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CAPITULO III
Era casi medianoche cuando el hombre salió de la casa y con paso rápido se encaminó hacia las montañas. Las ráfagas de viento le hacían caminar encorvado hacia delante, agarrándose los faldones del abrigo, empujando, cortando casi literalmente el aire. Era una mala noche, una noche funesta, pero llena de promisión. A medio camino del castillo se dio cuenta de que le seguían : era la pequeña yorkshire-terriere que, movida por su fidelidad, le había seguido los pasos desde el pueblo. Se detuvo y le ordenó que se fuera, pero la perra continuó acercándose tímidamente ; después levantó la voz y los brazos, para asustarla y el animal se quedó parado unos segundos.
-¡Vete ! -la conminó el hombre y la perrita comenzó a retroceder lentamente.
Entonces él siguió el camino, apresurando todavía más el paso. Poco tiempo después llegó a las ruinas del antiguo castillo, a la par que oscuros nubarrones iban ocultando las estrellas y el plenilunio. Inmediatamente trazó el círculo mágico y dispuso en su centro una piedra plana, que serviría de altar. Sobre éste depositó el pequeño fardo que había traído consigo, el pequeño despojo que había sustraído del cementerio y que sus manos habían despojado irreverentemente del seno del campo santo. Sacó una afilada daga de su abrigo y abriéndose la camisa se hizo una escisión en el pecho. La sangre cayó al suelo y se esparció en el interior de la tierra. Era la fecha apropiada, el momento propicio : Samhain, el final del año céltico, lo que los americanos llamaban en la actualidad Halloween. En el mundo celta el año nuevo comenzaba con la puesta del sol del 31 de Octubre y era la Noche de los Ancestros, la Fiesta de los Muertos. Aquella noche era la noche misma y en ella el velo entre los mundos era más trasparente, resultaba más fácil abrir la puerta y él iba a abrirla aquella noche y obtener lo que buscaba. Respiró hondo y se relajó profundamente ; después visualizó el objeto de sus deseos y su mente albergó y produjo fórmulas secretas que repugnarían a cualquier persona sensata y que, no obstante, el pronunció impasiblemente y con el más sombrío anhelo. Entonces supo que el momento de invocar abiertamente se acercaba, pues oyó resonar poderosamente todo, todo lo que había a su alrededor, el avance de las nubes, el paso del viento, el movimiento de los seres que se deslizaban sobre la tierra, los latidos de su propio corazón que retumbaban a la vez en la hondura de la tierra y que volvían hacia él, como los pasos de algo poderoso que se acercaba, algo grandioso que vivía en simas profundas y rojizas, en oscuridades permanentes de poder y perversidad.
El hombre levantó los brazos al cielo, en cuyo cenit las nubes se arremolinaban y giraban de una forma extraña, enloquecidamente, en el firmamento tenebroso y destellante que se extendía sobre él y clamó con voz poderosa y arcana :
-¡Yo os invoco señores de la Magia Roja!... ¡Que se reúnan los elementos del universo y den paso a lo que es esencial en la substancia, que den forma a la esencia y sirvan a mis propósitos, que se conciten en el que ha de venir para que camine nuevamente con pies terrenales... Por el poder de la sangre viva y rediviva!.
Los relámpagos fueron entonces más intensos y el cielo se oscureció más todavía ; el aire era gélido, impropiamente helado, en aquél lugar y en aquella época y el frío se intensificó aún más a medida que la voz exclamaba sus enigmáticas palabras :
-¡Yo invoco a la vida después de la muerte y a la muerte de la que renace la vida, por el poder de las mil fuerzas adversas al hombre y al dios de los hombres en la era común, por el poder de la vida y del espíritu !... ¡Por Tumerlek y Temorak, los nigromantes, por todos los demonios del averno y Shaitan su príncipe absoluto, por el hombre-dios, su alma negra y su conciencia indomeñable, por el fulgor de la eternidad y la fuerza de la voluntad que todo lo puede, igualando a los dioses, por el brillo sempiterno que en su corazón refulge y por el deseo del don oscuro que su voluntad acapara !.. ¡Por el poder de tres veces tres, que suceda de una vez, porque así es y así yo lo deseo!.
