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La cara huesuda y enérgica me escrutó con avidez, esperando una respuesta. Lo cierto es que el asunto me había pillado desprevenido y eso, unido a la enjundia del mismo, me había dejado sin palabras.
-En realidad parece que no se sabe nada en concreto -dije por fin-. Sin pruebas, por muy extraordinario que parezca el hecho, uno no puede pronunciarse ni seguir una investigación sistemática.
-Pero es que eso no es todo -me interrumpió sir Archibald con vehemencia y sin poder ocultar su entusiasmo-. Ahora hará dos años que se emprendió una segunda expedición, una especie de "misión especial", encabezada por nuestra doctora y un grupo de afamados científicos entre los cuales se encontraban figuras como van Vooren, von Holnstein, Comarr, Feldestein, Tarsky, Kristensen y McLean… Parece que no se han llenado los espacios en blanco de los mapas y que todavía queda lugar para aventuras románticas.
Ahora el profesor estaba verdaderamente excitado, como nunca le había visto anteriormente.
-Ayer mismo, tal como le comuniqué esta mañana, recibí una carta nada menos que del profesor van Vooren, quien me puso al corriente de todos los pormenores. Según todas las apariencias, nuestra amiga estaba en lo cierto, pues el insigne holandés asevera haber visto un espécimen de semejantes características.
-Desde luego es una buena historia -dije con torpeza.
-¡Es mucho más que eso!. ¡Es sensacional, amigo mío!. Bien es verdad que no tenemos pruebas fehacientes que avalen la existencia de ese murciélago, pero existe el testimonio de personas de calidad. Hay, ciertamente, una luz en las tinieblas. En su carta, el profesor me revela algunos detalles portentosos. Afirma, como ya le he dicho, haber visto con sus propios ojos al animal en cuestión. ¿Qué le parece?... Como usted sabe, he consagrado mi vida a la Citología. Vivo con un microscopio, soy un explorador de las cosas diminutas y, en realidad, no conozco más territorio que la Universidad y mi laboratorio. Ni siquiera he salido de Inglaterra. Siempre he sido una persona cómoda, poco amante de las aventuras y de los viajes, aunque he admirado a los hombres que han sido aventureros, exploradores, que se han adentrado en el mundo de lo desconocido. Y ahora soy, como puede ver, demasiado viejo para emprender un largo viejo, si bien no puedo ignorar la llamada de los grandes acontecimientos. Es, no se lo he de ocultar, una misión peligrosa, pero al elegido, el destino le ha de deparar una gloria impar. Usted, querido colega, es ese hombre.
No pude evitar un gesto de perplejidad, ante lo cual el profesor se apresuró a decir con tono tranquilizador:
-Por supuesto, tiene usted la prerrogativa de negarse o si quiere tiempo para pensarlo, pero no mucho. Estamos ante un asunto de primera relevancia. Cada segundo que pasa es oro. Tenemos que ser precavidos, pues si alguien más lo supiese, no vacilaría en adelantársenos. Usted, profesor, es joven e inteligente. Pondremos en sus manos los elementos necesarios para su trabajo y ningún límite de tiempo para realizar las pesquisas y desarrollar la investigación. Nuestra pobre doctora murió sin el debido reconocimiento oficial, pero nosotros lo conseguiremos y, con ello, su nombre recibirá la justa consideración.
Media hora más tarde salía de The Naturalists' Club con la sensación de una enorme carga a mis espaldas. Se me oprimía el corazón en el pecho y me hallaba preso de un doble sentimiento. Mi espíritu científico me empujaba hacia delante con fuerza, pero el sentido de la prudencia me indicaba meditación y cautela. Era evidente, por otra parte, que sir Archibald había embaucado a los sabios más influyentes de la Universidad y que ellos, venerable consejo de ancianos, habían decidido por mí. En efecto, sin ningún género de duda, el profesor tenía en sus manos astutas el beneplácito de las altas esferas académicas para que la expedición se llevase a cabo cuanto antes. Sus deseos, según todas las expectativas, estaban destinados a hacerse realidad. Es así como se producen los grandes acontecimientos de la vida de un hombre, de súbito, sin esperarlos. ¿Cómo iba a imaginar una hora antes que al entrar en el club me iba a comprometer en una aventura tan incierta?... Y de esta suerte fue como, en espacio de poco tiempo, se decidió nuestro futuro.
