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15 de Agosto de 1.8...
Hellen mejora notablemente y de manera inesperada, gracias a Dios. La herida de su garganta ha cicatrizado y, en general, presenta buen aspecto. Ha recuperado en ánimo habitual y, durante los últimos días, he permanecido a su lado el mayor tiempo posible. No vi ningún desmodino y ella, a su vez, no recuerda nada de lo ocurrido, ni las causas ni las circunstancias en las cuales pudo producirse esos diminutos rasguños. Mencionó, sin embargo, que terribles pesadillas perturbaban su sueño, si bien eso era casi una constante en ella. Empero, cuando despierta no recuerda el contenido de las mismas. Como he dicho, esto no es nuevo para mí, ni para ella.
Por la noche:
Todo sigue perfectamente bien. Hellen duerme apaciblemente, sin que, por lo que puedo observar externamente por su agitación corporal u otro signo, la moleste ningún mal sueño. Ya no me preocupa la herida de su cuello, pues casi ha desaparecido. Cuando le pregunté hasta qué punto le dolía, respondió que no le dolía lo más mínimo. Después, con una naturalidad que me sorprendió, casi llegó a ordenarme que debía bajar a la ciudad y no rechazar la invitación de nuestros amigos. Dijo que estaba convencida de que necesitaba un poco de diversión, mezclarme con la sociedad, disfrutar de la compañía de los amigos y pariguales y evadirme un tanto de las onerosas obligaciones de la investigación científica. Una odiosa sensación de disgusto conmigo mismo me sobrecogió. Comprendí que estaba ante un ser extraordinariamente gentil y noble y me reproché, nuevamente, el abandono en que la tenía, a la par que fui totalmente consciente, quizás por primera vez, de la suerte inmensa que había tenido al encontrar una mujer semejante con la que compartir mi vida. Absorbido en mis investigaciones, ingrato, olvidaba cada día que existía. Un tiempo atrás, llegué a jurarme a mí mismo que no la volvería a dejar sola pero ahora, pensando en la partida, la diversión y los amigos, esa realidad me supo a liberación, convirtiéndose en una expectativa tentadora amén de perentoria. No era mi conciencia la que me hacía obrar así, sino el apremio de la autocomplacencia, o dicho de otro modo, el hábito bien instaurado del egoísmo. En mis fueros internos, nunca me reproché nada referente al modo en que llevaba mis relaciones conyugales porque, como he dicho, en lo hondo, solamente veía las cosas desde una perspectiva, la de mi educación y, según ese entender, era la correcta. Había en ello, por lo demás, una especie de orgullo, de triste proteccionismo y de autosuficiencia.
De nuevo nuestros ojos se encontraron y ella volvió a insistir. Acaricie su sedoso pelo castaño y dije que lo pensaría, aunque la decisión, ufano, convencional y prepotente, ya estaba tomada.
Esa misma tarde, repasando unas anotaciones en mi gabinete, encendí una pipa y se entrometió en mis cavilaciones de nuevo el asunto de mi estancia en la ciudadela. Mientras pensaba en ella, un sentimiento de soledad se apoderó de mí en forma tan espantosa que casi me hacía enfermar. No sentía apartar todas esas sombras de mi espíritu mediante alguna distracción mundana, sino que deseaba ardientemente sentirme entre gente ilustrada, como Viktor y el doctor Besnien. Es un elixir, un acicate existencial, del que necesitan algunas personas, a modo de ayuda para soportar mejor las fatigas y requiebros de vivir en un mundo acéfalo y sin sentido. A la par, tasé la gran solitud de mi vida familiar, que solamente me servía para suplir las necesidades básicas con las cuales poder desarrollar mi actividad profesional, pero mi soledad era algo más grave, iba más allá, trascendía esos parámetros ordinarios, para convertirse en algo virtual; me había sentido sólo en el mundo desde los dieciocho años y ese sentimiento estaba ahí y solamente podía ser paliado compartiendo mi mundo con otros, con seres similares. Resolví, pues, alejarme por unos días, del páramo de Torska y bajar a la ciudad para disfrutar, por unos días, del ambiente civilizado y de la grata camaradería de mis colegas. Además, seguramente encontraría en la biblioteca del hospital algunos volúmenes interesantes y tal vez, en el teatro municipal, representasen algo que valiese la pena. Convencido de la necesidad de esta huida efímera antes de volverme a enclaustrar entre las cuatro paredes de mi laboratorio, olvidando así los días de angustia y preocupaciones, me levanté y, después de sacudir la ceniza de mi pipa, subí para comunicarle a Hellen mi resolución. Saldría a la mañana siguiente a primera hora y, dentro de unos días, cinco a lo sumo, Gödel volvería a por mí.
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