¡Por los Drakul y los Ferenczy, yo invoco a la sombra del corazón de la tiniebla !.
¡Por Damacus el licántrope, Fenris el lobo, por la fragosidad de la pasión carnicera, por el anhelo sublime de la sangre, por la Reina de los Muertos que da la vida, por la sed eterna, por la muerte en vida, por el poder de la sangre viva!.
Pese a la impetuosidad del viento, el retumbar de los truenos y la tempestad absoluta que azotaba la vieja fortaleza, la voz del hombre sonaba extrañamente clara, predominando sobre todo ello, como un vínculo inexorable y fecundo de comunicación entre el éter y la tierra, entre el cielo y el infierno, entre lo alto y lo bajo y los distintos universos que existen y palpitan con vida propia... Acto continuo, se inclinó sobre el fardo que había traído consigo y lo depositó sobre la piedra que hacía las veces de altar. Sacó el pequeño cadáver y le cercenó la cabeza, separándola límpidamente del tronco ; la sangre brotó del corte, líquida, putrescente, pero perfectamente eficiente para el fin con que era derramada. Untó sus dedos y manchó sus labios, para después declamar con énfasis sublime y demoníaco :
-¡Aquí te traigo la ofrenda pútrida de la incipiente vida cercenada, de la pureza que no fue mancillada, de la vida que se extinguió en su aurora, del que no fue presa del mal y cuya alma aún lo habita, perdurando por tres días,... tuyo es para que dispongas a tu gusto y reconozcas la devoción del oficiante... A ti te lo ofrezco e imploro con ello tu favor, para que Ditmar el Negro abra la puerta y él venga hacia mí y así seamos uno en el espacio y en el tiempo... A ti ofrezco mi fe y esta vida putrefacta. Yo te invoco Negra Señora del Gran Abismo, Reina de la Muerte, Regente del Mal que Existe, Serpens, el mal primero, gusano, dragón, serpiente, matriarca de todos los horrores, madre de las semillas de la maldad y de cuanto horrendo existe, señora de la peste y de la sangre, de la locura y del genocidio, y de los muertos que andan... Yo te invoco y adoro, a fin de que satisfagas mis deseos, para que venga hasta mí aquel que creé y con él la maldición del vampiro... He sajado mi carne, he derramado mi sangre y he robado un alma para la obtención de mis deseos y todo te lo he ofrecido humildemente para que vengas a mí y me favorezcas ! ¡Sea tu voluntad, sea tu palabra !.
Entonces el tiempo se paralizó y se hubiera dicho que en el infinito circundante un solo corazón palpitaba, uniendo cielo y tierra, los muchos mundos, y los vivos con los muertos. Y súbitamente, en el espacio cerrado del círculo hubo una vibración en el aire ; daba la impresión de que algo se movía allí y, al instante, una forma vaporosa, como un fantasma fue tomando forma, tenue pero substancial, como tejida con tela de araña. Una presencia de otro mundo se erguía ante él y le miraba y en su mirada había reconocimiento, comprensión e inteligencia. No se hablaron, la comunicación surgió de manera automática, clara nítida, si bien circunscrita al nivel mental.
-Se me hace raro verte, aunque ahora sé quien eres... Pero dejemos las palabrerías y actuemos: déjame entrar, no aguanto más esta sensación incorpórea. -le dijo el anciano.
-Pero así es en verdad -contestó el hombre-. Ahora debes acercarte a mí y mi cuerpo te albergará como la madre acoge a su hijo. Tendré al fin lo que es mío por derecho, aquello que creé en mi imaginación, de suerte que el pensamiento será un hecho. Así es y así será.
