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CAPITULO VI
2
La casa era grande y antigua y todo estaba sumido en una soledad completa. Había escogido bien el momento. En el piso inferior sus padres dormían ; oía su respiración tranquila, sentía sus cuerpos calientes baja las sábanas y la tranquilidad de su sueño, ignorantes de lo que acontecía en derredor. Miró su cuello y sintió la sangre correr bajo la piel impoluta y captó con claridad sus pensamientos. No, no pasaría de aquella noche. Ella había ladeado un poco la cabeza y ahora la veía de perfil y se quedó paralizado un instante : el olor de la sangre, su sangre. Su silueta se recortaba bajo la luz de la luna, trasparentándose sus formas bajo el camisón de seda blanca. Llevaba el pelo corto, casi como un chico y sus cejas se enarcaban por la tensión de la espera y sus mejillas estaban levemente arreboladas... El le había enviado su sombra para que le anticipase lo que iba a llegar de manera inevitable. Sus deseos y los suyos se fundieron en la alcoba, bajo la forma de un sueño maravilloso, pero terrible. Ella había visto detalles de una vida anterior, cinco siglos atrás y supo como comenzó todo. Por eso había salido esa noche al balcón, en la noche espesa y fría, porque estaba segura que él llegaría : ahora no sería un sueño, él estaba allí y lo que iba a suceder sería real e indefectible.
Para Sensecor era la más hermosa de las mujeres y, sin duda alguna, la más amada. Estaba radiante y era enteramente suya. En aquel extraño momento el vampiro se dio cuenta que ella le oía y que le respondía que también le amaba y que siempre le amaría.
Sin embargo, cuando le vio descender sobre ella se asustó, una reacción humana muy natural ante lo desconocido, porque pese a ser su marido, el pertenecía ahora a un mundo vetado al común de los humanos, un mundo de sangre y pesadilla, de horror infinito y oscuridad eterna. Pero cuando le cogió la mano y se retiró un poco entre las sombras para no asustarla, vio que su mirada era serena, que ya no tenía miedo.
-Has vuelto... –suspiró la joven-. Aunque estaba segura de ti, hubo momentos en que temí no volver a verte, en que pensé que te irías y me dejarías sola, que no me darías el don-le dijo ella al vampiro.
El no le habló todavía, sus ojos la miraban centelleantes desde la oscuridad... Eso fue suficiente, pero deseaba verle, que saliese de la oscuridad que le envolvía.
-Acércate, abrázame, quiero ver cómo eres ahora -le dijo.
Sensecor retrocedió un paso, tal vez movido por un resorte automático, por puro instinto, quizás pensando que la impresionaría vivamente o que, acaso, al verle ella se asustaría. Sin embargo, en su rostro no había ningún temor, aunque su corazón latía aceleradamente. Salió de la oscuridad que le ocultaba y se dejó ver. Su reacción fue de asombro al principio, de admiración después y de calma y anhelo ulteriormente. Ella le miraba la piel y los ojos. Alargó la mano y le tocó el rostro.
-He cambiado, ya no estoy vivo -dijo el vampiro.
Ella suspiró y sonrió ante aquella inmensa obviedad. Iba a decir algo, pero él la atrajo hacia sí y le preguntó :
-¿Quieres recibir el don que me ha sido dado ?.¿Quieres pertenecer como yo al reino de la noche y de la muerte ?. No sé que precio he de pagar por ser lo que soy, pero de lo que estoy seguro es que no deseo ser otra cosa y que esto es mucho mejor que estar vivo. He de decirte que no lo he hecho nunca, como sabes, aunque sé que te puedo dar el don oscuro, que saldrá bien. El camino que nos aguarda entraña riesgos e incertidumbres, pero quiero que lo recorramos juntos. ¿Quieres ser uno conmigo en las tinieblas?. ¿Deseas sinceramente recibir mi muerte ?. ¿Deseas la vida eterna por el poder de la sangre viva ?.
-¡Sí ! -exclamó ella casi con un grito, con una convicción y una vehemencia que le conmovieron- ¡Sí, si quiero y lo quiero ahora !.
Se dejó caer hacia atrás y ladeó la cabeza, a la par que él se inclinaba hacia delante y besaba su cuello, y la sed brotó impetuosamente, mientras la abrazaba con fuerza y la levantaba en el aire lentamente.
