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Trilogía de Ecce Cualquiera

Libro Tercero
CUANDO CAZABA PELOS
Salvador Alario Bataller
2.008

  
Valencia
2.011






El hombre es el escultor de su propio cerebro.
Santiago Ramón y Cajal

El futuro ya no es lo que era antes.
Paul Valéry

Que enfermo parece todo lo que nace.
George Trakl

Yo buscaba un alma similar a la mía…
Isidore Ducasse

Impulsos más espesos emergen
donde se organizan.

Eduardo Hervás.


“Poe, Machen, Lovecraft, Tolkien..., todos ellos habían aprendido la verdad esencial: que se les había arrojado a un mundo equivocado, el cual no valía la pena, pero que había que estar ahí, pues por mucho que les doliese toda esa carnavalada de canalladas, sinsentidos y cochambre tenía que entrañar algún sentido, aunque inextricable. Paralelamente a dicha convicción, se imponía perentoriamente la necesidad de recurrir a ciertas disciplinas, algunas heterodoxas y poco rigurosas en su método, para empezar a ver con una luz diferente el gran paisaje umbrío del existir. Con el tiempo se aprendía, dolorosamente las más de las veces, que el final del camino era indefectiblemente el hombre mismo, que todo el asunto tenía nombres propios: yo, tú, ése y aquél… Para algunos, no obstante, dicho conocimiento representaba una gran victoria y el primer paso para caminar per vias rectas.
Había meditado mucho sobre ello. Ese profundo resabio existencial dimanaba de la frustración temprana del eterno deseo humano primigenio, uno de los sueños de la humanidad, tal vez el de mayor virtualidad, el de la superioridad secreta. Ese odio, muy posiblemente arrancase de aquella prístina desilusión, cuando nos dimos cuenta de que habíamos nacido entre los del montón, que no éramos nadie, que teníamos que sudar sangre para recoger unas migajas aunque, a veces, fuesen gordas: un demonio exógeno e inapelable invadió un día mi mente fantasiosa y me escupió con voz arcana y aviesa que nunca sería sabio, poderoso, inmortal… La aparente magia de la vida cayó pesadamente como un pendón viejo y raído: mis padres no eran los monarcas de un reino encantado ni el mundo era un paraíso: mío era el erial, la plétora de dificultades, mis padres pobres campesinos. A partir de ahí, uno debía luchar para subsistir, cogerse a mil clavos ardiendo para pasar los días de la manera más digna posible. Muchas veces, ni este mínimo podía ser satisfecho honorablemente. Se esfumó, como el humo, el destino principesco del pobre hijo del picapedrero. Después de eso apenas nada quedó, sino un infantil, juvenil, adulto malhumorado corazón. Una vez más, los sueños de la humanidad no se cumplían en el hombre, no se cumplían en mi.”

Salvador Alario Bataller, La conciencia de la bestia (1.999), edición privada. ISBN: 84-605-9212-X. Depósito legal: V-2970-1999. Obra que quedó entre las 10 finalistas de El Premio Planeta de Novela de 1.997, cuyo ganador fue José Manuel de Prada, quedando en segundo lugar Carmen Rigal.




