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CRONICAS ANALECTAS DE UN ÉCOUTER NOCTAMBULO
La metáfora de nuestro tiempo
-Te recomiendo vivamente la última película de Cronenberg, Una historia de violencia-dice Morgano.
-Sí, me han hablado muy bien de ella –responde del Grial-. Es ya un clásico, un creador que toca temas seminales del ser humano.
Unos desconocidos entran en el Strigoi y se pegan a la barra. Además de nuestros dos personajes, están ya desde hace media hora, en sus mesas de siempre, Meynart, los hermanos Sepulcro del Lobo y Patricio del Toro.
Entran ahora unas jovenzuelas y piden permiso a la chica achinada para hacer un pis. Allá van presurosas, las persiguen ojos golosos.
-Al fin y al cabo habla de aquello que vosotros, los humanos, tenéis y os obstináis en negar –agrega Lanzarote Morgano sin dejar de mirar fiero la puerta del WC que se acaba de cerrar-. La violencia es uno de los impulsos humanos más genuinos, si no el único. Esa dualidad, ese lado oscuro no puede ser negado por una sociedad que pretende ser una imagen de postal, que con solo soplarla se hace añicos.
Del Grial le mira esquinado, sin ocultar su fastidio.
-No es así, tú vas a los externos –contesta-. La violencia es la patología de la agresividad, la cual sí es un impulso hereditario, vinculado sin defecto a de la sexualidad.
-Tú sabes lo que quiero decir –contesta Morgano, con una expresión fatua en el rostro-. Afloja el control social y verás lo rápido que la agresividad se convierte en violencia.
Meynart mira con ojos resignados a la mesa de del Grial.
-Dios, ese siempre habla solo –le susurra a Martín-. Parece que le de igual la que piensen de él y eso que es, creo, catedrático de Psicología.
-¡Qué más da! –contesta áspero Martín- Yo lo soy de psiquiatría y muchos dirían que estoy como una cabra. Se trata del unánime odio a la diferencia, de esa puta envidia tan consubstancial a nuestros compatriotas.
Guarda silencio unos segundos, echa unas fumaradas y añade mirando displicente a un hombre que toma café en una mesa solitaria:
-Estamos rodeados de bichos raros, como ese de ahí, el tal Egosum, que nunca dice nada. Viene, se queda un buen rato como una estatua de sal y cuando le place se va.
-A lo mejor es mudo –comenta del Grial.
Llega de la calle una cacofonía de voces, gritos, carreras y golpes estridentes. Algo golpea fuerte la puerta, el cristal tiembla, la empleada apenas se inmuta. Uno sale y mira con cautela al exterior y vuelve a la barra; le comenta a sus amigos:
-Ahí hay un grupito de jovenzuelos, el que más tendrá quince, peleándose como fieras. Ellas son las peores, sueltan las leches y las patadas peor que los chicos.
Suena una sirena. Posiblemente la policía. Al cabo de un rato vuelve el silencio.
-La gente ve la película de Cronenberg y se regodea con la gran violencia que destila –comenta Lanzarote- Disfruta y piensa que es una falacia, simplemente una fabulación. Parece una exageración, pero algo muy similar se encuentra en la calle, forma parte de la vida. Después, cuando lo piensan, esa satisfacción por la violencia les lleva a sentirse culpables; hipócritas en un mundo hipócrita.
Salen las chicas del WC, y sintiéndose observadas se apresuran a la calle entre en risitas significativas, seguidas por miradas ardientes.
Morgano, la cara hecha una máscara grotesca, está diciendo:
-Todo eso ya lo sabemos. Son expresiones tibias de la naturaleza del hombre. No como yo.
-¡Venga hombre, ya estamos con lo de siempre! –protesta su compañero.
-Yo soy el ser más maligno de la tierra, pero ni de lejos encarnó el mal absoluto. Pálidamente se puede relacionar con la crueldad, con el acto de inflingir daño gratuitamente y no verse afectado por ello. Con esto se produce una ofensa contra aquello que se consideran los sentimientos básicos de la humanidad, contra la moral esencial que impone, fuera de toda duda, lo bueno y lo malo a cualquier hombre mentalmente sano. En términos actuales, muy probablemente este concepto del mal tenga que ver estrechamente con el de psicopatía.
Del grial se anima a hablar. Responde:
-Vemos por doquier masacres atroces, crímenes horrendos, injusticias sin freno ni límites, hasta el punto que ha acabado convirtiéndose en una metáfora de nuestro tiempo. En las décadas venideras, mucho me temo, este hecho desafortunado se hará patente en mayor medida. Los tiempos modernos no conducirán a una transmutación de los valores, porque no habrá un sistema nuevo, sino la negación, dispersión y confusión de todo valor como producto del eclipse de los principios . Será la era del vacío ético –ya estamos viviéndola, realmente- y de sus nefastas consecuencias. No habrá referencias morales para las nuevas generaciones, al igual que pasa con las mentes asesinas. No habrá una nueva moral con sus connotaciones económicas, políticas o sexuales ; nada reemplazará a la pérdida absoluta de valores. No habrá ideología, ni destino, ni moral, solamente locura y caos. Ni siquiera se pensará en el mal, el opuesto del bien, frente al cual éste último de ratifica y crece. La sociedad habrá perdido sus fundamentos y, con ello, su destino ; el hombre habrá perdido su sombra. Eso no es nuevo, se ha denunciado muchas veces en publicaciones recientes.
-El mal se confunde con demasiada frecuencia con aquello del recuperar los frutos del árbol de la ciencia y del árbol de la vida, el placer sexual e intelectual libres. Una utopía, en suma. Es mucho más que ello, se trata de una patología, más bien de una pasión, del alma.
Acaba de entrar un hombre pálido, vestido de negro por entero, de rasgos melancólicos, que lleva una levita, prenda hace mucho pasada de moda. No mira a nadie, si no al vacío que se levanta anta él en forma de barra de bar y anaqueles repletos de botellas. Pide una copa, pero la camarera ni le mira.
-¡Es Edgar Allan Poe! –exclama Morgano, estupefacto.
-¿Qué? –inquiere Del grial con gran perplejidad.-Sí, sin duda, es él.-
¡A buena hora!.
-¡Sin ningún género de duda!- porfía el otro.
Se pone de pie, dobla el espinazo e inmediatamente exclama con voz atronadora, que resuena casi como un rugido en el silencio que le circuye:
-¡Inclino mi alma muerta ante tu sombra viva!.
-Eso dijo Byron ante el escritorio de Voltaire –apostilla su compañero sin poder inhibir una risita de befa.
Poe, sin tomar ni una gota de agua clara, se levanta y se encamina a la salida. De repente se detiene a medio camino y como quien habla a un público inexistente, con la mirada perdida en otros mundos, declama:
-“¡Y mi alma, esa sombra que allí flota fantasmal, no se alzará… nunca más!."
Y se va.
Hay en el éter una vibración extraña, pero nadie parpadea.
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