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11 de Agosto de 1.8...
Nos despertamos medio congelados en la humedad de la cueva, pese a que el sol comenzaba a irradiar por encima de las montañas. Medio entumecidos, preparamos café y combatimos el frío con unos tragos de brandy, que fue un bálsamo magnífico para nuestros huesos castigados. Avivamos el fuego y ello, junto a la bebida y el alimento ingerido, nos devolvió las fuerzas. Desde nuestra posición contemplábamos un hermoso paisaje que ayer, cuando sobrevenía el crepúsculo, no tuvimos oportunidad de admirar. Entre profundos valles serpenteaban los hilillos diminutos de plata de los torrentes, que nacían en lo alto de las cumbres. Apenas podían discernirse las aldeas desde donde estábamos. A nuestra izquierda podíamos ver los glaciares y a la derecha, la cordillera ascendía abruptamente, mostrando su giba recortada como un gran monstruo antidiluviano. Bajo la cobertura de la nieve perpetua, en el vasto tapiz verde y plata, al fondo, casi imperceptible a la vista, apenas se distinguía la mole brumosa de la ciudad amurallada. Me entregué al éxtasis de la contemplación del paisaje y me embriagué de su voluptuosidad. Pero, al cabo de breves minutos, la mano de Gödel me devolvió a la realidad. Teníamos un arduo trabajo por delante y, en efecto, al cabo de seis horas habíamos examinado la totalidad de las cavernas, habiendo hecho un magnífico descubrimiento. No sólo encontramos murciélagos, sino en gran cantidad.
El orden Quiróptero agrupa mamíferos nocturnos que se adaptan todos a un mismo patrón, caracterizados principalmente por su aptitud para el vuelo, junto a una anatomía peculiar. En el curso de su evolución, han desarrollado amplias superficies membranosas entre los dedos sumamente alargados de la mano que, prolongándose a lo largo del antebrazo y del cuerpo, llegan hasta el pie y, en numerosas especies, incluso hasta el extremo de la cola. Filogenéticamente derivan de los insectívoros arborícolas planeadores, de los cuales conocemos hoy, por ejemplo, a los Dermópteros y a las ardillas voladoras. En virtud de su capacidad para realizar el vuelo batido, tal vez compitieron en un principio con las aves y ya que la mayoría de éstas son diurnas, los murciélagos evolucionaron hacia un comportamiento nocturno. Posiblemente, durante el vuelo emitan algún tipo de onda o sonido, imperceptible al oído humano, al que denominaré desde ahora ultrasonido, cuyo eco les retroalimenta sobre la presencia o ausencia de objetos o presas. Esta es una buena hipótesis de trabajo sobre la que investigaré en un futuro inmediato.
Los quirópteros abundan fundamentalmente en los países tropicales, donde podemos encontrar los tipos más variados. Su régimen y modalidad de alimentación es variante. Así, los hay insectívoros, fruguívoros, nectarívoros, carnívoros, piscívoros e incluso hematófagos, como los vampiros. A decir verdad, los murciélagos son mamíferos poco fecundos, pues normalmente las hembras paren una cría al año, pero su longevidad sobrepasa los veinte. Son animales sociales, por lo que, a veces, se les encuentra formando colonias inmensas, o bien viven en grupos pequeños en los agujeros de los árboles, grietas de las rocas o en las techumbres de las casas. Algunas especies americanas son migratorias, pero la mayoría son sedentarias y las de los países templados pasan el invierno en hibernación.