“Nacemos de dos modos: o confusos o muertos. Yo nací confuso y pago cada día el precio de mi confusión. Los muertos van y vienen por la vida y me miran con aire de superioridad. Incapaces de advertir que no respiran. Que nunca han respirado. Estar muerto es más fácil que estar vivo. La vida es lucha, la vida es violencia. La incomprensión y los obstáculos hacen sola cada mañana a la puerta de nuestras casas.
        Por eso el mundo es de los fríos. Por eso el mundo es propiedad de los que carecen de alma. De aquellos que calculan sin implicación. De aquellos que saben imitar la vida y el pensamiento. De esos cerdos, de esos insectos disfrazados de hombres y mujeres, dependemos todos.
        Los insectos sin alma llegan adonde quieren porque destruir al prójimo no les hace temblar. Ellos te sopesan. Localizan tus puntos débiles y fuertes. Calculan tu emotividad –justo aquello de lo que carecen- para utilizarte. Para engañarte. Para usarte. Son fríos, pero saben imitar el calor de la vida. Gracias a su disfraz de persona sintiente consiguen que les aprecies, que les quieras y hasta que te enamores de ellos. De su exhibición de falsa sensibilidad. Tienes novios/as, amigos/as y amantes. Pero ni quieren, ni aman, ni traicionan. Te harán ver las cosas como ellos quieren que las veas. Usarán la mentira desapasionada para que odies a quienes ellos quieran que odies. Te aislarán. Te llevarán adonde quieren. Sacarán de ti lo que necesitan y te dejarán de lado. Hablo de Ellos, los sin alma. Están a tu lado. Cada día. Son tus jefes en el curro. Te hacen reír en las cenas de empresa porque son divertidos. Y mientras ríes, sus ojos de insecto te examinan con desprecio calculador.
        Creen que eres tonto. Creen que tu emotividad, tu capacidad de amar, odiar, reír y llorar, te hacen inferior a ellos.
        Pero no te preocupes. Tú estás vivo y ellos no. Tu vida, tus actos, tienen alma. Los suyos no. No les temas. Por muy listos que sean, por muy capaz que sea el monstruo, la aberración, de imitar la vida, ellos están muertos y tú no. Tal vez los demás no lo ven, pero tú sí.
        Y así me hiciste una vez a mí, hijo de puta. Así me hiciste, pero ahora te voy a crujir. Todavía estoy lejos. Pero vengo. Vengo a aniquilarte. Cuántas noches en vela esperando este momento. Vengo a borrarte del mapa como si nunca hubieras nacido. Tenme miedo, pedazo de maricón. Tenme miedo porque sabes que sin tus tretas eres una mierda contra mí. Un niño inútil. Sí, Skavsta. Ya está decidido. Voy a por ti. Así que ya puedes ir cagándote encima de miedo. Nos fundimos a Stonogo y a sus trescientos gilipollas de mierda. Y ahora te toca a ti. Te voy a erradicar. Yo, Vervoék, tengo una cuenta pendiente contigo. Ay, pobra de ti. Vuelvo a ser fuerte. De nuevo puedo matar. ¿Quién te va a salvar de mí?”

José Miguel Vilar-Bou, Alarido de Dios (2.009), transVersal, EQUIPO SIRIUS, Madrid, ISBN: 978-84-96554-73-3. Depósito legal: M-23432-2009





INTRODUCCCIÓN



Este es la tercera parte de La trilogía de Ecce Cualquiera, alguien que no nos anda lejos, un exiliado voluntario de un mundo que es un muladar, erigido sobre los tres grandes males del mercado y su demonio, el capitalismo salvaje: el vacío moral, el consumismo voraz y las mentiras mediáticas. La globalización e Internet (que algo bueno tienen) no son generalmente más que podos leprosos de esas fuerzas inicuas, que sumen a la gente en la ignorancia, la inculturizan, la domestican, y aumentan la diferencia entre las clases sociales, sembrando el esclavismo y la pobreza para beneficio de los perros de siempre. Bajo el auspicio de la democracia (un sistema que no es –o debiera ser- en lo que se ha convertido), los peores hombres, independientemente de siglas, propalan la prepotencia, el abuso, el escarnio, la miseria y la muerte. Los políticos, salvo casos contados, se han erigido en los ejecutores de la hecatombe, seres patibularios y acéfalos que ostentan un poder que acarreará la destrucción de la naturaleza, por tanto de la vida y del hombre. La masa se encuentra sumida en el desconcierto, la apatía y la desesperanza, mientras que los poderosos se mofan de los obscenos desastres que generan. Los pilares de cualquier civilización estructurada se desmoronan, se alzaprima lo zafio y lo peor y, con ello, el mundo y el hombre se empobrecen y agostan, tienen los días contados. Debería surgir un grupo de personas serias y morales, que fomentase una esperanza, generase un principio común, y un ansia férrea de lucha para terminar de una vez por todas con los mendaces, puesto que la mentira siempre ha sido el mal del mundo. No debemos dejarnos llevar por el odio y la violencia, porque son precisamente eso, el mal del mundo, porque seríamos como ellos, los políticos y poderes fácticos de un color o de otro. Sinceramente, le veo mala solución.
La trama sináptica,(a la que siguen Los estados intestinales, lucha, y Cuando cazaba pelos, resolución), en parte, trata de la oposición particular de gente decente a este basurero que viles con nombres y apellidos nos han dejando, destruyendo la posibilidad de una Europa, de un mundo, donde no hubiese un pobre (por lo menos uno sin la ayuda debida). No fue, en su tiempo, una utopía; el mercado, los vendepatrias, los traidores nos mataron la posibilidad de vivir como hombres, de existir en un mundo habitable. Si yo pudiera…, pero sé que ese no es el camino para un mundo mejor. Mal lo tenemos, empero, con el instinto de dominancia, con la voluntad de poder del ser humano, que a la postre, se concreta en dinero y sexo. La civilización no está en el la industria, ni en el artilugio reluciente, sino en el corazón. Ójala, no sé qué, nos ampare y nos de fuerza en el empeño.




