquivé como pude el ir a casa de Román. Un día vi a su madre y a su hermana que salían de una iglesia, las dos enlutadas; y me miraron y sentí frío al verlas.
Cuando concluimos el curso ya no veía a Román: estaba tranquilo: pero un día me avisaron de su casa, diciéndome que mi amigo estaba enfermo. Fui, y le encontré en la cama, llorando, y en voz baja me dijo que odiaba a su hermana. Sin embargo, la hermana, que se llamaba Ángeles, le cuidaba con esmero y le atendía con cariño; pero tenía una sonrisa tan rara, tan rara...
Una vez, al agarrar de un brazo a Román, hizo una mueca de dolor.
-¿Qué tienes? -le pregunté.
Y me enseñó un cardenal inmenso, que rodeaba su brazo como un anillo.
Luego, en voz baja, murmuró:
-Ha sido mi hermana.
-¡Ah! Ella...
-No sabes la fuerza que tiene; rompe un cristal con los dedos, y hay una cosa más extraña: que mueve un objeto cualquiera de un lado a otro sin tocarlo.
Días después me contó, temblando de terror, que a las doce de la noche, hacía ya cerca de una semana que sonaba la campanilla de la escalera, se abría la puerta y no se veía a nadie.
Román y yo hicimos un gran número de pruebas. Nos apostábamos junto a la puerta..., llamaban..., abríamos..., nadie. Dejábamos la puerta entreabierta, para poder abrir en seguida... ; llamaban..., nadie.
Por fin quitamos el llamador a la campanilla, y la campanilla sonó, sonó..., y los dos nos miramos estremecidos de terror.
-Es mi hermana, mi hermana -dijo Román.
Y, convencidos de esto, buscamos los dos amuletos por todas partes, y pusimos en su cuarto una herradura, un pentagrama y varias inscripciones triangulares con la palabra mágica: «Abracadabra.»
Inútil, todo inútil; las cosas saltaban de sus sitios, y en las paredes se dibujaban sombras sin contornos y sin rostro.
Román languidecía, y para distraerle, su madre le compró una hermosa máquina fotográfica. Todos los días íbamos a pasear juntos, y llevábamos la máquina en nuestras expediciones.
Un día se le ocurrió a la madre que los retratara yo a los tres, en grupo, para mandar el retrato a sus parientes de Inglaterra. Román y yo colocamos un toldo de lona en la azotea, y bajo él se pusieron la madre y sus dos hijos. Enfoqué, y por si acaso me salía mal, impresioné dos placas. En seguida Román y yo fuimos a revelarlas. Habían salido bien; pero sobre la cabeza de la hermana de mi amigo se veía una mancha oscura.
Dejamos a secar las placas, y al día siguiente las pusimos en la prensa, al sol, para sacar las positivas.
Ángeles, la hermana de Román, vino con nosotros a la azotea. Al mirar la primera prueba, Román y yo nos contemplamos sin decirnos una palabra. Sobre la cabeza de Ángeles se veía una sombra blanca de mujer de facciones parecidas a las suyas. En la segunda prueba se veía la misma sombra, pero en distinta actitud: inclinándose sobre Ángeles, como hablándole al oído. Nuestro terror fue tan grande, que Román y yo nos quedamos mudos, paralizados. Ángeles miró las fotografías y sonrió, sonrió. Esto era lo grave.
Yo salí de la azotea y bajé las escaleras de la casa tropezando, cayéndome, y al llegar a la calle eché a correr, perseguido por el recuerdo de la sonrisa de Ángeles. Al entrar en casa, al pasar junto a un espejo, la vi en el fondo de la luna, sonriendo, sonriendo siempre.
¿Quién ha dicho que estoy loco? ¡Miente!, porque los locos no duermen, y yo duermo... ¡Ah! ¿Creíais que yo no sabía esto? Los locos no duermen, y yo duermo. Desde que nací, todavía no he despertado.