La cara huesuda y enérgica me escrutó con avidez, esperando una respuesta. Lo cierto es que el asunto me había pillado desprevenido y eso, unido a la enjundia del mismo, me había dejado sin palabras.
-En realidad parece que no se sabe nada en concreto -dije por fin-. Sin pruebas, por muy extraordinario que parezca el hecho, uno no puede pronunciarse ni seguir una investigación sistemática.
-Pero es que eso no es todo -me interrumpió sir Archibald con vehemencia y sin poder ocultar su entusiasmo-. Ahora hará dos años que se emprendió una segunda expedición, una especie de "misión especial", encabezada por nuestra doctora y un grupo de afamados científicos entre los cuales se encontraban figuras como van Vooren, von Holnstein, Comarr, Feldestein, Tarsky, Kristensen y McLean… Parece que no se han llenado los espacios en blanco de los mapas y que todavía queda lugar para aventuras románticas.
Ahora el profesor estaba verdaderamente excitado, como nunca le había visto anteriormente.
-Ayer mismo, tal como le comuniqué esta mañana, recibí una carta nada menos que del profesor van Vooren, quien me puso al corriente de todos los pormenores. Según todas las apariencias, nuestra amiga estaba en lo cierto, pues el insigne holandés asevera haber visto un espécimen de semejantes características.
-Desde luego es una buena historia -dije con torpeza.
-¡Es mucho más que eso!. ¡Es sensacional, amigo mío!. Bien es verdad que no tenemos pruebas fehacientes que avalen la existencia de ese murciélago, pero existe el testimonio de personas de calidad. Hay, ciertamente, una luz en las tinieblas. En su carta, el profesor me revela algunos detalles portentosos. Afirma, como ya le he dicho, haber visto con sus propios ojos al animal en cuestión. ¿Qué le parece?... Como usted sabe, he consagrado mi vida a la Citología. Vivo con un microscopio, soy un explorador de las cosas diminutas y, en realidad, no conozco más territorio que la Universidad y mi laboratorio. Ni siquiera he salido de Inglaterra. Siempre he sido una persona cómoda, poco amante de las aventuras y de los viajes, aunque he admirado a los hombres que han sido aventureros, exploradores, que se han adentrado en el mundo de lo desconocido. Y ahora soy, como puede ver, demasiado viejo para emprender un largo viejo, si bien no puedo ignorar la llamada de los grandes acontecimientos. Es, no se lo he de ocultar, una misión peligrosa, pero al elegido, el destino le ha de deparar una gloria impar. Usted, querido colega, es ese hombre.
No pude evitar un gesto de perplejidad, ante lo cual el profesor se apresuró a decir con tono tranquilizador:
-Por supuesto, tiene usted la prerrogativa de negarse o si quiere tiempo para pensarlo, pero no mucho. Estamos ante un asunto de primera relevancia. Cada segundo que pasa es oro. Tenemos que ser precavidos, pues si alguien más lo supiese, no vacilaría en adelantársenos. Usted, profesor, es joven e inteligente. Pondremos en sus manos los elementos necesarios para su trabajo y ningún límite de tiempo para realizar las pesquisas y desarrollar la investigación. Nuestra pobre doctora murió sin el debido reconocimiento oficial, pero nosotros lo conseguiremos y, con ello, su nombre recibirá la justa consideración.
Media hora más tarde salía de The Naturalists' Club con la sensación de una enorme carga a mis espaldas. Se me oprimía el corazón en el pecho y me hallaba preso de un doble sentimiento. Mi espíritu científico me empujaba hacia delante con fuerza, pero el sentido de la prudencia me indicaba meditación y cautela. Era evidente, por otra parte, que sir Archibald había embaucado a los sabios más influyentes de la Universidad y que ellos, venerable consejo de ancianos, habían decidido por mí. En efecto, sin ningún género de duda, el profesor tenía en sus manos astutas el beneplácito de las altas esferas académicas para que la expedición se llevase a cabo cuanto antes. Sus deseos, según todas las expectativas, estaban destinados a hacerse realidad. Es así como se producen los grandes acontecimientos de la vida de un hombre, de súbito, sin esperarlos. ¿Cómo iba a imaginar una hora antes que al entrar en el club me iba a comprometer en una aventura tan incierta?... Y de esta suerte fue como, en espacio de poco tiempo, se decidió nuestro futuro.
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