INTROITO

Cuando cazaba pelos (Resolución) es el final efémero, coda mínima, de laTrilogía de Ecce Cualquiera, conclusión nebulosa de sus dos hermanas mayores, La trama sináptica (Oposición/Antítesis) y Los estados intestinales (Lucha). Cualquiera de ellas puede leerse con independencia de las demás o no: existen como piezas únicas o vertebradas, crónica vital de un hombre a la deriva (nunca una fuga vacui), malgré-lui, que, al final, logra cierta reconciliación con el existir mediante una ecuación personal.
Para más de uno Cualquiera sería un lisiado moral, un fracasado, un tarado, una clase de hombre totalmente execrable, malcontento con el mundo, con el que parece mantener una muda y deshonrosa batalla; pero otros pudieran pensar que encarna al romántico luchador, al más lúcido entre los de su especie, el que aguarda el cese del silencio para dejar oír su voz, el deslucido heraldo de una micro-historia y de su tiempo, y, por lo tanto, un santo o un loco.
Dicho esto, que tengan un buen día o, mejor, una buena vida.

Mínimo Caldas, otro



CUANDO CAZABA PELOS
RESOLUCIÓN
Libro tercero de la Trilogía de Ecce Cualquiera
Salvador Alario Bataller
2008



1.    En “la mejor de las sociedades posibles”:
     vagabundo en el mal mundo… p. 21

2.    Cualquiera y Cía.… p. 81

3.    Los justicieros de Blasco
        Ibáñez-La Isla Perdida… p. 135

4.    Lo que pueda ser será… p. 161




1
En “la mejor de las sociedades posibles”:
vagabundo en el mal mundo







And death have shall no dominion.
Dead men naked they sahll be one.
With the man in the wind and the west moon;
 when there bones are picked clean and the clean bones gone,
they shall be stars  at elbow and foot;
thouhg they go mad they shall be sane.
Though they sink trough the sea they shall rise again:
though lovers be lost love shall not:
and death shall have no dominion.

Dylan Thomas[1]



 1


Contrariamente a lo que afirmara Mújica Lainez, la patria de qualsevol, auqune, no one, nul o cualquiera, o como quieran llamarle, porque en más de lo que piensen se le parecen, no era una cuestión de nostalgia, ni tampoco lo que dijera Bolaño sobre un país imaginario, el suyo era un país multicolor.
Era una nación tan leve, tan tranquila, tan democrática, que por todo ello no era precisamente un país. Liviandad, cuidado al ciudadano, urbanidad, bonhomía eran, pues, tan solo una apariencia.
Sea como fuere, la gente iba a su trabajo, vivía su tiempo de asueto con aparente felicidad, entendida ésta siguiendo al ínclito alemán, como ausencia de dolor y de aburrimiento. Sí, eso parecía.
Había pocas vacaciones porque trabajaban mucho, labores gratas y formativas decían. Las farmacias expedían a espuertas psicoactivos mil y la policía era una presencia común en cualquier rincón urbano o rural. Los medios de comunicación se prodigaban en machacar con la idea de la bonanza del país.
En cada ciudad, en cada pueblo, en la plaza más destacada, se erguía una famosa estatura renacentista y al pie se leía “El enemigo, un hombre con un par de cojones” y en algunas colinas descollaba la soberbia imagen de un toro bravo, negrísimo como la noche, eso sí despelotado.
Un país, una nación, una tierra, una patria, lo que fuera, inhabitable, de fauna abigarrada, no siempre asumible. Demasiadas moscas, pero sobre todas ellas destacaba
una: la mosca del pincho en el país del estiércol.
Grande, espesa, se descompone, perdiendo su figura original. Mil buenos para nada succionan la arteria infecta. Otros muchos se mueren en derredor, sin ocasión para meter la trompa. Alí Baba, el del este, el de sur, todos se frotan con fruición sus patas pegajosas. El miasma se expande, llama a los insectos de los cuatro puntos del orbe. Ya vienen, ya están aquí.
De fuera, miles de moscas multicolores se unen al festín, sobre los despojos de las comunes moscas grises, ya moribundas.
         Ya se sabe, a más espacios abiertos, aumentan las variedades... Antes estaban las azules, las verdes, las negras, las cojoneras... Ahora solo veo, en mi casa y poco más, especímenes pequeños, un tanto raros, que igual caminan hacia delante, hacia detrás o se mueven de lado. Viéndolas, parecen deambular en un psiquiátrico..., penitenciario. Sin embargo, no se me acercan. De todos modos, uno puede relacionarse con ellas al modo byroniano (que no detallo aquí por decoro), bizarro, sí, pero grato, según el romántico inglés.