Todos los recuerdos de la vida con ella afluyeron a su mente en tropel, desde el día en que la conoció hasta esa noche impar en que comulgarían con el más preciado de los arcanos, el más deseado por los mortales, la inmortalidad, la eternidad y el infinito. Los tiernos versos, el primer beso en la playa, a la luz de la luna, el poema que le escribió para celebrar aquel genuino sentimiento, el primer acto de amor, su miedo, el primer orgasmo con ella... Y, pese a ello, sobre todo ese universo mirífico de amor y arrobo, se impuso la sed, una ser abrasadora y consuntiva, que le empujaba hacia delante, apenas sin poder razonar. Entonces, mientras se elevaban en el infinito y sus cuerpos se recortaban en la luna como dos grandes pájaros negros de muerte, él hundió sus colmillos en ella, notó como sentía dolor, se ponía tensa, jadeaba, trataba de apartarse y, finalmente, cedía, se abandonaba, aceptaba la muerte, y él bebía sin tregua su sangre caliente que salía a chorros de su yugular cercenada.
Seguía sosteniéndola, en el aire absoluto límpido del amanecer, como un feble muñeca de trapo, abrazándola con fuerza, con su cabeza apretando la suya, toda vez que sentía que su hálito vital se extinguía, que la vida se le iba a pasos acelerados. Mientras había sorbido su sangre, había escuchado el sonido de su corazón al bombearla, y su decremento paulatino, a la par que la vida se consumía, en su boca. Fue al recordar esto cuando la apartó y la sostuvo, casi muerta, frente a él. La muerte se apoderaba de ella, estaba presta al otro lado de la puerta; el vampiro se detuvo in instante, sumido en la desesperación de la duda sobre su proceder. ¿Tenía derecho a ello ?. ¿Podía proporcionar el don de manera tan impune ?. Pero ya estaba hecho y había satisfecho la sed.
Ella había resbalado un poco sobre su pecho, consumida por el dolor y la pérdida y, después, al cabo de dos minutos quizás, había mirado su rostro muerto con sus ojos vacíos y aguanosos y, sobre todo, le había llamado por su nombre auténtico : S… El, al escuchar su nombre actuó sin saberlo, como lo habían hecho aquellos memorables vampiros de ficción, como Bela Lugosi o Cristopher lee, abriendo la blanca camisa y hundiendo su acerada uña en su carne exánime, como mucho antes describiera magistralmente Stocker en su opera prima. La sangré salió espesa, casi negra y ella apretó sus labios contra la herida, mientras el elixir vital se derramaba en su interior y la revitalizaba, llevándola a las fronteras de una nueva existencia.
-Bebe, la vida y la muerte -dijo él, mientras el dolor le arrebataba-. Aprieta tus labios contra el cáliz del mañana y de la esperanza .
Sintió como ella succionaba desesperadamente, como el niño al que se le ha privado del pecho materno. Después sus pulmones dejaron de respirar y su cuerpo se convulsionó con un espasmo terrible, a la par que el dolor que él sentía se intensificaba, hasta el punto de hacerle casi gritar. Notó como un espíritu ancestral y poderoso pasase de su cuerpo al suyo, como el alma que insuflaba vida a la materia. Ella se había alimentado de su sangre y había caído inerte sobre su pecho. Había dejado de sentir el fuego de su aliento, y la tortura de sus dientes. Estaba profundamente aturdido y su corazón latía mucho más lentamente, en una especie de bradicardia límite. Inmediatamente después, los brazos cayeron a sus costados y notó en sus garras el peso muerto, y tuvo que sostenerla con más fuerza. Por lo demás, sintió un leve mareo, mientras que un vasto silencio le entornaba por doquier, el silencio de la muerte, de la vida extinta, de la muerte en vida y de la vida en la muerte. Sanscouer se maldijo por un instante, pero arrumbó inmediatamente este sentimiento cobarde de su lado humano, un pedazo putrescente que se resistía a morir. La llevó consigo desvanecida, mientras volaba en el cielo, como un rayo, en dirección al castillo derruido y solitario.
Cuando estuvo en la cámara que había preparado como su refugio temporal y la hubo depositado en el sarcófago, notó que las piernas le temblaban, que su respiración era estentórea y que sus pasos inseguros apenas podían llevarle a un sillón cercano. Poco después se acercó a ella y miró su rostro de marmol : estaba más hermosa que en vida y sus ojos abiertos parecían dos globos de cristal que absorbían la luz de la luna que se colaba por el alto y exiguo tragaluz. Sus labios estaban hinchados y eran rojos, rojos como la sangre y por su comisura asomaban dos pequeños colmillos, afilados como puntas de espino... En aquel instante suspiró una vasta emoción, un sentimiento enorme, antes de cerrarle los ojos y sumirse con ella en la oscuridad profunda y densa de la sepultura.
