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SHAITAN, ESE VIEJO Y SINIESTRO COMPAÑERO (1)
Pasada la media noche, cuando el conde Delius y sus amigos salieron de la taberna de Kebelk y se dirigieron al hotel, no se veía ningún ser vivo por las calles y el silencio era opresivo. La antigua iglesia de San Cristobal se confundía con la pesada lobreguez del cielo de la noche. Había maldad en el ambiente y una gran nube de muerte flotaba sobre Koztul. Parecía como si las almas de todos y cada uno de sus habitantes fueran a ser arrastradas por el viento del infierno a un desolado abismo interminable, el oscuro y prohibido abismo que se extiende entre el cielo y el averno. Al otro lado del Bien, el Mal, ahora absoluto, se erigía por esencia en fuente de todo lo contrario, en origen de todos los eventos negativos, del que emanaban la desgracia y la destrucción.
Ningún inexorable poder podía librar su batalla sin un agente que se adueñase de los hombres, no solo en esta vida sino en el eterno Más Allá tras la muerte. ¿Dónde estaba el diablo vampiro que ganaba almas para el Maligno?. Nuestros sabios llevaban semanas en la ciudad y no habían conseguido el menor rastro que les condujese a la ruinosa sepultura donde el rey de los muertos yacía seguro y henchido de sangre.
No habían caminado nuestros amigos mucho trecho cuando, de pronto, Delius levantó la mano en señal de alto. Señaló en dirección a un oscuro y bajo seto. Había un hombre parado junto a la casa que era, por su apariencia, residencia de gente adinarada. Delius no podría jurarlo ni sabía si sus acompañantes habían visto lo que él, pero tuvo la impresión de que aquel caballero, con un movimiento macilento y fluctuante, había surgido del mismo muro de la residencia. Tenía el aspecto gallardo y apuesto. Iba vestido de negro, con un hábito talar, posiblemente un largo abrigo o una capa. Las densas tinieblas no permitían ver más. Casi nada podía divisarse de su fisionomía desde donde ellos estaban, si no unos ojos que brillaban como brasas en el fondo de una profunda y oscura caverna. El hombre, indiferente al mundo que le rodeaba, dio unos pasos, abrió la cancela y tranquilamente se detuvo en la acera, mirando al fondo de la calle. Sin duda esperaba la llegada de alguien. Bajo la decrépita luz de la farola, sus facciones eran finas y pálidas, incluso de una belleza enigmática. Se colocó los guantes y el sombrero y retrocedió un poco, ocultándose nuevamente en las sombras. El demonio caminaba, a gusto, por los páramos del infierno.
CONTINUARÁ...
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Salvador Alario Bataller
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Que tal amigo, todo va bien, sigo esperando el libro, yo creo que para esta semana ya lo recibo.
Gracias y te sigo leyendo.
Ya temía que me perdiera de esto. Sigo !!!
Un saludo! He vuelto!