Valencia, 8 de Mayo, 2005 Era común 000O000 Perseguido me han los encantadores, encantadores me persiguen y encantadores me perseguirán hasta dar conmigo y con mis altas caballerías en el profundo abismo del olvido. CERVANTES 000O000 Egosum: Sobre parafilias: "El viejo duque"
La palabra parafilia evoca inmediatamente connotaciones peyorativas; alude directamente a perversión, desviación, trastorno sexual. Y lo son ciertamente, los casos clínicos evaluados, habiéndose determinado criterios diagnósticos específicos. Sin embargo, en esto de la sexualidad, de la fantasía y de la perversión “intracraneal” –lo malo es sobrepasar la frontera del soez imaginario y llevar a lo empírico conductas inadecuadas, algunas inenarrables-, todo es cuestión de grado, variada silva inocua muchas veces, elemento de la iconografía masturbatoria. Sin negar la importancia de parafilias claramente determinadas en sus formas clínicas (los DSM, los manuales diagnósticos de la sociedad psiquiátrica americana ya van por la quinta revisión) y más allá de referencias fáciles al marqués de Sade, a Sacher Masoch y otras gratas compañías, resulta interesante adentrarse en el imaginario –más unánime de lo que se piensa-, y entretenernos con algunas personalidades sexualmente extravagantes de la geografía vernácula (en otros países, dicho sea de paso, hay más de lo mismo), asumiendo que, quien más o quien menos, todos tenemos nuestras florecillas en la verde campiña de esas vacilantes neuronas “parafílicas”. Dejando de momento aparte cuestiones clínicas, yo me refiero aquí a una manera de imaginación conectada al sexo(por lo demás, eso significa precisamente la palabra “perversión”: suena mejor la definición que el término). Gran parte de lo que corresponde a la imaginación se caracteriza, precisamente dada su laya, porque no es accesible a la realidad. Ahí se queda la cosa y ya está; también hay perversiones consentidas y aquellas que se desarrollan en la espesa soledad. Son, estoy de acuerdo, lo que un autor llamó “perversiones vivibles”. De lo dicho se desprende que algunas de estas conductas sui generis se desarrollan sin daño, y tanto da que en algún diccionario celebérrimo se le defina, entre otras acepciones, como “inclinación sexual antinatural”. En suma, que así definidas, perversiones sexuales hay muchas y pienso que no debemos ser severos al examinarlas. Si alguien exclama "¡bien venido al club!", no nos extrañaremos. Juzgad vosotros mismos, la perversidad de este caso,el del viejo duque. Nuestro añoso caballero era de los de antaño, severo, ultraconservador, católico practicante y hombre de rancio abolengo. Su rango aristocrático no era precisamente el de duque, pero por ahí andaba la cosa: “Nuestro viejo duque, fuera de latigazos y correas, disciplinas y varapalos, reducía su actividad erótica a un hecho que, además, como buen valenciano, resaltaba el carácter autóctono: Algunas noches se hacía acompañar por jóvenes robustos y violentos, que encontraba en los muladares nocturnos de la capital. Se los llevaba a su piso, después de untarles bien el bolsillo y allí, el viejo señorón, se vestía de Fallera Mayor mientras el joven, entre pasmado y divertido, le precedía con un ramo de rosas hacia un pequeño altar que el anciano tenía en una habitación de la casa, acondicionada ex profeso, y al compás del himno regional el viejo duque, arrebolado por la excitación y recto como un cirio, se masturbaba mientras avanzaba ceremoniosamente. A mí me contaron este hecho como cierto y si el anciano aristócrata era un perverso, por lo menos no era peligroso. No creáis que es un caso único, pues un conocido autor español refiere lo sucedido en la calle Echegaray, en Madrid, donde un octogenario marqués, anclado porfiadamente en la belle-époque, se llevaba a su casa a jóvenes del peor malevaje. Sus amigos se inquietaban con aquellas relaciones que presumían de violencia y sexo, pero en realidad el anciano gentilhombre, sentado con gran seriedad ante el tocador, se limitaba a mirarse desnudo en el espejo, mientras el joven le peinaba lentamente con un peine de carey. Frente a la coqueta y excitado tanto por el peine como por el aturdimiento del jayán, además de la sensación de peligro, mientras era peinado, el anciano también se autocomplacía. Eso era todo, al igual que nuestro devoto fallero. A eso se limitaban las pasiones del uno y del otro, y perversiones como éstas hay más de una, que iremos desgranando en “posts” sucesivos, que pienso han de sorprendernos por lo chocante e insólito y no por lo perverso.
000O000 No es oro todo lo que reluce, ni toda la gente errante anda perdida; a las raíces profundas no llega la escarcha; el viejo vigoroso no se marchita. De las cenizas subirá un fuego, y una luz asomará en las sombras; el descoronado será de nuevo rey, forjarán otra vez la espada rota. TOLKIEN 000O000
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Un abrazo perverso...
n.