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HUESOS DE LUCIÉRNAGA
Eddie (J. Bermúdez)
Lo poético es el hueso, materia que premanece.
Lo poético es la luciérnaga, fulgor efímero.
Y lo poético por imposible es reunir ambos objetos en una misma imagen: huesos de luciérnaga.
Porque lo que es imposible en eso que se ha dado en llamar ‘el mundo real’, es perfectamente válido en la lógica sintáctica del lenguaje y, sobre todo, en esa lógica poética que tiene sus propias leyes. Leyes que sólo pueden ser acatadas y comprendidas por quienes moldean sueños, recortan fragmentos de lenguaje, combinan, asocian, dicen y contradicen, y hasta maldicen.
Todas estas cosas acontecen en ese espacio poético donde siempre se anda a tientas, para dejar que se enciendan chispas de revelación que los sentidos y la intuición descubren antes de que el pensamiento analice.
Desde el título, los poemas de Eddie nos dan una clave de interpretación: luces fugaces, que van marcando un itinerario al lector y lo guían en esa constelación de luciérnagas que son palabras, sílabas, voces, susurros, frases, gritos, en busca del Poema desde el poema mismo.
Eddie nos propone un recorrido que abarca tres momentos: Huesos de luciérnaga, La Poema y Lo Lumbre. Del primero paracen abrirse los otros a modo de dos caminos: los huesos hacia la poema; las luciérnagas hacia lo lumbre. La atribución genérica del artículo rompe con la morfología establecida y le da a los términos poema y lumbre un fulgor insólito que los rodea de una extraña atmósfera: la (el) poema; lo (la) lumbre.
Hay, en principio, un despertar, pero no hacia la luz, sino a la incertidumbre del acto de nombrar. Porque la poesía es un puente que se tiende entre la noche, el sueño y el ser palabra, palabra cargada de nada y de silencio. Son la nada y el silencio iniciales, que imponen una negación manifestada en el lenguaje y en el flujo de imágenes que éste crea:
gestos, acordes necios
recuerdos de un poblado
sin habitantes
[...]
me dejo a los gestos,
me abandono a la no escritura
sin más,
a una noche sin retorno
La escritura busca las palabras del poema y encuentra sílabas, susurros, silencio. Intenta un asidero en la realidad, pero ésta escapa a todo signo que la sitúe en otro orden, porque el lenguaje es un sistema simbólico distinto de la realidad: las palabras sólo definen palabras, no objetos, y el lenguaje circula entre el deseo de nombrar y la incertidumbre de la negación.
Los microelementos que constituyen el lenguaje se mueven en los poemas de Eddie como seres diminutos, luciérnagas, libélulas, formando enjambres que llegan hasta los límites y se detienen ante el silencio para volver a deambular por el interior del espacio poético.
Pero también hay un mundo oculto, no el misterio que buscamos tras las apariencias de lo real (que también), sino lo que está enterrado, los muertos, las ratas, los desechos urbanos y humanos. Elementos entrañados que, desde su latencia, van generando un impulso que, de pronto, los expulsa con violencia: vómito que es palabra, o menos, grito, sílaba, voz desarticulada en tránsito hacia el poema.
El poemario está traspasado por un estremecimiento, una agitación proveniente de la rebeldía ante el lenguaje convencional de palabras gastadas, que parecen no querer vaciarse para dejarse penetrar de significados nuevos. Esto supone, por parte del poeta, una relación agónica con el lenguaje, y en muchos momentos sentimos los estertores de esa agonía en palabras rotas, versos anhelantes, ritmos entrecortados, en un choque íntimo de sentidos. Pero el afán creador se impone y, en medio de la lucha, reflejo de la vida misma, en medio del dolor o de la rabia por lo que es como es en el mundo y en los seres humanos, por lo que es imposible cambiar, está la Poesía. Y el Poema que dice es siempre un acto de valentía, de redención y de esperanza.
Eddie es poeta que dice. Su poesía es la expresión de una búsqueda y, sobre todo, de un talento y de un compromiso. Una entrega total:
no vale
ser a medias
si no ser que anuda
una piel anaranjada por el sol
no es lícito
no ser más que quejido
y, si hay que serlo, ya puestos,
seamos grito
Lo poético es el hueso, materia que premanece.