Publicado el 20 de Junio de 2006
http://www.lashistorias.com.mx/blog/


Un cuento de Auguste de Villiers de l’Isle Adam (1838-1889), proveniente del libro Cuentos crueles. La traducción es mía; espero que se lea mejor que otras que han llegado a aparecer en esta página. Al hacerla quise rescatar la atmósfera del cuento (muy vapuleada en otras versiones, o bien demasiado libres o demasiado literales), que se construye mediante los detalles de su ambiente y que sirve para comunicar su sentido por encima y por debajo de los meros hechos de la trama. Ojalá les guste; Villiers es un escritor que vale la pena (re)descubrir. Los números entre paréntesis que verán en el texto son tres breves notas. (Nota del 25 de junio: revisé el texto, también una que otra palabra y borré algunos errores mecanográficos.)

VERA
Villiers de l’Isle Adam

A la señora Condesa d’Osmoy

La forma del cuerpo le es más esencial que su sustancia.
(La Fisiología moderna)

El amor es más poderoso que la muerte, dijo Salomón. Sí: su extraña fuerza no conoce límites.
Fue en París, en una tarde otoñal de estos últimos años. Los carruajes retrasados que venían del Bosque, ya iluminados, se dirigían hacia el barrio sombrío de Saint-Germain. Uno de los coches detuvo su marcha frente al portal de un enorme palacete señorial, rodeado de jardines antiguos. El arco lucía el escudo de piedra con las armas de la antigua familia de los condes de Athol: una estrella plateada en un campo de azur y la divisa Pallida Victrix (1) bajo una corona respaldada de armiño principesco. Las gruesas puertas se abrieron. Un hombre vestido de negro, de unos treinta y cinco años y rostro pálido como la muerte, descendió del coche. Taciturnos criados con antorchas lo aguardaban en la escalinata. Sin mirarlos, el hombre pisó el umbral y entró en la casa. Era el conde de Athol. Vacilante, subió las blancas escaleras que conducían al recinto donde, por la mañana, había colocado en un ataúd forrado de terciopelo, envuelto en olas de batista y violetas, el cuerpo de Vera, su dama de voluptuosidad, su pálida esposa, su desesperación.
Arriba, la puerta giró suavemente sobre la alfombra; el conde abrió las cortinas. Todas las cosas estaban en el mismo lugar en que, el día anterior, las había dejado la condesa. La Muerte había llegado súbitamente. La noche anterior, su bienamada se había desvanecido en goces tan profundos, se había perdido en tan exquisitos abrazos, que su corazón, quebrado por las delicias, había desfallecido. Bruscamente, sus labios se mojaron de un púrpura mortal. Apenas consiguió dar un último beso a su esposo, sonriendo en silencio. Luego, como negros crespones, las largas pestañas ocultaron la noche hermosa de sus ojos.
El día sin nombre había pasado ya.
A mediodía, el conde, tras la horrible ceremonia en el panteón familiar, recibió en el cementerio el pésame del cortejo negro. Después se metió solo, con la muerta, entre las cuatro paredes de mármol, y cerró tras de sí la puerta del mausoleo. El incienso ardía en un trípode ante el féretro; una corona de lámparas iluminaba la cabellera de la muerta y la llenaba de estrellas.
De pie, meditabundo, sintiendo tan sólo una ternura sin esperanzas, el conde permaneció allí durante todo el día. Hacia las seis, con el atardecer, abandonó el lugar sagrado. Cuando cerró el sepulcro, retiró la llave de plata del cerrojo y, de puntillas sobre el último escalón, la echó suavemente en las losas del interior de la tumba, a través del trébol que coronaba el portal. ¿Por qué lo hizo? Seguramente por una decisión misteriosa de no volver más.
Y ahora contemplaba la habitación viuda.
La ventana, bajo las amplias colgaduras de cachemira malva bordadas en oro, estaba abierta; un último rayo de sol iluminaba, en su marco de madera antigua, el gran retrato de la difunta. El conde miró a su alrededor: el vestido arrojado la víspera sobre un sillón; encima de la chimenea, las joyas, el collar de perlas, el abanico a medio cerrar, los frascos de perfumes que Ella no volvería a aspirar. Sobre la cama de ébano y columnas salomónicas, todavía deshecha, podía verse entre los encajes la huella que la adorada y divina cabeza había dejado en la almohada. También vio el conde un pañuelo manchado de sangre, donde el alma de la joven se había estremecido, por un momento, antes de la muerte; el piano aún abierto y, sobre él, la partitura de una melodía ya por siempre inconclusa; las flores indias recogidas por ella en el invernadero, que se marchitaban en antiguos jarrones de Sajonia; y a los pies de la cama, sobre una piel negra, las pequeñas pantuflas de terciopelo de Oriente lucían, bordada con perlas, una risueña divisa de Vera: Quien viera a Vera, a Vera amara. ¡Apenas ayer los pies desnudos de la amada habían estado allí, jugando, besados por las plumas de cisne! Y allí, allí en la sombra, el reloj de péndulo, a quien el conde había destruido el mecanismo, para que no anunciara nuevas horas.