Después de los roedores, el orden quiróptero es el que cuenta con mayor número de especies entre los mamíferos, pues se enumeran alrededor de un millar. Los taxonomistas o sistemáticos, dividen a los quirópteros en dos subórdenes; a saber: Megaquirópteros y Microquirópteros. Aunque los primeros subsumen en sus filas los ejemplares de mayor tamaño, su denominación no es demasiado acertada para otras especies de talla inferior a la mayoría de los microquirópteros. Allí estaba el Rhinolophus europeo y muchos representantes de la familia de los Vespertilinoideos. Pero lo verdaderamente asombroso fue encontrarnos con varios ejemplares del suborden Filostomaideos, que derivan probablemente de los Rinolofoideos primitivos... ¡Y aquí estriba lo extraordinario!, por cuanto, hasta el presente, solamente fueron hallados en el componente americano, no habiéndose observado nunca en Europa. Vi de cerca al Vampyrum spectrum, el gigante de los microquirópteros y a los verdaderos Vampiros o Desmodinos, que se alimentan de la sangre que succionan a los vertebrados de sangre caliente. Los auténticos vampiros, Desmodus y Diphylla, habitan generalmente en cavernas. Son agresivos y potentes, a pesar de su talla modesta, como una rata pequeña. Es una especie extremadamente perjudicial, la cual, pese a los muchos intentos, no ha podido ser exterminada gracias a las características que acabo de mencionar, además de ser ágiles y mostrar una adaptabilidad sorprendente a los diversos medios. Los vampiros salen de noche en busca de mamíferos y aves dormidos para chuparles la sangre, de la cual se alimentan. Se posan silenciosamente sobre sus víctimas y con ayuda de sus incisivos, en forma de gubias y cortantes como una navaja de afeitar, rasgan profundamente la epidermis del durmiente. Se ha comprobado que la herida no causa dolor. El vampiro aplica enseguida la boca sobre la diminuta incisión, succiona la sangre y la impele hacia el estómago. Su saliva contiene una substancia antiocoagulante, por lo cual la sangre rezuma fluida y constante del cuerpo del animal. Es tal el apetito del vampiro que puede sorber, de una sola vez, su propio peso en sangre. Muestra una clara preferencia por las partes del cuerpo desprovistas de vellosidad, como la mama de la cerda, el reverso de las orejas de los caballos, la cloaca de la gallina o la nariz o los dedos de los pies del hombre. Estos hematófagos causan grandes pérdidas en las granjas sudamericanas, pues los animales mordidos cada noche pierden mucha sangre y se debilitan. Son transmisores de la rabia y en Trinidad y en Brasil son frecuentes las pérdidas humanas. Quizás también en Hungría, Yugoslavia, Checoslovaquia, Rumanía y otros países balcánicos, se de este hecho aciago, motivo por el cual la gente inculta ha ido formando, a lo largo de los siglos, absurdas historias sobre malignos cadáveres andarines. El mal no podía, en modo alguno, estribar en dichas actuaciones postmortem, aunque la emoción primigenia estuviese enérgicamente presente: el miedo. Lo desconocido provoca miedo, máxime cuando se lo relaciona cierta o inciertamente con los mitos locales o nacionales: esa era para mí una ecuación que explicaba muchas cosas. Empero, el concepto genérico del mal había cambiado; incluso algunos autores cristianos comenzaban a dudar de los viejos dogmas. Sin embargo, sería un tiempo después cuando la humanidad -convendría hablar, ciertamente, de la humanidad intelectual no de la globalidad de la misma- renovaría ideas, debido principalmente a la influencia de Sigmund Freud. Se hablaría entonces de “mal”, con “m” minúscula. No se creería en diablos ni el la serpiente del Jardín del Edén. El diablo, el mal, según Freud, sería algo neutro, el inconsciente de cada uno de nosotros y, específicamente, sus instintos agresivos y sexuales. En suma, todo aquello que una sociedad ha de domeñar para poder continuar subsistiendo.
Pero volvamos a los murciélagos. Ante la evidencia que aquél día acababa de recabar, no me negaba totalmente a aceptar la existencia del Vampirus magnus, ya que si el spectrus y los desmodus y diphylla llegaron a los países balcánicos por un motivo que desconocíamos, desde lejanas tierras americanas, ¿por qué no pudo suceder lo mismo con un megaquiróptero?. Sin lugar a dudas debió existir un error de apreciación por parte de Van Vooren y, siendo así probablemente, yo estaba dispuesto a demostrar que el pretendido Vampyrus magnus o Vampyrus bestialis -denominación que pensé para él en un principio-, no era sino un Megaquiróptero, cuyo vuelo errático, un día, trajo -nadie sabe porqué ni cómo- a Centroeuropa, donde dejó su descendencia.