Como dijo hace años un destacado político de izquierdas, “en un futuro “a este país no lo reconocerá ni su puta madre.”
Mêrdre.






A ese hombre que por ahí va, aunque no lo conozco personalmente, sé de él muchas cosas, aunque diré solamente las necesarias para entender las páginas que siguen.
Nació en el siglo veinte, su pasado y valorado fue el diecinueve, en ciertos temas particulares, y terminaría su tránsito terrenal en el indigno veintiuno, peor que el veinte, en muchísimas cosas. A despecho de ser un hombre bueno, coqueteaba en ocasiones con la  tesis de que la fuerza puede ser el único camino para solucionar ciertos problemas. Realmente lo pensaba cuando estaba enojado, que no era infrecuente, pero sabía que eso no conducía más que al desastre. También era un hombre de honor y de palabra. Hay que agregar que su generación fue la primera de su tierra que no estuvo en guerra, aunque seguía habiendo muchos conflictos armados y genocidios en países diversos, no todos lejanos. El demonio del poder seguía actuando sin freno. Así mismo debe anotarse que detestaba la violencia, que es la patología de la agresividad, que siempre es vil y gratuita, dado que comporta la dominación del otro, con todas sus implicaciones.
Ahora, a los cuarenta largos, aunque hacía ya tiempo que se había autoexiliado en su propio país, al que consideraba una tierra extraña y sojuzgada por poderes foráneos, retomaba la fuerza para vivir y cierto grado de optimismo, lo mismo que aquél personaje que conoció un día y que, por todas las evidencias, llamó en una de sus novelas, Lo que nunca he dicho o Don’t crie for me Nicholasa, el “varón desmembrado” (2008). Esta obra nunca sería publicada.
El conocer al llamado desmembrado, le hizo tomar una posición más temperada ante la vida y sus desmanes, aunque nunca dejó de tener muy mal genio y de desear cargarse a alguien. Evidentemente pensaba que la muerte solamente se paga con la muerte, en casos determinados. Para terminar y en relación con lo dicho, incluyo en este lugar un fragmento del libro referido, conteniendo una singular anotación que había en el texto y que he respetado. Hela aquí:



“Ab omni malo libera nos, Domine… A subitanea e improvisa morte, libera… Ab ira, et odio, et omni mala voluntate, libera…”

( Fragmentos de “ libera me”,
      respondio del OFFICIUM DEFUNCTORUM)           
                                                                                                 

“A muy corta edad tuve conciencia de que vivía en un país ocupado. Los opresores provenían de tierras extrañas, calcinadas por el sol, eriales que no producían frutos sino soldados. No nombraré lugares ni personas, porque ahora todo se ha perdido.
Curas, capitalistas y militares abanderaban la represión, la garra bestial del poder central. Todo poder siembra violencia y, por tanto, miedo. Aquello que imponían como la patria de todos nunca me perteneció, no había un lugar en mi corazón para ella, aunque sí tenía una tierra y, por entonces, la amaba.
A estas bajuras, resulta redundante señalar que toda aquella parafernalia me resultaba ajena, nunca la sentí como cosa mía. Entonces sucedió algo que me paralizó, dando un giro integral a mi valoración propia y la del mundo: por paupérrima que me pareciera mi historia y deslavazada mi vida, pensé, en cierto momento, que, en realidad, yo, vean ustedes, era un privilegiado, cuando le conocí a él[2], a…