¡Así se había ido ella…! ¿A dónde…? ¿Podía él seguir viviendo…? ¿Para qué? Era imposible, absurdo.
El conde se abismaba en pensamientos extraños.
Soñaba con toda su vida pasada. Seis meses habían transcurrido desde la boda. ¿No había sido en el extranjero, en un baile de embajada, que la había visto por primera vez? Sí. El instante resucitaba claro ante sus ojos. Allí estaba ella, radiante. Esa noche sus miradas se encontraron. Se reconocieron, íntimamente, como seres de igual naturaleza, hechos para amarse eternamente.
Las charlas falaces, las miradas indiscretas, las maledicencias, todas las trabas que pone el mundo para retardar la dicha inevitable de quienes se pertenecen, habían desaparecido ante la tranquila certeza de que ambos eran, desde aquel instante, el uno del otro.
No bien se hubo fastidiado de quienes la rodeaban, cansada de sus insulsas ceremonias, Vera se había acercado a él, simplificando así magistralmente los trámites banales en que se pierde el tiempo precioso de la vida.
A las primeras palabras, las vanas apreciaciones de los otros, los indiferentes, les parecieron un vuelo de pájaros nocturnos que retornaban a las tinieblas. ¡Qué sonrisa intercambiaron! ¡Qué abrazo inefable!
No obstante, sus naturalezas eran, en verdad, de lo más extraño. Eran dos personas dotadas de sentidos extraordinarios, pero exclusivamente terrenales. En ellos las sensaciones se prolongaban con perturbadora intensidad. A fuerza de sentirlas se olvidaban de sí mismos. Y por contra, ciertas ideas, las del espíritu por ejemplo, las del infinito, y hasta la misma idea de Dios, estaban como veladas para su entendimiento. La fe de muchos en las cosas sobrenaturales era para ellos, tan sólo, el motivo de vagos asombros: una tema desconocido que no los preocupaba, pues no eran capaces de condenar ni de justificar. Así, reconociendo que el mundo les era ajeno, después de la unión se habían aislado en esa casa antigua y sombría, donde el espesor de los jardines amortiguaba el bullicio de afuera.
Allí, los dos amantes se hundieron en el océano de sus goces lánguidos y perversos, en los que el espíritu se une misteriosamente a la carne. Agotaron la violencia de los deseos, los estremecimientos y las ternuras frenéticas. Cada uno fue el latido del otro. En ellos el espíritu penetraba los cuerpos de tal modo que sus formas se les volvían abstractas, y los besos, mallas ardientes, los encadenaban en una fusión ideal. ¡Qué vasto deslumbramiento! Y de pronto el hechizo se rompía, el terrible accidente los separaba, sus brazos se desenlazaban. ¿Qué sombra le había quitado a su querida muerta? ¡Muerta! No. ¿Es que el alma de los violoncelos desaparece con el chasquido de una cuerda que se rompe?
Pasaron las horas.
El conde miraba, por la ventana, la noche que avanzaba por el cielo. Y la noche le parecía una persona: una reina melancólica que marchaba hacia el exilio. Venus era el prendedor de diamantes de su túnica de duelo: brillaba sola, por encima los árboles, perdida en el fondo del azul.
”Ahí está Vera”, pensó él.
Y al pronunciar el nombre, en voz baja, tembló como si se despertara de un sueño. Después, levantándose, miró a su alrededor.
