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Valencia, 8 de Mayo, 2005 Era Común EL MERCADO SE IMPONE A LA LITERATURA Fuera de catálogo, libros en el limbo MARTA CABALLERO MADRID.- Los libreros de viejo sufren cuando tienen que desprenderse de los volúmenes que han permanecido en sus librerías durante algún tiempo. No obstante, se ganan la vida con ello. La suya, más que una profesión, es una vocación. Aun contando con el avance del libro electrónico y de las nuevas tecnologías, parece que esta rara especie tiene su supervivencia asegurada: las editoriales -grandes, pequeñas y medianas- cada vez tardan menos tiempo en descatalogar sus libros. Obras de todo tipo que, una vez extraídas del circuito de mercado, los lectores han de buscar por donde pueden. Un ejemplo, ahora que el feminismo vuelve a estar de moda. Una universitaria trata de encontrar en Madrid un título de su nuevo icono existencialista: “Disculpe, estoy buscando ‘El segundo sexo’, de Simon de Beauvoir”. Y la respuesta de un librero de Malasaña: “No, esa obra está descatalogada. Quizá quede algo de aquella edición, no sé, mira a ver si lo puedes pedir por Internet... hay una de traducción suramericana...”. La aventura de encontrar un libro Otro ejemplo: ¿Cuántas obras de la última premio Nobel de literatura –Elfriede Jelinek- podían encontrarse en una librería antes de su salto al olimpo editorial? Ninguna. Lo mismo pasó con J.M. Coetzee antes de recibir el reconocimiento internacional y con muchos premios Nobel salvo contadas excepciones (como el omnipresente ‘Platero y yo’, de Juan Ramón Jiménez). Aunque suene a cuento chino, hasta hace unos años era harto complicado hacerse con ‘El lobo estepario’, de Hermann Hesse. Entre tanto, estas navidades se han vendido los escritos de Ramón Sampedro (previa película, previa campaña de relaciones públicas y algún tinte publicitario) como roscones de reyes y se han regalado casi tanto como ese libro de códices, ése para llevarse a la playa y leerlo entre olor a sardinas y resonancias futboleras. ¿Alguien sabía que alguna vez (antes de la hazaña de Amenábar) esos textos estuvieron editados? Las dos obras de Sampedro no sólo estaban descatalogadas sino que, además, la editorial había perdido sus derechos. Ante tanta desaparición uno puede culpar a la lógica de mercado. Las editoriales, como cualquier otra empresa, viven de vender; pero en este juego de libros desaparecidos quizá demasiado rápido entran más factores. De vender 'antiguos' a vender 'descatalogados' José Manuel Quesada es librero de viejo ¿O debemos decir librero de descatalogado? En efecto, las librerías de ejemplares antiguos, ésas a las que acudían los grandes y minoritarios sibaritas de las letras, se están convirtiendo en el recurso estrella de los lectores de a pie; de los universitarios en busca de algún volumen perdido de Kierkegaard que un insistente profesor se ha empeñado en mandarles leer; de los que van para viejos y quieren reencontrarse con uno de esos ‘best sellers’ de los años 40 y 50: “Perdone ¿Tienen alguna edición de ‘Sinuhé el egipcio’? Y así muchos más. Desde su librería, Alejandría (sita en Sevilla), Quesada apostilla: “Los libreros de viejo nos estamos convirtiendo en el fondo de las librerías de nuevo. Antes, si un libro no estaba en el catálogo de novedades, el librero -entonces un conocedor de la literatura y de su oficio y no un mero vendedor- buscaba en el almacén de la librería en cuestión”. Y el caso es que lo encontraba. Pero hoy la cosa es bien distinta: estamos en un país en el que se edita la barbaridad de 78.000 títulos anuales, y es un riesgo para las editoriales imprimir grandes tiradas. “Incluso las pequeñas editoriales que cuentan con el respaldo de grupos potentes se ven obligadas a editar por pedidos. Sacan, por ejemplo, una tirada de 500 ejemplares y no vuelven a reeditar hasta que tienen un número de pedidos considerable”, añade Quesada, quien preside La Feria del Libro Antiguo y de Ocasión