La forma avanzó y desapareció en el cuerpo del hombre como desaparece el humo por una chimenea., la niebla en la tierra húmeda, el vapor en el aire. Después, el hombre se convulsionó y cayó al suelo, donde permaneció estremeciéndose, presa de una gran crisis. A los pocos minutos, pareció perder el sentido, pues se quedó tirado sobre la tierra sin manifestar el menor signo de vida. Pero no estaba muerto, no podía moverse mientras algo en su interior estaba cambiando, le estaba cambiando a él definitivamente. Todo su pasado pasó ante él con ráfagas claras y significativas y aunque se sentía aterido por el frío y mareado por el trance, no se asustó, pese a que habían recorrido su mente con nitidez superlativa los peores actos de su vida, los errores, los sufrimientos que había causado y el mal que había provocado en otros y en sí mismo, todos sus prejuicios, todas sus deslealtades, todos sus fallos e injusticias, la totalidad de sus pecados ; y a despecho de todo ello no sufría, porque no había arrepentimiento en su corazón, porque ya no había vida en él. Su cuerpo era el suyo, pero no idéntico al antiguo, su mente tampoco era plenamente la suya, porque él era ahora otra criatura que rezumaba una nueva vida, unas nuevas facultades, alguien que luchaba por surgir al exterior, por salir de la tumba, de la oscuridad de la noche secular y gozar de una vida sin límites. Se sintió, no obstante aturdido, asfixiado, transido por la incertuidumbre y sin embargo en el umbral del olvido de su existencia pasada, en la superficie de una nueva vida que había deseado desde siempre. De repente sintió que estaba de pie sobre la tierra, como si algo hubiese tirado de él desde abajo y lo hubiese colocado vertical sobre el suelo, como un alfil en un tablero de ajedrez. Era noche profunda y ya no había luna llena ; no obstante podía ver tan bien como si fuera pleno día y sintió más profundamente los olores de las cosas, de la tierra, de los húmedos fosos del castillo, de los pequeños seres que se arrastraban en la noche, incluso el palpitar de los corazones de los durmientes en los pueblos vecinos. Ya no hacía viento, la tormenta había terminado y por entre las ramas de los árboles se veían las estrellas.
-Estoy muerto -musitó- y, sin embargo, vivo. El deseo se ha hecho realidad, la palabra se ha convertido en substancia, el sueño ha devenido hecho.
Entonces el hombre se levantó del suelo y había cambiado : era igual de alto, pero daba la impresión de que los músculos se le habían pegado a la carne, puesto que se movió con dificultad, como si una rigidez extraña atenazase cada uno de sus miembros. No se asombró al no notar su respiración ni al dejar de oír los latidos bajo su pecho, porque solamente pensaba en una cosa que comenzaba a angustiarle, como un dolor sordo pero continuo, que crecía y que la acuciaba cada vez con mayor intensidad : aquella sed, aquella sed eterna, aquel apetito inusitado, aquel deseo perentorio por la vida, por la sangre.
Entonces algo se movió en un matorral y la cabeza del vampiro se volvió hacia allí como el rayo, con una horrible mueca, adelantando su morro venenoso con dientes como escarpas. La pequeña perra, olfateando el mal y el peligro en el aire, temblaba entre las matas achaparradas. La vio con toda claridad, agazapada, escondida con el cuerpo pegado al suelo, tiritando de puro miedo. Impelida por el puro instinto de conservación, en un momento particular salió corriendo, buscando el camino que le llevaría al amparo seguro de la casa y de su dueña, pero una sombra de abalanzó sobre ella como una exhalación, con la rapidez del rayo y se vio llevada por los aires hasta ser detenida a la altura de aquellos ojos rojos que la miraban desde el fondo de una cara muerta.
-¿Qué me temes ? -le dijo una voz extraña, profunda, con un fondo metálico, que parecía salir de aquella máscara absurda de la vida.
