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UN PUNTO DE VISTA SOBRE LA LITERATURA de "El doctor Amor y las mujeres" (novela)
Publicado por Unknown en 11:49 p. m.
-Los
periodistas llegaron a los ocho de la noche, a la hora
justa
que dije que vinieran.
>>Durante
el día, ya desde hacía un mes, aquel sol maldito
estuvo
achicharrando las tardes. Yo soy noctámbulo, como te he
dicho
ya, y esa contingencia me importaba poco. No obstante, tenía
siempre
el aire acondicionado a tope, un instrumento que acabó
convirtiéndose
en una necesidad social sobre todo al romper la
centuria,
porque el clima se estaba desertizando a pasos agigantados.
Esa
misma tarde había escuchado en el telediario la noticia de una
comisión
internacional de expertos sobre medio ambiente relativa a
que
si no se ponía remedio en un plazo de cincuenta años, el caos
climático
sería irreversible. Un amigo afirmaba que al mundo le
quedaban
cien años y tal como iban las cosas, no parecía
descentrado,
bueno veinte años arriba o abajo.
>>La
solución del frío artificial era mucho mejor que soportar
la
calígine, pero dejaba en el cuerpo y en el alma una sensación
artificiosa,
de pesadez quebradiza, como algo contranatural que,
aunque
necesario, el cuerpo no aceptaba plenamente.
>>Bueno,
de todas formas, estábamos allí fresquitos, yo y dos
chicos
bastante jóvenes, el periodista y el cámara. A dos metros de
mí
habían colocado un foco inmenso y me pidieron que sería
conveniente
que no fumase, por lo de la imagen. No pasaba nada,
en
caso de que el duende nicotínico lo exigiese, haríamos un parón
para
echar dos pitillos. También me pidió que, si sabía, hablase en la
lengua
vernácula. No tenía inconveniente, aunque en la capital no se
hablaba
a penas.
>>Yo
estaba acostumbrado a este tipo de entrevistas, incluso
tuve
un programa de sexología en una radio nacional, aunque ignoré
algunas
peticiones de la televisión, simplemente porque interferían
con
mi trabajo o me pedían que madrugase. Eso era algo que nunca
concedería.
La ocasión del presente estuvo propiciada por un
reconocimiento
nacional a mi última obra y, dicho sea de paso, ya
era
conocido en los medios literarios y de información.
Comenzamos,
entonces; el cámara me enfocó y, después de una
rigurosas
presentación curricular -he de confesarlo, poluta y
completa-
la primera pregunta, resultaba tópica.
-¿Qué
sentido tiene la literatura en su vida?
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-Es
una forma de hablarse a sí mismo, de comunicarse, en
primer
lugar. Después sirve para el descubrimiento y la transmisión
de
principios, por lo cual ha de mover a la reflexión. Genéricamente
diré
que mi literatura comienza conmigo y acaba conmigo, ajena a
toda
moda.
-A
despecho de que a mi usted me parece una persona amable
y
considerada, hay quien afirma que es un misántropo y, como
corolario,
un solitario empedernido, incluso entre sus pares
literarios.
-No
me gusta la humanidad, en general, como categoría,
aunque
amo a unas pocas personas, lo cual creo que resulta
inevitable.
El pretender ser gregario adormece el alma y el espíritu, y
como
cualquier cosa de masa, como la política, parte de las
costumbres,
las creencias, o la fe, muchas veces se basa en la
ignorancia
y el miedo. Un ser independiente y fuerte –con esto
quiero
indicar meramente el ser independiente en grado y forma
relativas-,
no necesita a la masa. En cuanto a no frecuentar círculos
literarios
y demás, es simplemente por la no contaminación. No
deseo
que el afuera influya en mi trayectoria, en una pureza que
intento
preservar con uñas y dientes. Mis amigos intelectuales,
excepto
un caso, no son escritores. En suma Lovecraft dijo que
Edmundo
exterior es algo frente a lo que uno debe protegerse y yo
añado
que cuando hay mucha gente cerca de uno, el mundo se
vuelve
malo. Además, para un escritor no hay peor compañía que
otro
escritor: aparte de las envidias, zancadillas puñaladas de todo
tipo,
enrarecen el éter, porque, entre ellos, hay muchos neuróticos o
gente
con trastornos mayores.
-¿Cuál
es su posición actual frente al mundo?
-La
lucha diaria contra la realidad social presente, para
conseguir
el individualismo puro. Por eso, ante un mundo y una
sociedad
que me desagradan hondamente, en mis escritos busco
plasmar
la cotidianeidad, de la manera más realista posible (con
algún
intercalado inevitable a lo numinoso o a lo mágico, pequeñas
dosis
con las que embellecer la trascripción literaria de una realidad
horrísona
con la apariencia del mejor mundo posible), hasta donde
la
alcanzo.