La casa era grande y antigua y todo estaba sumido en una soledad completa. Había escogido bien el momento. En el piso inferior sus padres dormían ; oía su respiración tranquila, sentía sus cuerpos calientes baja las sábanas y la tranquilidad de su sueño, ignorantes de lo que acontecía en derredor. Miró su cuello y sintió la sangre correr bajo la piel impoluta y captó con claridad sus pensamientos. No, no pasaría de aquella noche. Ella había ladeado un poco la cabeza y ahora la veía de perfil y se quedó paralizado un instante : el olor de la sangre, su sangre. Su silueta se recortaba bajo la luz de la luna, trasparentándose sus formas bajo el camisón de seda blanca. Llevaba el pelo corto, casi como un chico y sus cejas se enarcaban por la tensión de la espera y sus mejillas estaban levemente arreboladas... El le había enviado su sombra para que le anticipase lo que iba a llegar de manera inevitable. Sus deseos y los suyos se fundieron en la alcoba, bajo la forma de un sueño maravilloso, pero terrible. Ella había visto detalles de una vida anterior, cinco siglos atrás y supo como comenzó todo. Por eso había salido esa noche al balcón, en la noche espesa y fría, porque estaba segura que él llegaría : ahora no sería un sueño, él estaba allí y lo que iba a suceder sería real e indefectible.
Para Sensecor era la más hermosa de las mujeres y, sin duda alguna, la más amada. Estaba radiante y era enteramente suya. En aquel extraño momento el vampiro se dio cuenta que ella le oía y que le respondía que también le amaba y que siempre le amaría.
Sin embargo, cuando le vio descender sobre ella se asustó, una reacción humana muy natural ante lo desconocido, porque pese a ser su marido, el pertenecía ahora a un mundo vetado al común de los humanos, un mundo de sangre y pesadilla, de horror infinito y oscuridad eterna. Pero cuando le cogió la mano y se retiró un poco entre las sombras para no asustarla, vio que su mirada era serena, que ya no tenía miedo.
-Has vuelto... –suspiró la joven-. Aunque estaba segura de ti, hubo momentos en que temí no volver a verte, en que pensé que te irías y me dejarías sola, que no me darías el don-le dijo ella al vampiro.
El no le habló todavía, sus ojos la miraban centelleantes desde la oscuridad... Eso fue suficiente, pero deseaba verle, que saliese de la oscuridad que le envolvía.
-Acércate, abrázame, quiero ver cómo eres ahora -le dijo.
Sensecor retrocedió un paso, tal vez movido por un resorte automático, por puro instinto, quizás pensando que la impresionaría vivamente o que, acaso, al verle ella se asustaría. Sin embargo, en su rostro no había ningún temor, aunque su corazón latía aceleradamente. Salió de la oscuridad que le ocultaba y se dejó ver. Su reacción fue de asombro al principio, de admiración después y de calma y anhelo ulteriormente. Ella le miraba la piel y los ojos. Alargó la mano y le tocó el rostro.
-He cambiado, ya no estoy vivo -dijo el vampiro.
Ella suspiró y sonrió ante aquella inmensa obviedad. Iba a decir algo, pero él la atrajo hacia sí y le preguntó :
-¿Quieres recibir el don que me ha sido dado ?.¿Quieres pertenecer como yo al reino de la noche y de la muerte ?. No sé que precio he de pagar por ser lo que soy, pero de lo que estoy seguro es que no deseo ser otra cosa y que esto es mucho mejor que estar vivo. He de decirte que no lo he hecho nunca, como sabes, aunque sé que te puedo dar el don oscuro, que saldrá bien. El camino que nos aguarda entraña riesgos e incertidumbres, pero quiero que lo recorramos juntos. ¿Quieres ser uno conmigo en las tinieblas?. ¿Deseas sinceramente recibir mi muerte ?. ¿Deseas la vida eterna por el poder de la sangre viva ?.
-¡Sí ! -exclamó ella casi con un grito, con una convicción y una vehemencia que le conmovieron- ¡Sí, si quiero y lo quiero ahora !.
Se dejó caer hacia atrás y ladeó la cabeza, a la par que él se inclinaba hacia delante y besaba su cuello, y la sed brotó impetuosamente, mientras la abrazaba con fuerza y la levantaba en el aire lentamente.