Los objetos del cuarto estaban iluminados por una luz, hasta entonces, imprecisa: la de una lamparilla que azulaba las tinieblas y que la noche, desde el firmamento, hacía aparecer aquí como otra estrella. La lamparilla alumbraba, entre aromas de incienso, un icono, reliquia familiar de Vera. El tríptico, hecho de antigua madera preciosa, se hallaba suspendido entre el espejo y el cuadro de su amada. Un reflejo dorado del interior caía vacilante sobre el collar, en medio de las joyas que estaban sobre la chimenea. El halo de la Madona de manto azul brillaba en tonos rosáceos junto a la cruz bizantina de trazos delgados y rojos que, esfumados en el reflejo, cubrían con un tinte de sangre el agua iluminada de las perlas. Desde la infancia, Vera se condolía, al mirarlo con sus grandes ojos, del rostro puro y maternal de la Virgen de sus antepasados; por desgracia, su temperamento sólo le permitía brindarle un amor supersticioso, que ella le ofrecía ingenuamente, a veces, cuando pasaba frente al velador.
El conde, tocado por el dolor de los recuerdos en lo más secreto del alma, se alzó, apagó la luz sagrada, y, a tientas en la oscuridad, tomó el cordón con la mano y llamó.Un sirviente apareció: era un anciano vestido de negro, con una lámpara que colocó delante del retrato de la condesa. Cuando se dio vuelta, sintió un escalofrío de temor supersticioso al ver que su amo estaba de pie y sonriendo, como si nada hubiera pasado.
—Raymond —dijo serenamente el conde—, esta noche la condesa y yo estamos rendidos de fatiga. Servirás la cena a las diez. Por cierto, hemos decidido que queremos estar más a solas desde mañana. Ninguno de los criados, salvo tú, pasará la noche en la casa. Les darás el sueldo de tres años y que se vayan. Después cerrarás la puerta de entrada y encenderás las luces de abajo, en el comedor. Tú nos bastarás. En adelante no recibiremos a ninguna persona.
El anciano temblaba mientras lo observaba atentamente.
El conde encendió un cigarro y bajó a los jardines. Su servidor pensó primero que el dolor, de tan pesado, de tan desesperado, había enloquecido el espíritu de su amo; lo conocía desde la infancia. Al instante comprendió que un despertar intempestivo podía ser fatal para ese sonámbulo. Su deber, ante todo, era respetar aquel secreto.
Agachó la cabeza. ¿Debía ser cómplice devoto de aquel delirio religioso? ¿Obedecer? ¿Continuar sirviéndolos sin tomar en cuenta a la Muerte? ¡Qué idea extraña!… ¿Tan sólo duraría una noche?… ¡Mañana, mañana!… ¿Quién sabe?
¡Quizá!… ¡Después de todo era un proyecto sagrado! ¿Qué derecho tenía él para cuestionarlo? Salió de la habitación, ejecutó las órdenes al pie de la letra, y desde esa noche comenzó la insólita existencia.
Se trataba de crear una ilusión terrible.
Pronto desapareció la turbación de los primeros días. Raymond, primero con estupor, luego con una suerte de deferencia y de ternura, se las había ingeniado tan bien para actuar con naturalidad que no habían pasado tres semanas cuando él mismo ya se sentía, por momentos, casi engañado por su buena voluntad. Su reticencia iba cediendo. A veces, como afectado por un vértigo, necesitaba repetirse que la condesa estaba positivamente muerta. Se entregaba a este juego fúnebre y a cada instante olvidaba la realidad. Pronto le hizo falta más de una reflexión para convencerse y volver a sus cabales. Entendió que finalmente se abandonaría por completo al magnetismo espantoso que los rodeaba. Tenía miedo, pero un miedo suave e indeciso.
¡El conde de Athol, en efecto, vivía del todo en la inconsciencia de la muerte de su amada! No podía sino siempre creerla presente: hasta ese punto la forma de la joven se había mezclado con la suya. Unas veces, en los días de sol, sentado en una banca en el jardín, leía en alta voz los poemas favoritos de ella; otras, de noche, ante el fuego, con dos tazas de té sobre la mesa, conversaba con la sonriente ilusión, sentada, según él, en el otro sillón.
Los días, las noches, las semanas pasaron. Ni conde ni sirviente sabían lo que estaban logrando. Ahora ocurrían fenómenos extraños, en los que era difícil distinguir el punto donde se unían lo real y lo imaginario. Una presencia flotaba en el aire; una forma se esforzaba por aparecer, por dibujarse en el espacio que se había vuelto indefinible.
