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CAPITULO IV

Ella no estaba segura de haberlo soñado. Ahora que miraba la franja oscura del horizonte, aterida de frío y pegada a la ventana, buscando en las sombras su presencia, tenía mayor certidumbre todavía de que aquello había sucedido en verdad. Hacía dos días que él se había ido al castillo y la perra no aparecía por ningún lado. Trató de tranquilizarse, de meter paciencia en su ánimo, de acopiar coraje para afrontar el futuro... No, no se movía nada en la arboleda, nada agitaba las sombras, ningún rumor penetraba la noche y, sin embargo, estaba segura de que minutos antes él había estado con ella, en la cama. Todavía podía sentir su olor y el dolor en la garganta, si bien se asombró al ver que en el espejo su cuello no mostraba la menor herida. ¿Sería acaso todo aquello el producto de sus deseos ?. No, no era posible ; él se lo había prometido y dijo que vendría.
Sumida todavía en la duda, sin poder alejar de sí aquella desazonante sensación de angustia, se metió bajo las sábanas y encendió un pitillo. A la luz de la palmatoria revivió con gran nitidez su experiencia y no pudo evitar estremecerse, no de miedo, sino de dicha y esperanza... Ya no temía a la muerte como cuando era más joven, las postrimerías de ultratumba significaban ahora para ella una fuente de promisión y estaba completamente segura de que lo que ambos buscaban lo obtendrían pronto. No cabía la menor duda, su reciente vivencia le señalaba, a todas luces, que el gran momento estaba cerca.
Había oído sus pasos con claridad subiendo las escaleras al caer la noche, incluso su respiración anormalmente profunda, aunque afuera las ráfagas de viento azotaban los cristales de la ventana y se oía crujir las ramas de los árboles. Inclusive oyó aullar un lobo y no le supo a cosa rara porque experimentaba una mirífica sensación de extrañeza ante todo aquello que estaba pasando. De repente lo vio parado al pie de la cama ; en realidad vio el perfil de su sombra y sus ojos fulgentes que la miraban desde la tiniebla, desde una cara sin rostro. Después se metió en la cama y pegó su cuerpo al suyo.
-Estás helado.
-Sí.
Su piel tenía un frío glacial, como el hielo, y su carne era muy suave y dura, como el acero. Era él, por supuesto, aunque su contacto lo sintiese cambiado, extraño. Después, sin que lo pudiera evitar, le fue venciendo una irresistible sensación de adormecimiento, deliciosa pesantez y apenas pudo percibir nada más al margen de aquellos ojos rojos y la sensación del miembro entrando en su interior. Sintió también como se hundía en un abismo oscuro, sin fondo, que le dio paso a un delicioso universo desconocido, en el cual flotaba sin que la menor tensión aherrojase su cuerpo o su alma ,y oyó su voz que desde lo lejos le susurraba, quizás un “te quiero” y la palabra eternidad. Sonó en el todo envolvente como un arpegio dulce y maravilloso, antes de que el cielo se abriese y tuviera ante sí el fragor de aquella batalla, de aquella masacre, esa terrible visión añadida, de contenido histórico, cuando él murió, por primera vez... Sus ojos miraban tierras lejanas, contemplaban un tiempo remoto ; sus sentidos captaban vívidamente el olor de la batalla, de la pólvora, el miedo de los combatientes, el fuego del odio y el sabor de la sangre profusamente derramada. Entonces fue cuando vio al jinete en su cabalgadura, enfundado en la cota de malla y en la armadura ; el yelmo le ocultaba el rostro, pero sabía que era él y que se iba a encontrar indefectiblemente con su destino. La aciaga le esperaba en las filas turcas de Mehmet II, en tierra valaca, en la batalla de Mohacs. Los diecinueve años cercenados por el enemigo clamarían el tributo de la vida, del deseo de existir en aquellos que no tuvieron la ocasión merecida. Pero el joven oficial todavía no sabía nada de todo esto, del derecho ínsito de volver, para acabar de vivir aquello que le había sido injustamente arrancado por la muerte prematura. Se llamaba entonces Salvator de Sakay Sanscoeur y pertenecía a una familia de rancio abolengo entre la nobleza húngara, pero la calva no hacía distingos y estaba al acecho cuando él y unos cuantos soldados arremetieron, entre el estruendo de los arcabuces y el silbido de las flechas, contra aquella columna de genízaros. La batalla duraba ya más de dos horas y muchos luchaban con el ardor de las fieras, habiendo arrumbado ya el miedo lógico de la lucha. Esto mismo sentía él, cuando embistió a aquel grupo de infantería. Había matado a tres de ellos con su espada, cuando el sable turco sajó su carne. Entonces todo