El animal se contrajo en un espasmo, el espasmo del más puro terror, como el cordero que ha visto al lobo. Pero, aún así, había algo en aquel ser que ella conocía muy bien, aquel fondo humano que no se había perdido del todo y que estaba inscrito en su pequeño cerebro como un recuerdo imborrable : también el era el hombre que la cogía en brazos por las tardes, junto al fuego, que acariciaba suavemente su cabeza y en cuyo pecho fuerte ella se sintió segura, solazada, protegida. Era la misma cara que la miraba alegremente cuando jugaba con ella en el campo o cuando le ponía su comida en su cuenco, pero había cambiado : estaba más pálido, la mirada azul había desaparecido y en su lugar existían aquellos ojos ardientes que tanto la intranquilizaban Intentó hacer alguna zalamería, mover el rabo por ejemplo, en un movimiento instintivo de protección, en un intento de obtener una compasión imposible, de detener un final inevitable, pero la efigie que tenía ante sí no se movió : hay cosas que incluso los animales saben o, mejor dicho, sienten, como el advenimiento de las tormentas, la presencia del enemigo o de lo extraño o la llagada de la muerte. Algo en su pequeña cabeza la advirtió de que se encontraba ante un gran peligro y que sus gemidos lastimeros no le servirían de nada, que aquella cosa que tenía ante sí era la misma muerte. Pero no sabía que, tal vez, estaba ante el proscenio de algo distinto y posiblemente mejor aún que su párvula vida de animal doméstico.
Entonces ya no tuvo fuerzas casi ni para respirar, no podía moverse y, aún así, fue más consciente que nunca de la situación extraordinaria en que se encontraba ; aquella mirada la aterrorizaba : era tan extraña como la sensación de aquella mano, fría y dura, tan fría como el hielo y tan dura como el acero. Esa mano la asió más fuertemente y la otra le acarició la cabeza. El vampiro sentía en la palma de su mano el pequeño corazón palpitar de terror y, no obstante, no se alegró del miedo ajeno, aunque proviniese de aquella diminuta perra fiel ; algo de humano quedaba todavía en aquel icono de destrucción y muerte, en aquella carátula del Apocalipsis, en el mal antiguo hecho cosa.
-Debería sentirlo, pero no es así -dijo el vampiro-. Voy a nutrir con tu pequeña vida una gran vida, pero te daré un futuro duradero, tan dilatado como el mismo tiempo.
La mordió y el jugo vital que pasaba a su garganta fue como un pequeño aperitivo en un gran vividor, pero fue suficiente para apagar en parte aquella odiosa sensación de sed. Después tendría que beber inevitablemente, pero este pequeño sorbo aliviaría las tensiones hasta que ese momento llegase y ese momento estaba próximo, a mano. El párvulo corazón canino se apagó rápidamente, como la llama de la vela cuando la barre el aire que entra por la ventana, pero quedó un principio de vida latente que él alentaría y que, un tiempo después, regeneraría las células muertas y las reviviría. El vampiro tenía poder para hacerlo y, con él, la seguridad para hablar a ese vestigio vital y prometer que lo cumpliría. Aún él no podía quitar sin devolver, no podía tomar sin dar nada a cambio. Era una ley universal.
-Volveré pronto a por ti, aguarda -añadió mientras enterraba el cadáver bajo una losa y en el interior de un pequeño hueco que su mano había abierto en el suelo sin la menor dificultad-. Tendrás un mañana y un futuro mejor que tus días del pasado.
Después se irguió y miró al firmamento. No pudo reprimir aullar a la luna y la oscuridad toda le respondió, llenando el lugar, su cabeza, el mundo de aullidos siniestros y de mil imágenes sangrientas, anticipaciones de los placeres por venir. Era el principio de su nueva vida, el alba de su porvenir siniestro ; después de esta noche seguirían otras mil y en todas ellas veía sangre y satisfacción. Había sucedido antes, sucedería ahora y sucedería siempre, mientras existiesen hombres y existiesen vampiros... Pero ahora debía irse de allí, pronto amanecería y urgía resguardarse en lugar seguro. Había leído sobre ello en novelas y ensayos, sobre aquello que se aseguraba era tan difícil y que requería un largo aprendizaje; pero él, sin saber porqué ni cómo, solamente tuvo que desearlo y cambió al instante: el hombre había desaparecido y en su lugar un gran murciélago se elevó en el aire y se dirigió hacia el pueblo.