El conde vivía por dos, como iluminado. Un rostro suave y pálido, entrevisto en un parpadeo como un relámpago; un débil acorde que sonaba bruscamente en el piano; un beso que le cerraba la boca cuando él iba a hablar; trazas de pensamiento femenino que se despertaban en él como respuesta a lo que decía; un desdoblamiento de sí mismo tal que sentía, como en una niebla fluida, el perfume suave y vertiginoso de su bienamada. Y de noche, entre el sueño y la vigilia, palabras escuchadas muy bajo. Todo le advertía. ¡Era, en fin, una negación de la muerte, elevada a una potencia desconocida!
Una vez, el conde la sintió y la vio tan claramente junto a él que la tomó entre sus brazos. Pero el movimiento la disipó.
—¡Niña! —murmuró él, sonriendo. Y se volvió a dormir como un amante a quien se ha rehusado la querida, reidora y soñolienta.
El día de su fiesta, él puso en broma una siempreviva en el ramo de flores que dejó sobre la almohada de Vera.
—En vista de que se cree muerta —dijo.
Gracias a la profunda y todopoderosa voluntad del señor de Athol, quien a fuerza de amor daba vida y presencia a su mujer en la mansión solitaria, tal existencia había terminado por ganar un encanto sombrío y persuasivo. El mismo Raymond ya no sentía ningún temor, pues gradualmente se había habituado a aquellas impresiones.
Un vestido de terciopelo negro entrevisto al doblar una esquina; una voz alegre que lo llamaba en el salón; el sonar de la campanilla en la mañana, como en otros tiempos: todo se le había hecho familiar. Se hubiera dicho que la muerta jugaba a ser invisible, como una niña. ¡Se sentía tan querida! Era muy natural. Un año pasó.
La tarde del Aniversario, el conde, sentado junto al fuego en la habitación de Vera, acababa de leerle un fabliau (2) florentino: Calímaco. Luego cerró el libro y, mientras servía el té, dijo:
—¿Te acuerdas, dushka, (3) del Valle de las Rosas, de la ribera del Lahn, del Castillo de las Cuatro Torres…? Esta historia te los recuerda, ¿no es verdad?
Se levantó y, en el espejo azulado, se vio más pálido que de costumbre. Tomó un brazalete de perlas de un alhajero y lo miró con atención. ¿Vera no se lo había quitado apenas del brazo, antes de desvestirse? Las perlas aún estaban tibias y su agua parecía suavizada, como por el calor de su carne. Y estaba el ópalo de aquel collar siberiano, que también amaba el bello seno de Vera hasta el punto de palidecer morbosamente, en su red de oro, siempre que la joven olvidaba usarlo por un tiempo. La condesa amaba, por esto, a la piedra fiel… Y esta noche el ópalo brillaba como si ella apenas se lo hubiese quitado, como si el exquisito magnetismo de la muerta lo penetrara aún. Al dejar el collar y la piedra preciosa, el conde rozó sin querer el pañuelo de batista, ¡en el que las gotas de sangre estaban húmedas y rojas como claveles en la nieve…! Allá, sobre el piano, ¿quién había pasado la última página de la melodía de antaño? ¡Qué…! ¡La lamparilla sacra se había encendido en el relicario! ¡Sí, su llama dorada iluminaba con luz mística el rostro de ojos cerrados de la Madona! ¿Y esas flores orientales, nuevamente frescas, que se abrían en los viejos vasos de Sajonia? ¿Qué mano había venido a ponerlas? El cuarto parecía alegre y provisto de vida, de una forma más significativa y más intensa que de costumbre. ¡Pero ya nada podía sorprender al conde! Todo le parecía tan normal que ni siquiera prestó atención a que la hora sonaba en el reloj de péndulo, que había estado detenido por un año. ¡Esa noche, sin embargo, se hubiera dicho que, desde el fondo de las tinieblas, la condesa Vera se esforzaba adorablemente en regresar a su habitación, siempre impregnada de su presencia! ¡Tanto de sí misma había dejado allí! Todo cuanto había constituido su existencia la atraían. Su encanto flotaba allí; ¡las violencias constantes de la apasionada voluntad de su esposo debían haber desatado los tenues lazos de lo Invisible a su alrededor…!
