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Faltaban todavía dos horas para la marcha, tiempo que teníamos que emplear en ultimar los preparativos. En apenas media hora, habíamos terminado, pues el equipaje estaba prácticamente dispuesto la noche anterior. El doctor Besnien me regaló un ejemplar de La Enciglopedia Biológica de Björn y Scheel, un precioso documento para el naturalista. Pasamos, pues, la última hora y media en agradable conversación con nuestros amigos y a las seis en punto, nos pusieron sobre aviso los relinchos de unos caballos que piafaban junto a la ventana. Tomamos nuestras maletas y salimos a la calle. Gödel cargó el equipaje. Todo estaba listo. Viktor y el doctor Besnien nos estrecharon las manos y les agradecimos, de todo corazón, su amable hospitalidad. Habíamos partido con el cielo cubierto, pero estaba convencido de que no llovería y comprobé, una vez más, el gran placer que producía recorrer en un coche de caballos aquella bella nación desconocida. La calesa corría a gran velocidad por el bosque, mientras que de una manera casi imperceptible, sobrevino la noche. Pese a lo agreste del territorio, Gödel conducía la calesa con una maestría sin parangón. A medida que avanzábamos, la luz del día se desvanecía y la foresta se hacía más densa y sombría. Pudimos ver algunos lobos, que se escondían en la maleza al paso del carruaje. El húngaro parecía no tenerlos en cuenta, quizás porque, para él, enfrentarse a estas bestias era un asunto rutinario. De pronto dijo algo que, debido al ruido del coche, no entendí, pero al instante vi que no había necesidad. No puedo explicar mis sentimiento, yo amante de lo antiguo, al mirar por la ventanilla, porque no admiré en ningún otro país torres tan venerables como la de aquella gris heredad. Los dentados contornos de las almenas y sus irisados torreones se erguían, elevándose sobre la mole de las casamatas, recortándose en el pálido fulgor del crepúsculo silente. El coche avanzaba a través de un gran patio empedrado, donde los restos de un decrépito jardín, se ofrecían a la vista con el mayor abandono.
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