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La ciudadela se levantaba sobre un vasto e infractuoso promontorio rocoso y, arquitectónicamente, con su aire medieval, era encantadora y mistérica. El bosque y la cordillera la rodeaban por doquiera y, al laventarse orgullosa sobre el llano, recibía los espléndidos haces de luz matutinos. Empero, a la llegada de la tarde, todo cambiaba. Sus avenidas devenían tristes
y umbrías, como suele suceder en las ciudades antiguas y de las cuales se dice que están encantadas. Se adivinaba, no obstante, un hálito de grandeza en todo, a lo que sin duda contribuían los profusos vestigios de la dominación turca. En las afueras, respetanto el conjunto arquitectónico y el tipismo locales, se había construido el Hospital Municipal, un edificio de tres plantas y gruesos muros, sobre el basamento de una vetusta iglesia románica. El palacio del gobernador, al lado del teatro, de las oficinas de la burocracia local y del ayuntamiento, era el edificio más destacable de la plaza principal y sin duda, de toda la ciudad, siempre y cuando se tuvieran en cuenta los polémicos puntos de vista innovadores.
Dos minutos más tarde, paseando a paso tranquilo a partir de la zona mencionada, nos encontramos en el hogar que el Dr. Ullrich Besnien compartía con mi amigo, una casa antigua y venerable, vetusta propiedad de una familia local de rancio abolengo, ya extinguida, cerca del hospital, en el número 25 de Ulmentrasse. En ella, se evidenciaban con profusión los rasgos del arte teutón.
Este hombre excelente puso a nuestra disposición la mejor habitación de la casa. Inmediatamente nos instalamos y vestimos para la cena. No puedo describir la emoción que sentí cuando, al bajar al comedor, me encontré con mi buen amigo hamburgués, que acababa de llegar del hospital. El paso de los años no había dejado en él la menor huella, ni había cambiado su enérgico porte germánico.
La cena se sirvió a las nueve en punto y la consumimos con avidez. La comida, más alemana que húngara, no tuvo nada de notable, pero nuestros amigos consiguieron que nos sintiésemos en su casa mejor que ellos mismos. La conversación la mantuvimos en inglés, a fin de que Hellen no se sintiera completamente marginada. Hablamos de cuestiones científicas, como correspondía a personas con similar formación académica, pero guardé la más estricta reserva sobre nuestro proyecto de investigación. Sabían, empero, que había llegado a Hungría con el propósito de hacer un estudio sistemático sobre la fauna quiróptera del país. Sir Archibald les había puesto al corriente con antelación, tal como convenimos y nuestros amigos alemanes se habían ocupado cortésmente de todo lo necesario para nuestra estancia.
-Nos encargamos de supervisar personalmente el montaje del laboratorio -dijo el doctor Besnien-, así como la contratación de la servidumbre y de algunas reparaciones en el edificio. Es una construcción notable, muy antigua, pero bien conservada, máxime ahora con las reformas realizadas. Desde cualquier ventana se ve un magnífico paisaje. En los valles cubiertos de nieve, se distinguen pequeñas aldeas hundidas en la bruma y los Cárpatos parecen tan cercanos que da la impresión que, al alargar la mano, uno puede llegar a tocarlos.
Así pues, me enteré por el doctor Besnien que nuestra nueva casa, una construcción del S. XVII, se levantaba en el denominado Altiplano de Torska, a una siete millas de la ciudad, en la misma cordillera. Era un lugar idóneo porque, gracias a su excelente ubicación, no me vería obligado a realizar desplazamientos innecesarios en los estudios de campo.
-Deben visitarnos a menudo -añadió el doctor-. En el hospital disponemos de una biblioteca de más de ocho mil volúmenes. Estoy seguro de que siempre podrá encontrar un libro de su gusto. En cuanto a las investigaciones, le recomiendo que comience por las grutas y le aseguro que hará una gama de buenas observaciones.
-¿Dónde están esas grutas? -inquirí.
-En la falda del monte Draken. Tendrá que ir escalando montañas muy escarpadas y bordeando profundos precipicios. Será un viaje penoso, pero de sumo provecho, porque en ese sitio abundan los quirópteros.
-Siendo así, tendré que procurarme un guía.
-Ya habíamos pensado en eso. Mañana le presentaremos al hombre.
-¿Es de confianza?.
-Por supuesto, enteramente, no le quepa la menor duda. Vive en Astchelk, una pequeña aldea, cerca de aquí. Conoce a la perfección este territorio. Se trata de un cazador de lobos, hombre de probada honestidad, del cual, estoy convencido, quedará completamente satisfecho. Además, habla perfectamente el alemán.
-Pues, entonces, mañana le conoceremos -repondí agradecido, mientras alargaba la mano para coger una nueva copa de brandy que el doctor me ofrecía.
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