El varón desmembrado
Título original: El mascle desmembrat

La primera vez que vi a aquel hombre singular, un más que conocido personaje en el mundo de la cultura, me sentí horrorizado. Cualquiera (o lo que quedaba de él), que es el nombre que en adelante daré a esta persona a petición suya, me recibió con una gran sonrisa en su biblioteca, lo cual me extrañó muchísimo. Su cuerpo había quedado reducido a menos de la mitad: no tenía piernas, ni brazos (ni polla como supe después), pero sí mostraba una sonrisa blanquísima y permanente bajo una calva reluciente. En nuestros sucesivos encuentros comprobé, con creciente perplejidad, que aquella sonrisa no era el espejo de una amargura oceánica (lo esperable en su condición), sino reflejo directo de su buen carácter, que el tiempo y la adversidad no habían cambiado. Lo de la calva lo explicaré posteriormente[3].
A medida que iba conociendo las particularidades de su caso yo, gran egoísta, fui sintiéndome como un ser despreciable, que no merecía conmiseración, ni mía ni de nadie. Sí, no llores por mí Nicolasa, seas quien seas, estés donde estés, sea cual fuera el sentimiento negro que te imaginó o el demonio del abismo que te engendró.
El vestigio de lo que fue un cuerpo humano se movía gracias a una silla especialmente diseñada para personas incapacitadas y una considerable peana metálica (en cuyo interior imaginaba una intrincada urdimbre de cables y chips) elevaba sus restos a la altura de un hombre de mediana estatura, como yo, de poco más de un metro setenta. De este modo cuando hablábamos estábamos vis a vis y, gracias a Dios, su voz era clara y regular, afable y cadenciosa, porque su aparato fonatorio estaba sano y no tenía que utilizar complejísimos sistemas cibernéticos con lo que hacer audible la voz, lo que habría añadido un mayor patetismo a una situación de por sí ya muy dura. 
Dijo, sin que yo le preguntara, que resultaba un consuelo tener el cerebro intacto y poseer la palabra, que pensar y hablar resultaban los dones más grandes de que podía disfrutar un hombre, que todo lo demás carecía de importancia… Memorable.
Su hermano Cesar. Un conocido hombre de negocios, unos años mayor que él, que andaría por los cincuenta y pocos, le cuidaba con gran diligencia y, por el modo de hablarse, supe enseguida que no era solamente el dinero lo que no faltaba en aquella gran casa.
Además de los hermanos vivía en el palacete un individuo descomunal, fuerte y grande como un oso, que en las primeras conversaciones se mantuvo aparte, sin soltar prenda, sentado en una butaca y fumando puros habanos, pero muy atento a lo que se decía. Su nombre era Ruy Galera y estaba a cargo de la seguridad del lugar y sus moradores. Alguna vez vi a un par de gorilas más por los pasillos, pero regularmente no hacían acto de presencia.
Un amigo afirmó que la vida es una guadaña que saja la vida humana en un momento dado, pero afinando más yo soy el ejemplo de que ese filo atroz puede ir apareciendo en momentos determinados y cortando ora una parte otra la otra, el brazo ahora y después una oreja. Esa guadaña es la metáfora de las relaciones y acontecimientos desgraciados o catastróficos que nos llevan a pérdidas sucesivas, esencia misma de la existencia. Esta teoría es atractiva, pero mi caso es mucho más complejo, puede decirse que yo fui perdiendo mi cuerpo por artes oscuras, en el sentido de que aún no comprendo como se produjo la desmembración. Lo primero que perdí fue el pene y el ejecutor, si bien estoy seguro que es un demonio de la peor especie, se llama Guadalupe.
El hombre no es gregario por naturaleza, sino todo lo contrario. Y cuando uno es libre y diferente este, el mío, es el ejemplo, bastante extremo ciertamente, de la forma que pueden tomar las consecuencias.”

A él, el motivo de este libro, que incluye el texto anterior, le llamé también Cualquiera y sinceramente fue una casualidad. O tal vez no. De todos modos, no tiene importancia.




 3

Me despierto más roto que anoche cuando me metí en la cama. Vuelvo del mundo de los vivos para arrastrar mi sombra ahora por el de los muertos.
Como algo y salgo a la calle. Creo que no me he peinado. De todos modos, no es importante; tengo poco pelo, paso la mano por la calvorota y ya está, un peinado de diseño. Pese a todo aún soy un tanto guapete y, eso sí, no he perdido ese toque de elegancia básica que siempre me ha caracterizado, pese a que hace años me desprendí de la sempiterna corbata. Una americana puede combinar bien con cualquier pantalón, sobre todo con los vaqueros y una camisa decente. 
Camino lentamente, aunque no haya nada que apreciar de un modo especial. Esbozo una sonrisa. Ya lo dije antes, mi sonrisa es una mueca de desprecio.
Per vas nefandum, per vas nefandum.
Caosmos, ya lo dijo un gran irlandés. Baricco también anotó que la verdad es siempre inhumana. Veritas contra mundum.
He comenzado el día del modo habitual. Es septiembre y hace un sol de justicia. Todo esto va a petar de un momento a otro. Camino. Un pie delante del otro, bipedestación, erectus, sapiens… Creen que estamos subnormales. Todos, sin excepción, somos unos monos degenerados. La fuerza siempre se impone a la razón. El acicate del hombre es la dominación, la guerra, el poder, que es sexo y dinero y, al final de todo, la destrucción. Un destino inexorable. Pero memento mori.
La náusea, como la ansiedad, dicen que a veces es general, pervasiva, libremente flotante, aunque es mentira, porque el sufrimiento humano tiene siempre determinantes específicos.
Camino seguro hacia el inicio de mi último viaje.
           Mientras paseaba en dirección al café Strigoi para tomarme un cortado, entre Los leones y Campoamor, hay un callejón en el que asoman algunos pubs solitarios. En el muro de mi izquierda, abarrotado de pintadas, hay una que hace que me detenga y lea. Es esto lo que, distintas manos, han escrito:

Si Franco levantará la cabeza,
aquí se cagaba hasta Dios.

