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Pero en las horas siguientes fui perdiendo poco a poco las fuerzas. Frecuentemente tenía sueños extraños y pesadillas, en las cuales siempre veía a la loba. En las angustiosas visiones, el animal se acercaba a la cama y desaparecía. Después una voz femenina, dulce y cristalina, me hablaba respecto a mi futuro, aunque de un modo confuso que no llegaba a entender. Luego, algo indefinible, semihumano, se inclinaba sobre la cama, hasta el punto de que podía oír su aliento húmedo y fétido sobre mi cara. En ese instante, sentía una dolorosa opresión en el pecho. Me despertaba entonces sobresaltado, muchas veces gritando, con la frente perlada de un sudor frío, al límite de la extenuación, por la cual acababa desplomándome en el lecho sin remedio. Todas las veces, tenía la sensación de que algo blanco e intangible se deslizaba fuera de la habitación.
El médico me aseguró que tales pesadillas carecían de importancia, que desaparecerían completamente en cuanto reposara lo suficiente y recuperase el equilibrio nervioso.
Sin embargo, pese a los desvelos de Hellen por cuidarme y las atenciones profesionales del doctor, las pesadillas persistieron. Una noche, las cosas casi llegaron al límite. Oía las pisadas del gris que se acercaban a la cama. Era un paso ligero y cadencioso. La presentí muy cerca de mí, agazapada junto al lecho, cuando sus pisadas dejaron de sonar. Divisé un par de ojos llameantes que me miraban en la oscuridad. Después oí aquella voz sobrenatural del bosque y creí ver el talle de una mujer reclinada sobre mí. Capté el reflejo de sus ojos ardientes y el jadeo de una respiración acelerada. Después, como siempre, la lasitud y el miedo se adueñaron de mi ánimo, pero antes de desvanecerme podría afirmar que había parada en medio de la cámara una mujer, más bien una muchacha, casi una niña, aquella joven dama lánguida que me fascinara sobremanera cuando la tarde caía en el claro del bosque. Empero, mi desmayo debió ser breve, puesto que cuando abrí los ojos estaba solo en mi alcoba y, una vez más, antes de perder por segunda vez el sentido abatido por la consunción, pude oír pasos leves que se extinguían en la tiniebla que me envolvía.
Según conversaciones ulteriores que mantuve con mi mujer, a la mañana siguiente, mi estado había empeorado, hasta el punto de que Hellen llamó al cura para darme la última absolución. El padre Freund me animó a que le contase el contenido de mis pesadillas. Me rogó que no omitiese ningún detalle y que le comentara, con la mayor libertad, las relaciones que, a mi entender, pudieran verse implicadas en el asunto, por absurdas que pudieran parecer. Las sombras ocuparon su rostro cuando mencioné la experiencia del cementerio y mis visiones de la Dama Blanca. Después sonrió y tomándome la mano, dijo:
-El Señor es mi salvación. Yo, en Su Nombre, traeré la paz a su vida.
Elementos inextricables habían acudido en mi ayuda. Desde que el padre Freund me visitó, las pesadillas desaparecieron y mi vida volvió a ser tan normal como lo había sido hasta entonces.
Gente extraña, extraño país.
4 Comments:
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Salvador Alario Bataller
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Dark kisses
Me pasa eso a mi y no sé si el cura mismo pudiese apagar el dolor de semejantes pesadillas.
El fuego de las almas que distan en llevarnos a su haber es cosa tenebrosa. Si tan sólo hablaran... Uyyy...
Un saludo.
Hoy me impresionó el escrito.
Bella música. Ohhh clásica. Me transporta!