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CAPITULO VII
1
Era noche muy entrada, de un sábado cualquiera, en aquel pueblo sin relevancia de la costa levantina. Lo único importante, lo que se salía de lo normal, lo que se apartaba absolutamente de lo consuetudinario era que, en el ruinoso patio, cerca de la discoteca, se estaba desarrollando una escena macabra. El tenía el rostro manchado de sangre, como una máscara grotesca del apocalipsis. La figura bestial de Salvator Sanscoeur se reclinaba sobre un cuerpo de mujer decapitado, sosteniendo entre sus manos un cerebro rezumante y comía de él. Había llenado segundos antes su estómago de aquella infecta carne de juventud. Era carne como todas, carne de droga y de prostíbulo, menoscabo de cocaína y de coito mal hecho, de sábado por la noche, de condón barato, de macho vulgar y hembra furcia .
Cuando era un hombre se hubiera conmovido por toda aquella juventud echada a perder, consumida demasiado pronto, que nunca llegaría a ser nada en la vida, que se quedaría tirada como una colilla al lado del camino, pero ahora eso no le importaba, pues su objetivo en la vida era vivir eternamente y propagar selectivamente la semilla. Ya no conmovían su corazón sentimientos humanos, ya no amaba lo que los hombres amaban, solamente sentía desprecio y náusea hacia aquellos que compartieron sus días mientras caminó como uno más entre ellos. Así que debía ser prudente y cuidarse de no abonar terreno infectado. Pero esto debía de dejar semilla con gran cautela, por lo cual aquellos que le servían de alimento y a los que nuncá tendrían la dádiva mistérica, tendrían que ser eliminados, destruidos para siempre, para que no pudiesen volver a caminar entre los vivos.
Ser vampiro, más allá de connotaciones populares, implicaba un espíritu elevado y conocimientos ; pocos podían serlo, no cualquiera, por lo que debían extremarse las medidas para que la semilla no germinase en mal terreno. Resultaba perentorio abrir la carcasa y devorar el cerebro, para que el mal antiguo no proliferase, para que el germen del vampirismo no se propalase entre la masa. A cualquier vampiro semejante acto deparaba un placer inmenso.
Hasta sus oídos continuaban llegando los sones de aquella música abérrima, pero esto no le perturbó. Arrojó lejos de sí la testa vacua y miró la enjuta figura que temblaba apoyada en el muro, de pies a cabeza, presa del terror.
-¡Mira a tu zorra ! -gruñó el vampiro-. Ya no sirve para nada, menos que antes todavía. Pero da igual, nunca fue nada, sólo basura, hez del estercolero, carne del matadero. Aunque seguramente alguien la llorará, el mundo no la echará en falta y tú, de seguro, no vas a tener ocasión para hacerlo.
La música para tontos continuaba sonando en la discoteca y Sanscoeur pensó en la grey inútil que bambolearía sus cuerpos nutricios al compás de aquellos sonidos estridentes.
Los vampiros odiaban a los humanos, pese a que se nutrían de ellos, porque no tenían vida, ni muerte, ni un alma pura que les condujese a la salvación. Sanscoeur no había caído todavía en la cuenta, en que la eternidad podía ser muy pesada y que, en algún momento, podría desear estar muerto, en el sentido cabal de la palabra. Ahora, sin embargo, era un upiro joven, en su segunda existencia, al que, ante todo, interesaba su vida nocturna y el sustento. Para eso tenía que comunicarle perentoriamente a Nit (Noche) una ley inviolable, un principio que ninguno de su especie podía pasar por alto : que solamente podían trascender en el lado oscuro, y en el luminoso también, quienes hubiesen obtenido en vida cierta altura espiritual. De lo contrario, serían como aquellos patéticos seres de las leyendas, que deambulaban como zombis por los campos en el crepúsculo y duraban apenas dos semanas... En efecto, resultaba apremiante que supiese que, después de matar a un humano, era necesario destruir su cerebro, el asiento del alma, la materia sustentacular de toda vida. Solamente entonces nada nacería, ni hombre, ni bestia, ni demonio ni, por supuesto, un vampiro.
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Salvador Alario Bataller
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p.d.- no es insolencia es que he quedado confuso.
Muy original los de los sesos, además de que suena con bastante lógica.