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26 de Julio de 1.8...
El coronel Crossovo, Comandante del Séptimo Regimiento de Usares del Imperio, no se resignaba al pase a la reserva, pues vivía su actual situación como un encierro. Después de largos años de servicio, le había correspondido un honorable retiro. Desde Austria, había regresado a la casa de sus antepasados, pero la inactividad le desazonaba y sentía añoranza de su vida castrense. Los días se le hacían interminables, aunque nunca se le veía protestar abiertamente. Era un caballero entrado en años, muy regio, que nos brindó su casa cortésmente por el tiempo que quisiéramos.
Para dicha de nuestro amable anfitrión, el mismo día de nuestra llegada se presentó en el castillo un capitán de úsares. Pidió audiencia con el coronel y, al cabo de aproximadamente una hora, von Crossovo nos anunció que debía partir de inmediato. Meses atrás había alzado un suplicatorio al gobierno para que se considerase su reingreso en el ejército durante un tiempo más. Según nos comunicó el coronel, la carencia de oficiales de alto rango y su impecable historial militar, habían declinado favorablemente la decisión de las altas jerarquías gubernamentales. Ni decir tiene que el noble se encontraba exultante. Partiría de inmediato, antes de que anocheciera. Su castillo quedaba a nuestra disposición, ad líbitum, según sus propias palabras. Cuando, inmediatamente después de cenar, el coronel montó su alazán, diríase que hubiera rejuvenecido veinte años. Marchaba hacia el campamento de Pjulk, a doce millas al Este.
Como nuestro amigo nos hizo saber durante la cena, se le había encomendado acabar con el tráfico de armas que se venía realizando desde hacía bastante tiempo en la frontera. Había recibido órdenes expresas del Emperador. Donde relucía el dinero, allí acudían los szekelys. La reciente confrontación entre rusos y polacos, no divulgada en los medios oficiales de comunicación, brindaba una excelente ocasión para el contrabando de armas. Los montañeses habían evitado fácilmente a los dragones y a los úsares. Robaban las armas a los húngaros y a los rumanos, para vendérselas a los polacos. Hugo Brodskaya, un ruso renegado, se encargaba de hacer llegar las armas a los enemigos de su país. Enviaba un emisario desde Polonia y los szekleros lo preparaban todo para el día convenido. Esta situación había creado un estado de cosas lamentable entre el Imperio y la Santa Rusia, que amenazaba inclusive con romper las relaciones diplomáticas. Por esta razón, el Emperador se impuso la obligación de acabar de una vez con aquel tráfico tan comprometedor y peligroso. Alguien había delatado el plan de los szekelys y el ejército aguardaba el momento de caer sobre ellos. Todo estaba ya a punto. Solo quedaba esperar. El coronel Crossovo tendría un papel principal en aquella misión.
Aquella noche gris, triste y desconfortante, el coronel montó radiante su caballo y, con su escolta, marchó a cumplir la misión que se le había encomendado.
Así que quedamos dueños del castillo, decidiendo partir a la mañana siguiente. El cochero del coronel había recibido órdenes expresas de llevarnos a nuestro destino, pero esto no pudo hacerse realidad por un tiempo. Fue cuando enfermé.
El coronel Crossovo, Comandante del Séptimo Regimiento de Usares del Imperio, no se resignaba al pase a la reserva, pues vivía su actual situación como un encierro. Después de largos años de servicio, le había correspondido un honorable retiro. Desde Austria, había regresado a la casa de sus antepasados, pero la inactividad le desazonaba y sentía añoranza de su vida castrense. Los días se le hacían interminables, aunque nunca se le veía protestar abiertamente. Era un caballero entrado en años, muy regio, que nos brindó su casa cortésmente por el tiempo que quisiéramos.
Para dicha de nuestro amable anfitrión, el mismo día de nuestra llegada se presentó en el castillo un capitán de úsares. Pidió audiencia con el coronel y, al cabo de aproximadamente una hora, von Crossovo nos anunció que debía partir de inmediato. Meses atrás había alzado un suplicatorio al gobierno para que se considerase su reingreso en el ejército durante un tiempo más. Según nos comunicó el coronel, la carencia de oficiales de alto rango y su impecable historial militar, habían declinado favorablemente la decisión de las altas jerarquías gubernamentales. Ni decir tiene que el noble se encontraba exultante. Partiría de inmediato, antes de que anocheciera. Su castillo quedaba a nuestra disposición, ad líbitum, según sus propias palabras. Cuando, inmediatamente después de cenar, el coronel montó su alazán, diríase que hubiera rejuvenecido veinte años. Marchaba hacia el campamento de Pjulk, a doce millas al Este.
Como nuestro amigo nos hizo saber durante la cena, se le había encomendado acabar con el tráfico de armas que se venía realizando desde hacía bastante tiempo en la frontera. Había recibido órdenes expresas del Emperador. Donde relucía el dinero, allí acudían los szekelys. La reciente confrontación entre rusos y polacos, no divulgada en los medios oficiales de comunicación, brindaba una excelente ocasión para el contrabando de armas. Los montañeses habían evitado fácilmente a los dragones y a los úsares. Robaban las armas a los húngaros y a los rumanos, para vendérselas a los polacos. Hugo Brodskaya, un ruso renegado, se encargaba de hacer llegar las armas a los enemigos de su país. Enviaba un emisario desde Polonia y los szekleros lo preparaban todo para el día convenido. Esta situación había creado un estado de cosas lamentable entre el Imperio y la Santa Rusia, que amenazaba inclusive con romper las relaciones diplomáticas. Por esta razón, el Emperador se impuso la obligación de acabar de una vez con aquel tráfico tan comprometedor y peligroso. Alguien había delatado el plan de los szekelys y el ejército aguardaba el momento de caer sobre ellos. Todo estaba ya a punto. Solo quedaba esperar. El coronel Crossovo tendría un papel principal en aquella misión.
Aquella noche gris, triste y desconfortante, el coronel montó radiante su caballo y, con su escolta, marchó a cumplir la misión que se le había encomendado.
Así que quedamos dueños del castillo, decidiendo partir a la mañana siguiente. El cochero del coronel había recibido órdenes expresas de llevarnos a nuestro destino, pero esto no pudo hacerse realidad por un tiempo. Fue cuando enfermé.
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Salvador Alario Bataller
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El usuario anónimo dijo...
Me pregunto si todos los que escriben "carpe noctem" saben qué significa o si simplemente han asumido que diem significa dia... Cuánto tarugo suelto...
en fin, ya le respondi un par de veces, pero nada, el idiota no entra en razon...te lo digo por si quieres responder, que sepas que alguien por ahi te esta desprestigiando..
mil besos guapeton!