Era casi medianoche cuando el hombre salió de la casa y con paso rápido se encaminó hacia las montañas. Las ráfagas de viento le hacían caminar encorvado hacia delante, agarrándose los faldones del abrigo, empujando, cortando casi literalmente el aire. Era una mala noche, una noche funesta, pero llena de promisión. A medio camino del castillo se dio cuenta de que le seguían : era la pequeña yorkshire-terriere que, movida por su fidelidad, le había seguido los pasos desde el pueblo. Se detuvo y le ordenó que se fuera, pero la perra continuó acercándose tímidamente ; después levantó la voz y los brazos, para asustarla y el animal se quedó parado unos segundos.
-¡Vete ! -la conminó el hombre y la perrita comenzó a retroceder lentamente.
Entonces él siguió el camino, apresurando todavía más el paso. Poco tiempo después llegó a las ruinas del antiguo castillo, a la par que oscuros nubarrones iban ocultando las estrellas y el plenilunio. Inmediatamente trazó el círculo mágico y dispuso en su centro una piedra plana, que serviría de altar. Sobre éste depositó el pequeño fardo que había traído consigo, el pequeño despojo que había sustraído del cementerio y que sus manos habían despojado irreverentemente del seno del campo santo. Sacó una afilada daga de su abrigo y abriéndose la camisa se hizo una escisión en el pecho. La sangre cayó al suelo y se esparció en el interior de la tierra. Era la fecha apropiada, el momento propicio : Samhain, el final del año céltico, lo que los americanos llamaban en la actualidad Halloween. En el mundo celta el año nuevo comenzaba con la puesta del sol del 31 de Octubre y era la Noche de los Ancestros, la Fiesta de los Muertos. Aquella noche era la noche misma y en ella el velo entre los mundos era más trasparente, resultaba más fácil abrir la puerta y él iba a abrirla aquella noche y obtener lo que buscaba. Respiró hondo y se relajó profundamente ; después visualizó el objeto de sus deseos y su mente albergó y produjo fórmulas secretas que repugnarían a cualquier persona sensata y que, no obstante, el pronunció impasiblemente y con el más sombrío anhelo. Entonces supo que el momento de invocar abiertamente se acercaba, pues oyó resonar poderosamente todo, todo lo que había a su alrededor, el avance de las nubes, el paso del viento, el movimiento de los seres que se deslizaban sobre la tierra, los latidos de su propio corazón que retumbaban a la vez en la hondura de la tierra y que volvían hacia él, como los pasos de algo poderoso que se acercaba, algo grandioso que vivía en simas profundas y rojizas, en oscuridades permanentes de poder y perversidad.
El hombre levantó los brazos al cielo, en cuyo cenit las nubes se arremolinaban y giraban de una forma extraña, enloquecidamente, en el firmamento tenebroso y destellante que se extendía sobre él y clamó con voz poderosa y arcana :
-¡Yo os invoco señores de la Magia Roja!... ¡Que se reúnan los elementos del universo y den paso a lo que es esencial en la substancia, que den forma a la esencia y sirvan a mis propósitos, que se conciten en el que ha de venir para que camine nuevamente con pies terrenales... Por el poder de la sangre viva y rediviva!.
Los relámpagos fueron entonces más intensos y el cielo se oscureció más todavía ; el aire era gélido, impropiamente helado, en aquél lugar y en aquella época y el frío se intensificó aún más a medida que la voz exclamaba sus enigmáticas palabras :
-¡Yo invoco a la vida después de la muerte y a la muerte de la que renace la vida, por el poder de las mil fuerzas adversas al hombre y al dios de los hombres en la era común, por el poder de la vida y del espíritu !... ¡Por Tumerlek y Temorak, los nigromantes, por todos los demonios del averno y Shaitan su príncipe absoluto, por el hombre-dios, su alma negra y su conciencia indomeñable, por el fulgor de la eternidad y la fuerza de la voluntad que todo lo puede, igualando a los dioses, por el brillo sempiterno que en su corazón refulge y por el deseo del don oscuro que su voluntad acapara !.. ¡Por el poder de tres veces tres, que suceda de una vez, porque así es y así yo lo deseo!.