Lo poético es la luciérnaga, fulgor efímero.
Y lo poético por imposible es reunir ambos objetos en una misma imagen: huesos de luciérnaga.
Porque lo que es imposible en eso que se ha dado en llamar ‘el mundo real’, es perfectamente válido en la lógica sintáctica del lenguaje y, sobre todo, en esa lógica poética que tiene sus propias leyes. Leyes que sólo pueden ser acatadas y comprendidas por quienes moldean sueños, recortan fragmentos de lenguaje, combinan, asocian, dicen y contradicen, y hasta maldicen.
Todas estas cosas acontecen en ese espacio poético donde siempre se anda a tientas, para dejar que se enciendan chispas de revelación que los sentidos y la intuición descubren antes de que el pensamiento analice.
Desde el título, los poemas de Eddie nos dan una clave de interpretación: luces fugaces, que van marcando un itinerario al lector y lo guían en esa constelación de luciérnagas que son palabras, sílabas, voces, susurros, frases, gritos, en busca del Poema desde el poema mismo.
Eddie nos propone un recorrido que abarca tres momentos: Huesos de luciérnaga, La Poema y Lo Lumbre. Del primero paracen abrirse los otros a modo de dos caminos: los huesos hacia la poema; las luciérnagas hacia lo lumbre. La atribución genérica del artículo rompe con la morfología establecida y le da a los términos poema y lumbre un fulgor insólito que los rodea de una extraña atmósfera: la (el) poema; lo (la) lumbre.
Hay, en principio, un despertar, pero no hacia la luz, sino a la incertidumbre del acto de nombrar. Porque la poesía es un puente que se tiende entre la noche, el sueño y el ser palabra, palabra cargada de nada y de silencio. Son la nada y el silencio iniciales, que imponen una negación manifestada en el lenguaje y en el flujo de imágenes que éste crea:
gestos, acordes necios
recuerdos de un poblado
sin habitantes
[...]
me dejo a los gestos,
me abandono a la no escritura
sin más,
a una noche sin retorno
La escritura busca las palabras del poema y encuentra sílabas, susurros, silencio. Intenta un asidero en la realidad, pero ésta escapa a todo signo que la sitúe en otro orden, porque el lenguaje es un sistema simbólico distinto de la realidad: las palabras sólo definen palabras, no objetos, y el lenguaje circula entre el deseo de nombrar y la incertidumbre de la negación.
Los microelementos que constituyen el lenguaje se mueven en los poemas de Eddie como seres diminutos, luciérnagas, libélulas, formando enjambres que llegan hasta los límites y se detienen ante el silencio para volver a deambular por el interior del espacio poético.
Pero también hay un mundo oculto, no el misterio que buscamos tras las apariencias de lo real (que también), sino lo que está enterrado, los muertos, las ratas, los desechos urbanos y humanos. Elementos entrañados que, desde su latencia, van generando un impulso que, de pronto, los expulsa con violencia: vómito que es palabra, o menos, grito, sílaba, voz desarticulada en tránsito hacia el poema.
El poemario está traspasado por un estremecimiento, una agitación proveniente de la rebeldía ante el lenguaje convencional de palabras gastadas, que parecen no querer vaciarse para dejarse penetrar de significados nuevos. Esto supone, por parte del poeta, una relación agónica con el lenguaje, y en muchos momentos sentimos los estertores de esa agonía en palabras rotas, versos anhelantes, ritmos entrecortados, en un choque íntimo de sentidos. Pero el afán creador se impone y, en medio de la lucha, reflejo de la vida misma, en medio del dolor o de la rabia por lo que es como es en el mundo y en los seres humanos, por lo que es imposible cambiar, está la Poesía. Y el Poema que dice es siempre un acto de valentía, de redención y de esperanza.
Eddie es poeta que dice. Su poesía es la expresión de una búsqueda y, sobre todo, de un talento y de un compromiso. Una entrega total:
no vale
ser a medias
si no ser que anuda
una piel anaranjada por el sol
no es lícito
no ser más que quejido
y, si hay que serlo, ya puestos,
seamos grito
Teresa Martin Taffarel
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