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KOZTUL, LA DESDICHADA
Los habitantes de Koztul ya sabían lo que era estar masivamente en cuarentena. El Dr. Hunyadi había sido nombrado jefe médico para intentar atajar una enfermedad de la cual nadie sabía su origen. Poco a poco, ante la impotencia general, Koztul pasó a ser una ciudad estigmatizada por la muerte. El mal, cada semana, se cobraba una nueva víctima.
La semiología de la dolencia era, por lo demás, sumamente desconcertante. Los enfermos mostraban un debilitamiento progresivo, que terminaba llevándolos a la tumba sin remisión. Se perdía el apetito, las fuerzas iban desapareciendo, aparecía un estado permanente de astenia, sudores nocturnos, dolores precordiales, anemia, debilidad crónica, estupor en bastantes casos y finalmente la muerte.
Las opiniones sobre la causa del infortunio eran variopintas. Cada cual se arrogaba el derecho a opinar y las teorías iban desde las más materialistas hasta las más peregrinas. Digamos que, en ciertos círculos herméticos de la ciudad, de hablaba de hechizamiento, mal de ojo o ritual de encantamientos. El ciudadano Fegosy, medio brujo, medio filósofo, era el principal portador de esta tesis y abogaba por la participación de una fuerza negativa y personal en el desarrollo de las calamidades. Según él, el procedimiento más común del que se valían las brujas para el maleficio, llamado también hechizamiento, consistía en el mal de ojo, que el desdichado podía comenzar a sufrir desde el mismo nacimiento o padecerlo ya en la edad adulta. Bastaba que la hechicera mirara a la víctima con mala intención y desease que tuviera lugar el maleficio y se ponía en marcha el complejo mecanismo que acabaría con la vida del infortunado.
Frente al embrujamiento tan solo cabía un medio de defensa, que consistía en un contragolpe realizado por otra bruja o brujo, para anularlo. Su método se basaba en contrarestrar los efluvios maléficos de la mirada de la bruja por otros poderes negativos de mayor entidad. Estas eran, en suma, las hipótesis del brujo Fegosy, quien se encargaba, además, de afrontar el influjo diabólico del maleficio en aquellos casos en que se requiriesen sus servicios.
La medicina oficial, profundamente desconcertada en el fondo, tomaba cuantas medidas profilácticas y terapéuticas estaban en su mano para eliminar al hipotético microbio responsable de la epidemia.
Delius y sus camaradas habían tomado habitaciones en el hotel Teszaily, donde también residía Fegosy. Trabaron mutuamente una amistad superficial, pero la suficiente para que el brujo les permitiese asistir a una sesión de desencantamiento. El moribundo era una anciano octogenario, que se moría a ojos vista. Fueron Fegosy y nuestros héroes a la habitación del convaleciente. El brujo procedió según las normas de rigor, eso sí con gran aparatosidad. El primer paso consistía en determinar si el enfermo lo era a causa del mal de ojo, para lo cual Fegosy puso sobre su cabeza un plato de aceite, sobre el cual echó unas pocas gotas de agua. Si el agua se iba al fondo o se situaba en los bordes del plato, ello indicaba la existencia del hechizo. Tal fue, en efecto, el caso, por lo que el brujo realizó una serie de invocaciones encaminadas a alejar el maleficio. Si la intervención de fuerzas benefactoras era más poderosa que la de las fuerzas diabólicas, el paciente recobraría la salud en pocos días. De no ser este el caso, la muerte era segura.
Realizado el ritual, el grupo abandonó la casa y nuestros amigos, a decir verdad, nunca supieron el resultado de aquella intervención extraordinaria. Sin embargo, las dos pequeñas heridas en el cuello del viejo, inclinaron el juicio de Delius, Galtrupp y Lödenbruk en un sentido muy diferente.
En Upertrasse, una calleja recoleta del barrio más miserable de Koztul, se reunían a diario en la taberna de Kebelk personajes de otra opinión, quienes veían en la tragedia la intervención del Wurdalak. Esta creencia estaba bastante extendida en la ciudadela, pues muchas personas solamente salían a la calle durante el día y, después del ocaso, se recluían en sus casa, que cerraban y aherrojaban. ¡Como si al diablo le importasen cerraduras y cerrojos!. Aunque las ventanas se atrancasen y se llenase la casa de ajos y cruces, no había plena seguridad de que los poderes de seducción del upiro no acabaran triunfando. La cosa ya iba bastante mal de día, pero al llegar la noche los crédulos se encerraban en el ambiente de terror y protección que ellos mismos habían fabricado, un ambiente fúnebre, sordo, violentado y urdido, en una acción simultánea, por todos los inextricables elementos del miedo. Se escuchaba febrilmente en el intenso silencio, creyendo percibir el presunto deambular del enemigo por el exterior de la casa. Y cuando la voluntad cedía, él se arrastraba con pasos fantasmales hasta donde la víctima, sumida en un trance extraño, aguardaba la muerte segura. El desgraciado aparecía muerto y lívido al amanecer. Sería un muerto más de la epidemia oficial del doctor Hunyadi y sus colaboradores y, no obstante, el enemigo seguía deambulando noche tras noche para saciar sus indescriptibles pasiones.
Cada amanecer, cuando los cadáveres eran sacados de las casas y depositados en el coche fúnebre, el paseante causal y solitario sentía una imperiosa necesidad de vida, y un temor sordo y profundo hacia el porvenir le desgarraba el corazón.
En Octubre la epidemia llegó a su apogeo y en las instituciones sanitarias se comenzaba a admitir que no sabían contra lo que luchaban y que para aquel caos no había remedio. Las calles comenzaron a estar desiertas y los supervivientes apenas se atrevían a abandonar sus casas. No se agitaba el soplo de la vida en la languidez del aire muerto.
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1 Comment:
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- stultorum said...
9:17 a. m.Esperemos que entren en acción pronto, de lo contrario Koztul se convertirá en el pueblo de los no-muertos.
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