¡Por los Drakul y los Ferenczy, yo invoco a la sombra del corazón de la tiniebla !.
¡Por Damacus el licántrope, Fenris el lobo, por la fragosidad de la pasión carnicera, por el anhelo sublime de la sangre, por la Reina de los Muertos que da la vida, por la sed eterna, por la muerte en vida, por el poder de la sangre viva!.
Pese a la impetuosidad del viento, el retumbar de los truenos y la tempestad absoluta que azotaba la vieja fortaleza, la voz del hombre sonaba extrañamente clara, predominando sobre todo ello, como un vínculo inexorable y fecundo de comunicación entre el éter y la tierra, entre el cielo y el infierno, entre lo alto y lo bajo y los distintos universos que existen y palpitan con vida propia... Acto continuo, se inclinó sobre el fardo que había traído consigo y lo depositó sobre la piedra que hacía las veces de altar. Sacó el pequeño cadáver y le cercenó la cabeza, separándola límpidamente del tronco ; la sangre brotó del corte, líquida, putrescente, pero perfectamente eficiente para el fin con que era derramada. Untó sus dedos y manchó sus labios, para después declamar con énfasis sublime y demoníaco :
-¡Aquí te traigo la ofrenda pútrida de la incipiente vida cercenada, de la pureza que no fue mancillada, de la vida que se extinguió en su aurora, del que no fue presa del mal y cuya alma aún lo habita, perdurando por tres días,... tuyo es para que dispongas a tu gusto y reconozcas la devoción del oficiante... A ti te lo ofrezco e imploro con ello tu favor, para que Ditmar el Negro abra la puerta y él venga hacia mí y así seamos uno en el espacio y en el tiempo... A ti ofrezco mi fe y esta vida putrefacta. Yo te invoco Negra Señora del Gran Abismo, Reina de la Muerte, Regente del Mal que Existe, Serpens, el mal primero, gusano, dragón, serpiente, matriarca de todos los horrores, madre de las semillas de la maldad y de cuanto horrendo existe, señora de la peste y de la sangre, de la locura y del genocidio, y de los muertos que andan... Yo te invoco y adoro, a fin de que satisfagas mis deseos, para que venga hasta mí aquel que creé y con él la maldición del vampiro... He sajado mi carne, he derramado mi sangre y he robado un alma para la obtención de mis deseos y todo te lo he ofrecido humildemente para que vengas a mí y me favorezcas ! ¡Sea tu voluntad, sea tu palabra !.
Entonces el tiempo se paralizó y se hubiera dicho que en el infinito circundante un solo corazón palpitaba, uniendo cielo y tierra, los muchos mundos, y los vivos con los muertos. Y súbitamente, en el espacio cerrado del círculo hubo una vibración en el aire ; daba la impresión de que algo se movía allí y, al instante, una forma vaporosa, como un fantasma fue tomando forma, tenue pero substancial, como tejida con tela de araña. Una presencia de otro mundo se erguía ante él y le miraba y en su mirada había reconocimiento, comprensión e inteligencia. No se hablaron, la comunicación surgió de manera automática, clara nítida, si bien circunscrita al nivel mental.
-Se me hace raro verte, aunque ahora sé quien eres... Pero dejemos las palabrerías y actuemos: déjame entrar, no aguanto más esta sensación incorpórea. -le dijo el anciano.
-Pero así es en verdad -contestó el hombre-. Ahora debes acercarte a mí y mi cuerpo te albergará como la madre acoge a su hijo. Tendré al fin lo que es mío por derecho, aquello que creé en mi imaginación, de suerte que el pensamiento será un hecho. Así es y así será.
