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CAPITULO VII
3
Había dejado una antorcha encendida en la pared de la cámara donde ella yacía, cerca del sepulcro y los candelabros alumbrarían aún sobre la mesa del despacho que había improvisado en la habitación contigua, que a la vez le servía de biblioteca. Aunque sabía perfectamente que los vampiros podían ver en la oscuridad, pensó que estos detalles domésticos la apaciguarían en su agitado renacer. A la postre se trataba de un nacimiento y no cabía nueva vida sin crisis, aunque fuese meñique.
A medida que descendía los desgastados peldaños de la escalera de caracol que se introducía en el interior de la tierra, hasta las estancias inferiores, el temor se incrementaba en él de manera inevitable. Se introdujo en la boca del túnel secreto y desde allí fue a la cámara del sepulcro y vio, con un espasmo, que allí no había nadie. Entonces, súbitamente, tuvo lo sensación de que era vigilado, no desde un rincón cualquiera, no desde cualquier lugar, sino desde lo alto. Y, efectivamente, cuando levantó la cabeza, la descubrió mirándole, flotando pegada al techo, como una mariposa nocturna, con una risa maliciosa en sus labios. Después fue descendiendo lentamente, sin dejar de sonreír. A la luz de la antorcha, tenía los ojos asombrosamente brillantes, incluso para él, que no debía asombrarse por ello. Pero lo que le impresionaba era verla así por primera vez, fuera de su forma humana, en su misma condición..
-No debes intentar hacer las cosas por ti misma -le dijo, anuente-, pues hay cosas que sola no puedes descubrir.
Ella respondió con una carcajada estridente, mientras descendía lentamente hasta pararse delante de él... Su cabello se veía más negro y reluciente sobre el óvalo blanco de su cara.
-He despertado hace apenas unos minutos y no te encontré -murmuró ella-. Me disgustó que no estuvieras aquí, pero sabía que no tardarías.
-Tenía que cazar. Hay motivaciones que no pueden ser eludidas y, además, estaba convencido de que despertarías más tarde.
La cogió de la mano y la llevó a la otra habitación. Su contacto le impresionó, aunque podía haberlo esperado : estaba completamente helada y sus uñas habían crecido y estaban aguzadas como escarpas. Le levantó la mano a la altura de sus ojos y ella sonrió.
-Estamos hechos para la caza, estamos hechos para la muerte -dijo ella-. Y tengo mucha sed.
-La muerte no te ha cambiado en eso, sigues sin tener paciencia... Hoy cobrarás tu primera pieza, probarás la sangre humana y notarás el poder de la vida, el poder de la sangre, en tu interior, porque la sangre es vida, porque la sangre es alma, es la fuerza y el poder primeros, el vino de todos los vinos, y la vida de todas las vidas.
Sanscoeur se acercó al estrecho ventanuco que se abría sobre la misma pared del acantilado sobre el que se erguía el castillo, ante el cual se abría un profundo precipicio y, sobre él, el bosque frondoso y el cielo estrellado. Se volvió y la miró de nuevo : parecía más esbelta y le sentaban bien las ropas oscuras que había traído expresamente para ella, aunque fueran ropas masculinas, una camisa, un pantalón y una chaqueta. La niebla iba ocupando el barranco y se alzaba, con húmedas lenguas lívidas, hasta las primeras estribaciones de la cordillera.
-Tenemos que irnos del valle por un tiempo. He dejado en casa una carta diciendo que iríamos a Valcia a pasar una larga temporada, por asuntos profesionales míos. Allí estaremos seguros y nuestras actividades en Simart quedarán encubiertas. No obstante, cuando pase un tiempo, deberemos alternar las estancias aquí y allá, porque para sobrevivir no debemos descuidar los asuntos básicos y habituales.
Ella tenía una expresión fría en su rostro, tratando de ocultar una rabia mal reprimida.
-¡Tengo sed ! -protestó.
-Pronto la saciarás -dijo Sanscoeur con un suspiro-, pero debes aprender a controlar tu apetito y a pensar en algo más.
-Eso es lo único que importa ahora, ¿en qué más puedo pensar ?.
El señaló la pequeña loma moronda azotada por el viento nocturno que se extendía a su izquierda, a una tirada de arcabuz de donde estaban.
-Afuera hay todo un mundo hostil, del que hay que protegerse –dijo el vampiro, taciturno.
-Ya había pensado en ello -protestó ella-. Pero lo necesito y tienes que enseñarme la vida de los cazadores nocturnos.
-¿Acaso crees que no lo haré ? -exclamó Sanscoeur lanzándole una mirada melancólica-. Todo tiene su tiempo y hay que ir poco a poco. Hoy aprenderás una lección importante. Pero debes saber, incluso ahora, la paciencia es la clave de la existencia.
Ella se sentó en uno de los sillones, con aire cansado e iracundo a la vez, de niña mala, con aquellas afiladas puntas apoyándose apenas sobre el labio inferior, carnoso y rubicundo. El le contó que después de matar debía comer el cerebro del mortal o destruirlo con el fuego ; lo primero era preferible, porque se sorbía la materia de la vida, de la conciencia, de la mente, del alma y eso significaba, a la postre, poder. Comer el corazón era secundario, aunque también podía hacerse. Solamente así se aseguraba que la víctima no retornase bajo la condición de no-muerto. No debían haber demasiados de su especie, porque el número hacía el error, lo cual eso facilitaría su exterminio. De momento eran dos y eso era suficiente. La ocultación y la falta de fe respecto a su existencia eran los garantes más importantes para su permanencia a lo largo de los siglos.
-La sangre nos espera -añadió él con una sonrisa amplia que dejó ver completamente sus dientes puntiagudos a la vez que le ofrecía su mano.
Poco más tarde, mientras caminaban juntos por el barrio antiguo de la ciudad, como dos paseantes más en las callejas oscuras y en las plazas recoletas, discusión que habían mantenido en el castillo había caído en el olvido. Parecían dos amigos paseando desenfadadamente, con sus holgados ropajes negros. Habían tardado muy poco en llegar allí, pese a que la distancia era de cincuenta y cuatro quilómetros. A ella le entusiasmó surcar el aire con la velocidad del halcón, poder cambiar de forma y posarse sin miedo, sobre los elevados edificios y aullar, como en los viejos tiempos y con total libertad, al disco plateado de la luna.
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Salvador Alario Bataller
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Dark kisses
Quien sabe si existen..pero siempre he sentido una atracción fuerte respecto al tema.