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EL ULTIMO RECURSO
Había transcurrido un largo tiempo y casi la mitad de la población de Koztul había sido enterrada. Nuestros amigos seguían sin encontrar la tumba del destructor, por lo cual se decidió tomar una medida extrema.
-Tenemos que hacer lo que en su día hicieron algunos de nuestros predecesores -había dicho el conde visiblemente preocupado-. Es necesario que consigamos una orden gubernamental para llevar a cabo exhumaciones masivas en los cementerios y empalar aquellos cadáveres que sean sospechosos.
Parecía ser, pues, la única alternativa. Aquellas estúpidas ideas habían cobrado cuerpo en el espíritu popular. Y hasta en las esferas más elevadas de la sociedad se contemplaba dicha posibilidad con terror, debido en parte a las supersticiones folklóricas y a los prejuicios nacidos de la ignorancia que generalmente reinaba en la época. Un informe detallado, llevado por la mano adecuada, podía conducir a que la Sociedad obtuviese el permiso para comenzar su trabajo.
Semejante estado de cosas, llevó al conde Delius a llamar a Koztul a su viejo e influyente amigo el coronel Zamenhoff, político destacado en su juventud y, por aquel entonces, comandante del Primer Regimiento de Dragones, acuartelado al norte, en la Sajonia, cerca del territorio tártaro. El coronel hallaría la manera más adecuada de obtener una orden, en virtud de la cual actuarían inmediatamente. Hacía ya una semana que le había escrito y no le cabía duda de que su amigo acudiría a la cita con el documento deseado.
Aquella noche, Delius no quiso retirarse a dormir. Cuando sus compañeros se hubieron acostado, el se sentó en una butaca junto al fuego a esperar al día, fumando pipa tras pipa. Estaba convencido de que Zamenhoff llegaría al amanecer y traería la notificación oficial para llevar a cabo tan monstruoso y tremendo deber.
A las seis en punto, penetró en el despacho el coronel Zamenhoff y miró a Delius en silencio.
-Mi buen amigo -dijo-, nunca creímos llegar a este punto, pero esta autorización que llevo en la mano es el símbolo de que no nos hemos equivocado del todo. Tus palabras me dejaron frío de espanto, pero esta emoción no puede compararse al terror que ahora siento ante el duro camino que nos aguarda.
Delius dio orden a un sirviente para que fuese a despertar a Lödenbruk y a Galtrupp, quienes bajaron a los pocos minutos en bata. Se reunieron junto al fuego y acordaron comenzar a la mañana siguiente.
-No creo que haya ningún problema -dijo Zamenhoff-. Pero por si acaso algún familiar llega a enterarse de nuestros planes y no está de cuerdo con ellos, una compañía de mis soldados en el exterior impedirá el paso a las personas que no estén autorizadas.
En caso de no encontrar ningún sospechoso de vampirismo en el cementerio de Koztul, se llevaría a cabo la misma operación en las aldeas vecinas. Zamenhoff ponía toda su energía en la empresa y sobradas razones tenía para ello, pues hacía muchos años había tenido una experiencia singular con un espectro. He aquí la historia, que él mismo contó a los escépticos al calor del fuego.
Había transcurrido un largo tiempo y casi la mitad de la población de Koztul había sido enterrada. Nuestros amigos seguían sin encontrar la tumba del destructor, por lo cual se decidió tomar una medida extrema.
-Tenemos que hacer lo que en su día hicieron algunos de nuestros predecesores -había dicho el conde visiblemente preocupado-. Es necesario que consigamos una orden gubernamental para llevar a cabo exhumaciones masivas en los cementerios y empalar aquellos cadáveres que sean sospechosos.
Parecía ser, pues, la única alternativa. Aquellas estúpidas ideas habían cobrado cuerpo en el espíritu popular. Y hasta en las esferas más elevadas de la sociedad se contemplaba dicha posibilidad con terror, debido en parte a las supersticiones folklóricas y a los prejuicios nacidos de la ignorancia que generalmente reinaba en la época. Un informe detallado, llevado por la mano adecuada, podía conducir a que la Sociedad obtuviese el permiso para comenzar su trabajo.
Semejante estado de cosas, llevó al conde Delius a llamar a Koztul a su viejo e influyente amigo el coronel Zamenhoff, político destacado en su juventud y, por aquel entonces, comandante del Primer Regimiento de Dragones, acuartelado al norte, en la Sajonia, cerca del territorio tártaro. El coronel hallaría la manera más adecuada de obtener una orden, en virtud de la cual actuarían inmediatamente. Hacía ya una semana que le había escrito y no le cabía duda de que su amigo acudiría a la cita con el documento deseado.
Aquella noche, Delius no quiso retirarse a dormir. Cuando sus compañeros se hubieron acostado, el se sentó en una butaca junto al fuego a esperar al día, fumando pipa tras pipa. Estaba convencido de que Zamenhoff llegaría al amanecer y traería la notificación oficial para llevar a cabo tan monstruoso y tremendo deber.
A las seis en punto, penetró en el despacho el coronel Zamenhoff y miró a Delius en silencio.
-Mi buen amigo -dijo-, nunca creímos llegar a este punto, pero esta autorización que llevo en la mano es el símbolo de que no nos hemos equivocado del todo. Tus palabras me dejaron frío de espanto, pero esta emoción no puede compararse al terror que ahora siento ante el duro camino que nos aguarda.
Delius dio orden a un sirviente para que fuese a despertar a Lödenbruk y a Galtrupp, quienes bajaron a los pocos minutos en bata. Se reunieron junto al fuego y acordaron comenzar a la mañana siguiente.
-No creo que haya ningún problema -dijo Zamenhoff-. Pero por si acaso algún familiar llega a enterarse de nuestros planes y no está de cuerdo con ellos, una compañía de mis soldados en el exterior impedirá el paso a las personas que no estén autorizadas.
En caso de no encontrar ningún sospechoso de vampirismo en el cementerio de Koztul, se llevaría a cabo la misma operación en las aldeas vecinas. Zamenhoff ponía toda su energía en la empresa y sobradas razones tenía para ello, pues hacía muchos años había tenido una experiencia singular con un espectro. He aquí la historia, que él mismo contó a los escépticos al calor del fuego.
CONTINUARÁ...
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Salvador Alario Bataller
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aqui te leo Rey.
Un abrazo.
Hannah