se quedó oscuro y recordó la voz antigua de las palabras de Menandro, aquello de que mueren jóvenes los amados de los dioses, pero él no lo creyó. Escuchó con extrañeza aquellas palabras, porque estaba vivo, se sentía pletórico de fuerza y energía, aunque inexplicablemente flotaba en el espacio, viendo a sus pies la batalla, el cuerpo ensangrentado y sin vida del joven capitán. Pasó más de un minuto antes de darse cuenta de que aquel cuerpo era el suyo ; después vio un túnel y una luz al final del mismo ; así mismo creyó ver a su madre que le llamaba y le hablaba con su voz acariciadora, como el terciopelo, y se sintió terriblemente bien, feliz, a pesar de que entonces supo que había muerto... Sin embargo, algo le detuvo, todo desapareció como por ensalmo ; por alguna razón le había sido negado el acceso a aquel mundo perfecto que se levantaba ante él, tan próximo que parecía poder tocarlo con la yema de los dedos. En cambio, cuando abrió los ojos se encontró nuevamente en el interior de su antiguo y maltratado cuerpo mortal, pero las heridas habían cicatrizado, se sentía extraordinariamente fuerte, como si un hado extraño hubiese insuflado una nueva vida a su antiguo cuerpo muerto. Empero, había algo que le atenazaba, aquella terrible sed, aquella apremiante necesidad de sangre. Miró sus manos a la luz de la luna y vio que tenían una palidez mortecina, casi espectral ; notó sus músculos más fuertes que nunca y, sobre todo, no pudo dejar de sorprenderle que sus ojos vieran en la oscuridad y pudiese surcar los aires como el águila o correr por los campos en forma de lobo, aunque desde el principio supo con claridad meridiana en lo que se había convertido. Sí, era preferible reinar en el infierno que obedecer en el cielo, era mil veces mejor vivir en un cuerpo muerto que sufrir la frustración y el sentimiento de profunda injusticia de una muerte prematura. La vida valía la pena ser vivida, en la forma que fuese.
Todo esto lo vivió Barbara Nuit en el lecho, mientras le era arrancada la vida lentamente, mientras moría sin que pudiese ni desease hacer nada por evitarlo. Lo vivió con una claridad cenital, como si ella hubiese estado allí en realidad, como si en verdad hubiera estado sucediendo... De tanto desear la muerte, creyó que su realidad no la afectaría pero entonces sintió miedo, un miedo axial y devastador, aunque nada podía hacer. Sí, sintió pavor porque súbitamente supo que estaba muriendo, que su corazón se apagaba, que algo le era ofrecido y que ella daba algo a cambio : su sangre, su alma, su vida a cambio de su promesa. Pero entonces el miedo se fue por completo y sintió una paz honda, como solo podían sentirlo los seres de su especie, cuando se vio rodeada por gente desconocida, que le daba la bienvenida con voz amable. Oyó también aquella música antigua y maravillosa y aquellos cánticos extraños, antes de ver el bosque proceloso y sobre él el gran castillo.
Entonces se despertó, pero con la sensación de que el sueño no la había abandonado por completo. Flotaba en torno a ella, palpitaba en la habitación, un aura de irrealidad, onírica, como si estuviera inmersa en un mundo de ensueño. En ese momento, sin premeditación alguna, preguntó :
-¿Adónde vas ?.
Y como respuesta una voz conocida, pero extrañamente metálica y lejana le respondió :
-Allá donde moran los muertos, donde se levanta mi castillo tenebroso.
Estas palabras la sobrecogieron y poco a poco fue recobrando el sentido y cuando fue plenamente consciente de donde estaba, se negó a aceptar que su experiencia hubiera sido meramente una quimera, sobre todo porque había quedado en ella una desconsoladora sensación de soledad. Insidiosamente le fue invadiendo también la zozobra, la ansiedad de haber perdido algo anhelado y la posibilidad acibarada de que su imaginación hubiese creado un encuentro que no se había propiciado en la realidad. Pero venció rápidamente este sentimiento y fue desembarazándose gradualmente de la angustia que la atenazaba dolorosamente : estaba segura de que él cumpliría su promesa, que regresaría a su lado y le ofrecería el don. Estaba completamente convencida, nada la haría dudar ; sí, él la amaba y el amor existía, inclusive más allá de la tumba. Amar era compartir absolutamente y él compartiría con ella la vida y la muerte, los días y sus ocasos, y sin apelación ninguna también la vida sin fin.
El lobo levantó en el amanecer su voz mítico desde las ruinas del viejo castillo y ella, solo ella, en todo el pueblo lo oyó, y entonces no sufrió más, porque estaba segura que él vendría pronto y con él un futuro repleto de portentos.