de Sevilla. Derechos de autor y nuevas tecnologías Otros factores de este proceso de desaparición de libros son los derechos de autor: rescatar –por enésima vez- ‘La celestina’ o el ‘Poema de Mío Cid’ no es costoso puesto que no hay leyes de por medio. A bajo coste se puede tener una edición digna (aunque olvídense de buenas traducciones o prólogos que valgan) de ciertas obras cumbre, las que cada mes de septiembre saltan a las pantallas de televisión en forma de fascículos: “Obras completas de tal escritor”. Sin embargo, la cosa cambia cuando se trata de autores contemporáneos. También acechan con fuerza las nuevas tecnologías. El libro electrónico, que parecía no tener demasiado tirón, empieza a hacerse un hueco, poco a poco, entre los lectores. A esto hay que sumarle un sistema de producción editorial poco flexible y en el que ya no importa tanto la calidad de lo que se edita como a cuánta gente le va a interesar. Además, hay que contar con un largo y costoso proceso desde que se decide editar una obra hasta que ésta ve la luz. Luego existe el problema de la viabilidad de la edición: muchos libros se ven obligados a regresar a las editoriales porque no se venden. De vuelta a casa, los ejemplares serán redistribuidos, muy poco a poco (meses e incluso años), generando un fuerte gasto a las empresas editoras. Ejemplares que nunca ven la luz Conforme va pasando el tiempo, los almacenes se van llenando de libros que nunca han sido leídos. En algunos casos son destruidos. Al respecto, Enrique Caetano, director de logística de Ediciones B, comenta: “Es algo bastante usual. Los costes de mantenimiento varían dependiendo de la edición, pero en general suponen un gasto desorbitado para la casa, por lo que a veces la salida es enviarlos a las empresas dedicadas al reciclaje de papel.” En cuanto a la búsqueda de alternativas para estos libros yermos, las empresas editoras se justifican diciendo que los convenios con universidades, institutos, las obras benéficas, etcétera, son sólo una pequeña salida que en ningún caso puede liberarlas de los gastos económicos. Algunas, como Alianza, se han convertido en maestras en la materia de reconducir los fines de sus libros: la colección Alianza 100, por ejemplo, se redistribuyó en diversas universidades a precio irrisorio, no dejando con ello que estas pequeñas obras cayeran en saco roto. “Si estas salidas no se efectúan en mayor número es también por los derechos de autor”, se queja Caetano. Muchos escritores se niegan a que, en caso de que su obra no funcione, pueda incluirse dentro de paquetes de oferta o en colecciones más baratas y exigen que el contrato fije esta cuestión desde el principio. En cualquier caso, si uno no tiene la celeridad del mercado editorial puede quedarse en un abrir y cerrar de ojos sin su objeto de lectura. Viviendo en este mundo de prisas y del sálvese quien pueda, sería un suicidio acogerse a las mismas leyes de las novedades y lo inminente también en la lectura. Más aún existiendo como existen libreros ‘vocacionales’ dispuestos a subir y bajar escaleras en busca de aquella edición de ‘Los viajes de Gulliver’ que usted leyó en la infancia, y nuevas tecnologías que, parece mentira, echarán una mano a ese objeto en desuso que es el libro. Pasen y lean. En suma, patético, sin palabras y mucho cabreo nacido de una impotencia absoluta. Egosum |
11 Comments:
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Salvador Alario Bataller
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Esos grandes especialistas que te aconsejaban que leer son una especie en extinción.
Triste!!! pero así es.
Dark kisses
diariodelua: Mucha razón tienes y es muy triste. Un saludo.
Un saludote, Don Ego Sum.
PD Si quieres te mando todos los demonios que estoy exorcisando de mi persona para tu colección de perversiones.
Bueno, no sé si te dí dos direcciones más:
http://undostrescuentos.blogspot.com
http://lasnocturnidades.bitacoras.com
Feliz semana. Ego.
Un saludo.