¡Que te follen, hijo de puta, saco de mierda, marikón!

¡Que te jodan a ti, mamarracho! Soy gay, tengo
cincuenta, cinco años y me siento
joven, guapa y estilosa.

Bujarra azqueroso, hijo de la gran perra zarnosa,
Zi te tuviera delante beríaz el
guzto que te daría con mi puño.

Segun la ley de Halá, es maricón el que da;
Segun la ley de Maoma es madicón el que toma;
Segun la ley de Dios, son malicones los dos.
Un tijo en la nuca es la solusión.[4]

Cinc i Quatre fan nou: bu, bubu,
bufam un ou.
Nou menos cinc fan Quatre: bu, bubu,
bufam latre.
Once i once vintidós: bu, bubu,
 bufam als dos.[5]

¡Que os fusilen a todos, hijos de la gran puta!

Bae-buebe, mandeba, mandeba

Choni Uismule

¡Y la mona que te parió, mamón!

En fin, vox populi. Enciendo un cigarrillo y sigo adelante.
Entro en el parque de la calle Ramón de Campoamor, bajo por Impresor Lambert, echo en dirección de Blasco Ibáñez y en la calle del poeta Guzmán y Tortajada, anterior a la avenida, a veinte pasos me meto en el pub Strigoi.
Pido un cortado y de la párvula biblioteca que hay, apenas entrar, en el muro de la derecha, al fondo, tomo un libro. Me siento y lo abro. Alguien ha escrito, con bolígrafo rojo, lo siguiente:

“Exceptuando a los cuatro buenos que siempre hay y dependiendo también de la franja horaria de cada lugar de esta caca llamada mundo: Malos días y peores noches, que os den por culo a todos cabrones, putas y maricones, machistas, feministas y mariconistas, ateos y beatos, políticos y apolíticos, ciudadanos y apátridas, curas y curones, fachas y bujarrones, putas bordionas y bordes de nacimiento y por experiencia, ministros y menestrales, burros y listillos, marisabidillas y mamones, siervos putos y putos señores, chusma borracha y duquesas empaladas, condesitos prosternados y próceres sodomizados, buenos para nada, jodevidas, juntacadáveres y vendepatrias, feladores del dios trempante y del diablo culón, basura toda inabarcable de este mundo traidor (¡y viva Campoamor!), que os follen y venid aquí, que tenemos para vuestros cuerpos pestilentes, estacas aguzadas y romas, con jabón o sin él, y muchas más lindezas atroces, cuando os pillemos y si nos venís de cara, daremos buena cuenta de vuestros pasos por este muladar y así no os vayáis sin pena ni gloria a la nada de nunca jamás.”

Firman con varia letra casi inteligible: Arnau, Al Nap, El pato, Felipe el Inglés y Ramón, Pèp L’ouero, José Martínez Rodriguez “chochito”, el juez Moratalla y el comisario Saltamontes.
El libro en cuestión se titula Folla bien, come mejor y espera a la muerte sin temor, de un tal Manèl Claramunt i Torredó, de mal nombre Piu de férro (polla de hierro), que vive en calle Torreta de Miramar, 23, bajo, Benimaclet (junto a Valencia capital). La editorial es L’Asparver, 1982, de Simat de la Valldigna (no sé donde coño está eso), La Valldigna (?), provincia de Valencia (me suena).
Abajo, casi a pie de página, con una letra más picuda y apretada, uno distinto ha añadido:

“Me agrego a los admiradores del autor.
Ad est, ad sum.
Me voy, que os vaya como sea.
Que empiece la fiesta.
R.M.”

