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CAPITULO V

No sintió la menor conmoción al despertar en la cripta. No le disgustó el frío del ambiente, ni el hedor procedente de los nidos de ratas, ni el polvo centenario de la mazmorra, ni saber que estaba muerto pero vivo a la vez.
Tampoco le embargó el menor asco cuando salió a alimentarse por primera vez de sangre humana, ni le pareció una obscenidad disfrutar tanto al apropiarse del alma y de la vida de lo que antes fuera un semejante. Simplemente era así, por derecho natural ; era lo que debía ser hecho y, además, gozaba sobremanera haciéndolo. Lo único que le irritó fue la parquedad del banquete, cuando tuvo que alimentarse de aquel escuálido leñador, al cual consumió como se sorbe una caña en un verano caluroso. Tampoco le molestó demasiado quemar su cadáver y enterrarlo en el suelo de una gruta apartada, en lo alto de la montaña. En todo caso, era siempre preferible no dejar la menor huella. Rousseau había dicho acertadamente que la fuerza de los vampiros estribaba precisamente en que nadie creía en ellos. En este sentido, cabía seguir alentando el mito, el escepticismo de los mortales.
Ahora sentía hambre nuevamente, pero tendría que esperar hasta saciar su apetito, cuando llegase a su vieja casa donde le esperaba ella ; entonces le ofrecería lo prometido y se saciaría a placer. No obstante, antes que todo ello tenía un asunto pendiente.
Cuando salió al exterior, escuchó en la noche el murmullo del viento, la suave quejumbre de los árboles, el paso manso de las aguas del río. Desde el pueblo llegó a sus oídos el toque de la campana de la iglesia, dando por finalizado el último servicio religioso.
Cuando Sanscoeur llegó a los límites del pueblo, era ya noche cerrada. Cuando se posó en el suelo recobró inmediatamente la forma humana. Le resultaba asombrosamente fácil, tan sencillo como pensarlo. En este caso el hecho seguía inmediatamente al pensamiento. Hacía una espléndida noche, clara, estrellada, con un pálido plenilunio, redondo como una hostia, en el centro del cielo, tan claro que las siluetas de los cipreses se recortaban con toda nitidez en el fondo opalescente del firmamento.
El vampiro superó fácilmente el alto muro del cementerio, de un solo salto y cayó grácilmente al otro lado, posándose suavemente sobre el césped del camposanto, tan suavemente como la mariposa que se posa en una flor. Se sentía muy a su gusto en aquel lugar, donde la muerte campaba por doquier, sobre el légamo pútrido de la gente enterrada, entre nichos y flores resecas, panteones polvorientos y cruces caídas y descuidadas. Aquello del poder de la cruz había sido un mero signo de la soberbia propia de los cristianos, pues para nada podía contrarrestar el ataque de un no-muerto, ningún poder tenía sobre seres de su naturaleza. Se trataba de una falacia, como muchas otras que circulaban escritas en libros y revistas, pero de escaso fundamento y credibilidad. De todas formas, a él le convenía que la gente pensase en todas esas tonterías, porque así su vida estaría completamente asegurada. Pero alejó de su cabeza estas estúpidas cavilaciones y encaminó sus pasos al ala este del cementerio, porque había ido allí para hacer algo en concreto, para hacer una visita que su exigua parte humana reclamaba. Deseaba estar con ella nuevamente, ver la tumba de su madre.
Delante del nicho, frente a la lápida de mármol gris que mostraba su daguerrotipo, sintió la misma frustración y rabia que experimentó siete años atrás, cuando la encontró caída en el rellano de la escalera, donde la muerte la agarró, bajo la forma de un derrame cerebral.
Ella era entonces una mujer mayor y ajada, pero le sobrecogió su súbito fallecimiento, como le atormentaron los seis días de coma antes de que se separasen in terris. Fue el día nueve de Mayo, a las siete y veinte de la madrugada. Ella cumplía años, ochenta y uno el seis de ese mismo mes y pronto sería el día de la madre ; el cava se quedó en la nevera, las ilusiones permanecieron en el ayer, el dolor se posesionó del hoy y del mañana. Lo que más le disgustó, sin embargo, fue la patente falta de tiempo : hubiera deseado tener un año más para estar con ella, para decirle todo lo que le quedaba por decir, para hacer todo lo que no había podido hacer ; sí un año más, una semana más, tan solo un minuto más... La había contemplado desmadejada en la cama y había podido ver lo anciana que era, golpeada por la enfermedad, moribunda, sin el menor acicalamiento, reflejando en cada arruga de su piel el ineluctable paso de los años. Sin embargo, era para él la más hermosa de las mujeres, la más amada cuanto menos. Besó sus pies y besó sus labios meñiques y resecos, y sus mejillas se anegaron de lágrimas, mientras le decía que la quería, que le agradecía el don de una vida que no amaba pero que tenía que vivirla y que no la olvidaría, que se volverían a encontrar en la otra vida, más allá de los límites del espacio y del tiempo conocidos, en el universo de la esperanza o en el mundo de los sueños. Le dijo todo esto abriéndole los ojos, mirando a su interior azul y límpido todavía, con la certidumbre de que ella le oía, de que ella le veía, con la seguridad de que sus palabras eran recogidas por su alma al otro lado de la frontera de la vida. Después expiró, en el amanecer del día siguiente, al alba. Sintió en su cara su último suspiro porque estaba frente a ella, cara a cara, mirándola obsesivamente, tratando de aprehender aquel último momento o de detenerlo. Era el postrer aliento, el acabóse del hálito vital, del ruâh hebraico. La vida se le apagó en los adentros y algo pareció irse con su soplo último, algo que iba a otro lugar, el alma quizás que se liberaba de su atadura terrenal. El estaba seguro de haberlo visto, de haberlo palpado, de haberlo vivido, mientras trataba de convencerse de que todo aquello estaba sucediendo en realidad y trataba de encontrar en su pecho una razón suficiente para seguir viviendo.
Si él hubiese sido el de ahora hubiera detenido sin dificultad el avance de la muerte y le hubiera proporcionado el don de la vida en un abrir y cerrar de ojos. Pero era tarde, ella estaba muerta y solamente podía intentar hablarle a través de sus restos, de sus pobres despojos humanos, de su noble calavera. Había intentado viajar al astral y encontrarse con ella, pero existía un sello protector que le impidió el paso ; quizás ella no desease verle ahora, su fe no le permitiese contemplar cara a cara a aquel ser repudiado por Dios y odiado por los hombres. Se esforzó no obstante para encontrar el menor signo de comunicación en aquella tumba y nada sucedió. Todo estaba quieto, inmerso en un silencio absoluto y sobrecogedor. Sintió nuevamente aquella rabia e impotencia que había experimentado el día en que la perdió para siempre, pero se fue tranquilizando poco a poco, al pensar que tal vez ella no desease verle o quizás su dios no se lo permitiese. Permaneció todavía allí unos minutos, triste, cabizbajo. Tal vez en un futuro lo intentase de nuevo. No se movió apenas, hasta que la sed le empujo nuevamente a pensar en ella, en aquella que aguardaba en la casa solitaria, y que había salido en esos instantes al balcón para respirar aire fresco. Se detuvo a escuchar en la noche los signos inconfundibles de su presencia : el olor de su piel, el pulso de la sangre corriendo deliciosamente en las venas, su respiración agitada anhelando el momento definitivo.
Ella inclinaba su cuerpo sobre el balcón intentado otear en el corazón de la noche algo ansiosamente esperado. A lo lejos sonó el aullido del lobo y ella estuvo segura de que un animal de esta especie estaba cerca, aunque hacía más de un siglo que no se cazaba ningún ejemplar en la comarca. Entonces, de improvisó, tuvo la sensación de que alguien la observaba y fue una sensación tan extraña que, pese a saber que el deseo de su vida iba a ser cumplido, no pudo evitar ser presa del pánico. Se volvió y miró a su espalda y, entonces, le descubrió mirándola. Parecía flotar en el aire. Con los brazos abiertos y los ojos lucientes, como carbones encendidos. Estuvo a punto de dar un grito, retrocedió unos pasos, al tiempo que él caía sobre ella, con la capa flotando a su espalda, como alas de murciélago, y le cogía la mano.