Aire
siempre mostraba ante mí un gran disgusto ante ese tipo
de
entrevistas, cosa que debiera ser lo contrario, dado que sacaba su
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parte
de la comercialización de mi obra. Cuando llegaron los
periodistas,
sin embargo, mostró una rígida cortesía, muy digna, y se
mantuvo
en un rincón, observando con ojos achicados y gesto
acibarado
cuanto pasaba a su alrededor, ese algo que a ella en
realidad
no le importaba, que odiaba porque despegaba mi atención
de
su persona y que veía como una intromisión en nuestra vida
privada.
A veces se iba un rato al salón y ponía un poco demasiado
alto
el televisor, para que yo supiera que estaba allí, pueril protesta
frente
algo que no podía derrumbar. Después volvía y se mantenía
en
off, casi en la sombra, pero yo sabía que estaba angustiada y en
esos
momentos; prefería no mirarla, ni de soslayo.
-Da
la impresión de que usted piensa que solamente la soledad
personal
y la creación en el aislamiento personal son la mejor vía
para
la creatividad y el vivir en el mundo.
-Es
la neta verdad. Es mi estilo de vida, algo que he
conseguido,
bueno, que estoy consiguiendo a lo largo de los años.
Un
ser socialmente maduro debe ser un solitario, con lo cual indico
tener
muy pocos amigos pero buenos y solamente con la lectura de
escritores
significativos uno se alimenta para su vida literaria; en las
reuniones
y acontecimientos sociales, aunque sean de pequeños
grupos,
siempre está sembrada la semilla de la envidia, aguza la
espina
del odio, la quimera de la banalización a causa del comercio
del
arte.
-¿Cómo
se llega eso?
-Es
cuestión de tener el cerebro suficiente, la gratificación en
tu
mundo particular y no dejar que la desilusión que uno
experimenta
frente a las sandeces y barbaridades de la vida común
acaben
desilusionándole o amargándole la existencia. Me aparté de
todo
lo que atufase a gregario, incluso de aquello cultural y
socialmente
correcto, que siempre es blando, lechoso, pegajoso,
trivial,
delicuescente, en fin horrible. Los ideales, las causas
colectivas,
además de castrantes, me son extrañas, pero me sirven
para
plasmar un realismo duro y de ese realismo que muestran mis
escritos,
siempre patético, amargo o cruel, busco su lado extremo,
insólito
en algunas ocasiones. Sin embargo, con los años y la
experiencia
consiguiente, nos damos cuenta que la realidad siempre
nos
domina, que no podemos conjurar sus sombras, que la palabra
no
puede derrumbar ni cambiar nada, y tenemos que ajustarnos a
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ella,
lo cual significa vivir en ella críticamente; la adaptación es
hacerlo
con todas las concesiones, sin cuestionamientos, de manera
aborregada.
De manera que un modo de conseguir dicho ajuste
consiste
en la ecuanimidad y relativa libertad que representa el arte,
en
este caso la literatura.
-Es
para usted algo fundamental, el vivir con el arte, con la
belleza.
-Sí
y eso se consigue con cerebro, la verdad más inherente al
hombre;
lo único bueno que tiene la humanidad y ha tenido
siempre,
es producto de la inteligencia, muchas veces movida por el
corazón,
con los grandes propósitos, como todo lo malo. Este
hecho
obvio es algo que actualmente los poderes interesados
porfían
en esconder: se trata de que el hombre olvide, que no piense
y
solamente consuma, sexo, mercancías, tiempo. Uno es hombre
porque
tiene materia gris en su cerebro, en el córtex, y eso la especie
humana
lo ha conseguido tras un largo y duro camino de evolución.
Por
esto, la ciencia y el arte producto de ese cerebro y, claro de una
crianza
crítica, rebelde, luchadora, y liberalizadora en suma, son
para
mí el camino. La única manera de librarse un tanto de este
mundo
apestoso, es mediante el arte, la imaginación (creativa o no) y
el
amor. El amor es el único sentimiento que puede reconciliar un
tanto
al hombre con su entorno, aunque de por sí sea efímero y de
naturaleza
fantasmal.
Eso
último parece que le sobrepasó y no preguntó al respecto.
Mejor
así, podía llevarme algún tiempo aclarárselo y no me apetecía
que
la conversación derivase por asuntos alejados del tema principal
del
que estábamos hablando.
-¿Se
definiría como un escéptico?