Allí se le necesitaba. Todo lo que ella amaba estaba allí.De seguro deseaba regresar a sonreírse de nuevo en el cristal misterioso, que tantas veces había reflejado su rostro blanco como un lirio. La dulce muerta, allá abajo, se había estremecido sin duda entre sus violetas, bajo las lámparas apagadas; la divina muerta había temblado, en el sepulcro, tan sola, al ver la llave de plata arrojada sobre las baldosas. ¡También ella quería volver con él! Y su voluntad se desvanecía en la idea del incienso y del aislamiento. La Muerte no es una circunstancia definitiva sino para quienes esperan el Cielo; pero ¿no eran los besos de él la Muerte, y el Cielo, y la Vida para ella? Y el beso solitario de su esposo atraía sus labios, en la sombra. Y el sonido de melodías pasadas, las palabras embriagadoras de antaño, las telas que cubrían su cuerpo y guardaban su perfume, las piedras mágicas que la deseaban con su misteriosa simpatía…, y sobre todo la inmensa y absoluta impresión de su presencia, esas opinión que las cosas mismas compartían, ¡todo la convocaba allí, la atraía desde tanto tiempo atrás, tan insensiblemente, que, curada ya de la durmiente Muerte, no faltaba sino Ella misma!
¡Ah! ¡Las Ideas son seres vivos…! El conde había vaciado en el aire la forma de su amor, y era preciso que ese vacío se llenara con el único ser que podía corresponderle: de lo contrario el universo se hubiera derrumbado. En ese momento se tuvo la impresión definitiva, simple, absoluta, de que Ella tenía que estar ahí, en la habitación. Él estaba tan tranquilamente seguro de esto como de su propia existencia, y todas las cosas que lo rodeaban se habían saturado de esta certidumbre. Y como no faltaba sino la misma Vera, tangible, evidente, ¡era necesario que ella estuviese allí y que el gran Sueño de la Vida y de la Muerte abriese sus puertas infinitas! El camino de la resurrección le había sido mostrado por medio de la fe. Una carcajada fresca y musical iluminó, con alegría, el lecho nupcial; el conde se volvió. Y allí, ante sus ojos, hecha de voluntad y de recuerdos, apoyada fluidamente en el almohadón de encajes, su mano recogiendo los negros cabellos, su boca deliciosamente entreabierta en una sonrisa de paradisíaca voluptuosidad, bella a morir… ella, la condesa Vera, lo miraba, aún algo adormecida.
—¡Roger…! —dijo, con una voz distante. El se le acercó. ¡Sus labios se unieron en un gozo divino…, olvidado de todo… inmortal…! Entonces sintieron que no eran, en verdad, sino un solo ser. Las horas rozaron, con su vuelo extraño, aquel éxtasis, en el que por vez primera se mezclaban la tierra y el cielo. De pronto, el conde de Athol se estremeció, como golpeado por un recuerdo fatal.
—¡Ah! ¡Ahora recuerdo…! —dijo— ¿Qué sucede? ¡Pero si tú estás muerta!
En ese mismo instante, con esa palabra, se extinguió la lámpara mística del icono. La pálida claridad de la mañana –de una mañana banal, grisácea y lluviosa– se filtró en la habitación por los intersticios del cortinado. Las velas languidecieron y se apagaron, para echar humo acre por sus mechas rojas; el fuego desapareció bajo un manto de cenizas tibias; las flores se marchitaron y se desecaron en pocos segundos; el péndulo del reloj recobró poco a poco su inmovilidad. La certidumbre de todos los objetos huyó súbitamente. El ópalo, muerto, no brillaba más; las manchas de sangre se coagularon también en el pañuelo, cercano a la piedra; y, borrándose entre los brazos desesperados que en vano querían estrecharla de nuevo, la ardiente y blanca visión volvió al aire y se perdió. Un tenue suspiro de adiós, nítido, lejano, alcanzó el alma de Roger. El conde se irguió: acababa de advertir que estaba solo. Su sueño acababa de esfumarse de un solo golpe; había roto el hilo magnético de la radiante trama con una sola palabra. La atmósfera era, ahora, la de los difuntos.