Nos despertamos medio congelados en la humedad de la cueva, pese a que el sol comenzaba a irradiar por encima de las montañas. Medio entumecidos, preparamos café y combatimos el frío con unos tragos de brandy, que fue un bálsamo magnífico para nuestros huesos castigados. Avivamos el fuego y ello, junto a la bebida y el alimento ingerido, nos devolvió las fuerzas. Desde nuestra posición contemplábamos un hermoso paisaje que ayer, cuando sobrevenía el crepúsculo, no tuvimos oportunidad de admirar. Entre profundos valles serpenteaban los hilillos diminutos de plata de los torrentes, que nacían en lo alto de las cumbres. Apenas podían discernirse las aldeas desde donde estábamos. A nuestra izquierda podíamos ver los glaciares y a la derecha, la cordillera ascendía abruptamente, mostrando su giba recortada como un gran monstruo antidiluviano. Bajo la cobertura de la nieve perpetua, en el vasto tapiz verde y plata, al fondo, casi imperceptible a la vista, apenas se distinguía la mole brumosa de la ciudad amurallada. Me entregué al éxtasis de la contemplación del paisaje y me embriagué de su voluptuosidad. Pero, al cabo de breves minutos, la mano de Gödel me devolvió a la realidad. Teníamos un arduo trabajo por delante y, en efecto, al cabo de seis horas habíamos examinado la totalidad de las cavernas, habiendo hecho un magnífico descubrimiento. No sólo encontramos murciélagos, sino en gran cantidad.
El orden Quiróptero agrupa mamíferos nocturnos que se adaptan todos a un mismo patrón, caracterizados principalmente por su aptitud para el vuelo, junto a una anatomía peculiar. En el curso de su evolución, han desarrollado amplias superficies membranosas entre los dedos sumamente alargados de la mano que, prolongándose a lo largo del antebrazo y del cuerpo, llegan hasta el pie y, en numerosas especies, incluso hasta el extremo de la cola. Filogenéticamente derivan de los insectívoros arborícolas planeadores, de los cuales conocemos hoy, por ejemplo, a los Dermópteros y a las ardillas voladoras. En virtud de su capacidad para realizar el vuelo batido, tal vez compitieron en un principio con las aves y ya que la mayoría de éstas son diurnas, los murciélagos evolucionaron hacia un comportamiento nocturno. Posiblemente, durante el vuelo emitan algún tipo de onda o sonido, imperceptible al oído humano, al que denominaré desde ahora ultrasonido, cuyo eco les retroalimenta sobre la presencia o ausencia de objetos o presas. Esta es una buena hipótesis de trabajo sobre la que investigaré en un futuro inmediato.
Los quirópteros abundan fundamentalmente en los países tropicales, donde podemos encontrar los tipos más variados. Su régimen y modalidad de alimentación es variante. Así, los hay insectívoros, fruguívoros, nectarívoros, carnívoros, piscívoros e incluso hematófagos, como los vampiros. A decir verdad, los murciélagos son mamíferos poco fecundos, pues normalmente las hembras paren una cría al año, pero su longevidad sobrepasa los veinte. Son animales sociales, por lo que, a veces, se les encuentra formando colonias inmensas, o bien viven en grupos pequeños en los agujeros de los árboles, grietas de las rocas o en las techumbres de las casas. Algunas especies americanas son migratorias, pero la mayoría son sedentarias y las de los países templados pasan el invierno en hibernación.