Rex Mundi (?), vaya, vaya, él siempre anda por medio, como Dios, al que tampoco nunca se le ve.
No me esperaba una cosa así y decido comenzar a leer esta obra que se me anticipa sorpresiva, cuando se sientan en la mesa de al lado dos veinteañeras bonitas y piden al camarero dos quintos y, cuando se va, una dice:
-No sé cómo dices que vas a clase borracha y te enteras de todo.
La otra que tiene cara de guarra, dibuja una risita picaruela y no contesta.  Me levanto, esto es demasiado para mí, el país se está convirtiendo en una cloaca, en unos pocos años lo habrán destrozado por los cuatro costados. No pocos piensan que ya es tiempo de sacar la vara. Representaría la medicina exacta para el desmadre que ha generado toda esa caterva de hijos de puta. Asimismo más de uno les daría una dosis mayor y más larga, para que pagasen tanto sufrimiento, tanta desesperanza, tantos muertos y decesos por venir.
         Entré en este café a las tres y media de la tarde. Me tomé como de costumbre un cortado. Sonaba música suave y había pocas personas sentadas a las mesas. El lugar era agradable, incluso mostraba, como ya dije, una variopinta, si bien pequeña biblioteca en una pared apartada de la entrada principal, donde encontré algunas obras mías y de otros autores de la zona, además de plumas mucho más reconocidas. Por la noche estaría a rebosar, con gente más bien joven, copeteando y charlando. No tardaría mucho tiempo en que el negocio fuese a menos debido a la crisis. Deseaba sinceramente que no tocase fondo. Aunque era un poco caro, el sitio resultaba muy tranquilo y acogedor. Pero siempre había gentuza como las chavalas esas que le fastidiaban a uno el momento tranquilo que se supone es tomar algo en un lugar semejante.
Salí a los pocos minutos y me encendí un pitillo en la misma puerta, maldiciendo, por enésima vez, esa descabellada ley antitabaco. Eché dos caladas fuertes y me encaminé en dirección a la Plaza del Cedro. La tarde era primaveral, un sol muelle bañaba la calle y la hermosa arboleda.
A mi derecha, en las mesas exteriores, pegadas al ventanal, un grupo de muchachas, poco más que veinte años, charlaban. Al pasar junto a ellas, no pude evitar escucharlas, ni de malhumorarme aún más de lo que ya estaba.
Comentan alteradas por no sé qué:
-¡Tía, estoy hasta la polla!
-¡Yo también, tía! ¡Hasta la mismísima polla, estoy hasta la polla!
Polla, polla, polla…, pollas. ¿Dónde está el coño?
Nulla Mens sine cultura nulla Mens sine caerebro
¿Dónde está la mujer?
Él tiene una polla de aquí a lima, pero no es para ellas, la tomarían como un fusil de asalto.
Esperando una ocasión mejor, a l’ aguard[6] de una hija de Eva. Esas tías, que desgraciadamente ahora abundan como nabos en un huerto de nabos, son cloacas.
Viva mi polla, pensé, y encaminé los pasos a lo largo de la calle. Un sol ahora blando, primaveral, disonante con la época del año que atravesamos como ya indiqué, sigue embelleciendo la arboleda. Es un lenitivo para mi enojo.
Polla-coño, polla-coño, polla-coño…
Sigo adelante y el paseo me lleva a Blasco Ibáñez y después tiro para Serpis. A los pocos pasos me encuentro con un panorama nada infrecuente en estos días malos.
        Dos chiquillas de unos catorce años se inflan a hostias en un parque vecino, mientras un tipejo de poco más las anima. Ellas se dan con el puño, se derriban, se muelen a patadas y codazos, se llaman putas y el otro se parte de risa. Me he tropezado con esto en mi paseo vespertino, yo que ando solo y busco estar tranquilo. No ha sido la primera vez.
        Aunque no debiera por motivos diversos, intervengo, les digo qué pasa, que qué están haciendo, que ya está bien.
       Y casi se me echan encima. Lárgate, viejo marica, me han soltado.
       Vuelvo sobre mis pasos, enrabietado, y decido que se ocupen sus padres o quien sea.
       Tengo apenas los cincuenta, un trabajo que no me gusta y me almagro en un mundo inhabitable. Soy también lo que hay, no lo que me da la gana, que no hay.
       Bad Strogen.
       Mucho ha cambiado el mundo desde que fui joven, y no hace tanto de eso. Antes un hombre tenía su valor, al igual que una mujer. Nos respetábamos más que ahora. El amor, aunque nunca es lo que tiene que ser, no estaba tan intoxicado por la mera crápula, la mentira y la incomunicación. Había incluso menos violencia de género (no puedo dar datos sobre el particular, pero me jugaría la mano y el Bartolo), se la toleraba menos, no digamos la muerte de la mujer. Ahora es algo terrible y los mismos especialistas reconocen con gran zozobra que difícilmente podrá atajarse. Se sabe la razón, más resulta políticamente incorrecto hacerla pública. Esperemos que la formación y las condenas aminoren esta lacra intolerable.
   La agresividad es innata al hombre, tiene predeterminadas sus estructuras neuroanatómicas y sus procesos fisiológicos, muy relacionados con el sexo, de hecho ambos fenómenos van juntos en cualquier ser vivo. En términos de la Etología, parte de la Biología, que estudia generalmente el comportamiento heredado, se refiere a la conducta agonística, a la capacidad de hacer frente o escapar de un peligro, dependiendo de las características del mismo y de la situación. Frente a un león lo más prudente es buscar refugio, a menos que la situación sea inescapable y si media un buen arma por medio la confrontación puede dirimirse de otra manera. La patología de la agresividad es la violencia, que no es para alimentarse o defenderse, sino para infligir dolor gratuitamente y con él, poder, dominio o control sobre el otro. El maltratador, cualquiera su especie, es siempre un ser violento y, en ese sentido, enfermo, no tiene control sobre sus impulsos y su actuación la lleva a cabo porque ha aprendido que sólo con el recurso a la violencia puede ejercer autoridad sobre la mujer, vaya por caso, pero podríamos hablar de ancianos, de niños, de amigos, de inquilinos, de gente que comparte un espacio y un tiempo, y mantiene un tipo de relación.
       Hay una violencia canalizada, especial, como la que se desencadena en la guerra. Del mismo modo hay individuos que desarrollan comportamientos psicopáticos sin ser psicópatas, bien porque trabajen en grupos mafiosos o pertenezcan a grupos terroristas. Sería, con su especificidad y matices, un tipo de trabajo.
       Juan Monarca, un conocido del barrio, un tipo joven, guaperas y según dice Mujerito bien dotado, nervudo y más inteligente que el común, es un individuo violento. Una vez me confesó que mató a su padre y que el palmarés de óbitos en su haber era numeroso, aunque no me dio ninguna cifra. Cuando me lo dijo, pensé que estaba de broma, pero por otros caminos he sabido que es verdad.
       Como nuestro hombre, Ecce Cualquiera, él tuvo la intención de ir a Nicaragua para ayudar a los sandinistas contra Somaza, pero en su caso lo hizo realmente y estuvo en primera línea. Tenía por entonces dieciocho años. Me lo confesó sin ninguna conmoción, al menos que yo la apercibiese: vio el brillo de los ojos enrabietados primero y después los aguanosos de la vida que se va. Si uno contempla la mirada del que mata, lo hace necesariamente con la mano, desnuda o agarrando un cuchillo o cualquier objeto letal. Sí, es realmente un tipo duro.
       Todos eran asesinos constatados, mataban por placer de hacer sufrir al otro, (no como yo que lo hago por trabajo), tenían en su haber muchos inocentes, me dijo sin pestañear. No he de negarte que disfruté un montón cargándomelos, aunque después, como muchos que estuvimos en ese tipo de guerras, reconocimos que hicimos mal en participar porque los gobiernos surgentes y que todavía perviven nos defraudaron profundamente.
       La historia del hombre lamentablemente es la historia de la guerra, su crónica la del genocidio. Somos depredadores, no gregarios por naturaleza y los únicos seres vivos que con nuestro proceder, en vez de preservar el mundo en que vivimos, como las demás especies, lo destruimos. Siendo así, no hay duda al afirmar que somos monos degenerados, un error de la naturaleza, un cáncer para la vida.
       En todo caso, la fuerza siempre se impone a la razón, pero ése no debería ser el camino. Deben combatir las ideas y llegar a acuerdos justos, no las personas y masacrarse, para que los cuatro poderosos de siempre mantengan el poder. De tener la ocasión, ni imaginan lo que haría con ellos.