La forma avanzó y desapareció en el cuerpo del hombre como desaparece el humo por una chimenea., la niebla en la tierra húmeda, el vapor en el aire. Después, el hombre se convulsionó y cayó al suelo, donde permaneció estremeciéndose, presa de una gran crisis. A los pocos minutos, pareció perder el sentido, pues se quedó tirado sobre la tierra sin manifestar el menor signo de vida. Pero no estaba muerto, no podía moverse mientras algo en su interior estaba cambiando, le estaba cambiando a él definitivamente. Todo su pasado pasó ante él con ráfagas claras y significativas y aunque se sentía aterido por el frío y mareado por el trance, no se asustó, pese a que habían recorrido su mente con nitidez superlativa los peores actos de su vida, los errores, los sufrimientos que había causado y el mal que había provocado en otros y en sí mismo, todos sus prejuicios, todas sus deslealtades, todos sus fallos e injusticias, la totalidad de sus pecados ; y a despecho de todo ello no sufría, porque no había arrepentimiento en su corazón, porque ya no había vida en él. Su cuerpo era el suyo, pero no idéntico al antiguo, su mente tampoco era plenamente la suya, porque él era ahora otra criatura que rezumaba una nueva vida, unas nuevas facultades, alguien que luchaba por surgir al exterior, por salir de la tumba, de la oscuridad de la noche secular y gozar de una vida sin límites. Se sintió, no obstante aturdido, asfixiado, transido por la incertuidumbre y sin embargo en el umbral del olvido de su existencia pasada, en la superficie de una nueva vida que había deseado desde siempre. De repente sintió que estaba de pie sobre la tierra, como si algo hubiese tirado de él desde abajo y lo hubiese colocado vertical sobre el suelo, como un alfil en un tablero de ajedrez. Era noche profunda y ya no había luna llena ; no obstante podía ver tan bien como si fuera pleno día y sintió más profundamente los olores de las cosas, de la tierra, de los húmedos fosos del castillo, de los pequeños seres que se arrastraban en la noche, incluso el palpitar de los corazones de los durmientes en los pueblos vecinos. Ya no hacía viento, la tormenta había terminado y por entre las ramas de los árboles se veían las estrellas.
-Estoy muerto -musitó- y, sin embargo, vivo. El deseo se ha hecho realidad, la palabra se ha convertido en substancia, el sueño ha devenido hecho.
Entonces el hombre se levantó del suelo y había cambiado : era igual de alto, pero daba la impresión de que los músculos se le habían pegado a la carne, puesto que se movió con dificultad, como si una rigidez extraña atenazase cada uno de sus miembros. No se asombró al no notar su respiración ni al dejar de oír los latidos bajo su pecho, porque solamente pensaba en una cosa que comenzaba a angustiarle, como un dolor sordo pero continuo, que crecía y que la acuciaba cada vez con mayor intensidad : aquella sed, aquella sed eterna, aquel apetito inusitado, aquel deseo perentorio por la vida, por la sangre.
Entonces algo se movió en un matorral y la cabeza del vampiro se volvió hacia allí como el rayo, con una horrible mueca, adelantando su morro venenoso con dientes como escarpas. La pequeña perra, olfateando el mal y el peligro en el aire, temblaba entre las matas achaparradas. La vio con toda claridad, agazapada, escondida con el cuerpo pegado al suelo, tiritando de puro miedo. Impelida por el puro instinto de conservación, en un momento particular salió corriendo, buscando el camino que le llevaría al amparo seguro de la casa y de su dueña, pero una sombra de abalanzó sobre ella como una exhalación, con la rapidez del rayo y se vio llevada por los aires hasta ser detenida a la altura de aquellos ojos rojos que la miraban desde el fondo de una cara muerta.
-¿Qué me temes ? -le dijo una voz extraña, profunda, con un fondo metálico, que parecía salir de aquella máscara absurda de la vida.