Después de los roedores, el orden quiróptero es el que cuenta con mayor número de especies entre los mamíferos, pues se enumeran alrededor de un millar. Los taxonomistas o sistemáticos, dividen a los quirópteros en dos subórdenes; a saber: Megaquirópteros y Microquirópteros. Aunque los primeros subsumen en sus filas los ejemplares de mayor tamaño, su denominación no es demasiado acertada para otras especies de talla inferior a la mayoría de los microquirópteros. Allí estaba el Rhinolophus europeo y muchos representantes de la familia de los Vespertilinoideos. Pero lo verdaderamente asombroso fue encontrarnos con varios ejemplares del suborden Filostomaideos, que derivan probablemente de los Rinolofoideos primitivos... ¡Y aquí estriba lo extraordinario!, por cuanto, hasta el presente, solamente fueron hallados en el componente americano, no habiéndose observado nunca en Europa. Vi de cerca al Vampyrum spectrum, el gigante de los microquirópteros y a los verdaderos Vampiros o Desmodinos, que se alimentan de la sangre que succionan a los vertebrados de sangre caliente. Los auténticos vampiros, Desmodus y Diphylla, habitan generalmente en cavernas. Son agresivos y potentes, a pesar de su talla modesta, como una rata pequeña. Es una especie extremadamente perjudicial, la cual, pese a los muchos intentos, no ha podido ser exterminada gracias a las características que acabo de mencionar, además de ser ágiles y mostrar una adaptabilidad sorprendente a los diversos medios. Los vampiros salen de noche en busca de mamíferos y aves dormidos para chuparles la sangre, de la cual se alimentan. Se posan silenciosamente sobre sus víctimas y con ayuda de sus incisivos, en forma de gubias y cortantes como una navaja de afeitar, rasgan profundamente la epidermis del durmiente. Se ha comprobado que la herida no causa dolor. El vampiro aplica enseguida la boca sobre la diminuta incisión, succiona la sangre y la impele hacia el estómago. Su saliva contiene una substancia antiocoagulante, por lo cual la sangre rezuma fluida y constante del cuerpo del animal. Es tal el apetito del vampiro que puede sorber, de una sola vez, su propio peso en sangre. Muestra una clara preferencia por las partes del cuerpo desprovistas de vellosidad, como la mama de la cerda, el reverso de las orejas de los caballos, la cloaca de la gallina o la nariz o los dedos de los pies del hombre. Estos hematófagos causan grandes pérdidas en las granjas sudamericanas, pues los animales mordidos cada noche pierden mucha sangre y se debilitan. Son transmisores de la rabia y en Trinidad y en Brasil son frecuentes las pérdidas humanas. Quizás también en Hungría, Yugoslavia, Checoslovaquia, Rumanía y otros países balcánicos, se de este hecho aciago, motivo por el cual la gente inculta ha ido formando, a lo largo de los siglos, absurdas historias sobre malignos cadáveres andarines. El mal no podía, en modo alguno, estribar en dichas actuaciones postmortem, aunque la emoción primigenia estuviese enérgicamente presente: el miedo. Lo desconocido provoca miedo, máxime cuando se lo relaciona cierta o inciertamente con los mitos locales o nacionales: esa era para mí una ecuación que explicaba muchas cosas. Empero, el concepto genérico del mal había cambiado; incluso algunos autores cristianos comenzaban a dudar de los viejos dogmas. Sin embargo, sería un tiempo después cuando la humanidad -convendría hablar, ciertamente, de la humanidad intelectual no de la globalidad de la misma- renovaría ideas, debido principalmente a la influencia de Sigmund Freud. Se hablaría entonces de “mal”, con “m” minúscula. No se creería en diablos ni el la serpiente del Jardín del Edén. El diablo, el mal, según Freud, sería algo neutro, el inconsciente de cada uno de nosotros y, específicamente, sus instintos agresivos y sexuales. En suma, todo aquello que una sociedad ha de domeñar para poder continuar subsistiendo.
Pero volvamos a los murciélagos. Ante la evidencia que aquél día acababa de recabar, no me negaba totalmente a aceptar la existencia del Vampirus magnus, ya que si el spectrus y los desmodus y diphylla llegaron a los países balcánicos por un motivo que desconocíamos, desde lejanas tierras americanas, ¿por qué no pudo suceder lo mismo con un megaquiróptero?. Sin lugar a dudas debió existir un error de apreciación por parte de Van Vooren y, siendo así probablemente, yo estaba dispuesto a demostrar que el pretendido Vampyrus magnus o Vampyrus bestialis -denominación que pensé para él en un principio-, no era sino un Megaquiróptero, cuyo vuelo errático, un día, trajo -nadie sabe porqué ni cómo- a Centroeuropa, donde dejó su descendencia.
Era mediodía en la vieja Europa, de manera que todavía teníamos bastante tiempo por delante. En vista de ello, dije a Gödel que regresásemos a casa y él, con su aire impasible, enjaezó las bestias.
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