-El
individualismo siempre es escepticismo, pero uno debe ir
más
allá de las experiencias de sus coetáneos para buscar algo
trascendente
–muy imbuido por la creación personal- y extraer
enseñanzas
que puedan ser universales. Así que, en base a su yo, uno
trata
de establecer una nueva forma de pensar y de actuar –que a
alguien
más le pueden valer, sobre todo a los similares-, la de
personajes
singulares que, aún siendo envidiados por los demás en
algunos
casos, se han autoexcluido de la sociedad. Muchos de mis
personajes,
los más importantes a decir verdad, poseen ese perfil.
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Replegada
detrás de los periodistas, abrumada en su rincón de
penumbra,
Aire me acuchillaba, en ese instante, con ojos de
tormenta.
El
muchacho asentía, más bien maquinalmente, pero se le
habían
acrecentado las arrugas en torno a sus ojos, acumulando
tensión
y perplejidad.
-Esa
no relación con el mundo me posibilita la creación. He
hablado
otras veces sobre el abismo entre el sujeto y el mundo,
entre
el yo y el entorno, entre uno mismo y el afuera, como quieras
llamarlo.
Es un binomio cojo, siempre falla una parte. El escritor,
con
la creación, con la ficción, fabulando, se vive, frente a la
vulgaridad
de la vida, toda esa gente profundamente insolidaria
acomodada
en la rutina y el consumo. Al fondo de lo desconocido
para
encontrar lo nuevo, Baudelaire dixit.
Desde
el otro lado me fulminaban ojos con truenos y relámpagos.
-No
obstante, hay un compromiso social, un deber estar en el
mundo
para mejorarlo.
-Lo
intenté de muchas maneras y la forma actual de hacerlo es
escribir,
con la pretensión de que, aquellos que me lean, aprendan
algo,
se cuestionen algo o meramente pasen un buen rato, por lo que
cuento
en sí o porque se vean reflejados en ello. Ser paladín de
causas
perdidas es un buen viático para el manicomio o la
autoflagelación
infecunda. Resulta inevitable: la experiencia directa
desmiente
las promesas del amor, los discursos de los políticos y la
existencia
de lo más Alto. La familia puede dar algo de felicidad, en
algún
caso, pero es un nido de dolor en muchos otros. Uno acaba
ajustándose
a ello y debe vivir su vida, con los suyos que son pocos,
y
cuya ecuación personal, repito, yo he encontrado en la inteligencia
(que
siempre tiene una dosis de inconformismo, de rebeldía) y en la
soledad,
antesala de una forma de libertad personal, en todo caso
condicionada,
limitada. Pretender lo contrario es hacer castillos en el
aire.
Estamos, pues ante una realidad abominable. Pasamos de la
utopía
al estupor, como dijo un autor contemporáneo. Luchamos
con
ilusión frente al dictador para terminar encontrado el oro del
individualismo
puro y duro.
Entonces
me atravesaban ojos aguanosos.
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-Bueno
sabemos ya su posición frente al mundo y vemos que
no
le gusta. Pero, ¿cómo ve el mundo actual, la sociedad en que
vivimos?
-Es
de lo que estoy hablando: No me gusta nada. Pero no
tengo
ganas de hacer ahora un estudio sociológico. Hemos venido a
hablar
de literatura. De eso iba el tema, creí entender.
Cuando
se fueron, me fui a la terraza y fumé un pitillo. Aire se
había
encerrado en el salón y tenía el televisor a todo volumen.
Después
entré y estuve encantador con ella. Me dolía que sufriese. A
los
diez minutos estaba radiante. Después, abrí el portátil y ella
volvió
a hundirse.
Eran
las cuatro de la mañana y yo la oía entrar y salir de su
habitación,
para ir al baño o hacerse alguna infusión en la cocina.
Arrastraba
los pies, para empeorar más las cosas si cabe, como si yo
no
supiera que estaba allí, siempre chinchando. A eso de las cinco
menos
cuarto, entró en el despacho, mirándome como una estatua
desde
el marco de la puerta. Aquella fue la primera vez que me lo
dijo,
arrastrando un hilo de voz.
Cualquier
día me mataré, sólo tú serás el culpable.
Una
corriente enervante me abatió de pies a cabeza y cuando
la
miré seguro que mi cara estaba blanca como la cal, ella parecía una
efigie.
Bajé la vista al libro que tenía entre manos, fulminado en
aquellos
instantes espantosos, pero dispuesto a no hacer la menor
concesión.
Que hiciese cuanto quisiese, su vida era suya y determiné
ignorarla
sistemáticamente, alejarme de su cercanía, con la vana
esperanza
de que algún día encontrase las llaves en el buzón y su
persona
desvanecida de mi panorama vital.
-Cuando
lo hagas, mátate de veras -Le dije y no la miré a la
cara
hasta la noche siguiente.
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