Todos los recuerdos de la vida con ella afluyeron a su mente en tropel, desde el día en que la conoció hasta esa noche impar en que comulgarían con el más preciado de los arcanos, el más deseado por los mortales, la inmortalidad, la eternidad y el infinito. Los tiernos versos, el primer beso en la playa, a la luz de la luna, el poema que le escribió para celebrar aquel genuino sentimiento, el primer acto de amor, su miedo, el primer orgasmo con ella... Y, pese a ello, sobre todo ese universo mirífico de amor y arrobo, se impuso la sed, una ser abrasadora y consuntiva, que le empujaba hacia delante, apenas sin poder razonar. Entonces, mientras se elevaban en el infinito y sus cuerpos se recortaban en la luna como dos grandes pájaros negros de muerte, él hundió sus colmillos en ella, notó como sentía dolor, se ponía tensa, jadeaba, trataba de apartarse y, finalmente, cedía, se abandonaba, aceptaba la muerte, y él bebía sin tregua su sangre caliente que salía a chorros de su yugular cercenada.
Seguía sosteniéndola, en el aire absoluto límpido del amanecer, como un feble muñeca de trapo, abrazándola con fuerza, con su cabeza apretando la suya, toda vez que sentía que su hálito vital se extinguía, que la vida se le iba a pasos acelerados. Mientras había sorbido su sangre, había escuchado el sonido de su corazón al bombearla, y su decremento paulatino, a la par que la vida se consumía, en su boca. Fue al recordar esto cuando la apartó y la sostuvo, casi muerta, frente a él. La muerte se apoderaba de ella, estaba presta al otro lado de la puerta; el vampiro se detuvo in instante, sumido en la desesperación de la duda sobre su proceder. ¿Tenía derecho a ello ?. ¿Podía proporcionar el don de manera tan impune ?. Pero ya estaba hecho y había satisfecho la sed.
Ella había resbalado un poco sobre su pecho, consumida por el dolor y la pérdida y, después, al cabo de dos minutos quizás, había mirado su rostro muerto con sus ojos vacíos y aguanosos y, sobre todo, le había llamado por su nombre auténtico : S… El, al escuchar su nombre actuó sin saberlo, como lo habían hecho aquellos memorables vampiros de ficción, como Bela Lugosi o Cristopher lee, abriendo la blanca camisa y hundiendo su acerada uña en su carne exánime, como mucho antes describiera magistralmente Stocker en su opera prima. La sangré salió espesa, casi negra y ella apretó sus labios contra la herida, mientras el elixir vital se derramaba en su interior y la revitalizaba, llevándola a las fronteras de una nueva existencia.
-Bebe, la vida y la muerte -dijo él, mientras el dolor le arrebataba-. Aprieta tus labios contra el cáliz del mañana y de la esperanza .
Sintió como ella succionaba desesperadamente, como el niño al que se le ha privado del pecho materno. Después sus pulmones dejaron de respirar y su cuerpo se convulsionó con un espasmo terrible, a la par que el dolor que él sentía se intensificaba, hasta el punto de hacerle casi gritar. Notó como un espíritu ancestral y poderoso pasase de su cuerpo al suyo, como el alma que insuflaba vida a la materia. Ella se había alimentado de su sangre y había caído inerte sobre su pecho. Había dejado de sentir el fuego de su aliento, y la tortura de sus dientes. Estaba profundamente aturdido y su corazón latía mucho más lentamente, en una especie de bradicardia límite. Inmediatamente después, los brazos cayeron a sus costados y notó en sus garras el peso muerto, y tuvo que sostenerla con más fuerza. Por lo demás, sintió un leve mareo, mientras que un vasto silencio le entornaba por doquier, el silencio de la muerte, de la vida extinta, de la muerte en vida y de la vida en la muerte. Sanscouer se maldijo por un instante, pero arrumbó inmediatamente este sentimiento cobarde de su lado humano, un pedazo putrescente que se resistía a morir. La llevó consigo desvanecida, mientras volaba en el cielo, como un rayo, en dirección al castillo derruido y solitario.
Cuando estuvo en la cámara que había preparado como su refugio temporal y la hubo depositado en el sarcófago, notó que las piernas le temblaban, que su respiración era estentórea y que sus pasos inseguros apenas podían llevarle a un sillón cercano. Poco después se acercó a ella y miró su rostro de marmol : estaba más hermosa que en vida y sus ojos abiertos parecían dos globos de cristal que absorbían la luz de la luna que se colaba por el alto y exiguo tragaluz. Sus labios estaban hinchados y eran rojos, rojos como la sangre y por su comisura asomaban dos pequeños colmillos, afilados como puntas de espino... En aquel instante suspiró una vasta emoción, un sentimiento enorme, antes de cerrarle los ojos y sumirse con ella en la oscuridad profunda y densa de la sepultura.
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