Como lágrimas de vidrio, agrupadas sin orden y sin embargo tan sólidas que es imposible romperlas por su parte más gruesa, pero que se deshacen en un polvo impalpable y súbito si se parten por el extremo, más fino que la punta de una aguja, todo se había desvanecido.
—¡Ah! —murmuró el conde— ¡Es el final! ¡Se ha perdido…! ¡Y está sola…! ¿Cuál es la ruta, ahora, para llegar hasta ti? ¡Muéstrame un camino que me lleve hasta ti…!
De pronto, como una respuesta, un objeto brillante cayó del lecho nupcial a la piel negra en el piso, haciendo un ruido metálico; un rayo del espantoso día terrestre lo iluminó. El abandonado se inclinó, recogió el objeto, y una sonrisa sublime le iluminó el rostro al reconocerlo: era la llave de la tumba.

Traducción © Alberto Chimal
NOTAS:

(1) “Pálida (pero) victoriosa”, en latín.
(2) Los fabliaux son breves narraciones humorísticas en verso, muchas veces de carácter erótico o de asunto vulgar y siempre escritas en un lenguaje popular; su origen es la propia Francia y se remontan a la Edad Media.
(3) En ruso, “querida”.

Salvador Alario Bataller

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OBRA PUBLICADA A)CIENTÍFICA: 8 libros de Psicoterapia y Sexología (editorial Promolibro, valencia). 36 artículos especializados en diversas revistas (redactor de Cuadernos de Medicina Psicosomática y Psiquiatría de Enlace, www.editorialmedica.com, y los artículos y otros textos se relacionan en la web). B)NARRATIVA: “La conciencia de la bestia”, edición privada, finalista (de los 15 finalistas) del Premio Planeta de Novela de 1997. “La ciudad desvanecida”, relato seleccionado por concurso de la revista Escribir y Publicar en su editorial Grafein Ediciones, Colección Escritura Creativa, integrante del volumen de cuentos ASI ESCRIBO MI CIUDAD (2001). “Descensus ad Inferos”, lo mismo que antes, pero este cuento pertenece al libro de cuentos “32 MANERAS DE ESCRIBIR UN VIAJE” , Grafein Ediciones (2002). “Maltidos. La Biblioteca olvidada”, Iván Humanes Bespín y Salvador Alario Bataller, Grafein Ediciones, Barcelona, (2.006). "101 coños, Ilustraciones y breves" (2008), Carlos Maza Serneguet, Salvador Alario Bataller e Iván Humanes Bespín. Ilustraciones de Vanesa Domingo Montón, Grafein Ediciones, Barcelona. "Antología Iberoamericana de MIcrorelatos" (2008),coautor, Ediciones Lord Byron, Madrid (en prensa) La acre lácrima (2006), novela, en http://www.lulu.com/alario7 Un estudio crítico del Necronomicón Apócrifo (2006), ensayo, en http://www.lulu.com/alario7 Las aventuras carpatianas del profesor Exhorbitus (2006), novela, autoedición, en http://www.lulu.com/alario7 Astrum Argentum . La vara del mago (biografía novelada de Aleister Crowley) (2006), novela, en www.lulu.com, en http://www.lulu.com/alario7 El murciélago monstruoso (2006), novela, en http://www.lulu.com/alario7 Nunca volví de cuba (2007), novela, en www.lulu.com, http://www.lulu.com/alario7 Cuentos en www.narrativas.com: Espejos (2007), Los pequeños (2007). La angustia última (2008). Lo que trajo la noche (2008). OBRA INÉDITA: Las nocturnidades de don Arturo del Grial, (2002), novela. Los ojos del moro (2003), novela. El doctor amor y las mujeres (2006), novela. La trama sináptica (2007), novela. Historias de amor, muerte y trascendencia (2007), novelas (dos novelas breves relacionadas). Los estados intestinales (2007), novela. Cuando cazaba pelos (2008), novela breve Cuentos completos (1999-2008) Blogs: http://clinica-psicomedica.iespana.es http://alario1.blogspot.com http://undostrescuentos.blogspot.com http://undostrescuentos2.blogspot.com http://elloboylaluna.blogspot.com http://lasnocturnidades.blogspot.com http://nohaymentesincerebro.blogspot.com
 

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