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OBRA PUBLICADA A)CIENTÍFICA: 8 libros de Psicoterapia y Sexología (editorial Promolibro, valencia). 36 artículos especializados en diversas revistas (redactor de Cuadernos de Medicina Psicosomática y Psiquiatría de Enlace, www.editorialmedica.com, y los artículos y otros textos se relacionan en la web). B)NARRATIVA: “La conciencia de la bestia”, edición privada, finalista (de los 15 finalistas) del Premio Planeta de Novela de 1997. “La ciudad desvanecida”, relato seleccionado por concurso de la revista Escribir y Publicar en su editorial Grafein Ediciones, Colección Escritura Creativa, integrante del volumen de cuentos ASI ESCRIBO MI CIUDAD (2001). “Descensus ad Inferos”, lo mismo que antes, pero este cuento pertenece al libro de cuentos “32 MANERAS DE ESCRIBIR UN VIAJE” , Grafein Ediciones (2002). “Maltidos. La Biblioteca olvidada”, Iván Humanes Bespín y Salvador Alario Bataller, Grafein Ediciones, Barcelona, (2.006). "101 coños, Ilustraciones y breves" (2008), Carlos Maza Serneguet, Salvador Alario Bataller e Iván Humanes Bespín. Ilustraciones de Vanesa Domingo Montón, Grafein Ediciones, Barcelona. "Antología Iberoamericana de MIcrorelatos" (2008),coautor, Ediciones Lord Byron, Madrid (en prensa) La acre lácrima (2006), novela, en http://www.lulu.com/alario7 Un estudio crítico del Necronomicón Apócrifo (2006), ensayo, en http://www.lulu.com/alario7 Las aventuras carpatianas del profesor Exhorbitus (2006), novela, autoedición, en http://www.lulu.com/alario7 Astrum Argentum . La vara del mago (biografía novelada de Aleister Crowley) (2006), novela, en www.lulu.com, en http://www.lulu.com/alario7 El murciélago monstruoso (2006), novela, en http://www.lulu.com/alario7 Nunca volví de cuba (2007), novela, en www.lulu.com, http://www.lulu.com/alario7 Cuentos en www.narrativas.com: Espejos (2007), Los pequeños (2007). La angustia última (2008). Lo que trajo la noche (2008). OBRA INÉDITA: Las nocturnidades de don Arturo del Grial, (2002), novela. Los ojos del moro (2003), novela. El doctor amor y las mujeres (2006), novela. La trama sináptica (2007), novela. Historias de amor, muerte y trascendencia (2007), novelas (dos novelas breves relacionadas). Los estados intestinales (2007), novela. Cuando cazaba pelos (2008), novela breve Cuentos completos (1999-2008) Blogs: http://clinica-psicomedica.iespana.es http://alario1.blogspot.com http://undostrescuentos.blogspot.com http://undostrescuentos2.blogspot.com http://elloboylaluna.blogspot.com http://lasnocturnidades.blogspot.com http://nohaymentesincerebro.blogspot.com
 

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