2 Comments:

  1. Anónimo said...
    Gracias, amigo, por tus entregas. Las sigo, silente, pero las sigo con mucho interés.

    Un abrazo

    Hannah
    Dra. Kleine said...
    sIGO...SIGO...
    Dioses! que curiosidad la mía...

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OBRA PUBLICADA A)CIENTÍFICA: 8 libros de Psicoterapia y Sexología (editorial Promolibro, valencia). 36 artículos especializados en diversas revistas (redactor de Cuadernos de Medicina Psicosomática y Psiquiatría de Enlace, www.editorialmedica.com, y los artículos y otros textos se relacionan en la web). B)NARRATIVA: “La conciencia de la bestia”, edición privada, finalista (de los 15 finalistas) del Premio Planeta de Novela de 1997. “La ciudad desvanecida”, relato seleccionado por concurso de la revista Escribir y Publicar en su editorial Grafein Ediciones, Colección Escritura Creativa, integrante del volumen de cuentos ASI ESCRIBO MI CIUDAD (2001). “Descensus ad Inferos”, lo mismo que antes, pero este cuento pertenece al libro de cuentos “32 MANERAS DE ESCRIBIR UN VIAJE” , Grafein Ediciones (2002). “Maltidos. La Biblioteca olvidada”, Iván Humanes Bespín y Salvador Alario Bataller, Grafein Ediciones, Barcelona, (2.006). "101 coños, Ilustraciones y breves" (2008), Carlos Maza Serneguet, Salvador Alario Bataller e Iván Humanes Bespín. Ilustraciones de Vanesa Domingo Montón, Grafein Ediciones, Barcelona. "Antología Iberoamericana de MIcrorelatos" (2008),coautor, Ediciones Lord Byron, Madrid (en prensa) La acre lácrima (2006), novela, en http://www.lulu.com/alario7 Un estudio crítico del Necronomicón Apócrifo (2006), ensayo, en http://www.lulu.com/alario7 Las aventuras carpatianas del profesor Exhorbitus (2006), novela, autoedición, en http://www.lulu.com/alario7 Astrum Argentum . La vara del mago (biografía novelada de Aleister Crowley) (2006), novela, en www.lulu.com, en http://www.lulu.com/alario7 El murciélago monstruoso (2006), novela, en http://www.lulu.com/alario7 Nunca volví de cuba (2007), novela, en www.lulu.com, http://www.lulu.com/alario7 Cuentos en www.narrativas.com: Espejos (2007), Los pequeños (2007). La angustia última (2008). Lo que trajo la noche (2008). OBRA INÉDITA: Las nocturnidades de don Arturo del Grial, (2002), novela. Los ojos del moro (2003), novela. El doctor amor y las mujeres (2006), novela. La trama sináptica (2007), novela. Historias de amor, muerte y trascendencia (2007), novelas (dos novelas breves relacionadas). Los estados intestinales (2007), novela. Cuando cazaba pelos (2008), novela breve Cuentos completos (1999-2008) Blogs: http://clinica-psicomedica.iespana.es http://alario1.blogspot.com http://undostrescuentos.blogspot.com http://undostrescuentos2.blogspot.com http://elloboylaluna.blogspot.com http://lasnocturnidades.blogspot.com http://nohaymentesincerebro.blogspot.com
 

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