El animal se contrajo en un espasmo, el espasmo del más puro terror, como el cordero que ha visto al lobo. Pero, aún así, había algo en aquel ser que ella conocía muy bien, aquel fondo humano que no se había perdido del todo y que estaba inscrito en su pequeño cerebro como un recuerdo imborrable : también el era el hombre que la cogía en brazos por las tardes, junto al fuego, que acariciaba suavemente su cabeza y en cuyo pecho fuerte ella se sintió segura, solazada, protegida. Era la misma cara que la miraba alegremente cuando jugaba con ella en el campo o cuando le ponía su comida en su cuenco, pero había cambiado : estaba más pálido, la mirada azul había desaparecido y en su lugar existían aquellos ojos ardientes que tanto la intranquilizaban Intentó hacer alguna zalamería, mover el rabo por ejemplo, en un movimiento instintivo de protección, en un intento de obtener una compasión imposible, de detener un final inevitable, pero la efigie que tenía ante sí no se movió : hay cosas que incluso los animales saben o, mejor dicho, sienten, como el advenimiento de las tormentas, la presencia del enemigo o de lo extraño o la llagada de la muerte. Algo en su pequeña cabeza la advirtió de que se encontraba ante un gran peligro y que sus gemidos lastimeros no le servirían de nada, que aquella cosa que tenía ante sí era la misma muerte. Pero no sabía que, tal vez, estaba ante el proscenio de algo distinto y posiblemente mejor aún que su párvula vida de animal doméstico.
Entonces ya no tuvo fuerzas casi ni para respirar, no podía moverse y, aún así, fue más consciente que nunca de la situación extraordinaria en que se encontraba ; aquella mirada la aterrorizaba : era tan extraña como la sensación de aquella mano, fría y dura, tan fría como el hielo y tan dura como el acero. Esa mano la asió más fuertemente y la otra le acarició la cabeza. El vampiro sentía en la palma de su mano el pequeño corazón palpitar de terror y, no obstante, no se alegró del miedo ajeno, aunque proviniese de aquella diminuta perra fiel ; algo de humano quedaba todavía en aquel icono de destrucción y muerte, en aquella carátula del Apocalipsis, en el mal antiguo hecho cosa.
-Debería sentirlo, pero no es así -dijo el vampiro-. Voy a nutrir con tu pequeña vida una gran vida, pero te daré un futuro duradero, tan dilatado como el mismo tiempo.
La mordió y el jugo vital que pasaba a su garganta fue como un pequeño aperitivo en un gran vividor, pero fue suficiente para apagar en parte aquella odiosa sensación de sed. Después tendría que beber inevitablemente, pero este pequeño sorbo aliviaría las tensiones hasta que ese momento llegase y ese momento estaba próximo, a mano. El párvulo corazón canino se apagó rápidamente, como la llama de la vela cuando la barre el aire que entra por la ventana, pero quedó un principio de vida latente que él alentaría y que, un tiempo después, regeneraría las células muertas y las reviviría. El vampiro tenía poder para hacerlo y, con él, la seguridad para hablar a ese vestigio vital y prometer que lo cumpliría. Aún él no podía quitar sin devolver, no podía tomar sin dar nada a cambio. Era una ley universal.
-Volveré pronto a por ti, aguarda -añadió mientras enterraba el cadáver bajo una losa y en el interior de un pequeño hueco que su mano había abierto en el suelo sin la menor dificultad-. Tendrás un mañana y un futuro mejor que tus días del pasado.
Después se irguió y miró al firmamento. No pudo reprimir aullar a la luna y la oscuridad toda le respondió, llenando el lugar, su cabeza, el mundo de aullidos siniestros y de mil imágenes sangrientas, anticipaciones de los placeres por venir. Era el principio de su nueva vida, el alba de su porvenir siniestro ; después de esta noche seguirían otras mil y en todas ellas veía sangre y satisfacción. Había sucedido antes, sucedería ahora y sucedería siempre, mientras existiesen hombres y existiesen vampiros... Pero ahora debía irse de allí, pronto amanecería y urgía resguardarse en lugar seguro. Había leído sobre ello en novelas y ensayos, sobre aquello que se aseguraba era tan difícil y que requería un largo aprendizaje; pero él, sin saber porqué ni cómo, solamente tuvo que desearlo y cambió al instante: el hombre había desaparecido y en su lugar un gran murciélago se elevó en el aire y se dirigió hacia el pueblo.
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