[1]  Y no tendrá dominio la muerte. /Los desnudos muertos se confundirán/con el hombre del viento y la luna del Oeste; /ya roídos sus huesos y desaparecidos/ aún tendrán estrellas en sus manos y a sus pies; /aunque enloquezcan cuerdos serán, /aunque se hundan en el mar volverán a subir; /aunque se pierdan los amantes no se perderá el amor; / y no tendrá dominio la muerte.

Dylan Thomas

de José Ángel Valente, Cuaderno de versiones. Introducción de Claudio Rodríguez Fer, Traducción de José Ángel Valente y W. Gordon Chapman, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2002.
[2] Por eso, a partir deshora no hablaré más de mí, se acabaron las quejas. Comparada con la suya, mi vida tiene poco valor.
[3]La razón de que nos conociéramos no es relevante aquí, por lo que no diré más.
[4] Las faltas ortográficas tal como estaban en el original.
[5] En valenciano macarrónico como éste tiene su rima, no en castellano, cuya traducción sería esta:

Cinco y cuatro hacen nueve: sopla, sopla -sopla, sóplame un huevo.
Nueve menos cinco hacen cuatro: sopla, sopla-sopla, sóplame el otro.
Once y once hacen veintidós: sopla, sopla-sopla, sóplame los dos.
[6] A la espera (NA)

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